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miércoles, 3 de mayo de 2017

RELATOS DE HÉNDER, Libro 13 (En Quater) parte 3

 Esta vez conocen unas nuevas instalaciones 
experimentales, pero se produce un grave 
accidente que acabará cambiando las 
cosas y las relaciones entre ellos
 




 EN QUATER 3
Bien temprano ya estaban desayunando y dispuestos para emprender la marcha hacia las Salinas.
La ruta estaba en buen estado, se notaba que era transitada, aunque no encontraron tanto movimiento como en la que unía la Capital con las Pesquerías. Parecía que por allí pasaban únicamente algunos carros con pescado para las Salinas, y sal para una o dos instalaciones conserveras que habían descubierto lo que era el pescado en salazón y últimamente producían una buena cantidad. La exportaban a los otros reinos a los que no les llegaba bien el pescado fresco, a no ser por medio de recaderos rápidos en saltarenas, aunque eso encarecía mucho el producto y sólo se lo podían permitir muy pocos.
Fan pensó que la salazón lo habrían aprendido gracias a los hurim, que solían relatar cómo les habían revivido con aquel guiso de pescado.
No tardaron mucho en llegar a un terreno yermo, despoblado totalmente de cualquier signo de vida vegetal, polvoriento y blanquinoso.
- Hasta aquí llegaba el límite del lago salado hace muchos años – dijo Marcel – Era enorme y ahora ha quedado reducido a estas tierras estériles por el exceso de salinidad, y a una charca, enorme pero charca, comparada con lo que este lago fue.
- Y acabarán desecándola totalmente – dijo Fan.
- Es posible; pero hace tiempo que vienen estudiando cómo subir agua del mar a fin de rellenar los embalses, y me han comentado que con éxito, un éxito relativo pero que siguen perfeccionando.
- Pues habrá que verlo – dijo Merto.
Y siguieron caminando por aquella ruta polvorienta hacia un horizonte lejano, bajo un sol que apretaba de firme y que veía su efecto reforzado por el albedo de aquellas blancas superficies. El finísimo polvo salino les irritaba los ojos y les hacía estornudar, pero Marcel les animó a seguir, porque ya no faltaba mucho. Comenzaban a ver, en la distancia, unas formaciones cónicas, de un blanco refulgente. A su paso se mostraban los primeros signos de humedad y la ligera brisa ya no levantaba nubecillas de aquel polvo impalpable irritante.
Llegaron muy cerca de una de aquellas montañas blancas; en donde, un equipo de trabajadores provistos de palas, iban cargando una carreta con la sal, que era de lo que estaba hecho aquel enorme montículo.
Al frente brillaban, por los rayos del sol en el cénit, las aguas de un gran embalse, así como de unas superficies cuadriculadas; a las que varias norias, movidas por alzemús, trasvasaban las aguas del embalse. Alguna de aquellas cuadrículas se veía seca, sin agua, pero con una capa blanca de sal en el fondo que otros equipos de trabajadores extraían, cargaban y apilaban formando otro de aquellos blancos conos.
Cerca de los acantilados que daban al Mar Profundo, se hallaban los alojamientos de los trabajadores y una especie de posada, como las que ya habían visto.
Aún no era hora de comer, pero se informaron y pudieron comprobar que el menú no difería mucho del de las otras posadas que habían visitado. De todos modos aquella se notaba algo diferente. La planta baja, o salón de comidas era, además del comedor colectivo de los trabajadores, un local de recreo en que pasaban sus horas libres jugando a unos juegos  con fichas que Fan y Merto desconocían y tomando un fuerte licor destilado de drufas y otro del árbol de azúcar. Intentaron probarlo pero aquello era demasiado fuerte y necesitaron sendas infusiones para calmar el ardor de bocas y estómagos.
En un rincón, despejado de mesas, se encontraba un grupo jugando a algo que les llamó la atención. Los contendientes, desde una línea roja pintada en el suelo, lanzaban unas piedrecillas contra un círculo dibujado en la pared y éstas rebotaban y caían al suelo. En el suelo estaban marcadas unas líneas paralelas y otras perpendiculares a la pared formando una cuadrícula. Los cuadros del suelo estaban pintados de varios colores. Cada jugador usaba piedrecillas de diferente color. Cuando todos habían tirado, se acercaban e iban retirando piedras, propias y ajenas, y hacían un recuento. Al apartarse, quedaban cuadros con piedras que nadie retiraba. Parecía que ganaba aquel que, tras repetir la tirada varias veces le quedaba alguna piedra.
Marcel les contó:
- Éste es el juego más popular de Quater, y también de los demás reinos. Habréis visto que las piedras y cuadros tienen los cuatro colores de la Tetrápolis: negro, rojo, amarillo y azul, pero también hay cuadros blancos, por Serah. Las piedras que caen en los cuadros blancos o que caen fuera de la cuadrícula son perdidas y no se recogen, de modo que cada vez hay menos en juego. Después de cada tirada, se retiran las piedras de los cuatro colores, pero sólo si hay piedra del propio color del cuadro, en caso contrario se dejan sin recoger, haya lo que haya, y cada cual recoge todo lo que caiga en un cuadro de su propio color; pero, como he dicho, siempre que contenga una propia. Si en su cuadro hay una sola piedra, el jugador podrá recogerla si es de su propio color, aunque podrá optar por dejarla en espera de que caiga alguna de un contrario, pero si no cae ya no podrá retirarla en las siguientes tiradas, y si en la tirada siguiente cae en uno de esos cuadros de color una propia habiendo ajenas o una ajena habiendo propia, entonces sí se puede recoger todo. Pierde el primero que se queda sin piedras que retirar y gana el último que recoge algo cuando los rivales ya no pueden hacerlo. Otro detalle es que si una o varias piedras, al ser lanzadas hacia el círculo, da fuera de él se penaliza con la retirada de una piedra. 

