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miércoles, 29 de marzo de 2017

RELATOS DE HÉNDER, Libro 11 (En roca Viva) parte 1

Explorando, explorando descubren
algo nuevo y sorprendente
muy diferente a todo 
lo conocido

 
EN ROCA VIVA  parte 1

Tras despedirse de Alkalá y de Sirtis, partieron tal como habían llegado, con Esmeralda oculta bajo la capa. Zaf y Zafiro habían alzado ya el vuelo desde el huerto y eran dos minúsculos puntos en el cielo. Emprendieron el regreso a aquel bosque por el mismo camino por el que habían llegado a la ciudad.
Al desembocar en el claro del bosque ya les estaban esperando en tierra, impacientes por alzar el vuelo hacia lo desconocido, al menos esa era la impresión que sacó Fan de su actitud un tanto inquieta, aunque nunca se sabe lo que puede albergar en su minúsculo cerebro una mariposa.
De modo que se introdujeron todos en la mochila, que Fan se colgó a la espalda, se sujetó el arnés y no tuvo que decir nada porque, al momento, se vio surcando los aires sobrepasando las más altas copas de los pinos.
Volaron sin parar porque, además, no se veía dónde hacerlo,  siguiendo la línea de la costa, una costa escarpada, desconocida, por la que los pescadores de Sirtis nunca se habían aventurado a navegar, con altísimos acantilados cortados a pico y ningún refugio, cala, islote… 
Volaban a la altura de Sirtis, un poco por encima del nivel del mar y a su derecha sólo se veía aquella barrera imponente e infranqueable, a no ser volando. Pero Fan esperaba acabar viendo como aquel muro descendía, y esperaba acabar viendo playas o islas en las que posarse, sin tener que remontar el vuelo hacia lo más alto de aquellos farallones rocosos. Pero no había nada, las horas pasaban y ya comenzaba a tener hambre y sed y los porteadores necesitarían reposar. No había lugar en el que pararse, de modo que les hizo una señal y se elevaron hasta el borde superior de los acantilados. En aquella parte se extendía una estepa de ralos matorrales, sin rastro de presencia humana. Descendieron allí y partieron volando hacia el interior, ellas sabrían hacia donde, dejándolo solo.
Hizo salir a los demás y dispuso todo para comer, pero ellos no tenían hambre ni sed. Recordó que allí dentro no se sentía el paso del tiempo, mejor dicho, no pasaba. De modo que Fan se puso a comer solo y los otros salieron de exploración. A su regreso Merto le contó:
- Rubí ha encontrado rastros de ovejas, o algo parecido, por los excrementos.
- Lo que no sabemos es si es de un rebaño o de alguna especie salvaje. No sé a qué distancia podemos estar, pero esto podría ser parte de Dwonder, si es que hemos llegado tan al norte, porque ellos se dedican a la ganadería.
- Aún no hemos visitado los otros reinos. ¿Crees que sería conveniente internarnos hacia el Este ya que estamos aquí?
- De esos reinos ya tenemos información y algún día iremos, pero me gustaría saber qué hay más al norte de las tierras conocidas y si el muro de los acantilados se prolonga más allá o desciende hasta el nivel del mar.
- Hoy ya hemos recorrido una buena distancia supongo, será mejor descansar aquí y continuar mañana. De todos modos nos faltan las alas.

