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miércoles, 24 de mayo de 2017

RELATOS DE HÉNDER, Libro 13 (En Quater) parte 6

Mucho ha durado la estancia en 
Quater y muchas cosas han 
pasado, pero ya llega 
el momento de partir




 EN QUATER 6


Fue a la mañana siguiente, cuando ya estaban casi dispuestos para marchar al Poblado, para luego seguir a la Capital, cuando llegaron los guardias y los trabajadores y un carro se detuvo, los otros carros siguieron hacia el norte. Bajaron del carro y parecían otros porque estaban limpios, llevaban ropa que parecía nueva, sencilla pero limpia y sin desgarrones, parecían satisfechos y dispuestos a trabajar inmediatamente, sin esperar al desayuno. Según comentaron ya lo habían hecho antes de salir del Poblado, pero como Gredha ya les tenía preparado, como siempre, y como aún conservaban algo de hambre atrasada, no le hicieron ascos a volver a desayunar.
El carro siguió con el resto de los trabajadores hacia  la Tejera, los reclusos estaban volviendo a desayunar, y nuestros amigos se despidieron de sus anfitriones. Marcel se abrazó a Berth y a Gredha y no pudieron contener una lágrima.
Partieron hacia el poblado, sin disimulos, con Rubí al frente, con Diamante y Esmeralda siguiéndolos y con Zafiro y Zaf revoloteando sobre ellos. Como la ruta aún estaba embarrada, y aún más tras el paso de las carretas, se apartaron de la calzada y avanzaron campo a través hacia las distantes edificaciones que se veían desde allí.
Al penetrar en aquello que podría llamarse calles del Poblado, no se montó ningún revuelo puesto que a aquella hora todos estaban en sus ocupaciones y apenas circulaba nadie por allí. La verdad es que el grupo causaba impresión pero no había nadie para impresionarse.
Se acercaron  a aquel sucio edificio que era la prisión; y los guardias, que estaban a la puerta, corrieron despavoridos a refugiarse dentro, pero no cerraron. Aquel sucio edificio ya no lo era tanto, edificio sí, pero no sucio. En el exterior no se veía ni un solo desperdicio, las paredes estaban limpias de moho, como si una legión las hubiera estado frotando vigorosamente con escobones. Los tragaluces tenían los cristales brillantes y a buen seguro dejarían entrar más luz.
Cuando se iban a acercar a la puerta para entrar y ver en qué estado se hallaba el interior, o si solo se trataba de una mera limpieza de fachada, salió el jefe de los guardias con la mano vendada. Seguramente le habían avisado aquellos que habían huido. Quedó asombrado al ver al grupo, porque el conjunto había adoptado la formación que tan buenos resultados les dieron en Roca Viva y en Trifer.
- Buenos días y sean bienvenidos
Les dijo como dirigiéndose a alguien de alto rango, con voz amable, impropia de aquel energúmeno que habían conocido no hacía mucho. Fan le respondió:
- Buenos días. ¿Qué tal la mano? Luego le cambio el vendaje. Veo que han hecho mejoras y nos gustaría ver el interior. ¿podemos?
- La mano bien, gracias. Pero, pasen, pasen, por favor.
Y se apartó a un lado dejándolos entrar, aunque mirando con recelo o más bien temor a Rubí, que le miraba fijamente. Pero las Joyas, a una indicación de Fan, se quedaron en el exterior y penetraron sólo ellos tres, seguidos por el Jefe de los guardias.
El interior era amplio pero estaba abarrotado, ordenadamente, pero abarrotado. Quedaba muy poco espacio entre las filas de literas de triple altura situadas al fondo. A la derecha había una docena de mesas largas con diez sillas cada una. Fan calculó que debían usarlas por turnos, porque el número de reclusos pasaban de ciento veinte si todas las literas estuvieran ocupadas. Se imaginó el hacinamiento que debería producirse allí cuando estuvieran todos encerrados y a la hora de las cenas, que era la única comida que hacían fuera de sus trabajos, si es que les daban allí algo de cenar. Una puerta, a la izquierda, daba a unas letrinas en zanja que, en aquel momento se veían limpias, aunque el olor daba fe de cómo debía oler aquello cuando no lo estaban. Por allí no se veían duchas ni otro tipo de servicio de aseo, y Fan le preguntó al Jefe:
- ¿Dónde se asean? Porque aquí no veo nada para ello.
- Les llevamos periódicamente por turnos al cuartel de la guardia y allí hay lavabos y duchas. Aquí no hay espacio para más. Y lo tienen que hacer vestidos, porque es el único modo de que se puedan  lavar las ropas, que de otro modo no se podría hacer. Ya le he dicho muchas veces al Administrador que esto hay que ampliarlo y adecuarlo, pero no he conseguido nada. No podemos trabajar en estas condiciones. Hasta los propios guardias tienen problemas para asearse y con la ropa. No es solo que los reclusos estén hacinados y mal atendidos, también los guardias lo estamos y llevamos meses sin cobrar, nuestro rancho es de lo más pobre en carne y en cantidad. Como los presos comen en sus trabajos, muchos de ellos se alimentan mejor que los propios guardias que les custodian. Comprenderá que, en estas condiciones, no se pueda trabajar como quisiéramos y que todos estemos alterados y de mal humor. Lamento mucho mi comportamiento del otro día y les ruego que nos disculpen. ¿Me harían el favor de hablar con el Administrador para que me haga caso?, a ustedes puede que sí se lo haga.
- No se preocupe, está disculpado y ahora entendemos muchas cosas, pero no nos vamos a entrevistar con el Administrador, lo vamos a hacer pronto con el rey y se va a enterar de todo esto. Y no vamos a esperar hasta mañana para salir hacia la Capital, lo vamos a hacer ahora mismo.

