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miércoles, 1 de marzo de 2017

RELATOS DE HÉNDER, Libro 9 (A volar) parte 1



  Parecía que podrían descansar, pero un 
descubrimiento inesperado vino a 
cambiar unos planes que 
aún no habían hecho..
 
A VOLAR parte 1

Cuando acabaron los relatos del fantasma y de los perros, sin dejarle meter baza a Merto, que se moría de ganas de contar su último viaje, ya era demasiado tarde.
Todos se retiraron a dormir, y ellos también. Estaban cansados y somnolientos, de modo que no perdieron tiempo en comprobar cómo estaban las cosas en el huerto ni en la fragua. Por eso no repararon en que la morera se encontraba, contrariamente a lo esperable, sin una sola hoja. Eso lo descubrió Fan a la mañana siguiente; como descubrió, también, que en el huerto lo único que lucía verde era Esmeralda, que vegetaba en su rincón de costumbre. Todo lo demás estaba seco. Era natural tras tanto tiempo ausentes y sin nadie que se cuidara de regar. Zafiro se hallaba encaramada en lo más alto de la morera y, al verla, es cuando reparó Fan en la ausencia de hojas. Se acercó y pudo comprobar que el árbol no estaba seco, las hojas no habían caído porque no se encontraba rastro de ellas al pie del tronco ni por los alrededores. Examinándola más detenidamente, barruntó que las hojas habían sido comidas, por los restos de peciolos y las escasas hojas a medio comer que pudo descubrir.
- Pero… ¿Qué habrá sido lo que se las ha comido? - se dijo en voz alta.
- ¿Que se han comido qué? - dijo Merto que, en aquel momento, atravesaba la puerta.
- Las hojas ¿No ves que no tiene?
- Pues Zafiro no creo que haya sido, no come hojas y tampoco podría, Diamante está en los pastos y tampoco podría acabar en una noche con todas, aunque encaramarse puede que sí. ¿Habrán entrado hormigas o algo?
- Sólo podrían hacerlo aquellas gigantes que hay cerca del Muro, pero están muy lejos y por aquí no hay de esa clase.

Se pusieron a mirar alrededor del tronco en busca de huellas o señales, pero sin resultado. Luego  continuaron por todo el huerto sin hallar bicho viviente. Fue al asomarse al cobertizo, que habían preparado a Esmeralda y Zafiro el pasado invierno, cuando vieron algo sorprendente. De la rama horizontal que tenía aquel tronco que habían colocado para Zafiro, pendía algo oblongo que antes no estaba allí. Al aproximarse pudieron comprobar que se trataba de un capullo de seda gigante, igual a aquél del que salió Zafiro. Junto a él, en la misma rama, colgaba una decena de capullos similares pero de tamaño mucho menor, como aquellos que vieran en Los Telares.
- ¿De dónde ha salido ésto? - exclamó Merto
- Me imagino que, antes de marcharnos, Zafiro hizo una puesta y los gusanos se comieron la morera, más concretamente este más grande.
- ¡Pero sólo uno es grande!
- Supongo que éste ha heredado la magia y los otros no. Habrá que esperar a que eclosionen y ver qué pasa. Mientras tanto tenemos mucho trabajo en el huerto para volverlo a dejar verde y lozano como antes..
- Tendrás tú, porque yo… ¡No veas cómo me he encontrado la fragua de sucia y revuelta! Me llevará días dejarla como siempre y no voy a poder ayudarte.
- Pues cada uno a lo suyo. Y ya te avisaré cuando se abra el capullo.
- ¿Qué te parece si comemos juntos y no perdemos ambos el tiempo con la cocina?
- Pues un día en tu casa y otro en la mía. Hoy toca aquí, así que no pierdas tiempo cocinando y a la hora vienes.