Tanto Zaf como Zafiro tardaron unas horas en tomar tierra junto al campamento improvisado. Parecía que habían recuperado energías, pero Fan les preparó una cazuela de almíbar que dejaron limpia y brillante.
A la mañana siguiente reemprendieron el vuelo, siguiendo la línea de la costa. Al frente se dibujaba la línea interminable del borde de los acantilados y a su derecha el terreno continuaba siendo una especie de estepa, aunque a veces alterada por manchas verdes rodeando a pequeñas lagunas y, desde la altura, creyó percibir algún movimiento junto al agua y en las zonas pobladas de vegetación. Posiblemente algún rebaño pastaba por aquellas tierras, pero su interés estaba más allá.
La lisa pared, tan alta como el Muro del Fin del Mundo, defendía las tierras del interior y se prolongaba indefinidamente, por lo que tuvieron que hacer varias etapas y, en los días sucesivos, pudo observar algunos cambios en el terreno.  Pequeños bosquecillos aislados matizaban un terreno casi yermo y cada vez eran más frecuentes y mayores, como anunciando una selva que, como una línea oscura, se dibujaba muy clara en el horizonte. Hicieron una parada en el borde de aquella selva e hicieron noche allí. Tenían que decidir si se aventuraban  a sobrevolar aquella barrera vegetal que Fan pudo escrutar desde las alturas y que se extendía en todas direcciones sin verse un final.
- No sé si será buena idea – dijo Merto – Según me cuentas parece no tener fin.
- Todas las cosas tienen principio y tienen fin. De todos modos siempre podremos regresar aquí y luego en dirección este, sureste o sur podemos acabar llegando a Trifer o a Dwonder. Pero creo que esta es la oportunidad de descubrir un territorio inexplorado y las cosas que puede ocultar. Ahora que estamos aquí  ¿No sientes curiosidad?
- Sí, desde luego, pero no quisiera que nos quedáramos perdidos en ese mar de árboles, sin un lugar en el que descender. Zaf y Zafiro se pueden posar en las copas y pasearse por las ramas, pero nosotros no.
- No te preocupes. Te prometo que no avanzaremos más allá de lo que les permita regresar aquí sin apurar sus fuerzas, aunque aún no sé en qué dirección explorar. Mañana lo intentaré recto hacia el norte y si no hay resultados haría dos nuevos intentos hacia el nordeste y el noroeste. Estate tranquilo que no me voy a arriesgar si no tengo una ocasión de regresar aquí. Pero si vas a estar más tranquilo, os podéis quedar aquí y marcharé solo.

- Desde aquí no te vamos a ser de mucha ayuda si algo sale mal, pero desde dentro de la mochila aún menos. ¿Y si marchas sólo con Zafiro y nos quedamos con Zaf y el otro arnés por si hay que rescatarte?
- Con una sola de ellas, la autonomía sería la mitad, no podría llegar tan lejos. Si a mí me pasara algo ellas me pueden traer de nuevo, porque tienen un gran sentido de la orientación. No, es mejor volar con las dos. Quédate tranquilo que no soy tan imprudente como para correr riesgos innecesarios.
- Ya lo sé, pero no me quedo tranquilo. Casi estoy por ir en la mochila con los demás, ir todos juntos como siempre. Pero creo que tú irás más tranquilo sin tener que preocuparte por nosotros y aquí estaremos bien.
- Pues no se hable más. Mañana vola hacia el norte.

De modo que al día siguiente, tras desayunar, Fan se colocó el arnés y echaron a volar. Sobrevolaban un manto verde, tupido, en el que sólo se destacaba alguna alta copa.  Una cubierta vegetal de varios tonos de verde matizada de ocres, a la que no se veía el final, y sin señal alguna de un claro, formación rocosa ni ondulación del terreno en que poder descender para descansar. No estaban perdidos, las mariposas sabían orientarse muy bien para regresar a donde les esperaba Merto, pero ya había pasado el tiempo suficiente como para pensar en el regreso antes de que las venciera el agotamiento.
Antes de hacerlas volver, Fan les hizo una señal y se elevaron aún más alto, por si a mayor altura podía distinguirse algún cambio, pero todo era igual, aquella inmensa mancha verde y uniforme lo cubría todo. De modo que les ordenó regresar y así lo hicieron.
Merto se alegró mucho al verle aterrizar y se acercó ávido de noticias. Zafiro y Zaf, ya libres del peso de su pasajero, se alejaron volando a algún lugar que sólo ellas sabían.
Fan, tras contarle a Merto lo que había visto y lo infructuoso de la exploración,  decidió que al día siguiente volaría en dirección nordeste.
Al día siguiente todo sucedió de igual manera. El manto vegetal no dejaba hueco alguno a cosa que no fuera la propia selva impenetrable e inmutable. Volvió a ascender más alto todavía y todo era idéntico; salvo que más hacia el sureste se veía muy lejano el borde de la masa vegetal y los confines de otro tipo de terreno que podría serTrifer.
Al regreso, todo fue como la vez anterior y decidió que al siguiente día haría un último intento volando hacia el noroeste.
Y más de lo mismo. Ya era tiempo de regresar y nuevamente les hizo elevarse para tener una perspectiva aún más amplia. A todo su alrededor el verde seguía siendo el dueño del paisaje y se perdía en la distancia pero, de improviso, pudo ver algo diferente que rompía el verde tapiz más hacia el norte y al oeste. Algo que sobresalía brillante por encima de la selva.   Sus porteadoras también lo vieron y estuvieron a punto de salir volando hacia allá; pero Fan, pensando en que estaba demasiado lejos como para poder regresar luego, les ordenó que volvieran.
Tan pronto se libró del arnés le dijo a Merto, que se había acercado corriendo al verles llegar:
- He encontrado algo y creo que no es un accidente geográfico, me da la impresión de que está hecho por la mano del hombre y mañana vamos todos allá. Puede ser peligroso, o no. Sólo lo sabremos cuando lleguemos. ¿Te atreves?
- Eso no se pregunta. Mañana vamos todos, como a todas partes.