 - En la posada de medio camino puede que no encontremos cama y tendremos que hacer noche – apuntó Marcel.
- Sí, eso sería un problema, pero no sería la primera vez que dormimos al raso – respondió Merto.
- No lo puedo permitir. Ahora mismo envío un guardia con un saltarenas para que les reserve dos o tres habitaciones.
- Muchas gracias, pero con una sola con tres camas basta.

El Jefe dio instrucciones a uno de los guardias de la puerta que permanecía escondido tras las literas y éste salió corriendo hacia el cuartel.
Se despidieron y marcharon por la misma ruta que habían llegado al Poblado desde la Capital. Aquella sí que estaba en buen estado y podían caminar sin problemas por la calzada. Hicieron una breve parada para comer algo de lo que llevaban, porque no perdieron tiempo en detenerse a comer en la posada del Poblado. Y aprovecharon para ocultar las Joyas en la mochila, no querían llamar la atención por el camino, aunque en la posada ya estaría al corriente de quienes eran. A medio camino se cruzaron con un guardia que regresaba en un saltarenas, pero no reparó en ellos al no llevar sus mágicos compañeros a la vista y las mariposas volaban alto.
Acabaron llegando a la posada a la hora de cenar. La habitación estaba preparada y habían tenido el detalle de ponerles dos velas en lugar de una. Durmieron y salieron a la mañana, tras desayunar, para hacer la segunda etapa.
Al mediodía ya estaba en el barrio que ya conocían y comieron muy bien bajo el dosel de drufas. En esta ocasión, les vino bien su sombra porque hacía calor y el sol apretaba.
A continuación se acercaron a Palacio, pero a la entrada superior, la de la Guardia Real, a la puerta que usaban Sus Majestades. Antes de acercarse hicieron salir a Rubí, Diamante y Esmeralda y, a una señal de Fan, descendieron Zafiro y Zaf. Se acercaron a las puertas de Palacio en la que montaban guardia en dos garitas, una a cada lado, dos personajes elegantemente uniformados que le vieron llegar y, asombrados por aquella extraña comitiva, avisaron al jefe de guardia.
Se acercaron en formación, como otras veces: ellos entre Rubí y Diamante, tras ellos Esmeralda con las hojas bien abiertas, y cerraban la comitiva con las alas bien abiertas, Zaf y Zafiro.
El Jefe de la Guardia Real salió y, venciendo su temor o sorpresa, se acercó a ellos.
- Bienvenidos viajeros de otras tierras. Sabemos de su presencia en los reinos por las leyendas que se cuentan y sabemos que sois amigos, pero nunca hubiéramos imaginado tener el honor de recibirles. Pasen, pasen, y esperen a que ponga a Sus Majestades al corriente de su llegada.
Atravesaron aquellas grandes puertas, aunque no tan grandes e impresionantes como las de la escalinata, y penetraron en un patio interior cuyas paredes estaban cubiertas de macetas, tinajas y otros recipientes de barro con una gran abundancia de plantas en flor, un cuadro multicolor que no tardaron en explorar Zafiro y Zaf. En las cuatro esquinas se hallaban sendos bancos de piedra redondos en torno a los troncos de otros tantos umbros que sombreaban el patio. Su sombra, junto con las flores, aportaban una agradable y húmeda frescura.
No tardó mucho en aparecer, por una puerta disimulada entre tanta flor, un personaje encorvado, de cabello largo y blanco, elegantemente vestido que, mirándoles por encima de unas antiparras que cabalgaban sobre su aguileña nariz, les dijo:
- Bienvenidos a Quater. Permitidme que me presente: Soy Roblo, Chambelán de Su Majestad Bluerico VI, felizmente reinante y que Todmiro bendiga. Sois nuestros invitados y Su Majestad os recibirá tan pronto despierte de su real siesta. Mientras tanto, venid, que os muestre vuestros aposentos, os podréis poner cómodos, os asearéis y tomaréis algo.
 Y como en un aparte y en voz muy baja, añadió:
- Os dará tiempo porque las siestas de Su Majestad son de las de gorro de dormir y orinal, pero de fina cerámica quatiana por cierto, bajo la cama.
Fan les dijo a las Joyas que hicieran lo que quisieran pero que les esperaran allí, las mariposas siguieron libando y los demás curioseando.
El Chambelán se puso en marcha hacia un lugar de la pared multicolor y abrió una puerta, pintada de tal manera que no lo parecía. Subieron una estrecha escalera llegando a una planta superior. A ambos lados de un largo pasillo una hilera de puertas se perdía en la distancia y al fondo refulgía una luz blanca. Abrió la quinta puerta de la derecha y penetraron en un salón, discreta pero elegantemente decorado. Se notaba en los muebles la mano de los ebanistas de Trifer; unos cómodos sillones, un sofá, una mesa redonda con media docena de sillas, y poco más, ocupaban un ala de aquel salón. En el otro lado, una larga mesa con ocho sillas y una estantería, llena de adornos de cerámica, barro y mármol, amén de unos cuantos libros, hacía de arco sobre tres puertas que daban a otros tantos dormitorios individuales, no tan suntuosos como los de Trifer, pero amplios.
- Esta es la Suite Triple, que espero sea apropiada para ustedes. Aquí disponen de una mesa para comer algo si no desean bajar al comedor, otra mesa para reuniones, cada dormitorio cuenta con su baño individual y, en cuanto a ropa, hay lo básico de cama y baño, pero les puedo proporcionar lo que necesiten si me dan sus tallas.
 - Muchas gracias. Por mí está bien – dijo Fan – creo que también por vosotros. Ahora creo que nos gustaría refrescarnos y cambiarnos de ropa, pero le agradecemos el ofrecimiento, de momento no creo que necesitemos nada más.
Cuando se marchó el Chambelán, dijo Marcel:
- Yo me quedo el cuarto del centro, así estaré bien protegido por ambos lados entre vosotros dos.
Fan dejó la mochila sobre la mesa redonda y comenzó a sacar ropa y calzado limpio. Hizo tres montones, entregó uno a Merto, otro a Marcel, tomó el que quedaba y se retiró a su cuarto, el de la derecha que era el que le quedaba más cerca. Los demás hicieron lo propio.
Comenzaba a declinar el sol que entraba por el ventanal, cuando se encontraban los tres, aseados y con ropa limpia, a la mesa de reuniones. Fan y Merto lucían las medallas de Caballeros de la Flor de Lis que, hasta entonces, habían llevado ocultas bajo la ropa.
- Ahora a esperar a que Su Majestad Durmiente VI tenga a bien recibirnos – bromeó Merto y todos rieron.
No tardó mucho en que alguien tocara a la puerta
- Adelante - Dijo Fan
Y penetró el Chambelán, muy ceremonioso, se acercó a ellos y, tras una reverencia que hubieran envidiado en Occidente, les dijo:
- Es deseo de Su Majestad Bluerico VI, felizmente reinante y que Todmiro bendiga, recibirles y departir un tiempo antes de la cena.
 - Pues guíenos, ya estamos dispuestos – respondió Fan.
Y le siguieron al pasillo, pero no bajaron por las escaleras por las que habían subido, sino que continuaron hacia el final, hacia aquella luz que resultó ser un ventanal al exterior, hasta una regia y amplia escalinata de mármol rosa que conducía a la planta inferior.
- Demasiado rosa – comentó despectivamente Merto, pero esta vez en voz tan baja que sólo le pudieron oír sus amigos.
En aquella planta vinieron a dar a una sala de distribución, sólo provista de un amplio ventanal en la pared exterior y una puerta en cada una de las paredes restantes. Atravesaron la que quedaba al frente, penetrando en un salón que a Fan le recordó el pequeño en el que departía con el rey Yellow de Trifer.
Y allí estaba, hundido en un muelle butacón, el orondo, voluminoso e impresionante rey Bluerico, que les esperaba con una sonrisa, casi imperceptible tras sus prominentes y bermejos mofletes.