Y así cada uno se dedicó a sus tareas durante días, en que sólo se veían a la hora de comer y en las tertulias vespertinas; puesto que, como buenos vecinos, no podían faltar y Merto menos porque tenía mucho que contarles, y eso no se lo perdería por nada del mundo. Entre el relato de lo sucedido y lo que él añadía de su cosecha pasaron unas cuantas noches sin que él agotara el material.
No sabían en qué momento se había recluido el gusano en su capullo y, por ello, no podían aventurar en qué momento saldría ni qué saldría. Pero una tarde, en que Fan se encontraba regando una abundante floración de violetas que plantó para Zafiro, sintió un leve aleteo y una espiritrompa de buen tamaño se coló en la primera flor que encontró.
No era Zafiro, se parecía, pero el color era algo diferente. Ésta se encontraría en aquel momento, probablemente, en uno de sus habituales vuelos de exploración y en busca de néctar. Fan dejó aquella enorme mariposa, rodeada en aquel momento por otras más pequeñas, en el jardín y fue en busca de Merto.
- Tendrá que comer algo. Han sido muchos días en el capullo y la metamorfosis desgasta y ahora debe tener hambre
- Está chupando todo lo que puede del huerto, pero no hay mucho.
- Pues será cuestión de llevarle algo más. Espero que tenga los mismos gustos que su madre, si es que se la puede llamar así. Afortunadamente tengo en la despensa algunas conservas en almíbar de las de Los Telares.
- Y en la mía también. Y de frutas de Alandia. Cuando las tengas vienes.

Fan regresó y buscó en su despensa mientras llegaba Merto. Encontró unos cuantos frascos, pero pensó que aquello no sería suficiente, aunque para el primer momento podría servir.
Acabaron llenando un buen cuenco y lo sacaron al huerto. No duró ni dos minutos. Acto seguido agitó sus alas y salió volando. Una cohorte de pequeñas mariposas la intentaron seguir, no pudieron alcanzarla y se dispersaron. Ella siguió volando y se perdió de vista.
- Ahora ¿qué pasará? ¿Tú crees que volverá? - dijo Merto.
- Esperemos que así sea. Habrá que preparar algo más de almíbar por si regresa.
Fueron a la cocina y, con azúcar y agua, prepararon una olla de un jarabe que intentaron se pareciera lo más posible al almíbar de las frutas que comieron en Los Telares. Fan apareció con un frasquito de los que en Alandia preparaban con esencias concentradas de flores y frutas y le añadió unas gotas. Lo probaron y tenía un sabor frutal fino y delicado.
Ya en el jardín esperaron un tanto inquietos; pero, mientras esperaban, se acercaron al cobertizo. Aún era de día y pudieron ver aquel capullo abierto colgando de la rama. Fan recordó cuando Zafiro salió del suyo y comentó:
- Con ésto, Andrea puede hacer maravillas. No sé aún qué es lo que convendría hacer, pero ya ardo en deseos de llevárselo. ¿Se te ocurre algo?
- ¡Si acabamos de llegar!
- Me asombras ¿No eras tú quien me insistía para salir de aventuras y ver tierras ignotas?
- Vale, de acuerdo, pero no corras tanto. Primero tendremos que ver qué pasa con esta nueva mariposa, y si vuelve. Yo no estoy muy seguro, pero esperemos.
- Sí, esperemos que le dé por regresar aquí, aunque sea al olor del almíbar. Siempre me ha asombrado la capacidad de Zafiro en detectar flores a miles de largos de distancia.
- Puede que tengas razón. ¿Has visto que todos los demás capullos también han eclosionado?. Las mariposas están aquí y, como puedes ver, están metidas de trompa en la olla que hemos preparado. Confío en que ella haga igual.
- Ya viste que la intentaron seguir, sin conseguirlo, y ahora están aquí. Eso es lo que mantiene mi esperanza en que regrese. No sabemos si se comunican entre ellas, desconocemos muchas cosas.

Ya comenzaba a anochecer cuando apareció volando, pero en compañía de Zafiro, y ambas se posaron en la desnuda morera. Fan pensó que se habrían encontrado en el mismo campo florido y por eso regresaban juntas y satisfechas. Pero no tardaron mucho en descender y acabar vaciando la olla que les habían preparado.
Fan recogió aquel extraordinario capullo y dejó los demás colgando. Ya sabía que los otros no servirían de nada, pero el grande lo puso a buen recaudo en la casa.
Ambos quedaron tranquilos respecto al regresos de la nueva mariposa y Merto preguntó.
- Y ¿Cómo podemos llamar a ésta? Zafiro no, porque ya tenemos una. ¿Zafiro bis? ¿Zafiro junior?…
- Muy largo me parece. ¿Por qué no abreviamos? Yo le llamaría Zaf, a secas.
- Buena idea. Pues se llamará Zaf.