Merto se animó a jugar una partida, pero Fan le dijo:
- Es interesante y no me importaría pasar el tiempo hasta el mediodía jugando a esto, pero… ¿Qué hacemos? Nos queda aún un tiempo y no quisiera pasarlo jugando con piedrecitas. Nos tendremos que quedar a dormir esta noche aquí para poder ver algo mañana. ¿Qué opinas Marcel?
- Pues que ahora mismo puedo reservar una habitación y podríamos acercarnos a visitar esa instalación experimental que me han contado. Mañana veremos tranquilamente las salinas.
- Ya lo puedes hacer y, si no sabes donde está eso que dices, pregunta. Mañana podemos jugar un rato, Merto. Y me juego lo que quieras que te gano.
- ¿Lo que quiera? Me lo pensaré, pero no creas que te va a salir barato.

Marcel reservó una habitación para tres y se pusieron en camino. Siguieron el borde del acantilado, hacia el norte, y acabaron dando con una extraña instalación.
Siguiendo a su guía, habían llegado a un pequeño edificio en el que pensaron debían encontrarse los responsables de todo aquello. Marcel se adelantó, regresando al poco con un hombre de mediana edad, calvo y fornido, que les saludó y comenzó a decirles:
- Permitidme que me presente, extranjeros, soy Blader, responsable de esta instalación. Se trata de una planta piloto de bombeo y pesca. Hemos tenido muy buenos resultados, aunque a costa de muchos intentos y fracasos. Ahora podemos subir agua desde el mar profundo por medio de un cable de cangilones; pero también pescar, usando los aparejos de las Pesquerías. En nuestro caso no es preciso descender con las carretas aquella larga ruta en zigzag, ni hacer luego la larga y penosa ascensión con las carretas cargadas. Las cestas-redes suben directamente desde el mar hasta lo alto del acantilado.
- ¿Qué son esas ruedas enormes – preguntó Fan, señalando a unos grandes tambores de madera que  sobresalían de la pared, sobre el mar, en una plataforma firmemente anclada en el terreno y con contrapesos de bloques de granito en los extremos de las vigas que descansaban sobre el suelo.
- Esas son las bobinas que hacen subir y bajar a los cangilones y a las cestas-red que cuelgan a cada extremo del cable de descenso. La rueda de noria que se ve más lejos funciona ininterrumpidamente subiendo agua con dos parejas de alzemús, pero la de pesca debe permanecer un tiempo en el agua hasta atraer a los peces y basta con una pareja de alzemús. Cuando una cesta-red baja, la otra sube. Pero será mejor que lo veáis por vosotros mismos. Ya toca subir una cesta. A ver qué hemos capturado. Esperad aquí.
Marchó hacia el edificio y, al poco, salió con otros dos que debían ser sus ayudantes. Más lejos se veían las otras ruedas girar y cómo otros ayudantes esperaban con un tiro de arrastre junto a una de las grandes ruedas.
- Ahora veréis cómo funciona – les dijo – seguidme.
Y se encaminó a la bobina que estaba más cerca.