- Acercaos, amigos míos, acercaos. Me siento muy honrado por la visita de aquellos a los que tanto debemos. Me han contado tantas historias que no sé hasta qué punto son ciertas o son fabulaciones. Ahora vosotros podréis poner fin a mis dudas. Pero acercaos y acomodaos, y disculpad por que no me incorpore, porque me cuesta mucho y necesito ayuda.
Se acercaron e intentaron hacer una reverencia pero, les salió tan torpe que se sintieron ridículos, aunque el rey no hizo ningún comentario. El Chambelán les ayudó a acercar tres pesadas sillas, aunque de mullido asiento, y se retiró. Fan, tras sentarse los tres, dijo:
- Gracias por vuestra hospitalidad, Majestad. Los alojamientos son perfectos y la atención de vuestra Guardia y del Chambelán, exquisitas. No sabemos qué historias le habrán contado, pero estaremos encantados de aclarar sus dudas.
Y allí se estuvieron, hasta la hora de cenar, deshaciendo fabulaciones y añadiendo detalles que el rey ignoraba, aunque no trataron nada de su estancia en el Poblado. Fan le hizo una seña a Marcel en un momento en que estuvo a punto de hablar de ello, éste entendió y calló.
Llegada la hora, se acercaron dos lacayos empujando un sillón con ruedas, le ayudaron a incorporarse, a ocupar su medio de transporte y le acercaron a la puerta del salón-comedor privado, uno de ellos empujaba el sillón y el otro mantenía abierta la puerta. Fan temía una cena de no gala, como aquella de Trifer, pero esta iba a ser una cena auténticamente privada.
La reina Bleria ya estaba sentada a la mesa en un sillón igual al de su regio esposo. Estaban hechos el uno para el otro, porque ella era tan voluminosa como él. Acercaron al rey a la mesa y ellos, siguiendo sus indicaciones, se sentaron enfrente de ellos, y no había nadie más.
Comenzaron a servir platos y más platos de los productos del reino y cenaron en silencio. Los reyes no podían hablar porque no pararon ni un momento de engullir.
Pero el silencio no era lo que reinaba en aquel salón;  al fondo había un pequeño estrado en el que unos músicos tañían sus instrumentos, para Fan y Merto desconocidos. La música ambiente amortiguaba el entrechocar de los cubiertos y platos, así como el sonido de los sorbos y masticaciones de Sus Reales Majestades.
La cena estuvo bien, excesivamente abundante para ellos, pero Fan pensó que la cocina de la casa del porche era mejor.
Acabada la cena, regresaron los lacayos, y otros dos más. Cada pareja tomó un sillón, unos se llevaron a la reina y los otros, con el rey, regresaron al salón en donde habían estado antes. Lo cambiaron al butacón, nuestros amigos se volvieron a acomodar en sus sillas y se dispusieron a afrontar el resto de la velada hasta la hora de dormir. Fan rompió el fuego:
- Majestad: Debemos de felicitarle por lo que hemos podido ver estos días. Las Pesquerías y las Salinas son algo digno de ver y una gran riqueza para el reino, aunque creemos que las Pesquería tienen los días contados. Esa nueva instalación acabará siendo más rentable que la pesca tradicional y también resolverá el problema del agotamiento del agua salada. El comercio de leña y carbón con Trifer…
El rey le interrumpió.
- Comercio que debemos a vuestra intervención, así como la salvación de los frutos de la Palmas. Eso es algo que no os agradeceremos bastante. Y además, esos nuevos materiales de piedra blanda me han dicho que también os los deberemos a vosotros.
- A nosotros no, gracias a los termens. Nosotros sólo les pusimos en contacto con los reinos de la Tetrápolis y ahora sólo hace falta que se normalicen las relaciones diplomáticas y comerciales.
- Tenemos aún que resolver un problema, y es la competencia que esos materiales pueden hacer a los nuestros, pero ya encontraremos otros productos para comerciar. Tenemos la sal, la pesca, y ahora también la salazón, las verduras, … creo que saldremos de ésta.