Ambos se retiraron a dormir y, tras las emociones del día, Fan durmió como un bendito hasta que el sol entró por la ventana y todos los gallos de Aste acabaron cansados de dar su voz de alarma.
Desde aquel día, Zafiro y Zaf salían temprano a hacer sus vuelos de exploración; en los que Zafiro, que se conocía ya todo aquel país y limítrofes, le debía hacer de guía a Zaf. También le mostraría cuales eran los mejores campos floridos para libar; porque a la noche regresaban satisfechas, aunque no despreciaban hacerlo también en la olla que cada día encontraban preparada al pie de la morera, cuyas hojas comenzaban a rebrotar.
Pasaron los días y ambos terminaron sus tareas y comenzaban a aburrirse. Por allí las cosas iban bien, sin complicaciones. Rubí y Diamante andaban con el rebaño. Las mariposas volaban cada día y regresaban a cenar. La única que estaba aburrida, falta de acción, era Esmeralda, o eso les parecía. No sabían si necesitaba salir de viaje o le bastaba con vegetar en el huerto. La psique de un lobo y una oveja era extraña para ellos, pero más cercana, la de dos mariposas gigantes aún más extraña, pero la de una col es que ya superaba cualquier intento de aproximación. Si seguía con ellos era porque no tenía otro sitio mejor a donde ir o por algún extraño tropismo.
Realmente, en aquellos momentos, nadie les necesitaba por allí y decidieron acercarse a Puerto Fin para llevarle a Andrea el capullo de seda, aunque aún tenían que decidir qué hacer con él.
De modo que, una tarde, prepararon la mochila y, a la mañana siguiente se pusieron en camino. No llevaban mucho andado, aún se veía el pueblo en la distancia, cuando se abatieron sobre ellos dos sombras aladas, los sujetaron por los hombros y alzaron el vuelo en dirección a la costa. En poco tiempo les soltaron en el camino a poca distancia de Puerto Fin y emprendieron el vuelo de regreso.
Merto estaba blanco, mareado. El vértigo del viaje le sentó tan mal como viajar en El Hipocampo durante un temporal, pero acabó pudiendo balbucear:
- ¿Cómo habrán sabido a dónde queríamos ir?
- Zafiro sabe más de lo que creemos. No deja de ser una criatura mágica, y Zaf también.
- No ganamos para sorpresas. ¡Pero qué fuerza tienen! Han cargado con nosotros como si nada.
- Sí, y nos han ahorrado unas cuantas horas de caminata, cosa que es de agradecer. Lo que siento es que esta noche no van a tener su olla de almíbar.
- ¿Tú crees que no lo saben habiéndonos traído? Hoy van a libar hasta hartarse antes de volver a casa.

Llegaron a Puerto Fin a mediodía y El Hipocampo estaba en el puerto, de modo que se acercaron para saludar al Capitán. No había nadie más en el puerto y probablemente estarían todos comiendo, incluso los marineros de El Hipocampo estaban a punto de hacerlo en el preciso momento en que llegaron.
- ¡Bienvenidos! ¡Cuánto tiempo sin veros!  - exclamó el Capitán tan pronto les vio subir por la pasarela.
- Capitán: tenemos muchas cosas para contar, pero ahora sólo queríamos saludarle.- dijo Fan
- ¿Cómo que sólo saludarme? Ahora mismo os sentáis y coméis con nosotros. Seguro que aún no lo habéis hecho. ¡Cocinero! Saca lo que haga falta, que estos dos se quedan a comer con nosotros.
Y sin darles tiempo a decir palabra ya les habían preparado unos sacos para acomodarse y les acercaron un guiso de pescado con patatas; pero no de pescado salado, sino de varios tipos de pescado fresco acompañado con mariscos y regado con un vinillo blanco con burbujas, como aquel que una vez les sirvió Andrea.
Pasaron horas en el relato de sus últimas aventuras desde que se separaron en el puerto de Los Telares. Había mucho que contar, pero en esta ocasión el relato corrió a cargo de Fan, y digo corrió porque lo resumió todo lo posible, El Hipocampo tenía que zarpar para llegar al embarcadero del Far antes de anochecer.
Antes de partir, el Capitán les preguntó:
- ¿Pensáis ir a Sirtis. Porque, aunque se sale de mi ruta habitual, yo podría intentar llevaros allí. Siento curiosidad también, nunca he estado, aunque he visto algún sirtiano en Los Telares. Son raros a primera vista, pero dicen que son de lo más hospitalario, eso me han contado.
- A nosotros, salvo en No Tan Lejano, nunca nos ha faltado hospitalidad, hasta en Occidente. Son etiquetas que se ponen a los demás, como si fueran tan diferentes. Es problema de ignorancia e incomunicación. Hasta en No Tan Lejano, de no haber sido porque entré con mal pie, se podría encontrar hospitalidad y buena gente. Claro que no es que yo entrara con buen o mal pie, fue la magia la que me llevó, y la magia siempre tiene efectos imprevisibles.

