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miércoles, 10 de mayo de 2017

RELATOS DE HÉNDER, Libro 13 (En Quater) parte 4

 Marcel toma contacto con las Joyas 
y, tras visitar las salinas, 
acaban conociendo la 
Capital de Quater





 EN QUATER 4


Y bajaron al comedor. No era ya hora, pero les prepararon unos huevos cocidos con una salsa picante y unos cuencos de sopa que habían sobrado del mediodía.
En ese momento había un grupo que se encontraba jugando, en el rincón de costumbre, al juego de las piedras de colores, pero ninguno de los tres se quiso sumar al juego y, acabando de reponer fuerzas, se dirigieron hacia el norte, a aquel bosquecillo en que le habían dejado las mariposas.
- Ahora no te asustes – dijo Merto – te puedes asombrar, maravillar, alucinar,… lo que quieras, pero no debes temer nada. Lo que vas a ver es muy amigable.
Marcel ante aquella introducción comenzó a sentir algo de temor a lo desconocido, porque sólo lo desconocido es capaz de producir un miedo, generalmente irracional. Pero ese miedo cedió cuando, tras una seña que hizo Fan hacia el cielo, descendieron planeando majestuosamente dos enormes mariposas de bellos y vivos colores.
- Estas son Zafiro y Zaf. Ya te contaremos de dónde salen y, como verás, son tan grandes que nos pueden llevar en volandas. Eso es lo que hicieron conmigo y me trajeron hasta aquí desde los acantilados. ¿Quieres dar un paseíto por los aires?.
- No sé si atreverme… ¿Y si me mareo?
- Él no se marea, pero yo sí. Prueba y ya veremos si eres de los suyos o de los míos
-dijo Merto
Sacaron los dos arneses de la mochila. Fan se colocó uno, tendió el otro a Marcel y le ayudó a ponérselo.
- Ahora disfruta de las vistas y no temas, el arnés es bien seguro.
Cada una de las mariposas tomó los cables de un arnés y se elevaron rápidamente bien alto. Marcel sentía mariposas, pero no sólo en lo alto, sino en el estómago. Poco a poco fue venciendo aquella nueva sensación de vértigo y comenzó a disfrutar del vuelo.
Sobrevolaron las salinas, que se veían chiquititas allá abajo, y se aproximaron al borde del acantilado, frente a la plataforma, pero lejos y a buena altura. Pudieron distinguir las ruedas aunque aquella distancia no se podía apreciar su movimiento, pero sí a la yunta de alzemús alejándose poco a poco por aquella llanura de tierra apisonada.
Luego Fan dio una indicación a las mariposas y descendieron hacia el fondo del acantilado. Poco a poco pudieron ver acercarse las azules aguas del mar, así como los penachos de espuma de las olas y la rompiente, ya que el mar estaba agitado.
Acabaron regresando al bosquecillo, donde les esperaba Merto. Fan se quitó el arnés, pero Marcel se quedó inmóvil, como paralizado. Merto se le acercó.
- Te has mareado. Ya sabía yo que volar no está hecho para la gente. Ahora siéntate en el suelo y espera a que se te pase.
- No –
acabó balbuceando – mareado no, anonadado. Me he quedado impresionado y con ganas de más. ¿Por qué hemos regresado tan pronto? ¡Hay tantas cosas que ver y, desde arriba, es todo tan diferente…
Terminó de quitarse el arnés y se quedó con la mirada perdida allá en lo alto, como hipnotizado, contemplando a Zaf y Zafiro en sus evoluciones.
Tras recoger, doblar bien y guardar los arneses, se sentaron en el pasto, mientras el sol se iba poniendo más allá de las salinas y el bosque comenzaba a oscurecerse.
- Vamos a la posada, que ya va siendo hora, y se nos va a hacer de noche aquí – dijo Merto.
Sacaron de su ensimismamiento a Marcel y se pusieron en marcha.
Una vez en la posada tampoco tuvieron ganas de jugar a las piedras y cenaron pronto. Se retiraron al dormitorio y, sentados en las sillas, comenzó una larga velada en la que Fan le puso al corriente de sus aventuras. No dejó meter baza a Merto, porque no hubieran acabado en toda la noche, y expuso lo básico de sus andanzas muy esquemáticamente.
- ¿Y las otras Joyas? ¿Dónde están?
- Mejor será que las veas mañana. Ahora ya es muy tarde y deberíamos dormir algo.