- Como podéis ver, esta bobina tiene un largo cable arrollado, mientras que la otra está vacía y veréis que el cable está extendido por el suelo y se pierde a lo lejos. Sí; lo único que necesitamos es espacio, distancia, tanta como profundo está el mar. Ambas bobinas mueven el eje y la rueda tractora que hay entre ellas y sobre la que cuelga el cable que baja y sube hasta lo más profundo. Esta bobina más próxima es la que hará subir la cesta-red que se encuentra ahora sumergida; mientras que la otra que estáis viendo allí, a la altura de la plataforma, comenzará a descender y se arrollará el cable en la otra bobina.

Engancharon la yunta de alzemús a la argolla del cable, que colgaba de la bobina, y comenzaron a tirar. Mientras aquel cable se desplegaba, el otro comenzó a arrollarse y la cesta-red que estaba arriba a descender. Paso a paso la yunta se fue alejando y pasó un buen rato hasta que casi no se les veía en la distancia. Cuando ya quedaba muy poco cable por desenrollarse y ya se aproximaba la argolla final del otro cable, apareció goteando sobre la plataforma la cesta red que acababan de subir. Se acercaron y vieron en su interior una buena cantidad de pescados variados. Alguno aún se agitaba, pero la mayoría, tras aquella larga ascensión ya no se movían. 
- Como podéis ver es mucho menos laborioso y más rápido que las antiguas Pesquerías y acabaremos reemplazándolas cuando se instalen suficientes plataformas. Afortunadamente aquí tenemos terreno llano en abundancia. 
- ¡Es impresionante! - dijo Merto – ésto sí que viene a resolver el problema de acarrear la pesca hasta arriba del todo.
Estuvieron curioseando por allí y, al rato, regresaron los ayudantes con los alzemús.
- Ahora podrían engancharlos al cable de la otra bobina y el movimiento de las cestas-red serían lo inverso de lo que habéis visto. Pero como hay que mantener sumergida un tiempo la que acabamos de bajar a fin de que entren los peces, lo que se hace ahora es descargar la que está arriba.
Los ayudantes acercaron una carreta, balancearon la cesta-red sobre una canal de madera que habían colocado bajo ella y que acababa en la caja de la carreta, y dejaron caer la carga. Retiraron la canal, apartaron la carreta y condujeron la pareja de alzemús junto a la otra bobina. Les pusieron pienso y marcharon con la carreta hacia el poblado de las Salinas. Era una carreta ligera y la llevaban a mano, tirando del varal.
- Como hay que esperar a que la cesta de abajo se cargue, da tiempo a descargar allá abajo la pesca de una hasta subir la otra. Pero cuando tengamos más plataformas el trasiego de pesca y cestas será continuo.
- ¿Podemos ver, mientras tanto, la noria del agua? - dijo Fan.
- Claro. Vamos allá
Y marcharon hacia la otra plataforma. Allí las bobinas estaban girando lenta, pero continuamente. El cable estaba provisto de unos cubos distanciados unos de otros unos dos largos, e iban subiendo. Al dar la vuelta en la rueda tractora se vaciaba su contenido y el agua venía a caer en una canal que la conducía por una tubería hacia las Salinas.
- No es mucho el caudal que permite una plataforma; porque el tamaño de los cubos llenos está limitado por el peso que puede izar una yunta, y el número y capacidad de los cubos está condicionado a ello y por la altura. Pero funcionado día y noche hemos conseguido llenar una de las balsas de evaporación  en dos días.
- Muy interesante – dijo Fan – ¿puedo verlo más de cerca?
- Claro, no hay problema.

