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miércoles, 29 de noviembre de 2017

Las Notas del Dr. Hexápodus desde 11 Helador

Y esta vez, el Doctor emprende un viaje que 
resultará su mayor aventura y la más 
sorprendente desde el momento en que 
consigue un raro guía y ayudante..
 



LAS NOTAS DEL Dr. HEXÁPODUS








 
EL CUADERNO
  (Desde 11 Helador)
11 Helador
En la librería he comprado una obra interesante; se trata de “Termodinámica alada” del profesor Simeón Enúrez, me lo llevo a mi sillón favorito y, sin darme ni cuenta, se me hace de noche, tan interesante es. Viene a desarrollar una aplicación práctica, local y reproducible del “efecto mariposa”. No se trata de provocar un tsunami en las antípodas; sino que, basándose en la sabiduría popular, el profesor ha sido capaz de deducir una aplicación práctica de ese dicho que reza “cuando el grajo vuela bajo hace un frío del carajo”.
El profesor Simeón viene a demostrar que no es que el grajo vuele bajo debido al frío reinante, sino que pone de manifiesto la inversión de la causa y el efecto, llegando a la conclusión de que si hace frío éste es inducido por el vuelo rasante del córvido. El aleteo produce alteraciones en la entropía así como desplazamientos del aire superficial más cálido, que a su vez provocan la afluencia de masas de aire más frío procedente de las capas altas de la atmósfera.
En uno de sus primeros experimentos pudo constatar el descenso de una décima de grado centígrado en la temperatura ambiente de un cálido día de verano. Y eso sólo con el vuelo de un único grajo. A partir de ese momento se afanó en la construcción de un aviario en el que llegó a tener hasta dos docenas de esos córvidos, pertenecientes a la subespecie corvus frugilegus frugilegus a los que renombra en este trabajo, por sus efectos sobre el clima, como corvus frigilegus frigilegus.
Con esta bandada llegó a conseguir un descenso puntual de la temperatura de dos grados centígrados, aunque sus detractores alegan que dicho refrescamiento ambiental se debe más al efecto ventilador de sus aleteos que a una prueba concluyente de que su teoría funcione.
De todos modos ha sido una lectura apasionante y, como quiera que los conocimientos del profesor sobre los córvidos pueden serme útiles en mi próxima expedición, tengo que hacerle una visita lo más pronto que me sea posible, mañana mismo.

13 Helador
Ayer me desplacé a fin de visitar al profesor Simeón en su laboratorio situado en las afueras de Sandulia, camino de Arsix y antes de llegar al borde del Desierto Blanco, en un paraje aislado llano y sin arbolado que pudiera impedir los vuelos rasantes. El Profesor, tras ilustrarme con sus amplios conocimientos sobre los córvidos y especialmente en la especie que me interesa, la Pica pica, se empeña en demostrarme, con un centenar de grajos, la operatividad práctica de su teoría.

15 Helador
Ahora me encuentro en cama curándome de un resfriado de garabatillo, o sea que habré de aplazar unos días mi próxima expedición. Mientras me recupero echo una ojeada a la bibliografía que emplearé en mi próximo volumen dedicado a la Pica aurífera (vulgo urraca minera):

“Nidos brillantes” de Californio Search
“La otra fiebre del oro” de Californio Search
“Despepitarse por las pepitas” de Aurelio Trepante
“Todo lo que reluce” de Márgaret SunShine
“La Gazza ladra” de Quim Rossino

19 Helador
Ya estoy recuperado y el técnico ha venido y me ha reparado la sintecook. Para celebrarlo he rellenado el depósito que estaba totalmente vacío de proglómeros y me he sintetizado unas tortitas con sirope y un gran vaso de proteisint al cacao.
Ya me encuentro mucho mejor, así que iniciaré mañana mi expedición a los Montes Áureos, un lugar en donde se concentraba la mayor población de urracas mineras en los tiempos de la fiebre del oro. No se sabe cómo ha evolucionado la población de urraca minera, ya que ningún explorador ni ornitólogo se ha aventurado por allí, y por eso hice mío el reto de divulgar cómo había evolucionado su población, así como su vida y costumbres tras tantos años de aislamiento.