No durmieron mucho. Se despertaron más pronto de lo que hubieran deseado, y no a causa de los gallos, que no había por allí, sino por la trepidante actividad que se desarrollaba en aquellas instalaciones: carretas para aquí y para allá, alzemús brufando estentóreamente y martillazos de obreros arreglando carretas o construyendo nuevos cobertizos.
Tras desayunar salieron a recorrer las Salinas y en eso se les fue toda la mañana. No vieron nada nuevo ni diferente a lo que ya vieran al paso cuando llegaron o Fan y Marcel desde las alturas. Allí no había nada que hacer y decidieron seguir hacia la Capital. No se hallaba tan cerca como para poder llegar aquella misma noche ni tan lejos como para necesitar más de un día.
- Si salimos después de comer tendremos que hacer noche en el camino, hay una posada a media jornada, el problema es que no tiene muchas camas, pero si nos llevaran volando… - Apuntó Marcel
Le respondió Fan:
- De volar nada. Ya te hemos dicho que no queremos llamar la atención a menos que sea inevitable. No queremos que sepan quienes somos. Queremos viajar de incógnito: sin recepciones oficiales, ni cortejos, ni agasajos. Has de prometer que guardarás nuestros secretos.
- Ya decía yo que sois muy raros… A cualquiera le entusiasmaría todo eso y ser famoso, pero... de acuerdo, nada de llamar la atención. Aunque… ¿podremos hacer otro vuelo algún día?
- Está bien eso de la fama y el reconocimiento, aunque con moderación, y nosotros ya hemos saboreado el éxito tanto que ya nos empacha. Y no te preocupes que volverás a volar, pero a su tiempo y procurando no ser vistos. Ahora volvamos a aquel bosquecillo y te mostraremos nuestras Joyas. Ya sabes lo que son y cómo son, de modo que no creo que te sorprendan mucho. Espero…

Y, pese a la descripción que le habían hecho y la advertencia de Fan, no salía de sus asombro: ovejas había visto, pero nunca un lobo, porque en los reinos no había, pero aún menos había visto una col como aquella, tanto por el tamaño como por el hecho de desplazarse usando sus raíces como usa sus mil patas un milpies.
Zafiro y Zaf descendieron de las alturas y, tras tanto tiempo de separación, tiempo que para Rubí, Esmeralda y Diamante no había sido nada, se encontraron reunidos los dos amigos y sus cinco Joyas, pero esta vez había un miembro más en el grupo.
Pasaron la tarde retozando por el bosque: Esmeralda explorando las profundidades de aquella tierra que encontró algo salada dada la proximidad de lo que fuera el lago, Rubí marchó de exploración y regresó con un roerroe de buen tamaño entre los dientes. Por allí no había otra especie que aquellas esquivas alimañas que se alimentaban de las raíces tiernas de los árboles. Mientras tanto, Diamante se estuvo un buen rato de cata, probando todas las especies vegetales que se criaban por allí intentando hallar una de su agrado, pero Fan le tuvo que preparar una infusión después de que probara unos tallos de amargaria.
La tarde trascurría plácida para Fan y Merto, como en otros tiempos con sus Joyas. Le aclararon algunas dudas a Marcel y repasaron los sucesos de los últimos días. Entonces se suscitó una duda.
- ¿No crees que tendríamos que acercarnos a ver a Blader para que vea que estás bien? - dijo Merto
- ¿Y descubrir nuestros secretos? Creo que ya hemos hecho de más haciéndolo con Marcel. ¿Cómo se lo explicarías?
- No sé cómo, pero es que quedó muy apenado por lo que pasó y debe sentirse muy mal. Deberíamos tranquilizarle.
- Es cierto, le afectó mucho, pero no nos conocía, ya se le habrá pasado porque la muerte accidental por aquí, especialmente en las canteras y el acantilado, es frecuente y si es de un extraño no deja mucha huella. Lo que no sé es si lo mantendrá en secreto o hará correr la historia del accidente
– dijo Marcel.
- Es posible que lo oculten. Para una estación experimental no debe ser muy buena propaganda el que se produzcan accidentes. Podría afectar a la buena marcha del proyecto – dijo Fan – Además creo que les hice un favor. A partir de “mi muerte” tomarán medidas de seguridad para evitar caídas y adoptarán otras para detener o cambiar el sentido del giro de las bobinas rápida y fácilmente. Ya veréis como ésto servirá para perfeccionar el proyecto y hacerlo más seguro.
- Es posible
– concluyó Merto – Y la verdad es que no se me ocurre nada para explicar tu salvamento sin comprometernos ni desvelar lo que no conviene desvelar.
Ya oscurecía cuando, reunidos todos, las mariposas emprendieron el vuelo y se perdieron en dirección a algún refugio nocturno. Merto hizo entrar en la mochila a los tres restantes y ellos tres se retiraron a la posada. Esa noche, tras la cena, se fueron a la cama bien temprano porque a la mañana siguiente partirían hacia la Capital. Durmieron profundamente, aunque a Marcel le costó conciliar el sueño, reviviendo las emociones vividas desde el día anterior. Fan también tardó un poco en dormirse recordando lo que había visto con el sicuor y pensando en cómo y cuando haría aquel viaje con Góntar. El único que se durmió enseguida fue Merto y se le oía roncar suavemente, como un ligero ronroneo, casi antes de apoyar la cabeza en la almohada.  

