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miércoles, 31 de mayo de 2017

RELATOS DE HÉNDER, Libro 14 (De nuevo en Serah) parte 1

Desde su última visita, Serah ha 
cambiado mucho, pero algo 
merodea por los huertos
eso es un buen trabajo 
para un guardián
como Rubí


DE NUEVO EN SERAH 1




Cuando Fan se reunió con Merto y las Joyas, ya era mediodía. En aquel lugar escondido, lejos de rutas y granjas, comieron algo y se dispusieron a partir. Ahora se trataba de llegar a Serah lo más rápido posible. No querían tener que hacer noche en el desierto, aparte de por lo inhóspito, por la posible presencia de tiburones de arena. De modo que tenían que viajar todos, salvo Fan, en la mochila, cosa a la que Merto no puso pega alguna y, volando con las dos mariposas, la carga les sería la mitad de pesada y el vuelo sería más rápido. Pero debían alimentarse bien antes de salir si habían de soportar el esfuerzo que se esperaba de ellas; de modo que, mientras ellos comían, las mariposas estaban dando buena cuenta de un campo florido de tornasoles cercano.
Esperaron el regreso de las porteadoras que no tardaron mucho. Los viajeros en el no tiempo se retiraron a la mochila, Fan se la colgó a la espalda, se ajustó el arnés, cada una de las mariposas asió firmemente uno de los cables, tomaron altura y emprendieron raudo vuelo hacia el oeste.
Fueron largas las horas; al principio amenas al pasar sobre la Capital del reino, luego el colorido y geométrico espectáculo de los cultivos, los pastizales con sus diminutos rebaños de alzemús, porque los de ovejas no se apreciaban desde aquella altura, y luego el terreno estéril de eriales y páramos que anunciaban la cercanía del desierto. A partir del borde del desierto todo era igual, monótono, aburrido. Nada venía a romper la línea blanquinosa e interminable que se unía en el horizonte con el cielo de un intenso color quatiano, y así pasaba el tiempo, lento y pesado.
Sólo por un momento pareció animarse el invariable paisaje. Una línea rompía el plano uniforme de la superficie del desierto, una línea que parecía avanzar en la misma dirección que ellos. Hizo una señal y sus porteadoras descendieron hasta unos pocos largos de altura sobre la superficie; y sí, algo se movía rápido bajo las arenas y dejaba una especie de estela, una estela que directamente apuntaba a una pequeña mancha oscura en el horizonte. Conforme se acercaban a aquella mancha iba tomando forma, se trataba de un saltarenas solitario que intentaba escapar de aquello que se le venía encima y que acortaba distancias poco a poco. Parecía presentir que le amenazaba un grave peligro y huía al máximo de sus fuerzas, pero ya sus saltos iban siendo cada vez más cortos, hasta que cayó desfallecido sobre la arena. A menos de cien largos de su presa, aquello que avanzaba bajo las arenas, emergió, y Fan lo reconoció de su primera visita a Serah. Se trataba de un tiburón de arena, con su enorme boca erizada de afilados colmillos, totalmente abierta. No tuvo tiempo de acceder a la mochila y a un odre de agua que habría conseguido detenerlo y disolverlo, el monstruo llegó a la altura del saltarenas caído y lo engulló entero. Acto seguido se sumergió en aquel mar árido y no dejó ni rastro en la superficie.
Tras el incidente del tiburón, el paisaje retornó a la monótona uniformidad sin fin del desierto. Las vaharadas de calor que ascendían de las arenas obligaron a Fan a ordenar que alzaran el vuelo buscando otras capas atmosféricas con corrientes más frescas, y hallaron una térmica favorable y soportable.
El desierto no es tan desierto como todo el mundo piensa. A nivel del suelo, aparte de los escasos tiburones de arena, pulula una gran variedad de insectos y roedores casi indetectables. El desierto no es un lugar muerto, bulle la vida, pero una vida poco conocida y más nocturna que diurna.
Otro fugaz movimiento sobre la arena llamó la atención de Fan y les hizo descender para ver de qué se trataba; y una pequeña manada de saltarenas salvajes, a la que la desgraciada víctima del depredador debió pertenecer, iba saltando camino de un minúsculo oasis, posiblemente su lugar de cría.