 - Gracias por el ofrecimiento – dijo Merto – aún no lo hemos decidido, pero si un día vamos lo tendremos en cuente, siempre que se garantice la ausencia de temporales. Mi estómago no lo resistiría.
Finalmente abandonaron el barco y partió. Aún quedaba un buen rato para el ocaso; las rederas seguían trabajando y, entre ellas, Andrea. Se acercaron a saludarla y acabó convenciéndolos para que pasaran la noche en su cabaña, tras cenar en su casa. El tiempo ya refrescaba y acampar en el bosque no era la mejor idea. Habían pensado dormir en la Posada, pero aceptaron el ofrecimiento.
- Os acompaño un momento a la cabaña, os acomodáis y, cuando anochezca, podéis venir a casa para cenar. Tengo unos peces de roca recién pescados que, a la brasa, están buenísimos. Y algo más podré encontrar en mi despensa que, aunque sea difícil, aún no habréis probado y podrá competir con esas delicias que habéis degustado por esos mundos.
Marcharon hacia aquella cabaña que, en un viaje anterior, ya les había ofrecido Andrea. Se encontraba en las afueras aunque, por las dimensiones del pueblo, era como estar a dos pasos del centro y del puerto. Muy cerca estaba aquel bosquecillo en el que otra vez habían acampado. Tras dejar la mochila, decidieron darse un paseo por él y recordar su estancia con las Joyas. Dejaron la puerta sin cerrar, tal como se la habían encontrado. En todo el país era costumbre, ya que no solía haber mala gente, salvo aquellos tres de Aste que no se sabe a dónde habían ido a parar.
Tras su paseo, cuando ya oscurecía, regresaron a la cabaña. Fan sacó de la mochila algunos comestibles de Hénder y Alandia. Se conservaban como el primer día en que los guardaron allí. Se acercaron a la casa verde de Andrea y esperaron un poco a la puerta, aunque estaba abierta, porque aún no había llegado.
A su llegada, Fan encendió el fuego, quemó la parrilla y avivó las brasas. Mientras tanto, Merto y Andrea, guardaron en la despensa los comestibles traídos de aquellos lejanos países. Cuando ya estuvo todo a punto, Andrea colocó en la parrilla, tras sazonarlos ligeramente, una docena de unos peces rojos y cabezudos y los puso a la brasa. Mientras se hacían, sacó de la despensa un grueso taco de lomo de pescado curado a la sal y cortó un plato de finas lonjas. Puso pan a tostar frente al fuego con una especie de trípodes de hierro, de los que Merto tomó buena nota mental, y sacó unos tarros variados de unas espesas cremas de mariscos. Cuando el pescado, cuyo aroma inundaba   la cocina, la casa y medio Puerto Fin, estuvo en su punto, se sentaron a cenar y lo hicieron, como aquella otra velada, con relatos de sus aventuras y sorpresa por parte de Andrea.
- No hagas mucho caso a Merto, siempre tiende a exagerar algo las cosas, a adornarlas, a realzarlas…
- ¿Cómo? ¿Que exagero?
- No discutáis. A mí me parece que habéis pasado por situaciones difíciles y comprometidas, que arredrarían a cualquiera; pero, cuando las contáis, resultan hasta divertidas. Y a todo esto… porque vosotros no viajáis si no es porque hay algo en mente. ¿Cuál es vuestro objetivo esta vez?
- Anda Fan, dale lo que hemos traído.
- ¿Cómo que se lo dé? ¿No lo has cogido tú?
- Estaba en la mochila y tú has sacado las cosas.
- Pues me descuidé. Ahora mismo voy. Está ahí mismo
- Estamos muy bien ahora como para andar haciendo viajecitos. Ya lo traeréis mañana, o mejor me paso yo. Pero sí podréis contarme de lo que se trata.
- Se trata de otro capullo de seda como aquél que te trajimos.
- ¿Otro? ¿Otra mariposa? ¿Está aquí? Quiero verla, pero ¿habéis decidido ya lo que queréis que haga?