Fan se acercó al borde de la plataforma. Quería ver cómo subían los cubos y cómo bajaban los otros. En lo alto del acantilado, en aquel voladizo sobre el abismo se notaban las ráfagas de viento más que en otro sitio. Corrientes de aire que ascendía arremolinadas a lo largo de la pared rocosa y que hacían bambolearse los cubos, especialmente los que descendían vacíos.
Estaba absorto, contemplando aquel espectáculo impresionante, cuando resbaló sobre los tablones chorreantes, perdió el equilibrio y, no teniendo nada a lo que asirse, se precipitó al vacío con un grito de pánico. Todos quedaron petrificados contemplando aquella escena.
La caída quedó frenada unos largos más abajo al toparse con uno de los cubos, al que se aferró con todas sus fuerzas.
- Menos mal – pensó – ahora me izarán hasta la plataforma.
Metió una mano en el cubo y comprobó que no se encontraba en los cubos ascendentes, sino en los descendentes.
Cuando los horrorizados espectadores pudieron reaccionar, se asomaron al vacío y le vieron debatíéndose, asido al cubo y bamboleándose a merced de los vientos que azotaban el acantilado.
- ¡Hazle subir! - gritó Merto a Blader
Pero éste tardó bastante en reaccionar; hasta que, finalmente, gritó.
- ¡Hay que parar las bobinas!
Pero los ayudantes que estaban tirando se hallaban ya muy lejos y los otros que esperaban con la yunta en la otra bobina no podían hacer nada, la argolla de enganche aún se encontraba muy lejos, el cable aún se encontraba allí tirado en el suelo, deslizandose poco a poco. Las bobinas habían acelerado la marcha y el descenso aún era más rápido. El peso de Fan había hecho de contrapeso y a la yunta que estaba tirando le era más fácil hacerlo y avanzaba más deprisa.
Y seguía descendiendo, cada vez más cerca del mar y más lejos de la plataforma. Las manos le dolían y el borde del cubo se le clavaba. Allí los vientos eran más violentos y rompían contra las rocas, mientras una columna ascendente hacía bambolearse sin cesar a su endeble asidero. Decidió asirse al cable, y lo logró. De haber sido el cubo algo mayor podría haberse metido dentro, pero sólo le daba para un pie. De modo que, a la pata coja, y agarrado a una gruesa cuerda basta y chorreante, que casi se le resbalaba de las manos, seguía su agitado descenso, confiando en que lograrían izarlo.
Mientras tanto, Merto, desesperado, se debatía en un mar de dudas.
- ¿Qué podría hacer? - pensaba – si tuviera la mochila podría sacar a las Joyas, pero… ¿de qué iban a servir? ¿qué podrían hacer ellas que no pudiera hacer yo mismo? Nada. Sólo cabe confiar en que cambien de cable y lo suban.
Los ayudantes, guiando a los alzemús, siguieron el cable para engancharlos y tirar en dirección contraria, Marcel les acompañaba. Llegaron hasta la argolla, que se deslizaba rápidamente por el suelo, lograron engancharla, y tiraron todo lo fuerte que pudieron. Pero al otro extremo, en el otro cable, la otra yunta también tiraba y sólo consiguieron detener el descenso. Había que pararla y desengancharla.