No se trataba de una manada muy numerosa, Fan pudo contar a lo sumo unos siete ejemplares conducidos por el macho dominante, aunque no sabía si en el oasis podían haber más. Avanzaban a grandes saltos levantando una pequeña polvareda tras ellos. Fan conocía a los saltarenas domesticados, especialmente los conocieron sus doloridas posaderas, y también a los adiestrados para no saltar, pero nunca había visto una manada salvaje. Sabía que vivían en pleno desierto, aunque siempre en zonas próximas a sus límites, y nunca tan al interior, puesto que se alimentaban de los pastos y cultivos, escapando luego al inaccesible interior del desierto. En algunos lugares eran considerados una plaga y se ponían trampas para capturarlos. Luego comerciaban con ellos para la doma, porque no servían para carne o, al menos, se consideraba no comestible. Aquella manada se hallaba ya en el desierto profundo, según pudo calcular Fan por el tiempo que llevaba volando sobre él, de modo que lo tenían muy complicado para alimentarse en los lejanos campos de la periferia y regresar a su refugio, cosa que al principio le intrigó pero, olvidó el tema y siguieron el vuelo en dirección a Serah.
Salvo aquellos dos pequeños episodios, el viaje fue monótono y aburrido. Zafiro y Zaf volaban a buena velocidad y parecían no desfallecer, pero él sintió hambre y tuvo que echar mano de la mochila. Comió algo y; entre la digestión, el calor y la monotonía del viaje, le entró una somnolencia que le dejó fuera de juego durante unas horas, no tantas como el rey Bluerico, pero se echó una buena siesta.
Despertó a media tarde cuando, al frente, se veía una gran mancha de color rojizo con toques verdosos, destacando sobre el blanquecino desierto infinito. Se trataba de Serah, ya estaban llegando y las mariposas presentaban signos de agotamiento, el vuelo no era tan rápido y los aleteos eran más lentos. Se aproximaron a la parte este del oasis que, tras la ampliación debida a las plantas de Alandia, distaba bastante del núcleo habitado.
Fan ordenó el descenso en el rojo pasto sobre el que crecía, en alineaciones geométricas, una buena cantidad de palmas reales jóvenes. Soltaron los cables posándose sobre las palmas en flor.
Se desprendió del arnés e hizo salir a Merto y los demás. Nadie había advertido su llegada y se pusieron en camino hacia las viviendas que rodeaban al pozo.
Todo aquel terreno era la ampliación del oasis, terreno ganado al desierto poblado de palmas en diferentes grados de crecimiento, pero todas en flor porque tenían floración y fructificación contínua, cosa que para Zafiro y Zaf era como haber venido a caer en el Paraíso.
Cuando se acercaban a las palmas de mayor tamaño, es decir al centro del oasis, alguien que estaba recolectando los sicuos les vio y dio el aviso de la llegada de intrusos. Ellos siguieron caminando sobre aquella alfombra roja, como de bienvenida, y se dieron de manos a boca con una patrulla de hurim. Patrulla porque iban en grupo, no porque fueran armados, puesto que los hurim no sabían lo que eran las armas. Eso pensaban Fan y Merto, pero se sorprendieron mucho al verlos aparecer blandiendo garrotes y otros instrumentos, instrumentos que abatieron al ver de quien se trataba.
Les acompañaron a la Casa Comunal y allí se hallaba Halmir, que se llevó una gran sorpresa al verlos y corrió alborozado a saludarlos.
- ¡Qué alegría! Ha pasado tanto tiempo… ¡Bienvenidos!
Dio un fuerte abrazo a Fan y Merto, pasó la mano por el lomo de Rubí y Diamante y unas palmaditas al tallo de Esmeralda.
- ¿Y la mariposa? ¿Dónde está? 
- Merendando en las palmas. Estamos muy contentos de verte y de ver que aquí todo va bien. Ya teníamos ganas de ver cómo había resultado lo de la sal – dijo Fan
- Perfectamente. La hierba ya no ha seguido invadiendo el desierto y las palmas se han multiplicado y crecen bien. Todo eso gracias a vosotros, algo que nunca os podremos pagar. 
- ¿No valoras suficientemente la amistad? -respondió Merto - pues con ello ya estamos pagados.
- Entonces... ¿Cómo pagaré la vuestra?. Pero pasad, pasad, que tenemos mucho de que hablar y seguro que tenéis muchas cosas que contarme.