20 Helador
Antes de salir, como esta expedición va a ser muy prolongada en el tiempo, he tenido que resolver la alimentación de Garfio, porque el dosificador automático de pienso no tiene suficiente autonomía. Como no tenía a quién dejárselo y en Sandulia no hay granjas de mascotas en donde alojarlo, me vi obligado a conectar la sintecook al dosificador y programarla para que fuera reponiendo pienso y agua en la medida del consumo y, de propina, para que fuera sintetizando de vez en cuando algún filete protéico. Por la deyecciones no hay ningún problema porque ya sabe hacerlas donde corresponde y he comprobado que el sistema de reciclaje funciona a la perfección.
El único medio de transporte hacia la frontera de Lirondia es un destartalado ciclobús en el que a duras penas he podido colocar mi equipo de investigación, material de escalada, cuadernos y algunos comestibles. Lo más molesto y cansado de este medio de transporte es tener que andar pedaleando cada viajero en su asiento, y lo peor es que no se sabe a ciencia cierta cuanto puede durar el viaje, pues todo depende del número de pasajeros y de las ganas de pedalear que tengan. En esta ocasión el ciclobús va sólo a medias o sea que ya puedo armarme de paciencia y pedalear unos días más de los que calculaba. Lo que no se puede negar es que el vehículo es bien respetuoso con el medio ambiente y nada contaminante, salvo cuando tenemos que hacer alguna parada para aliviar la vejiga o el vientre.
Al llegar la noche nos detenemos en un parador para cenar, dormir y recuperarnos de las horas de pedaleo. Ya veremos cómo voy a estar mañana con las agujetas.
Como quiera que el viaje se va a hacer bastante largo y monótono puesto que en su mayor parte atraviesa el Desierto Blanco, no voy a relatar aquí esas aburridas jornadas que nos faltan hasta llegar a Arsix, así que proseguiré el relato en el momento en que lleguemos.

27 Helador
Por fin hemos llegado a Arsix, que es un importante nudo de comunicaciones enclavado en un oasis en pleno corazón del desierto y que, además, es la última población importante hasta la frontera. El viaje ha resultado cansado, pero hacía tanto tiempo que no hacía ejercicio que no me va a ir nada mal esta puesta a punto para llegar a los Montes Áureos que quedan bastante lejos, hacia el noreste. Además el pedalear sin descanso en todo el trayecto me ha ido bien, el viaje me ha costado menos de siete céntimos de Selén.
Encontré una posada, la única que había, con aspecto destartalado y descuidado, con telarañas colgando en la escalera, pero era lo único que había. Esta noche necesito descansar del viaje y cenar algo caliente. Me sorprende, tras la vista del establecimiento, encontrarme una habitación limpia y acogedora, con una ventana que da a la plaza
Después de cenar un buen plato de olla de no se qué, pero muy reconfortante, escribo estas notas y me voy a dormir