Ambos se miraron y no supieron qué decir pero, finalmente, habló Fan.
- No está aquí y no lo hemos pensado. Sería cosa de sacar la seda, hilar, y ya veremos qué se nos ocurre.
- Bien, pues mañana me paso por allí y lo recojo, luego ya me diréis lo que hago con él.

Siguió la cena; degustando, tras aquellos pescados tan deliciosos, las lonchas de pescado en salazón que no tenía nada que envidiar a la pata de cinguo curada, y el pan tostado untado con aquellas delicias marinas, que tampoco tenían nada que envidiar a los caprichos gastronómicos occidentales. Y, en amigable conversación, regada con un vinillo blanco joven y muy frío, se pasaron las horas.
Pero en algún momento tenían que retirarse a dormir, y marcharon a la cabaña con paso algo vacilante y una somnolencia que la fría noche y la brisa marina no acabó de desvelar. Durmieron profundamente hasta que cantaron los gallos, que en Puerto Fin también sabían hacerlo bien y a su hora.
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Aquella noche, Fan había tenido una idea. Siempre acude la inspiración cuando uno se encuentra en la duermevela; pero lo malo es que, al igual que los sueños, uno se olvida al despertar. Pero él recordaba muy bien lo que había imaginado, algo que casi no le dejó dormir durante un tiempo, algo a lo que dio vueltas en la cabeza antes de decidir qué hacer con la seda de aquel capullo y antes de quedarse profundamente dormido.
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Se asearon, recogieron los dormitorios y ya se disponían a salir cuando llegó Andrea
- Buenos días. ¿Habéis dormido bien?. Yo he estado unas horas repasando todas vuestras andanzas y, creedme, aún me asombra lo atrevidos que sois y las cosas que os han pasado. 
- Yo también le he estado dando vueltas a la cabeza – dijo Fan
- Pues yo he dormido como un tronco. Este colchón es la mar de cómodo.
- Bien. Vamos a desayunar. Traigo masa y ahora preparamos el café. Sé que os gustaron aquellas tortas y ahora me vais a ayudar a prepararlas.

Mientras el puchero se calentaba con el café, les hizo extender unas bolas de masa sobre el mármol enharinado y luego las puso a freír hasta que comenzaron a dorarse. En el aceite comenzaron a hincharse formando bultos en la masa, luego se secaban y se espolvoreaban con azúcar y fueron el mejor acompañamiento para unos cuencos de café con leche.
- Dónde está eso que que traíais?
Fan fue a la mochila y sacó el capullo de seda y se lo entregó.
- ¿Qué queréis que haga con él?
- Esta vez he pensado hacer un arnés para una persona, algo así como un columpio para sentarse pero con un cinturón de seguridad y con dos cables de unos tres largos rematados por argollas.
- Y aún sobrará seda
- Pues haz dos
- Y aún sobrará seda
- Lo que sobre te lo puedes quedar. Haz con ello lo que te apetezca. Ya nos has hecho demasiados favores y no sabríamos cómo agradecértelo.