Y entraron en la Casa Comunal que ahora era de piedra y mucho mayor que la última vez que estuvieron allí. Rubí, Esmeralda y Diamante se quedaron al exterior siendo objeto de la curiosidad de un grupo de chiquillos. Llegaron a una amplia sala de reuniones con filas y filas de bancos, pero Halmir les hizo atravesar una puerta que daba a un despacho, con una pequeña mesa redonda de reuniones, para media docena de sillas, y les invitó a sentarse. Hizo una seña y, uno de los hurim que les acompañaba, se acercó a un armario en la pared y sacó un frasco y unos vasos, luego todos los demás acompañantes se alejaron dejándolos solos a los tres.
- Una copa de reanimante, aunque este no es como el que tú haces, os sentará bien tras el largo viaje, vengáis de donde vengáis. 
- De Quater – dijo Fan mirando aquel licor con cierto recelo – Pero esto… ¿está hecho de sicuos?, porque no quisiera adquirir una dependencia.
-Puedes beber tranquilo, nosotros lo tomamos a veces, en ocasiones especiales, y no tenemos ninguna dependencia. Es un licor elaborado con los frutos, aunque diferente del sic…

Se interrumpió al ver un gesto de Fan y continuó:
- diferente del sicuo al natural, que sí crea dependencia. Podéis beber sin miedo y os dejará como nuevos.
Los tres apuraron sus vasos. Se trataba de una bebida ligera y fresca, como los zumos frutales de Alandia, pero muy potente, con un sabor a todo y a nada, que dejaba un regusto a flores y a frutas, pero no a una fruta cualquiera sino a todas las que en su vida habían probado. Un sabor arrollador en un instante, pero que desaparecía de inmediato. Y se sintieron mejor, llenos de energía.
- Esto iría bien para andar por los caminos sin cansarse -dijo Merto.
- Ya os daré un odre cuando creáis que tenéis que marchar, pero espero que no sea demasiado pronto. Tenemos mucho de qué hablar y mucho que enseñaros. 
- He visto muchos cambios aquí – dijo Fan – todos los edificios de piedra, las calles adoquinadas, esta casa,… ¿Va bien todo?
- Todo bien. Hasta hemos tenido que construir una posada porque nos visita ya mucha gente de los reinos y hay que alojarlos y darles de comer. Ya hemos retirado la calificación de personas no gratas a los de colores.

 - ¿No os habrán asesorado para la posada la gente de Quater? Porque ya hemos tenido ocasión de visitar las suyas – dijo Fan.
- No. La hemos hecho a nuestra manera, pero si queréis la podéis visitar, aunque no para alojaros. Tenemos una casa especial para visitas especiales. Sabíamos que algún día volveríais por aquí.
- De modo que todo os va sobre ruedas, o sobre patines como vuestras carretas. Nos alegramos mucho por ello y porque la paz reine en los reinos.
- Bueno… no todo va bien. Hay algo que últimamente nos preocupa. Algo o alguien destroza nuestros cultivos. No es que sea un gran problema porque todos los comestibles nos llegan de los reinos a cambio del fruto, pero hay ciertas cosas que nos interesa cultivar aquí para consumirlas lo más frescas posible. Tenemos unas pequeñas zonas de huerta, pero por las noches las saquean. Hemos puesto vigilancia y no conseguimos nada.
 
- Pues es difícil que alguien de los reinos se dedique a saquear vuestros huertos. De todos modos eso me preocupa porque pueden acabar atacando a Esmeralda. Será mejor tenerla en un sitio protegido – dijo Fan.
- En la casa de invitados hay un jardín vallado y no creo que allí corra peligro. Venid y os la enseñaré, pero luego cenaréis en mi casa.
- ¿Y por qué no en la posada – dijo Merto – me gustaría saber qué menú sirven.
- Eso mañana. Esta noche no os libráis de mi cocina.