En ese preciso instante, el tirón y la parada de las bobinas produjeron un brusco movimiento en todo el cable y a Fan se le resbalaron las manos, quedando colgando, cabeza abajo, con el pie enganchado en el cubo y manoteando desesperado.
Marcel había salido corriendo en busca de los otros ayudantes a fin de hacerles parar el tiro y desenganchar. Fue una desesperada carrera y logró su objetivo. La otra yunta comenzó a tirar y los cubos que subían dejaron de verter agua. Estaban volviendo a subir los cubos vacíos. Marcel había corrido nuevamente y regresó sin aliento. Quería ver como Fan llegaba, sano y salvo hasta lo alto de la plataforma. Se unió a Merto y a Blader, que ya habían visto, con alivio, como se había invertido la marcha de las bobinas y cómo, con ello, debería estar izandose el cubo al que vieran aferrado a su amigo.
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Mientras tanto Fan ya se encontraba a punto de desfallecer, había conseguido alcanzar el cable pero estaba resbaladizo y difícilmente se aguantaría si se le acababa soltando el pie enganchado en el cubo. Se dio cuenta de que el cubo había comenzado a subir, pero le dolía el pie, los brazos y los dedos. Lo veía muy mal. Se veía cayendo al vacío, pero le animó el recordarse volando con Gontar camino de la cabaña. Sus días no se iban a acabar allí y eso le infundió nuevos ánimos y nuevas fuerzas. Pero el tiempo pasaba lento y la ascensión también. Ya se veía perdiendo su asidero y cayendo al vacío, cuando sintió que algo le aferraba por los hombros y, tirando de la ropa, le desenganchó del cubo y le alejó de los acantilados y las violentas corrientes de aire.
Luego tomó altura hasta superar las crestas rocosas, la plataforma y las Salinas, dejándolo en tierra algo más al norte de aquella instalación experimental. Cuando pudo reaccionar, desentumecer su pierna, sus brazos, sus manos, tuvo consciencia de que estaba a salvo, pudo ver que, frente a él, se encontraban Zafiro y Zaf, mirándolo con interés, si es que en la mirada de unas mariposas se puede descubrir alguna intención o sentimiento.
- Gracias, amigas – les dijo – me habéis salvado la vida y eso nunca lo podré olvidar.
Sabía perfectamente que ellas le entendían y creyó leer en su mirada una chispa de satisfacción por el deber cumplido, si es que en la mirada de unas mariposas se puede leer algo.
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Mientras esto sucedía, en la plataforma se encontraban reunidos: Merto, Marcel y Blader, esperando impacientes ver aparecer a Fan sano y salvo asido a uno de los cubos, por eso no se percataron de que algo les sobrevolaba. Cuando al cabo de un rato, suficiente para que ya se le viera de lejos, pudieron comprobar que no aparecía agarrado a cable ni cubo y éstos seguían ascendiendo.
- Habrá caído más abajo de lo que pensábamos o habrá resbalado a cubos inferiores – dijo Blader, esperanzado – esperemos un poco más.
Pero la aparición del primer cubo lleno de agua fue un mazazo para ellos y, especialmente para Merto, su compañero de aventuras, que no pudo evitar romper a llorar desconsolado.