 - Y puede que se abran otros campos en la agricultura y la ganadería, todo se andará – dijo Fan mirando a Merto y Marcel – Pero hemos visto algo que Vuestra Majestad desconocerá porque, en caso contrario, ya lo habría corregido.
- ¿Y qué es ello?
- El trato degradante que reciben los reclusos, y no solo los reclusos, que son condenados a trabajar en condiciones inhumanas, sino a los guardias, que no son escuchados y no cobran, los profesionales, que son extorsionados, … todo eso es obra del Administrador del Poblado penitenciario.
- ¡No es posible! ¿Trato inhumano? ¿Extorsión? ¿Tenéis testigos?

 - ¿Le sirvo yo, Majestad? - respondió Marcel
- ¿Tú? - saltó el rey, sorprendido, porque hasta entonces casi no había reparado en él.
- Sí, Majestad. Yo he sufrido de todo: abandono, hambre, persecución, las balsas de barro hace años,…
- ¿Las balsas de barro? Pero si ahí sólo deben ir hombres fuertes y sanos, nada de enfermos y aún menos niños, cuenta, cuenta.

Y allí se les hicieron las tantas, relatando Marcel su historia, Fan y Merto también le contaron lo que habían vivido allí y lo que les había contado Berth y el Jefe de los guardias respecto del Administrador.
- Muchacho: Te admiro porque has sabido sobrevivir contra todo y contra todos, pero también te felicito por haber hallado en tu camino a estos dos buenos amigos. Mañana mismo tomaré medidas para poner fin a todo esto. ¿Me ayudarás?. Enviaré al Jefe de mi Guardia para que me traiga aquí a ese mal Administrador y quisiera que le acompañaras como guía y consejero. No, no pongas esa cara; porque, aunque aún eres un niño, la vida te ha hecho un hombre, y un buen hombre. Consejero y posiblemente acabes como Administrador. Al fin podré tener allí alguien en quién confiar. ¿Puedo contar  contigo?
 Marcel no sabía qué responder, estaba dividido, y sus sentimientos oscilaban entre sus amigos extranjeros y sus amigos compatriotas.
- Haré lo que haga falta por nuestra gente que sufre, pero en cuanto a quedarme… ¿Me permitís que os responda mañana?
- Sea: mañana me respondes, pero ya voy a dar órdenes y que se prepare la Guardia Real para salir mañana, contigo o sin ti. Ahora, amigos, se nos ha hecho muy tarde. Podéis retiraros. ¿Aviso a alguien o sabréis hallar vuestra suite?
 
- Gracias Majestad, ya la encontraremos. Buenas noches – dijo Fan
- Buenas noches Majestad– añadieron Merto y Marcel , y se retiraron hacia la escalinata.
Fan se acercó a la mesa y sacó de la mochila algo de comer para las Joyas, aunque supuso que las mariposas habrían dejado sin una gota de néctar a todas las flores y Esmeralda se habría clavado junto al tronco de algún umbro. Bajaron los tres y dieron de comer a Rubí y Diamante. Dejando un frasco de mermelada al alcance de las Zaf.
Cuando regresaron al salón, Fan les condujo a la mesa de reuniones.
- Es tarde, pero antes de nada tenemos que decidir qué es lo que haremos. Nosotros ya no tenemos mucho que hacer por aquí, a no ser que tengas interés en ver en qué para todo y ver las tejeras y todo eso que nos falta ¿Qué opinas Merto?
- Que ya no tengo mucho interés. Además ya no será lo mismo. De incógnito lo pasaba mejor, pero ahora ya saben quienes somos. Yo saldría ya de Quater. Lo que habrá que decidir es a donde iremos.
- Yo estoy hecho un lío: Por una parte no os quiero abandonar me gustaría conocer esos países que nunca he visto, pero por otra parte parece que hago más falta aquí, puedo ser más útil a mi gente y tengo una posible familia que necesita un hijo y tiene muchos proyectos, y yo necesito unos padres, por lo que la vida aquí no dejaría de ser apasionante. Tendré que consultarlo con la almohada y vosotros también debéis consultarle a las vuestras cual será la próxima etapa, de modo que mañana temprano ya decidiremos, pero ahora me voy a la cama, aunque no sé si podré dormir pese a estar muerto de sueño.
 
Se retiró cada cual a su cuarto y es posible que, rendidos por el cansancio del día y el sueño, acabaran durmiendo algo, pero el sol ya entraba por las ventanas cuando los tres, como algo mecánico, se incorporaron y salieron al salón, diciendo al unísono:
- ¿Sabéis qué?
Y los tres callaron, esperando que otro rompiera a hablar. Y fue Marcel el que lo hizo primero.
- Me quedo. Mi obligación con vosotros ya acaba, pero mi obligación para con mi rey y mi gente empieza ahora. Tenía dos razones para seguiros: vosotros y mi compromiso. Tenía también dos para quedarme, mi gente y mi obligación para con ellos. Terminado mi compromiso como guía, la balanza se ha inclinado claramente. Os echaré mucho de menos y espero que volváis algún día a hacernos una visita a la Granja de los Abejanos, y a echar un vuelo con Zaf y Zafiro.
 - Nos queda un solo reino que visitar – dijo Merto – pero es, junto con Hénder, muy distante. Yo propondría ir a Serah a ver cómo le ha ido a Halmir con la barrera de hierbas.
- Pues yo he pensado lo mismo pero me voy a quedar un poco más.
 