Y marcharon hacia una pequeña casa de piedra, como todas, situada cerca de las viejas palmas.
Era una casa resumen. Resumen de todo lo que se producía en los reinos: hecha de piedra y teja de Quater, puerta y ventanas de Trifer, así como el mobiliario, cortinas, alfombras y colchas de Dwonder. De Hénder no había gran cosa, salvo la cubertería y las lámparas, porque allí no necesitaban rejas en ventanas ni puertas.
Contaba con tres dormitorios y, aunque ya se habían acostumbrado a dormir en uno solo, cada cual eligió el suyo. Las Joyas se encontraron con un patio trasero, tapizado por la sempiterna hierba rojiza y una palma de mediana altura creciendo en el centro.
Ya estaba anocheciendo y acompañaron a Halmir a su casa. Era la que lindaba con la Casa Comunal y así tenía bien cerca el trabajo. Era, como todas las casas de Serah, otra casa resumen, con algunos detalles más de hierro de Hénder y cerámicas de Quater, pero resumen y reflejo de todo lo que se producía en los reinos.
Aquella casa no les sorprendió, pero lo que sí les sorprendió fue la recepción.
Les franqueó la entrada una joven esbelta, como todos los hurim, morena, como todos los hurim, y sonriente, como no todos los inexpresivos hurim.
- Pasad a vuestra casa, amigos. Acomodaos aquí en el salón y charlaremos un rato mientras mi querido esposo nos prepara la cena.
Hicieron lo que decía, un tanto sorprendidos por el recibimiento. Tomaron asiento en unos cómodos sillones y ella con ellos.
Halmir, antes de marchar hacia la cocina, les presentó:
- Querida: estos son Fan y Merto, de los que tanto te he hablado, los salvadores de las palmas y de nuestro pueblo. Ella es Heria, mi esposa. Hace tanto tiempo que no os veía y no sabía dónde podríais estar, que no os pude invitar a la boda, pero ya lo celebraremos aunque sea con retraso. Ahora, si me disculpáis, voy a preparar la cena.
Y marchó dejando a los tres en el salón, mirándose como tontos. Fan rompió el silencio:
- ¿Cocina él? ¿Qué tal se le da? No es por nada, yo vivo solo y Merto también y lo vemos de lo más normal, porque nosotros también lo hacemos, a veces por turnos. Pero en general hemos visto que son ellas las cocineras.
- Se aficionó cuando vinisteis vosotros con aquel guiso que revivió a todos, pero aún más cuando comenzaron a llegar comestibles de los reinos en más cantidad  y más variados. Comenzó a cocinar todo y a experimentar con todo. Yo le he servido de catadora oficial y ya no se le da tan mal; es más, sigo viva y mi estómago no se ha resentido, aunque es muy aficionado a los picantes de Dwonder.
 
- No hemos ido aún a Dwonder – dijo Merto - ¿Son especialistas en picantes?, porque en oriente, bueno, en oriente de allá abajo como te habrá contado, tienen un picante de rábano que es extraordinario.
- Sí. Son especialistas en cosas picantes y hasta las catalogan con llamas. Las especias de cinco llamas no hay quien las aguante. Espero que hoy, en consideración a vosotros, no las use, porque echan chispas.