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La estructura viaria y de servicios de Quater parecía ser uniforme en todo el reino. Aquella ruta directa que unía las Salinas con la Capital, contaba con una posada a medio camino, con un comedor igual a las que ya conocían; salvo que, al ser sitio de paso y no de residencia, no contaba con espacio para juegos. La diferencia más significativa con las otras posadas fue el menú, aunque también era fijo y sin posibilidad de elección. Pero allí predominaba otro tipo de ingredientes como: las verduras de las huertas que rodeaban a la Capital así como los huevos y carnes de sus granjas y rebaños. De modo que tomaron un cuenco de una sopa de verduras finamente picadas y una multicolor tortilla de vegetales, cortada a tacos de un solo bocado, todo ello consumible fácilmente sin necesidad de cubiertos.
Tras comer tranquilamente en aquel lugar, no tan abarrotado como los que visitaron anteriormente, se pusieron en camino y llegaron a la Capital al caer la tarde, tras atravesar campos y campos de cultivo y algunas granjas.
Algo les llamó la atención. Aquello parecía igual que la Capital de Trifer pero, lo que allí era madera, aquí era piedra, hasta la calzada de acceso a la ciudad estaba adoquinada, aunque resultaba más ruidosa con las carretas que la calzada de madera de Trifer. Lo que allí sonaba como un zumbido suave de la calzada, aquí lo que sonaba eran las ruedas de las carretas sobre el empedrado.
El viaje había trascurrido sin incidencia alguna digna de resaltar, salvo que una relación de camaradería se había establecido entre los tres compañeros caminantes. Marcel ya era uno más del grupo, tanto como cualquiera de ellos o cualquiera de las Joyas.
Lo primero que hizo éste al llegar fue guiarlos a un barrio periférico, pero cuidado con esmero, de casitas de ladrillo en lugar de piedra como eran las mansiones del centro. Aquel barrio les recordó a su pueblo. Todas las casitas tenían por delante un pequeño jardín y en la parte trasera se veían parcelas con corrales y huertos; pero, a diferencia de Aste, también contaba con algunos comercios, casas de comida y también posadas, no muy numerosas pero suficientes para poder cenar y alojarse aquella noche. Al día siguiente ya decidirían qué hacer.
Como hizo en las Pesquerías, Marcel les condujo a una casa con un porche amplio y sombreado por un entretejido de drufas cultivadas que trepaban por las columnas de ladrillo así como por las paredes y formaban una verde cubierta a modo de tejado. Entre el verde de las hojas se destacaba el azul claro de los frutos que era el fruto preferido en el reino , especialmente por su color. En aquel porche había media docena de mesas, de las que dos se hallaban ocupadas con gente cenando y charlando animadamente.
No es que hiciera calor, el sol ya estaba casi en el ocaso y no hacía falta la sombra, pero el ambiente era agradable y fresco. Decidieron ocupar una mesa y Marcel entró en la casa, saliendo al poco rato.
- Ya está todo decidido. Espero que os guste lo que nos van a servir. Yo venía a aquí a menudo con mis “protectores” y conozco bien a los dueños y lo que saben cocinar. Creo haber acertado en lo que he escogido. ¿O preferís algo de pescado?
- ¡Oh, no! ¡De ninguna manera! ¡Ya hemos tenido bastante!