- ¿Cómo? - dijeron Merto y Marcel
- Todos nos vamos a quedar un poco más. El tiempo suficiente para que hagas ese vuelo que te prometí. Dile al rey que te vas a quedar pero que marcharás por tu cuenta, que la Guardia ya puede salir sin ti y ya os encontraréis allí.
- ¿Y cómo?
- Los tres nos despediremos de Su Majestad, saldremos caminando y en el primer lugar apropiado, Merto se queda esperándome con las Joyas y te acompaño volando hasta el Poblado o a casa de Berth y Gredha.
 
- ¡Bravo! - Dijo Marcel, entusiasmado y palmoteando como un chiquillo.
Pasaron a despedirse del rey y el Chambelán les informó:
- Su Majestad Bluerico VI, felizmente reinante, y que Todmiro bendiga, se retiró muy tarde, aún duerme y dormirá rato. Me dio instrucciones y todo lo que yo haga será como si lo hubiera hecho él. El Jefe de la Guardia ya lo tengo preparado y esperando a que se unan a él.
- Ya pueden marchar, decidle que no me espere.
- ¿De modo que no iréis al Poblado? El rey confiaba en vos.
- Sí. Iré, pero por otros medios que no vienen al caso, decidle al jefe que nos encontraremos allí, en el cuartel de los guardias.
 
- Y despedidnos de Su Majestad – dijo Fan - porque nosotros también partimos, y agradecidos por vuestras atenciones.
-Así se hará.

Y marchó a hablar con el Jefe de la Guardia Real. Ellos regresaron a recoger sus cosas, bajaron la escalerilla, se reunieron en el patio con las Joyas, y abandonaron el Palacio

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 Entre cielo y tierra, con el paisaje desfilando a sus pies, Marcel hacía su segundo vuelo, pero éste más prolongado. No se mareaba. Veía las carretas ir y venir, diminutas allá abajo. Fan le hizo una seña y se fijó en una de las carretas, iba escoltada por cuatro saltarenas montados por cuatro jinetes de azul oscuro, el uniforme de la Guardia Real. Les estaban adelantando y le sacarían una buena ventaja, porque la carreta iba tirada por alzemús y les llevaría todo el día, teniendo además que parar en la posada para comer.
Como les iba a sobrar mucho tiempo, Fan decidió desviarse más al norte y vieron la ruta a Trifer para el carbón y la leña. Acababa en los hornos de cal y yeso y venía a unirse con aquella maltrecha ruta que llegaba desde el Poblado.
Columnas de humo se elevaban de las múltiples caleras y yeseras, se elevaban rectas y paralelas por falta de viento, aunque el paso a buena altura de Zafiro y Zaf las emborronó algo. También, desde aquella altura, se veían pequeñas montañas cónicas y blancas, parecidas a las de las salinas, aunque estas no eran de sal. Yuntas de alzemús, arrastrando pesados rodillos de piedra, trituraban las rocas calcinadas convirtiéndolas en polvo.
Desviándose ya hacia el sur, lo que se veía eran altas chimeneas, humeantes algunas y otras no, unidas a edificios de tejados rojos y, junto a ellos, amplios campos cubiertos de pilas y pilas de algo de color marrón. Parecían al alfar de Berth, pero lo que allí se secaba al sol, antes de pasar al horno, no eran figuras de cerámica, sino enormes cantidades de ladrillos y tejas.
Finalmente llegaron al alfar de Berth y descendieron. Nadie les vio porque estarían todos trabajando dentro.
- No me puedo quedar, despídeme de ellos. Aún tengo que reunirme con Merto y las Joyas y partir camino de Serah.
Y ya no dijeron nada, sobraban las palabras. Un fuerte abrazo fue el colofón de aquella dura despedida.


DE NUEVO EN SERAH parte 1

el próximo jueves
 

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