Allí siguieron charlando, en animada compañía, mientras Halmir se afanaba en la cocina y algo se le oía trajinar con los cacharros.
Cuando la conversación derivaba en las aventuras de Quater, apareció Halmir, acalorado a causa de los fogones y le dijo a Heria:
- ¿Puedes ir preparando la mesa? Porque ya estoy acabando.
Y regresó a la cocina.
Heria les condujo al comedor, encendió las velas de un candelabro de bronce de Hénder y comenzó a sacar cosas de un mueble tallado de Trifer: Un bonito mantel bordado de Dwonder, unos platos decorados de cerámica de Quater, los cubiertos de acero de Hénder, y otras cosas. Ellos la ayudaron a extender el mantel, colocar platos, servilletas, cubiertos, copas; y, en un momento, estaba la mesa preparada.
No tardó mucho en llegar Halmir, conduciendo un carrito sobre el que humeaban varias cazuelas y recipientes de barro, cubiertos con sus tapas, y comenzó a servir.
Una sopa de verduras finamente picadas, flotando sobre un caldo ambarino, fue el primer plato. Se notaba que eran verduras de Quater por el aspecto y el color, pero Halmir había logrado un plato perfecto, fusionando sabores y texturas.
- Creo que has equivocado tu profesión – dijo Merto – lo tuyo es la cocina y no dirigir esta comunidad.
Halmir se veía satisfecho por esta alabanza y le respondió:
- Eso de cocinar es más fácil que organizar a mi gente. Los ingredientes no discuten y se someten a lo que hagas con ellos, lo hagas bien o mal. Es más fácil conciliar los sabores que los pensares. Y si he sido capaz, hasta ahora, de hacer lo difícil, no se me debería resistir lo fácil.
El segundo plato consistía en un guiso de cordero con ajos, que se deshacía en la boca. Merto pensó:
- Ésto con unas patatas rotas a trozos estaría mejor.
 Pero se quedó callado mientras se echaba al coleto el segundo plato de aquel segundo plato.
- El cordero es de Dwonder, es el mejor. Los de Quater, aparte de producir poco, son menos tiernos, no sé si por el pasto, la raza o qué – dijo Heria.
Y el postre era algo más conocido por ellos. Se trataba de una cuajada de leche de alzemú con un hilo de miel de abejano.
- Ésto no lo has preparado tú – dijo Fan señalando los cuencos de barro del postre - pero lo otro estaba muy bien, se te da bien la cocina.
- Eso es ahora – replicó Heria sonriéndole a su marido – porque al principio le costaba acertar con la sal o se le quemaba algo.
- Pero tenía una buena víctima para experimentar. Y sí, ésto lo he preparado yo, si ponerlo en los cuencos y regarlo con miel es prepararlo. El problema es que poco más hay en los reinos que pueda servir de postre y lo mejor es ésto que me traen de Quater o algo de drufas.
 
- Está visto que aquí, aparte de las drufas y los sicuos, no hay otra clase de frutas. Algo habrá que hacer – dijo Merto dirigiéndose a Fan – porque también Berth está interesado. ¿No podríamos hacer algo?
- No me presiones, acabamos de llegar y ya estás embarcándonos en algo. Deja que lo piense. Sólo se podrían traer semillas de Alandia, pero aún no vamos a ir allí y luego no sé cuando vamos a poder regresar aquí. Pero, repito, mejor lo pensamos un poco y luego ya veremos.

 - Sería muy interesante tener más variedades de frutas – dijo Halmir – pero aquí ya tenemos problemas de espacio para las palmas, aparte de ese otro problema que antes os he contado y que afecta a los pocos cultivos que tenemos y a las palmas recién plantadas.
- Lo de los cultivos quisiera verlo personalmente. Muchas cosas han cambiado en poco tiempo. Yo pensaba que la hierba roja no dejaba crecer nada más que las palmas. Y ese otro problema tendremos que afrontarlo también.
- Será un poco largo de contar y ya es muy tarde. Vamos a tomar otras copitas de reanimante y a dormir. Mañana nos acercaremos a la huerta.

Les acompañó a la casa de invitados, mientras Heria recogía y fregaba, y todos se retiraron a dormir, tras ponerle a Rubí una fuente de cordero que Halmir había llevado. Diamante comía de la hierba roja sin problema y le gustaba, aquella no era tan peligrosa como el trébol encantado. Esmeralda estaba clavada en tierra bebiendo de las aguas subterráneas.
Bien temprano estaba allí Halmir, en la cocina, preparando unos huevos fritos y cuajando unas tortas en la sartén. Desayunaron los tres y salieron camino del borde del oasis, Justo donde limitaba la hierba con el desierto se veían unos terrenos vallados. Halmir abrió una cancela en aquel cerramiento y penetraron en un campo cuadrado, libre de la hierba roja.
- ¿Cómo lo has conseguido? - preguntó Merto viendo unos surcos en los que brotaban diversos tipos de plantas hortícolas – esa planta se come todo.
- Con más sal. Una buena zanja alrededor, una buena capa de sal y, una vez la planta ha regenerado el terreno, arrancándolas de una en una. Da muy buen resultado. También aprovechamos estos huertos para trasplantar los brotes de las palmas antes de llevarlas a su destino final. Aquí crecen mucho más rápido, aunque algo se les come las hojas.