Y a la mañana siguiente se pusieron en marcha, Fan con el arnés y los demás dentro de la mochila volaron en la dirección adecuada. Esta vez las mariposas sabían muy bien cual era su destino.
Sobre aquella planicie verde pudo ver cómo asomaba, cada vez más grande conforme se acercaban, una mole gris y brillante. Fan recordó una de sus visiones con el sicuor y, esperanzado, las animó a llegar hasta allí, aunque ya debían estar algo cansadas. No estaba muy seguro de lo que podrían encontrar y un cierto temor comenzó a apretarle el estómago, pero no había otra alternativa, pasara lo que pasara ya no había retorno.
Conforme se acercaban pudo ver una gran montaña pétrea, de paredes lisas, brillantes, poliédricas y aparentemente sin aberturas. No apreció movimiento alguno, aunque creyó vislumbrar la fugaz apertura de algo como una ventana en una de sus múltiples facetas. En lo alto del todo había como una explanada de roca lisa, pero él decidió descender en un claro del bosque que rodeaba aquella mole colosal, entre la roca y la selva. Se soltó el arnés, ellas soltaron los cabos y se posaron en tierra. Fan hizo salir a los demás de la mochila y se quedaron extasiados.
Mientras Fan recogía el arnés, enrollaba los cables y lo guardaba, Zafiro y Zaf salieron volando hacia unos arbustos floridos, no muy distantes, y comenzaron a recobrar energías.
Todos estaban asombrados, contemplando durante largo rato aquella masa inmensa de roca tallada y pulida, o al menos así les parecía a ellos. Las mariposas regresaron y el grupo presentaba un impresionante aspecto: Fan y Merto, flanqueados por Rubí y Diamante, tras ellos extendía sus hojas Esmeralda y a ambos lados, con las alas muy abiertas, Zafiro y Zaf. Y así se quedaron, como petrificados al ver que, en las caras visibles de aquella mole, iban apareciendo unas aberturas oscuras. Al pie, desapareció una gran losa , sin el menor sonido ni chirrido y, de la negrura, apareció un curioso personaje. Era de talla pequeña, pero sus atavíos venían a indicar que era alguien importante. Tras él, como una guardia personal, un sinfín de personajes como él, pero con vestiduras más sencillas aunque no menos coloridas. Dio tres pasos, con los brazos extendidos, y Fan hizo lo propio. A una señal, uno de sus muchos acompañantes se adelantó con una jarra de piedra y se la ofreció a Fan. Éste supuso que contendría agua y se quedó más tranquilo, aunque no demasiado y, sin bajar la guardia, le dijo a Merto:
- Acércale la cantimplora de agua
Merto se la acercó al que parecía el jefe, éste la miró con mucha curiosidad, parecía que no conociera los metales, y ambos bebieron un largo trago a un tiempo.
En ese momento el alboroto estalló entre la comitiva del jefe, o rey o lo que fuera, así como en toda aquella ciudad de roca. Todos se acercaron para verlos más de cerca y tocarlos, pero respetuosamente. Las mariposas lo evitaron, elevándose por los aires. No querían perder el polvillo de sus alas con tanto manoseo, respetuoso o no, pero manoseo.
El jefe hizo señal de que le siguieran. Fan y Merto se internaron, junto con él y la multitud, por aquella enorme abertura. No estaban muy tranquilos, aunque sus anfitriones parecían amigables. Y más intranquilos estuvieron cuando aquella abertura se cerró, suavemente y sin un sonido.
Sus compañeros se habían quedado en el exterior, para ellos un ambiente más natural que aquella extraña ciudad. Diamante y Esmeralda se acercaron al borde de la espesura y ambas encontraron lo que buscaban; tierno pasto y una tierra húmeda y rica en la que hundir las raíces. Las mariposas no tardaron en encontrar néctar en abundancia, en cuanto a Rubí; no tardó tampoco en encontrar y degustar la fauna local, porque aquella selva no estaba del todo deshabitada, pero debió pensar que también podría albergar algún gran depredador y se retiró, satisfecho de su caza, a montar guardia frente a lo que había sido la puerta de la Ciudad y por la que habían desaparecido sus amigos.
Estos habían sido conducidos por pasillos luminosos, aunque no veían ventana alguna, y llegaron a un pequeño habitáculo amueblado con unos extraños objetos de la misma materia que las paredes. El jefe se sentó en una especie de saliente y les invitó a que hicieran lo mismo. Tomaron asiento y aquello resultó ser una blanda butaca, cálida y confortable. No parecían hechas de roca, pero es lo que eran. Les sacaron unas bandejas finas de piedra con algo que parecían comestibles: un cuenco de raras tierras de color marrón y una especie de galletas, acompañados con una jarra de agua y un pequeño cuenco. Vieron como el jefe vertía aquella tierra en el cuenco, le añadía agua y luego, usando las galletas de cuchara, comenzó a comer. Hicieron lo propio y las tierras, con el agua, formaron una espesa crema, como un puré, lo cataron y lo hallaron comestible, aunque nada tenía que ver con los guisos de Aste, sus quesos, los embutidos de Hénder, los postres de Alandis ni los exóticos platos occidentales de Cipán y de Sirtis. Pero comieron de buena gana. No era cuestión de desairar a su anfitrión.