Les tomó medidas a los dos para el arnés, aunque ya se lo estaba imaginando y pensaba hacerlo de modo que le sirviera a cualquiera. Calculó que en una semana podría estar pero quedaron en volver al cabo de quince días.
Se despidieron y emprendieron el viaje de vuelta a Aste. Esta vez no contaban con que las mariposas les acercaran y el camino se les haría más largo. Y más largo se les hizo aún porque, al llegar al cruce de caminos, decidieron hacer una visita a la Capital, que otras veces habían eludido.
Tomaron un camino más amplio, más amplio y más transitado. Un camino en el que se encontraron arrieros y gentes de los que iban por Aste y otros que habían visto en Puerto Fin. Tras una revuelta del camino, parcialmente oculta por una colina pelada, se hallaba Pascia, la Capital. Para ellos, que habían visto la impresionante Ciudad Imperial de Cipán, aquello no pasaba de ser un pueblo, algo más crecido, pero un pueblo. Algo mayor que Hénder pero menor que Alandia. Claro que en Alandia la mayor parte de su extensión la ocupaban los Jardines Reales y la ciudad en sí vendría a ser semejante a aquella urbe.
Como en la Ciudad Imperial de Cipán, aunque a escala menor; destacaba, sobre la aglomeración de casas una construcción, de piedra en este caso, que resaltaba por encima de todo y, desde la distancia, se veía imponente, signo de poder.
A llegar a las afueras y también cuando penetraron por sus calles, pudieron comprobar que las casas no diferían mucho de las de Aste, en cuanto a materiales y estructura, pero carecían del jardín de bienvenida, las puertas estaban todas cerradas y, como más tarde comprobaron, carecían de huertos y corrales traseros. A ellos les gustaba más su pueblo, aunque aquella ciudad no era del todo desagradable. Las calles, aunque de tierra, estaban limpias como en su pueblo, pero era porque unas brigadas de trabajadores se dedicaban a limpiarlas, mientras que en Aste no había nada que limpiar, puesto que nadie tiraba nada y, si alguien raramente lo hacía, eran los propios vecinos los que lo recogían y les afeaban la conducta.
Pero les llamó la atención la decoración de las fachadas de las calles más céntricas, fachadas coloridas con escaparates de comercios y establecimientos diversos. En uno de ellos pararon, porque era mediodía. Se trataba de una casa de comidas y entraron para probar la gastronomía local. Realmente no era nada extraordinario, aparte del guiso de pescado con patatas que ya habían aborrecido en Puerto Fin, no había novedad alguna respecto a la cocina tradicional de Aste. Una cosa sí les sorprendió y fue que, al pedir una ración de queso, del mejor y el más caro de la casa, les sirvieron un plato con queso de aquel que el propio Fan elaboraba con la leche de sus ovejas.
Pasaron la tarde recorriendo calles, viendo comercios y mercadillos y visitaron, desde lejos, el  Palacio de Gobierno, porque allí, como en Cipán, tampoco era fácil acceder a las autoridades, unas autoridades que parecían esconderse, estar muy lejos del pueblo al que gobernaban.
Pero se iba a hacer noche y no podrían llegar a Aste, tampoco les apetecía dormir por el camino, de modo que buscaron una posada en la que pasar la noche y eligieron una entre las varias que pudieron ver. Se llamaba “Cama y mesa” y pensaron que, aparte de dormir, podrían cenar mejor de lo que habían comido. Pero no. El menú era lo mismo de lo mismo y, para colmo, el queso que tenían no era el de Fan. Por eso se retiraron a sus habitaciones sin cenar y se dieron un buen banquete con lo que llevaban en la mochila, incluidas algunas de aquellas tortas fritas de Andrea que, en la mochila, aún se mantenían calientes, crujientes por fuera y tiernas por dentro.
Sin más novedades dignas de contar, acabaron regresando a su pueblo y a su rutina.
Pasaron lentos los días pero, al fin, debían regresar a Puerto Fin a recoger el encargo, y lo hicieron.
Pero esta vez harían el viaje más rápido, pese a las protestas de Merto. Zafiro y Zaf los llevarían, como la otra vez, los dejarían en aquel claro del bosque y permanecerían ocultos para retornarlos nuevamente a Aste. La partida y el regreso debía realizarse del modo más discreto, de manera que marcharían hacia los pastos altos y, desde allí partirían bien de mañana, sin riesgo de ser vistos. Del mismo modo, el regreso sería hasta el mismo lugar.
Y una mañana, nada más cantar los gallos, salieron hacia el valle, comprobaron que el rebaño, Rubí y Diamante estaban bien y marcharon a los pastos altos en donde les esperaban las mariposas, les sujetaron con sus patas, se elevaron y partieron raudas hacia la costa. Tomaron altura para no ser visibles o identificables desde tierra y, en muy poco tiempo, se encontraban en el claro del bosque. Merto se dejó caer al suelo, aquel viaje le había vuelto a marear, aún más que el viaje anterior y que la travesía a bordo de El Hipocampo bajo el temporal.
- Lo siento, yo no vuelvo a viajar de esta manera, prefiero regresar caminando aunque tarde muchísimo más, pero no cuentes conmigo par el regreso.
- No seas tonto, haremos como otras veces.
- Eso mismo. Yo me meto en la mochila; y tú, si quieres contemplar paisajes, puedes regresar volando como ahora hemos venido.
- ¿Como hemos venido? No, mucho mejor  ¿No recuerdas el encargo hecho a Andrea? Dos arneses, uno para ti y otro para mí. Pero si no quieres estrenarlo, te metes en la mochila y que me lleven entre las dos, así les pesaré menos y el regreso será más rápido.