- Pues vamos a tener que resolver ese misterio ¿Cómo es que no habéis descubierto aún lo que pasa? - intervino Fan.
- Porque no hemos logrado ver nada, ni con la luz de Renia y Flamia juntas. Hemos puesto guardia muchas noches, pero no pasa nada o pasa en donde no tenemos gente, no podemos cubrirlo todo. Pero en cuanto retiramos la vigilancia vuelven a atacar las verduras y las hojas de las palmas jóvenes, y no podemos pasarnos todos y todo el día vigilando, porque también han llegado a actuar de día.
- Creo que podríamos probar dejando esta noche a Rubí de guardia, seguro que a él no se le escapa nada y quien o qué cosa venga no sabrá lo que es un lobo. A vosotros os deben descubrir por el olor. Ahora cuéntanos lo que aquí cultiváis.

Revisaron los cuatro vallados y todo estaba en orden, hacía casi una semana en que casi no pasaba nada porque mantenían la guardia en los lugares más delicados, pero en otros lugares sí se notaba que algo había hecho acto de presencia.
Tenían plantadas verduras de hoja para su consumo en fresco, porque las de raíz y otras se conservaban muy bien y no se echaban a perder en el viaje desde Quater o Hénder. Los gruesos radículos, con sus abultados y ramificados troncos enterrados, no hacía falta plantarlos, tampoco las rojas y pesadas cucullas, pero lo que sí cultivaban era una variedad de plantas de hoja para ensaladas, sopas o hervidos, como: la aromática apicua, la lactaria arbórea o la lisa, la picante milcapas de la que se consumían las hojas dejando el bulbo enterrado para que regenere otras nuevas,…
Fan pensó que, en aquellos huertos o en otros nuevos que se podían hacer robando terreno al desierto, que a fin de cuentas era inmenso, podían plantarse unas cuantas variedades frutales de Alandia y ¿Quiénes mejor que los descendientes perdidos de Alandis la Bella para hacerlo? Lo pensó, pero sólo le dijo a Halmir.
- Estoy pensando en algo que puede ser muy interesante, aunque aún habrá que madurarlo. Pero antes tenemos que resolver el problema de ese merodeador. Luego traigo aquí a Rubí y veremos qué pasa.
Ese día comieron en la posada, y en aquella sí se podía elegir, no había menú único como en las de Quater. El edificio y el salón diferían mucho de aquellas. Estaba ocupada a medias y no tuvieron problema para elegir mesa. Allí sí que se mostraba la variedad étnica de la Tetrápolis. Además de unos pocos blancos como ellos, el resto era de los cuatro colores y cada cual podía comer los platos favoritos de su tierra o, si le apetecía, los de los otros reinos. A ellos no les prestaron atención, debieron tomarles por otros hurim como los demás.
Halmir les quiso asesorar sobre los platos a elegir, pretendía sugerirles platos típicos de Serah, pero Merto dijo:
- Aquí veo que tienen cinco cartas diferentes, no muy extensas, para poder elegir platos de aquí o de cualquier otro lugar. Como no hemos estado aún en Dwonder, me gustaría saber, antes de ir, qué se come allí.
Y eligió en la carta de Dwonder entre cinco primeros y cinco segundos. Los postres eran los mismos en todas las cartas, no había más variedad que cuajadas, pastelillos con cuajada y algo con drufas.
- Yo quiero una tabla de quesos, a ver cómo son, y de segundo una espalda asada porque, tras probar tu cordero, debe estar muy bien – acabó diciendo.
- Estoy seguro de que ese queso como el mío no va a ser, por eso paso de los quesos, ya los probé en Quater. Prefiero un guiso de cordero con radículos  y unas chuletas a la brasa.
- ¿Y no queréis algo de postre?
- No. Ya hemos probado todos los posibles y siento mucho haber agotado las existencias de conservas de frutas de Alandia. Entonces sabrías lo que es bueno. Y ahora que me viene a la cabeza, creo que ya se va cristalizando ese proyecto que te iba a proponer, pero primero es lo primero, comer y resolver el misterio de los huertos.
 