Ellos le dieron a probar del queso más curado de Fan, unas galletas de Los Telares y una crema de garbanzos de Sirtis y parecía que le había gustado porque repitió. Fan se reservó otras especialidades de la mochila para más adelante. Pasaron horas en aquella especie de saloncito intentando entenderse por señas y mucha mímica.
Lo primero que hicieron fue presentarse, darse a conocer, sus nombres,  y así supieron que su interlocutor se llamaba Axen y su pueblo los Termens. Poco a poco se fueron transmitiendo otras palabras, nombres de objetos, conceptos,… cosa que les llevó horas, de modo que comenzaron a comunicarse algo e iban ampliando su vocabulario. De todos modos, el dominar mínimamente sus respectivos idiomas les llevaría los siguientes días, que se hicieron semanas, en los que aprendieron muchas cosas de aquella ciudad, su ciencia, su historia y su cultura. 
Lo que más tardaron en comprender, aunque lo tuvieron que admitir como un acto de fe, era el dominio que tenían sobre las rocas y sus propiedades. Fan había aprendido de Góntar las propiedades mágicas de las mismas, pero aquello escapaba a su entendimiento. Que la roca pudiera hacerse tan ligera como el ala de una mariposa o tan suave como el más fino vellón de sus ovejas, pero al mismo tiempo más fuerte que el mejor acero de la fragua de Merto, no era fácil de entender. Tampoco lo era el que adoptaran las formas que quisieran y reaccionaran, como las ventanas y la puerta, a las órdenes. Pero Axen les había insistido en que aquellas rocas no eran rocas normales; que eran, la llamada por ellos, Roca Viva, que procedía de la propia raíz de la tierra, en donde se encontraba en estado fluido, y así brotó en tiempos remotos para que su pueblo le diera forma y la dominara. Así sus antepasados descubrieron el modo de manejar las fuerzas de cohesión, tanto atómicas como moleculares o de cristalización, y consiguieron sacar de la roca todas sus propiedades físicas y químicas y aprendieron a controlarlas. Descubrieron que la materia de las rocas, como toda otra materia, se compone de vacío y partículas invisibles que interactúan, de modo que lograron alterar las proporciones de ese vacío para dar mayor o menor solidez, mayor o menor dureza, a los objetos de Piedra Viva.
Les contó que las raíces de la ciudad se hundían en lo más profundo del magma y que éste había fluido como un volcán durante siglos, hasta que sus antepasados lograron obturar la grieta con un tapón de Roca Viva a la que le habían rebajado considerablemente la proporción de vacío. Sólo cuando necesitaban más material para construir, abrían un poco la grieta y la volvían a taponar.
En un principio, para ellos la Montaña de Roca Viva era una deidad. Acababan de bajar de los árboles de la Gran Selva, cuyas ramas les proporcionaban abrigo y seguridad, y la Montaña de Roca viva les proporcionó alojamiento: cómodo, cálido y seguro en sus oquedades. Una comunicación no verbal se estableció entre aquellos seres primitivos y su bienhechora. Aprendieron a relacionarse con ella e interactuar y se adentraron en sus acogedoras entrañas. Aprendieron a dar forma a la Roca Viva y a dar vida a la roca, y pasaron a formar parte de la Montaña, del mismo modo que la Montaña acabó siendo parte de ellos mismos.
Habían pasado muchos siglos, muchas veces las dos lunas se habían eclipsado, muchas veces habían eclipsado al sol y los descendientes de aquellos seres arborícolas aprendieron a manejar la materia de la Roca Viva y dejaron de considerarla una divinidad. Ahora vivían en paz, aislados en medio de aquella selva impenetrable, sin conciencia de que hubiera otros seres semejantes a ellos, hasta que llegaron nuestros amigos.
Es evidente que no consideraron como sus semejantes a Diamante, Rubí, Esmeralda y las dos mariposas, como tampoco consideraron a esta últimas como seres superiores por su capacidad de volar, cosa que les asombraba y admiraba.
Pasaron mucho tiempo en aquella ciudad, aunque ambos procuraban salir a menudo al exterior para no perder el contacto con sus Joyas, como ellos seguían llamándolas.
Durante aquel tiempo, tanto Axen como ellos, aprendieron sus respectivos idiomas y se comunicaban con fluidez en cualquiera de ellos. Aprendieron todo lo referente a la Roca Viva y Axen conoció la existencia de otras tierras, otros reinos y otras gentes mucho más allá de aquella Selva Impenetrable.
- Creo que desde aquí podríamos llegar a Trifer – dijo Fan un día