Y se acercaron al puerto. El Hipocampo no se encontraba allí en aquel momento y los pescadores estaba faenando. A lo lejos se podían ver unas barcas recortadas sobre el horizonte. Las rederas estaban trabajando y Andrea les vio llegar.
- Buenos días, me alegro de veros.
Ellos devolvieron el saludo y lo hicieron extensivo a las demás.
- El trabajo ya está hecho y ahora mismo vamos a mi casa a recogerlo. Me ha sobrado bastante seda ¿no la queréis? ¿todavía queréis que me la quede?
- Pues sí -respondió Fan – Puedes hacer lo que quieras con ella.
-Gracias. Tengo varias ideas pero aún no me he decidido por ninguna: algo bonito o algo práctico, o algo que sea ambas cosas a la vez… Pero ¡vamos! Os entrego los arneses, a ver si he acertado en hacer bien el encargo, y luego os quedáis a comer en casa.
- No nos podemos quedar, tenemos prisa y este viaje era sólo para recoger el encargo. Ya comeremos en casa.
- ¿Cómo? ¿En Aste?

Andrea quedó muy sorprendida por lo que acababa de decir Fan, se quedó boquiabierta hasta que éste le dijo:
- No te vamos a ocultar ningún secreto, tenemos un medio rápido de transporte aéreo. Conoces a Zafiro y sabes que de ese otro capullo salió otra mariposa a la que llamamos Zaf, pues hemos salido esta mañana, hace bien poco, de Aste y nos han traído hasta aquí en un vuelo. Están esperando en el claro del bosque para llevarnos de regreso.
- Pues nos encontramos allí, yo voy a recoger los arneses y nos vemos en el claro. Ardo en deseos de saludar a Zafiro y conocer a Zaf.

Y marcharon cada cual por su camino.
Cuando se acercaban al claro dijo Merto:
- Creo que que dijiste que no deberíamos desvelar nuestro secreto a nadie.
- Andrea es de confianza y no le vamos a ocultar que nos pueden llevar en volandas. De todos modos ya conoce a Zafiro.
- No me refiero a eso, me refiero a algo que ni siquiera hemos contado a Góntar, la mochila. ¿No habíamos quedado en que volvería en ella? Pues creo que, si Andrea nos ve marchar, no será posible, no conviene.
- Tienes razón, no había caído en ello. Pues vas a tener que hacer un esfuerzo y marchar con el arnés. Pero no temas, en cuanto nos perdamos de vista, bajamos y te metes en la mochila.
- Bueno. Haré un esfuerzo, pero pequeñito, que aún tengo el estómago revuelto.

Ya habían llegado al claro y Andrea no tardó en aparecer con sendas bolsitas que les entregó. Sacaron lo que contenían y se veía resistente, una especie de asiento de malla, con un cinturón, dos aros para meter las piernas y dos finos, pero resistentes, cables acabados en dos anillas también del mismo material. Mientras ellos miraban aquello y se lo probaban, Andrea había hecho buenas migas con las mariposas y ambas revoloteaban juguetonas, haciendo volteretas en el aire.
Los arneses se ajustaban perfectamente y Fan las llamó, acudieron, les mostraron las anillas que remataban los cables y entendieron. Cada una asió con sus patas las dos anillas y alzaron a los dos en volandas, colgando de los cables y sujetos en aquella especie de asiento. Se mantuvieron un momento a baja altura, momento que les sirvió para despedirse de Andrea y, acto seguido, se elevaron para salvar las copas más altas, desapareciendo en dirección a casa. Poco más allá, a salvo de miradas indiscretas, descendieron, Merto se quitó el arnés, lo plegó, lo guardó en su bolsa y se introdujo en la mochila. Fan se la colgó a la espalda, cada una de las mariposas tomó un cable y le elevaron con toda facilidad.



A VOLAR parte 2

el próximo jueves

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