- Y no vas a soltar prenda sobre lo que tramas – dijo Merto
- No. Aún no, hasta que no lo tenga más meditado.
Halmir se pidió, de primero, una ensalada de lactaria, apicua y milcapas. De segundo una rodaja de cuculla al horno con un gratinado de queso.
- ¿Te vas a volver vegetariano? - dijo Fan y todos rieron.
Pasaron la tarde visitando las viejas palmas reales, donde todo aquello comenzó. Eran impresionantes, comparadas con todas las que se habían plantado después, altas y gruesas, tan altas que casi no se podía trepar a su copa para cosechar los frutos y tan gruesas que también dificultaban la tarea al no poder abarcarlas, teniendo que usar cuerdas para trepar.
Cenaron otra vez en casa de Halmir, y éste les sorprendió con otros platos desconocidos para ellos, y esta vez tampoco abusó del picante como temían y como Heria había comentado.
Luego le llevaron cena a Rubí, lo acercaron a los huertos para vigilar la zona y se retiraron a dormir.
Al día siguiente volvieron a donde dejaran a Rubí, y no estaba. Cerca de uno de los huertos había un lugar en que la arena del desierto se veía revuelta, cuando habitualmente se mantenía lisa porque el viento se encargaba de suavizar cualquier irregularidad. Desde allí se notaba un rastro que se alejaba y que aún no había pasado el tiempos suficiente para borrarse. Pero Rubí no aparecía por allí ni, tras recorrer todo el oasis, apareció por parte alguna.
Halmir estaba preocupado, pero aún más lo estaban Fan y Merto. ¿Dónde podría estar? No quedaba más remedio que seguir aquel rastro antes de que el viento, que ya comenzaba a soplar del norte, lo borrara. Regresaron a la casa de invitados y allí estaban las demás joyas. Zafiro y Zaf, posadas sobre aquella palma, intuyeron que las iban a necesitar y descendieron a la roja hierba. Fan entró, sacó uno de los arneses de la mochila y se lo ajustó, salió al patio con los extremos de los cables, uno en cada mano, y no hubo que decir ni hacer nada. Las dos mariposas tomaron las argollas y se elevaron por los aires, llevando a Fan en volandas.
Halmir se había quedado boquiabierto. Aquello había pasado ante él en un abrir y cerrar de ojos y no reaccionaba. No había tenido ocasión de verlas antes y encontrarse con dos mariposas le resultó tan sorprendente que sólo atinó a balbucear:
- ¿Dos?
Merto tuvo que explicarle toda la historia y Halmir quedó más enterado de todo, pero no menos sorprendido.
Pero dejemos a estos dos y sigamos a Fan.
Siguiendo aquel rastro, casi imperceptible ya, abandonaron las inmediaciones del oasis y se iban internando en el mar de arena que cubría todo con su manto y sus formas suaves y redondeadas. En ese momento Fan cayó en la cuenta de que no llevaba la mochila y, si había algún problema, no contaría con agua, provisiones, medicinas y otras cosas que pudieran resultar útiles, pero siguió adelante, no dio orden a las mariposas de regresar a por ella porque el rastro se estaba desdibujando, el viento suavizaba todo a su paso y tuvo que ordenarles descender más porque cada vez era menos visible.
Llegó un momento en que ya no quedaba rastro alguno apreciable en la arena. Ya no había rastro que seguir aunque, instintivamente, Fan les hizo seguir en linea recta, en la misma dirección que llevaban desde el oasis. Malo sería que sus objetivos hubieran cambiado de rumbo en algún momento, pero no.  
A lo lejos vio una pequeña mancha sobre el monocromo paisaje. Se aproximaba a algo que también parecía desplazarse. El rastro, más reciente ahora, reapareció y se veían unas extrañas marcas: un rastro contínuo y unas huellas dobles, espaciadas varios largos entre una y otra. De todos modos ya no necesitaban seguir rastro alguno, su objetivo estaba ya más cerca y a la vista, y pudo distinguir aún más claramente aquella mancha gris que avanzaba dificultosamente por la arena y aquel punto que avanzaba a saltos, alejándose más de aquello que parecía perseguirlo.
Hasta que al fin pudo distinguir un saltarenas huyendo de Rubí, un Rubí exhausto, que parecía a punto de desfallecer, pero que no abandonaba su persecución. La presa se alejaba cada vez mas y Rubí acabó cayendo extenuado. Fan dio orden de bajar hasta él y, una vez en tierra comprobó que estaba agotado, con la lengua fuera y resollando agitadamente. No podía dejarlo allí en aquellas condiciones y desgraciadamente no tenía agua ni nada que darle para que se recuperara, pero no podía perder el rastro ni dejar la persecución, Rubí no lo había hecho. De modo que lo tomó en brazos, les indicó “arriba” y siguieron volando sobre aquellas huellas frescas, unas huellas que dibujaban dos puntos espaciados que se prolongaban en línea recta.
No tuvieron que esperar mucho para darle alcance, el saltarenas había aminorado la marcha, debía ser por estar llegando también al límite de su resistencia en aquella endiablada huida, pero también porque al frente se veía algo de un color diferente a las arenas, una mancha que se agrandaba y que hizo recordar a Fan aquel pequeño oasis en el que se refugiaron los saltarenas que escapaban al tiburón y de sus fauces.
Se fijó en la posición del sol para situar aquel lugar y, preocupado por Rubí, dio orden de regresar.
Cuando llegaron al patio de la casa de invitados, Fan dio de beber a Rubí y comenzó a preparar una de sus infusiones, pero Halmir le sacó un frasco de licor de sicuo y se lo hizo tragar. Al momento, Rubí se incorporó más ágil y más fuerte de lo que nunca había estado. Fan preguntó:
- Halmir ¿No habéis tenido problemas con los saltarenas salvajes?
- No. Suelen venir a menudo a comer la hierba, pero como ésta se reproduce rápido, ni se nota.
- Pues ahora parece que, al menos uno de ellos, le ha tomado gusto a vuestros cultivos y a las palmas tiernas. Las vallas no son obstáculo para ellos y se las pueden saltar fácilmente. Les hemos seguido hasta donde se guarecen y sé donde están.
- Pues habrá que ir a por ellos y domesticarlos

