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miércoles, 13 de septiembre de 2017

La noche en que la Luna no quiso salir


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Luna estaba celosa, y es que se sentía despreciada, depreciada y menospreciada.
El Sol era tan radiante y tan grande que todo le lucía; pero ella, ni siquiera tenía luz propia, era mucho más pequeña que La Tierra y, además, no siempre le lucían las cosas, llegando momentos en que; menguando y menguando, no le lucía nada absolutamente.
Cuando salía el Sol, todo se ponía en marcha, la gente salía, incluso los había que se tumbaban en las playas para tomarlo. En cambio, cuando ella salía; la gente, salvo algunos poetas, románticos y algunas parejas de enamorados, no reparaban en su presencia y se iban a dormir, no le hacían caso ni la apreciaban, pese a que se esforzaba en cambiar de aspecto para no ser tan aburrida como el Sol, tan redondo y brillante como siempre. Ella procuraba hacer más amena y variada su presencia, pero ni por esas.
Por eso, y por hacer la puñeta, se colocaba a veces delante del Sol y lo tapaba por hacerse notar, pero ni aún así. Lo único que conseguía era que la gente, provista de cualquier objeto ahumado o gafas de soldador, se agolpara para ver el espectáculo; pero no para verla a ella, sino para ver al Sol desaparecer y reaparecer, para ver la raja de melón a que quedaba reducido o el brillante anillo, un anillo único y espectacular, pero la Luna se sentía marginada e ignorada.
Otra cosa que le molestaba sobremanera era la cantidad de basura que le habían ido dejando los humanos en aquellos locos cacharros: Primero satélites de un satélite, ¡Que ya es decir!, luego robots y finalmente módulos lunares. Aparte de dejarle su virgen superficie perdida de chatarra, habían dejado las huellas de sus zapatones; unas huellas que no desaparecerían en siglos hasta volver a quedar su superficie tan limpia, lisa y cuidada como ella había tratado de mantenerla a lo largo de los siglos. Además se habían llevado cantidad de su epidermis, a lo que ellos llamaban muestras, y eso escocía. ¡A ver si eran capaces de hacerle lo mismo al Sol!
Pero lo que más le molestaba es que habían puesto en órbita terrestre un enjambre de cacharros ridículamente enanos, a los que llamaban satélites, cuando ella era el único satélite auténtico y digno de ser llamado así.
También le molestó, aunque menos, que fueran montando una estructura orbital; enorme para ellos, pero diminuta para ella, en un intento de suplantarla.
Ella; que daba luz a sus noches, que fijaba los ciclos naturales, que movía las mareas y la inspiración de los poetas, se sentía minusvalorada; así que, una noche, decidió no aparecer.
Enseguida: los observatorios astronómicos, astrofísicos, los poetas y los enamorados, dieron la voz de alarma.
- ¡La Luna ha desaparecido!
Los mares, sin el influjo de la luna, alcanzaron un nivel de equilibrio estable, convirtiendo playas en desiertos de arena, e inundando otras zonas costeras. Los ciclos biológicos, tanto de la flora como de la fauna, se vieron alterados, cuando no frenados.
Los poetas se quedaron sin una musa que les inspirara y, a lo sumo, escribían dolientes versos de añoranza y ausencia. Los enamorados se tenían que arrullar a la luz de una farola, los hombres-lobo desaparecieron y las balas de plata acabaron fundiéndose para fabricar pulseras, collares o pendientes.
La Vía Láctea y las constelaciones podían verse claramente todas las noches, puesto que el plenilunio ya no las velaba, pero aquello les hacía perder encanto e interés pues todas las noches se veían igual, siempre igual, como el aburrido Sol.
Un clamor popular se había elevado, pidiendo explicaciones: Unos acusaban, como suele pasar: al Gobierno, otros a la falta de fe y al ateísmo galopante, otros a los científicos, a la investigación en la física de altas energías y al Gran Colisionador de Hadrones de Ginebra, otros a la carrera espacial...
De todos modos, se había alcanzado un nuevo equilibrio y ya se había comenzado una nueva era sin Luna, a la que la gente comenzaba a adaptarse.
Alguien cayó en la cuenta de que los grandes meteoritos que la Luna se encargaba de capturar y que le daban aquel aspecto de adolescente con acné, acabarían cayendo a la Tierra irremisiblemente y que podría acabar quedando con el mismo aspecto que su desaparecido satélite.
Las mentes pensantes se pusieron a la tarea con el objeto de descubrir las causas de su desaparición y los mecanismos necesarios para hacerla regresar. Todos los observatorios astrofísicos se pusieron a buscar a dónde podía haber ido a parar y buscaron entre las lunas de Marte, pero no estaba junto a Deimos y Phobos, tampoco en el cinturón de asteroides, ni cerca de los satélites jovianos. Buscaron cerca de: Ío, Ganímedes, Europa, Calisto y hasta el satélite de Plutón, Caronte, el más grande del sistema, pero sin resultados.
Alrededor de este movimiento científico había nacido una floreciente y activa afición a la astronomía y, más concretamente la selenofilia. Todos los documentos gráficos de cuando la Luna se enseñoreaba de los cielos nocturnos alcanzaron altas cotizaciones: Cuadros, fotos, vídeos... Y las muestras lunares alcanzaron precios astronómicos e, incluso, se saquearon los museos que las albergaban.
La Luna, que no es tonta, que sabe más por vieja que por satélite, se dio cuenta de que la buscaban y que estaba de moda; así que decidió dejarse caer nuevamente por su órbita, y hacerlo en fase de plenilunio para dar más relevancia y espectacularidad a su vuelta a la escena.
Fue acogida con vítores, bandas, discursos, fiestas, versos encendidos y farolillos, pero lo que no había pensado la Luna ni sus incondicionales fue el efecto que su súbita aparición iba a provocar en la rotación de La Tierra, la precesión de los equinoccios, la deriva del polo magnético, la inestabilidad sísmica, las mareas, el clima...
Pero mejor es no contarlo; es preferible no ahondar en ciertas cosas dolorosas y traumáticas porque, con el tiempo, se volvió a alcanzar un equilibrio satisfactorio y La Tierra volvió a ser casi lo que antes había sido.
Lo que sí hay que resaltar es que la Luna estaba más que satisfecha por el interés despertado y por el recibimiento, aunque nunca fue consciente de que se la culpaba, y no injustamente, de los destrozos provocados en su marcha y a su regreso.





Y EL PRÓXIMO JUEVES... YA VEREMOS

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