28 Helador
Intento encontrar un medio de transporte de servicio público pero no lo hay, además los carreros, cicleros y reateros se echan atrás tan pronto les menciono el destino.
Han pasado muchos años desde la fiebre y aquello se ha convertido ya en un territorio muy lejano, inexplorado y, según dicen, casi intransitable y peligroso.
Finalmente no tengo más remedio que comprarme una carreta ligera tricíclica, porque es el único vehículo que podría circular por los antiguos caminos, que seguro estarán poco practicables, y también un jumento para tirar de ella. Para pernoctar ya llevo saco de dormir, pero pienso que mi expedición va a ser larga e incómoda y un poco de comodidad adicional no vendrá mal, así que consigo una carpa de campo de segunda mano a buen precio que me permitirá dormir a cubierto ahora que se va aproximando el invierno.
Compro también algunas provisiones aparte de las que ya traigo de casa, porque dudo que por allí pueda encontrar algo, y cargo también una pelleja de vino y un odre de agua aunque me consta que en el camino hay muchos arroyos y manantiales. En total las compras, incluyendo carreta y asno, me han salido por dos solanes, que considero bastante aceptable.
Definitivamente iba a necesitar ayuda para esta expedición. Normalmente suelo ser un viajero solitario; pero en esta ocasión, dada la envergadura del proyecto, necesitaba un guía y auxiliar. Por tanto hice correr la voz y a mediodía tenía unos diez candidatos, sólo que cuando les dije el destino de la expedición desaparecieron como por ensalmo. Únicamente quedaba en la plaza desierta un extraño personaje, huesudo hasta casi parecer esquelético, de mentón y pómulos prominentes, nariz ganchuda y frente estrecha, poblada por unas enormes cejas negras, y con una mirada penetrante y fría como el hielo. Vestía unas ropas raídas, pero limpias, como casi toda la población de Arsix, y era tan moreno que me hizo pensar que se dedicaba a la agricultura o alguna otra labor expuesta a los rigores del sol del desierto.
Se me acercó y, sin mediar palabra, recogió del suelo mi valija, acomodó en la carreta mi equipaje, unció el jumento al doble varal en forma de diapasón acabado en la articulación de la rueda frontal, se montó en el pescante y empuñó las riendas en una mano y la barra de la dirección que gobierna la rueda delantera en la otra mano; yo, sin salir de mi asombro y sin ser capaz de emitir palabra alguna, me subí mecánicamente a su lado en el pescante y él, restallando al aire el látigo (ahora no recuerdo con qué mano), gritó -¡Arre!. El animal salió pasito a pasito hacia la frontera del Norte en dirección a Lirondia. Era la primera palabra que le oía pronunciar y me quedé sorprendido. Tenía una voz grave y profunda, como con rever, pero de una sonoridad armónica muy distante de lo que cabría esperar por su desgalichado y desastrado aspecto.
Pues bien, sin comerlo ni beberlo, sin tener ocasión de dar mi aprobación ni rechazo, ya tenía un guía y ayudante. El viaje prometía ser interesante y hasta sorprendente.
Tras una parada a mediodía, a la sombra de un gran nogal para comer, reemprendimos el viaje y después de atravesar el último núcleo aparentemente habitado en la zona, una pequeña aldea semiderruida en la que no pudimos ver ánima viviente, nos desviamos de la ruta principal y nos internamos por un camino hacia Levante poco transitado, dejando atrás campos de cultivo y pastizales abandonados tiempo atrás. El camino aún se mantenía en bastante buen estado, aunque ya había sido colonizado por matorrales, y más concretamente por alfalfa silvestre y avena borde, lo que no nos impedía seguir avanzando hacia las lejanas montañas, salvo por las frecuentes paradas del jumento para mordisquear el verde tapiz.
La ruta se hacía cada vez más intransitable aunque no presentaba demasiadas dificultades para el paso de mi carreta gracias a su estructura en punta de lanza, aunque a veces nos veíamos obligados a esquivar ramas bajas que podrían hacernos caer del pescante.
Como vamos a pasar luengos días en compañía, pienso que debería ponerle un nombre al jumento y se me ocurre llamarle a partir de ahora, en vista del tempo de su ambladura, “Adagio”. Y por lo que respecta al guía, finalmente logro sonsacarle otras dos escuetas palabras, su nombre y apellido era Lupizius Wolfi. La verdad es que no me va a distraer demasiado de mis estudios y meditaciones con su excesivo parloteo.
La vegetación se va cerrando como una espesa selva, aunque con algunos claros dispersos. Al comenzar a oscurecer paramos en uno de esos claros, Lupizius desengancha al animal y éste comienza a pastar por los alrededores. Lupizius enciende una fogata. Si ya me sorprendió cuando se autocontrató, me sorprendió más al encender la hoguera. Yo siempre llevo para prender el fuego, si hay sol una Biconvex, y si no hay sol, el clásico encendedor de fricción; pero él ha sacado de un bolsillo un cilindro poco más grueso que un pulgar, del que ha hecho brotar una potente lengua de fuego que aplicada a unas ramitas han prendido con llama viva. Algo así había visto en el Museo, pero aquello debía valer una fortuna y me ha extrañado verlo en poder de esta especie de extraño vagabundo.
A continuación ha extendido la carpa, ha colocado el saco de dormir, ha preparado una sopa caliente de cebolla gris y después de trabar a Adagio, se ha echado a dormir sobre la hierba sin decir esta boca es mía. Yo acabo cenando la sopa y, tras redactar estas notas, me retiro a la carpa y al saco de dormir.

 


(Si queréis ampliar conocimientos o aclarar dudas podéis consultar los anexos publicados anteriormente)

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