- No creo que sea tan fácil capturarlos, que yo sepa hay por lo menos siete. Yo les dejaría en su oasis, no quisiera hacerles daño alguno, pero habrá que resolver lo de los sembrados. Cuando veníamos pude ver a un tiburón de arena capturando a uno y, cada vez que se arriesgan a venir, corren el mismo peligro, pero en su oasis no tienen apenas alimento y su instinto de supervivencia les obliga a llegar hasta el pasto más cercano, que es aquí, y correr el peligro.
- ¿Qué podemos hacer? No se me ocurre nada.

 - A mí tampoco – dijo Merto.
- ¿Y si les lleváramos esa planta a su oasis?, así tendrían alimento y permanecerían allí. 
- ¿Y correr el riesgo de que la planta se extienda y colonice todo el desierto y no pare ni tan siquiera en los cultivos de los reinos acabando con todo? Si se descontrolara sería muy difícil ponerle barreras de sal – dijo Halmir
Fan le respondió:
- Creo que los propios saltarenas serán mejor control que la sal y no permitirán que crezcan descontroladamente. Bastaría con alcanzar el equilibrio entre los saltarenas y su alimento, de modo que no le permitan crecer más de lo necesario. 
- Podría funcionar ¿Cuando vamos? - dijo Merto
- Mañana mismo, si quieres, pero… ¿no te marearás?
- Tú ya sabes cómo no y no creo que haga falta que sea más explícito.
- No es preciso, ya lo sé. Esta misma tarde arrancaremos unos cuantos cepellones con buenas raíces y mañana volamos.

Así lo hicieron y, a la mañana siguiente, partieron con una buena provisión de hierba en la mochila y cada cual con su arnés, hasta que se perdieron de vista. El resto del viaje fue como de costumbre, más rápido porque las mariposas sólo tuvieron que cargar con uno.
Y llegaron a su destino. Los saltarenas salieron huyendo despavoridos cuando les vieron llegar y se dispersaron por los alrededores, a prudencial distancia. A Fan le preocupó que acabaran siendo presa de los tiburones de arena pero, mano a mano con Merto, enterraron las plantas que llevaban en aquel terreno reseco en el que sólo se veían unos cuantas hierbas insignificantes y mustias y un pequeño charco de un agua turbia y caliente con la que regaron lo que acababan de plantar.
Emprendieron el regreso y Fan pudo ver, mientras se alejaban, cómo volvían uno tras otro al oasis y cómo comenzaron a mordisquear las hierbas.


DE NUEVO EN SERAH parte 2

el próximo jueves

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