Axen le respondió: 
- No podemos atravesar esa Selva. Lo hemos intentado talando árboles, pero son tantos que se vuelve a cerrar tras aquellos que lo han intentado. 
- ¿Y la Piedra Viva no puede? -dijo Merto
- ¡Claro! - dijo Axen – no habíamos pensado en ello. Ni la más leve brizna de hierba podría crecer sobre ella. ¡qué gran idea!
No tardaron nada en ponerse a hacer planes, pero en primer lugar debían tener claro en qué lugar se encontraban respecto al límite de la Selva. Fan calculó, por el viaje desde Sirtis y el lugar desde el que acamparon antes de llegar allí, que debían estar a la altura de Trifer o más al Norte, de modo que envió a Zafiro y a Zaf en un vuelo de exploración hacia el Este, aunque en rutas divergentes en busca de alguna referencia.
Zaf regresó agotada y dando señales de no haber encontrado nada, salvo una selva interminable. Había seguido una ruta directa hacia el Este sin encontrar un lugar en que posarse, salvo en las altas copas, a salvo de los posibles depredadores.
Fan estaba preocupado por la tardanza de Zafiro, temía que hubiera sufrido algún percance, pero acabó viéndola aparecer en el horizonte, con signos de estar descansada y bien alimentada, cosa que le tranquilizó. Había seguido una ruta más al sureste y había llegado al límite de la Selva, a terrenos poblados de plantas en flor de las que pudo libar hasta saciarse. No había encontrado la capital de Trifer ni campos de cultivo, pero no debían andar muy lejos según indicaba en sus vuelos en código de las abejas.  Todo ello requería una segunda exploración que llevarían a cabo mano a mano, mejor dicho ala a ala, Zafiro y Zaf, pero eso sería al día siguiente.
Fan pensó que un poco de sicuor le podría ayudar a tomar decisiones, aunque por otra parte temía acabar adquiriendo una dependencia. Sabía lo que le dijera Halmir sobre ello, pero no quería acabar como los habitantes de Mutts, que supeditaron sus decisiones a las respuestas de la Cueva. El sicuor sólo le mostraba cosas y no le aconsejaba nada, las decisiones seguían siendo totalmente suyas.
La elección era compleja: Podría dejar a los Termens viviendo en su mundo, aislados y sin contacto con otros semejantes, o posibilitar la relación entre distintas civilizaciones y culturas. Esto último podría ser traumático o enriquecedor para una o para ambas partes.  La verdad es que estaba hecho un lío, porque no sabía si debía inclinarse por una u otra opción, puesto que lo mismo podrían resultar buena que mala. De modo que decidió consultar el futuro al sicuor antes de adoptar cualquier decisión. Lo que pasa es que ese futuro que vería ya estaba basado en una decisión que acabaría tomando de un modo u otro. De manera que más lío aún.
Se recluyó en su habitación y cerró la puerta. Hacía tiempo que había aprendido a hacerlo, aunque aquello de las fuerzas de cohesión no acababa de entenderlo. Abrió la mochila, introdujo la mano y la sacó sujetando la cantimplora del sicuor. Receloso miró en derredor. Lo cierto es que no se sentía seguro en el seno de aquello que decían Roca Viva  ¿Le estaría observando? ¿Las paredes? ¿La cama? ¿La silla?,…   rechazó sus infundadas aprensiones, se acomodó y echó un buen trago de la cantimplora pensando en Trifer y el ellos mismos.
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Y se vio, junto con Merto, rodeado de guardias fuertemente armados. Unos guardias de un color amarillo vivo, que dejaba claro en qué lugar se encontraban. Le inquietaba, más que los guardias, puesto que aquello no era real en ese momento, la ausencia de sus compañeros y de su mochila, pero siguió contemplando la escena como si no estuviera allí 
 .....
 - Pero habéis llegado desde la Selva Impenetrable  ¿quién os envía?
- No nos envía nadie – dijo Merto – Venimos en señal de buena voluntad y de paz. Somos amigos de Serah y de Hénder y no queremos meternos en disputas estériles ¿Nos veis armados? ¿Nos creéis peligrosos?
- Seguro que sabéis quienes somos – oyó decir Fan al otro Fan, que era él, aunque no era, aunque sí era – Sabéis que hemos ayudado a salvar las Palmas Reales y que, gracias a nosotros, ahora hay paz en vuestros reinos.
- Eso lo decís vosotros, pero ¿Dónde están vuestros compañeros mágicos que cuentan siempre os acompañan?
- Los habéis asustado vosotros con tanta demostración de fuerza y fiereza, aunque no creo que tarden en regresar. Pero venimos del otro lado de la Selva a traeros noticias importantes
- Nadie puede venir del otro lado de la Selva Impenetrable. Nadie puede vivir allí. Nuestros leñadores talan y talan y la Selva crece y crece.
- Queremos ver a tu Rey
- Está ocupado y no puede recibiros. Os recibirá cuando las ranas críen pelo o cuando se abra un camino en la Selva