Sonaron dos voces entremezcladas y los tres acabaron con una triple carcajada, no habían podido contener la risa.
 Lo primero que les sirvieron fueron unos cuencos de una suave crema, esta vez con cubiertos, que tenía un intenso aroma a hongos y ese aroma se elevaba humeantes dibujando caprichosas volutas, sobre la crema flotaba algo parecido a burbujas de un delicado material crujiente y que, al romperse, dejaban escapar un aromático humo floral.
- Si lo demás mantiene la misma línea, tendré que admitir que no tienen que envidiar a los occidentales – dijo Fan.
A continuación les sirvieron unas verduras braseadas con el único aliño de unas ligeras escamas de sal azul cristalizada en capas de las Salinas que lo único que hacían era aportarles un toque de sorpresa crujiente y realzaban cada uno de los sabores naturales. Algo delicioso que, tanto Fan como Merto, disfrutaron y estuvieron a punto de pedir otro plato, pero Marcel les contuvo anunciándoles el siguiente plato.
Este consistía en unas tiernas chuletas de lechal a la brasa, con la misma sal que las verduras y un toque de hierbas que Fan quiso saber cuales eran, pero aquella mezcla era un secreto de la casa y se quedó sin saberlo. La carne se deshacía en la boca y lo que único que hacían la sal y las hierbas era resaltar el sabor de la carne y el aroma de la brasa de ramas de umbro, que le aportaba un toque resinoso muy suave, casi imperceptible, pero decisivo.
Lo que ya no les resultó tan especial, habiendo probado las frutas de Alandia y sus diversas elaboraciones, fue el postre, que consistía en una tarta cubierta de una especie de compota de algo parecido a la mermelada de aplos, aunque con un toque azul de drufas en almíbar que, además de color le daba un punto de acidez.
Aquella casa de comidas contaba también con unas pocas habitaciones y Marcel había reservado una; de modo que, tras tomar una infusión digestiva y unos cuantos vasitos de destilado de drufas, Fan y Merto pudieron irse a dormir, aunque un tanto tambaleantes y bajo la atenta mirada de Marcel que, no habiendo bebido nada, estaba al tanto por si alguno daba un traspié.
Durmieron como troncos, no se sabe si por el efecto de los vapores etílicos o por el cansancio de la jornada; pero los gallos, allí abundantes, puesto que casi cada casa tenía el suyo, les despertaron con su proclama matutina con la que anunciaban el nuevo día a voz en grito.
El desayuno consistió en el zumo de una fruta local, para ellos desconocida pero muy dulce y energética, un tazón de leche fresquísima y casi espesa, que Marcel luego les aclaró que era de alzemú, y unas galletas muy especiadas.
Se lanzaron a visitar la ciudad y al llegar al centro, como cabía esperar, estaba todo construido en piedra. Era el material de construcción noble y señorial y, salvo algunos barrios que usaban el ladrillo, cubría todo, hasta las calzadas. Los pocos carros que circulaban a aquella hora temprana hacían sonar su runrun runrun por aquellas calles. Las tiendas ya comenzaban a abrir sus puertas y pudieron ver: de comestibles, en los que exponían una panoplia colorida de frutas y verduras, las carnicerías, que exhibían pirámides de huevos, aves y cortes de ovino, muchas otras tiendas de objetos de vajilla, enseres y objetos decorativos, todo ello en cerámica, barro o mármol esculpido. También se veía alguna tienda de artículos de importación con productos procedentes de los otros reinos como: trabajos de forja, ebanistería, cueros, tejidos,… aunque les parecieron vacías de clientes cuando en las demás ya había una animada actividad. Cualquiera diría que los clientes de esos productos eran menos madrugadores o que los quartianos eran muy de lo suyo, como también lo eran los triferianos y sólo compraban productos locales.
Vista una calle del centro, vistas todas. Salvo detalles decorativos o de tamaño, todo era igual, cortado por el mismo patrón y con los mismos materiales.
 Lo que si fue digno de visitar fue el Palacio de Su Majestad Bluerico VI. Como los otros palacios reales que habían visto estaba defendido por gruesas murallas, en este caso ciclópeas. ¿Qué debían temer todos los gobernantes para tamañas precauciones?.
Pero, a diferencia de otros lugares, allí estaba permitido atravesarlas y visitar los jardines y los exteriores de Palacio.
Los jardines eran sencillos, coloridos y muy bien cuidados. No tenían el tamaño ni la suntuosidad de los de Alandia, pero eran dignos de ser paseados.
En cuanto al Palacio en sí, tenía recubierta toda la fachada de mármol rosa, contaba con unas dos docenas de columnas esculpidas con motivos foliares y en el mismo material de la fachada. Era espectacular.
- Demasiado rosa – comentó despectivamente Merto.