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Fan pensó en lo que podría haber pasado de no ser por las mariposas y se le erizó el pelo sólo de pensarlo. Pero pensó también en cómo lo deberían estar pasando, especialmente Merto, aquellos que esperaban verlo llegar a la plataforma.
Decidido a evitarles todo lo posible el mal trago, envió a las mariposas a volar y mantenerse vigilantes en las alturas. Él se puso en marcha hacia la posada en donde esperaba hallar a sus compañeros de viaje.

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  Merto y Marcel decidieron regresar a la posada, allí ya no tenían nada que hacer y se despidieron de Blader. En ese momento estaban anonadados y no sabían qué hacer.
Cuando llegaron a la habitación y ver los objetos que habían dejado, el llanto volvió a hacer presa en Merto, el llanto, el abatimiento, la desesperación y un sentimiento de ruina total le hicieron derrumbarse pesadamente en su lecho y llorar sonora y lastimeramente.
Marcel estaba abrumado por todo lo sucedido y por el drama que estaba presenciando. No sabía qué hacer para consolar a Merto y se acurrucó en el suelo, en un rincón buscando, en posición fetal, algo de protección. A fin de cuentas no era más que un chiquillo, un chiquillo que había tenido que madurar y endurecerse a fuerza de golpes y penalidades, pero sólo un chiquillo.
Aún era de día, pero el dolor les dejó abatidos y acabaron quedándose dormidos entre sollozos. El sueño venía a ser un lenitivo de tanto dolor y descendió sobre ellos, como un suave aliento de paz para aquellos corazones atormentados.

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Fan acabó llegando a la posada. No sabía si estarían ya allí, se acercó a la habitación y abrió la puerta con sigilo. El silencio era absoluto y la luz que entraba abundante por la ventana le hizo descubrirlos: Marcel en un rincón, hecho un ovillo, en lugar de estar en su cama, y Merto estaba en la cama, pero acurrucado, también en posición fetal. Se acercó a él y comprobó que la almohada estaba mojada. Comprendió que había llorado mucho, y ahora tenía un dilema. Pensó:
- ¿Qué debo hacer? ¿Dejarles dormir y esperar a que despierten para hacerme ver? ¿Despertarlos y hacerme ver vivito y coleando?
Tanto en un caso como en otro había el riesgo de provocarles un violento impacto de consecuencias imprevisibles.
Pero tomó una decisión. Su impaciencia le impedía esperar; de modo que decidió, no sabía si acertadamente o no, hacer una entrada teatral.
- ¡Muy bonito! Yo por esos caminos y vosotros aquí durmiendo como noctíulos – dijo en voz alta.
Merto despertó bruscamente, se incorporó desorientado y confuso. Al pronto no sabía donde se encontraba y la presencia de Fan le pareció normal en su aturdimiento… hasta que comenzó a ser consciente de lo que había sucedido. Y la alegría de ver a su amigo se mezclaba con su temor irracional a lo desconocido, a lo incomprensible.
-¿Un fantasma?
La idea se removía en su mente como un torbellino, con la visión nítida de su amigo frente a él, una visión que le sonreía como él siempre acostumbraba a hacerlo, especialmente ante las crisis y momentos difíciles.
- Yo nunca he creído en fantasmas – dijo, lanzándose hacia a aquella visión, la abrazó y era sólida, era material.
 En ese momento rompió a llorar y reír a un tiempo, en un impulso nervioso de dolor contenido y alegría explosiva. Y aquella risa llorada se contagió a Fan y ambos lloraron juntos entre carcajadas e hipos.
Marcel, desde su rincón, había contemplado aquella escena, paralizado por el miedo. Él sí creía en fantasmas. En su mente infantil anidaban las historias de miedo con que le asustaban de pequeño; y aquellas historias, junto con la aparición que estaba presenciando, le mantenían inmóvil y con el corazón redoblando alocadamente.
Merto, con el brazo por el hombro de su amigo, se volvió hacia él y dijo, con voz entrecortada por el hipo.
-¡Es él! ¡Es él! ¡Ha vuelto! ¡Vive!
Marcel sentía que el pánico le abandonaba, el corazón se moderó y sus músculos, agarrotados, se relajaron, aunque seguía sin poder dar crédito a lo que estaba viendo.
- ¿No sabías que tengo alas? - dijo Fan a Merto
Éste le miró y comprendió. El que no comprendió nada fue Marcel y aumentó su desasosiego.
- ¿Dónde las has dejado?
- Allá arriba, ya sabes…

Marcel aún estaba más confuso. El terror estaba dando paso al asombro, pero también a la desconfianza.
- ¿Quienes son estos hurim tan extraños? - pensaba atropelladamente – Ya me parecía rara esa bolsa sin fondo, ciertas expresiones, y ahora esto. ¿Serán magos o brujos?
Merto, ya recuperado de todo el trauma anterior y la reciente conmoción, se fijó en él y vio en sus ojos algo distinto de asombro, alegría, sorpresa… distinguió una chispa de temor, mezclada con algo de recelo. Cogido por el hombro guió a Fan al rincón más distante y le dijo en voz baja:
- Vamos a tener que contarle algo
- No se me ocurre cómo explicar todo, qué inventar. ¿Qué le decimos?
- La verdad
- Pero…