- Entonces ¡Ya! - dijo el Fan de la visión, mientras se escuchaba un estruendo lejano y el derrumbe de cientos de viejos árboles.
Los guardias, no impávidos sino todo lo contrario, permanecieron quietos en sus puestos, sin atreverse a respirar, pendientes de las órdenes, pero más de la mirada de su jefe, que tampoco las tenía todas consigo.
El rumor siguió acercándose y, sin esperar a órdenes o miradas, todos salieron corriendo dejando atrás armas y bagajes.
Un amplio claro se hizo en la Selva y una especie de lisa calzada de piedra se desplegó entre los árboles hasta que cesó el estruendo y la calzada detuvo su avance.
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Acabó el efecto del sicuor y Fan volvió en si, después de haber estado doblemente en si. Había un riesgo pero había que hacerlo. O no solo habría que hacerlo sino que acabaría haciéndose de un modo o de otro y a ellos les pillaría en medio. ¿Y sus amigos? ¿Qué había sido de las Joyas?. El sicuor posiblemente le permitiría descubrir algo, pero no sabía qué, ni cómo, de modo que esa misma noche tomó una dosis mayor y esperó los acontecimientos.






EN ROCA VIVA parte 2

el próximo jueves

miércoles, 22 de marzo de 2017

RELATOS DE HÉNDER, Libro 10 (A Sirtis) parte 2

Y acaba esta visita a Sirtis, tras conocer 
el templo de los cuatro elementos, 
una cuenta cuentos y un poeta





 