Las columnas ascendían flanqueando una alta escalinata, también en mármol, aunque no rosa sino blanco, hasta la puerta frontal principal. Era la puerta que se utilizaba para las recepciones y que obligaba a todos a ascender penosamente la escalinata hasta los pies del trono, esculpido en un bloque de mármol negro, que se podía ver al fondo del salón, tras las enormes puertas abiertas de par en par.
Los reyes, lógicamente, no usaban aquella entrada tan incómoda. Disponían de otra, a pie llano, en la parte posterior, que es donde se encontraban también los cobertizos de las carrozas, el cuartel de la Guardia Real y las cuadras de los saltarenas.
A mediodía comieron en un rimbombante establecimiento del centro, muy famoso y muy caro, pero no quedaron tan satisfechos como la noche anterior.
Aún quedaba bastante tarde por delante y Marcel les aconsejó visitar el Museo Quatiano y les guió hasta un enorme y pétreo edificio con unas franjas a todo lo largo de la fachada que no descubrieron su objeto hasta que entraron. Unas pesadas puertas de granito grabadas con motivos vegetales y montadas sobre rodillos, daban acceso a un enorme salón. Estaba ocupado por una infinidad de pedestales sobre los que reposaban figuras de diversos tamaños, también había vitrinas con objetos más pequeños y estanterías en las paredes con muchos otros objetos. Al pronto no pudieron apreciar los detalles porque en el interior reinaba una especie de semipenumbra, rota por los intensos rayos de sol que penetraban por aquello que habían visto al exterior, aquellas franjas eran una especie de tragaluces ingeniosamente preparados para que iluminaran, realzando en la penumbra reinante, los objetos y las piezas expuestas.
Se acercaron al objeto más cercano y la luz le iluminaba de lleno. Se trataba de una figura de hombre, no pudieron saber por el color de qué reino se trataba porque estaba esculpido, salvo de rodilla para abajo,  en granito gris aunque con un cierto tono azulado. Una obra escultórica  perfectamente lisa que refulgía a la luz del sol que, como un rayo, penetraba y la iluminaba en su totalidad. Representaba a un hombre de largos cabellos, facciones nobles y mentón prominente, en posición de marcha, como si avanzara hacia la luz, aunque sus pies y partes de las piernas eran un bloque de granito en basto, sin pulir. Se quedaron un rato admirando la perfección de los más mínimos detalles, hasta los músculos y las venas de los brazos se marcaban perfectamente como si estuviera haciendo un esfuerzo sobrehumano para escapar de su prisión de piedra.
- Este es Todmiro El Fundador. Las antiguas leyendas dicen que fue creado en el origen de Quater y que todos descendemos de él, así mismo se dice que todo lo viviente también fue creado luego por él, aunque esta creencia tiene muchos detractores porque, ¿También creó la fauna y flora que compartimos con los otros reinos?. Cuentan que, tras un cataclismo muy remoto se crearon los acantilados sobre el Mar Profundo y que de un bloque de granito emergió un ser, mitad agua mitad piedra, al que la luz de Flamia Llena dio vida y acabó liberándose.
- ¿Flamia? ¿Qué es eso?
- preguntó Merto
- La Luna Mayor ¿cómo le llamáis vosotros?
- Para nosotros es la Primera Luna o Sattel y la más pequeña es la Segunda Luna o Munie.
- Pues aquí esa Primera Luna se llama Flamia y, como decía, con su luz dio vida a todo partiendo de la roca y el agua. Por eso la estatua de El Fundador es la primera que se encuentra nada más entrar en el museo. Un día os contaré la leyenda, pero ahora será mejor apresurarnos si queremos ver lo suficiente.

De modo que se pusieron a dar vueltas por la sala siguiendo los pasadizos que formaban las largas hileras de esculturas y vitrinas en las que se exponían trabajos de menor tamaño, incluso en miniatura. Pudieron admirar figuras antropomórficas, de animales, de plantas, objetos de decoración y utensilios diversos. Todo ello esculpido o modelado en los más variados materiales: Mármol, granito, cerámica, barro,… Se hubieran estado allí más horas contemplando tantas obras de arte, pero ya el sol estaba declinando, la luz que penetraba por los tragaluces se iba inclinando hacia el techo y ya no iluminaba la mayor parte de lo expuesto. De modo que se marcharon admirados de tanta belleza y tanta habilidad de los artistas que habían creado todo aquello. Ciertamente aquel había sido el tiempo mejor empleado en su visita a la Capital de Quater, que poco más de interés tenía. Habían visitado todo lo visitable y visto todo lo visible; de modo que, tras cenar muy a gusto otra vez donde la noche anterior, decidieron marchar hacia las tejerías y los hornos de cal y yeso del Norte.






EN QUATER parte 5

el próximo jueves

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