Mientras tanto el recelo crecía y crecía en Marcel al verles cuchichear en secreto. Poco a poco se fue incorporando y, sigilosamente, se escurría hacia la puerta, en un intento de escabullirse, huir de allí y poner tierra por medio. Comenzaba a ser mayor el temor a aquellos extraños que tantos días le parecieron amistosos, protectores y bienhechores, mucho mayor que el temor a ser detenido y enviado a las charcas de barro o a las canteras.
 Los otros habían terminado su conversación y, al volverse, le vieron junto a la puerta, con la mano en el picaporte, a punto de abrir y salir corriendo.
- Espera – dijo Fan con voz segura y calma – tenemos algo que decirte. Si después nos quieres dejar, no te lo impediremos, pero escucha.
La voz de Fan le sonó como siempre, amigable y afectuosa. Algo se relajó en él y soltó el picaporte.
- Ven, vamos a sentarnos y hablemos – dijo Merto.
Cada cual tomó una silla y se sentó. Marcel se alejó de la puerta, tomó otra silla y se sentó frente a ellos. No tenía todas consigo y estaba con los músculos en tensión, dispuesto a saltar como un muelle y salir corriendo, pero también dispuesto a escuchar. 
- De momento no te vamos a contar quienes somos ni de donde venimos, no te lo ibas a creer, pero sí tenemos algunos secretos que no queremos que se sepan, y ha llegado el momento en que tú los conozcas – dijo Fan.
- ¿Como lo de esa bolsa misteriosa en la que hay lo que no parece haber? - dijo Marcel con un hilo de voz.
- Pues sí, y más cosas. Ya nos dimos cuenta de que no podía pasarte inadvertido el hecho de sacar todo lo que sacamos de esa bolsa, aparentemente vacía. Nos dimos cuenta de cómo mirabas con cara de asombro, aunque fuiste discreto y no comentaste nada, cosa que dice mucho en tu favor. Has de saber que se trata de magia, pero que no somos magos, aunque la bolsa sí, además de más cosas que nos va a ser difícil explicarte, y a ti entenderlas. Esta bolsa me la dio un mago de Hénder, no sé si habrás oido hablar de Góntar.
- Algo he oído. Creo que es consejero del Rey Melanio, pero ya no hace magia. Desde las Guerras Mágicas ya nadie la hace. ¿Vosotros sí?
- No. No hacemos magia, pero la magia nos acompaña. Esta bolsa se llama todocabenadapesa y puedes poner en ella lo que quieras, por grande o pesado que sea, que no se notará. Por eso llevamos provisiones, utensilios y agua en abundancia, entre otras cosas que te mostraremos cuando estés preparado para ello.
- Eso lo admito, pero ¿cómo te has escapado del abismo?
- En primer lugar, no acabé de caer. Tropecé y quedé enredado en uno de los cubos y, aunque estuve a punto de caer, me rescataron. Me habrás oído decir que tengo alas, pero esas alas no son mías. Unas alas ajenas me llevaron en volandas por encima del acantilado y me dejaron en un bosquecillo y a salvo.
- Pero... ¿Qué alas podrían con tu peso? Aquí las aves más grandes y fuertes son los bigres, capaces de llevarse un corderito, pero no a ti.
- Es algo que no te imaginas, que te va a sorprender y que podrás ver si nos alejamos de otras miradas indiscretas. Pero antes tendríamos que comer algo. Con todo el lío se nos pasó la hora de la comida y yo tengo hambre, no sé vosotros.
 
- Sí – dijeron al unísono Merto y Marcel, que ya se sentía algo aliviado de sus temores, porque sabía que los fantasmas no comen.


EN QUATER parte 4 

el próximo jueves

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