A SIRTIS parte 2



Y, guiados por él, penetraron en el edificio. Allí las columnas y los arcos eran mucho más altos que en el Palacio y se perdían en la altura. En los cuatro brazos que formaban el templo se mostraba una representación de esos elementos que había mencionado Alkalá. 
Estaban orientados de tal manera que el brazo o nave primera, que encontraron al frente, miraba al Norte y, en él, una esfera de mármol pulido y brillante, flotaba ingrávida. Alkalá les explicó:
- El aire, ese elemento tan sutil y tan potente a un tiempo, es el que mantiene en equilibrio esa esfera. Si pudiéramos acercarnos más, ni tan siquiera podríamos ver, aunque existen, los torbellinos que forma esa columna invisible que la sostiene, como nos sostiene a todos los que precisamos de él para sobrevivir, aunque también puede destruirnos si actúa violentamente. Hay huracanes, tifones, tornados,… que no es la misma cosa que la suave brisa marina que empuja las velas o el aire que ahora mismo estamos respirando.
En el brazo Este, una esfera de hierro flotaba también ingrávida pero, en este caso, sí que se podía ver un potente chorro de agua que luego caía pulverizada como una leve cortina.
- El agua también presenta esa dualidad extrema y, tanto puede darnos y conservarnos la vida, como nos puede destruir. Me imagino que tú, Fan, debiste padecer la privación de agua en el desierto cuando te encontrabas secuestrado. También habéis podido ver el poder del agua, junto con el viento, en aquella ocasión en que ibais navegando y también al pie de aquella cascada del Muro que da lugar a nuestro río y nuestras fuentes.
En el brazo Oeste se podía ver una esfera de un producto desconocido flotando ingrávida, pero ahí también era evidente que una llama fulgurante y chisporroteante la mantenía en alto.
- Eso que veis flotar es una esfera de una porcelana grafítica especial, de la que se fabrican los crisoles. El fuego es eso que nos calienta cuando hace frío, cocina nuestros alimentos, alegra una velada, tanto contemplando las llamas del hogar como en una buena fogata en la montaña, es el reflejo en la tierra de ese Sol que nos ilumina y nos calienta, pero también presenta esa dualidad, te da vida o te mata. Creo que no hace falta explicaros las consecuencias de un incendio doméstico o forestal. 
En el brazo o nave Sur no había esfera alguna. La calma era absoluta. Sólo se veía una acumulación cónica de tierra, parecida a aquella montaña que vieran en Cipán y además estaba cubierta de plantas verdes. De momento no pasaba nada pero, conforme observaban, la tierra se comenzó a agitar, se agrietaba y se producían profundos surcos, mientras el vértice del cono se abría y comenzaba a arrojar una masa fluida y ardiente que calcinaba todo a su paso y descendía a lo largo del perímetro de aquel cono. Finalmente se apagaba todo, las grietas quedaban obturadas y volvía a verse aquella montaña cónica que se volvía a cubrir, poco a poco, de plantas verdes.
- La tierra, esa cosa inerte que nos soporta, a la que pisamos sin el menor respeto, que da vida a las plantas como vuestra amiga Esmeralda y que nos acaba dando vida a todos, presenta también esa misma cualidad, te acoge y te soporta vivo y te acoge también cuando ya no alientas; pero, también, cuando se estremece, acaba con todo aquello a lo que servía de soporte y de sustento.
Salieron abrumados de aquel lugar que era templo, escuela de sabiduría u objeto de reflexión. El sol del mediodía les devolvió a una realidad cotidiana y rutinaria. No se preocuparon por pisar el suelo o respirar el aire, pero se sintieron más respetuosos con la Naturaleza y con todas las gentes con las que se cruzaban. Por otra parte, antes de que Alkalá dijera nada, sintieron que ya era hora de comer algo.
- Venid que os llevaré a un sitio que cocinan como lo hacía mi santa madre – dijo.
Y les condujo a un local con una sala enorme, llena de mesas redondas y bajos taburetes en los que una muchedumbre charlaba animadamente, mientras degustaban las especialidades de la casa. No parecía que hubiera mesas libres, pero a Alkalá le consiguieron una en un reservado.
Sin duda era un cliente importante y asíduo.
Y les sirvieron verduras y carnes, cocinadas de tal manera que se podían apreciar  todos y cada uno de los sabores, cada uno de los matices. Sabiamente condimentadas, con tal delicadeza que las especias no enmascaraban los sabores, sino que los realzaban sutilmente hasta límites inimaginables. Ellos; que habían probado las delicias frutales de Alandia, las exóticas de Cipán y Los Telares, los pescados y mariscos de Puerto Fin,… acabaron reconociendo que allí habían sabido extraer las esencias de las materias primas y las habían realzado magistralmente.
Era media tarde cuando salieron, tras tomar un té abrasador, pero que les hizo sentir el fresco de una mañana primaveral.
Alkalá les llevó hacia el puerto. Un puerto como el de Los Telares, pero sin el agobio de allá. Los trabajos se desarrollaban con parsimonia, pero con gran precisión. El puerto era muchas veces mayor que el de Puerto Fin; y, tras ver el de Los Telares, el de Cipán y el de Sirtis, aquél no dejaba de ser un insignificante embarcadero. En este lugar predominaban las barcas de pesca, como en Puerto Fin, pero muchas más, y también atracaban barcos procedentes de Los Telares y de Cipán. Era un puerto con buena actividad comercial con los occidentales, pero preferentemente pesquero, aunque sus pescadores no se alejaban demasiado de allí, lo justo para encontrar los bancos de peces que les servían de sustento, para la población de Sirtis y para exportar a los occidentales.
- Nuestros pescadores no se aventuran más allá de la vista de la costa – dijo Alkalá
- ¿Y no han explorado hacia el norte? - preguntó Fan.
- No. Algunos lo han intentado, pero han regresado diciendo que no hay más que altísimos acantilados infranqueables, arrecifes y rompientes y ninguna cala donde poder refugiarse, de modo que nadie ha vuelto a perder el tiempo intentándolo.
 - Veo que vienen barcos de los occidentales. Bueno vosotros también lo sois, pero me refiero a Cipán y Los Telares. ¿Qué es lo que vienen buscando? - preguntó Merto.
- Aquí podemos intercambiar verduras, corderos, pescado y, sobre todo artesanía de cuero, calzado y otros, oro y plata repujados,… más o menos lo que nuestras caravanas llevan a Alandia, aunque allí no llevamos productos perecederos, pero también llevamos productos de Cipán y Los Telares, porque por mar no suelen llegarles con frecuencia suficiente y nuestras caravanas lo suplen. A cambio traemos de Alandia, para la Isla Imperial, conservas frutales y esencias, muy apreciadas allí aún siendo una isla de frutos y flores.
A Fan le parecía como si las artes, al contrario que en Cipán, no fueran allí especialmente cultivadas, pero no era totalmente cierto. Algo era apreciado por las clases populares, aunque más entre gentes pudientes. Solían disfrutar con las danzas y las músicas y tenían instrumentos originales que él nunca había visto ni escuchado, no tan raros como aquellos del parque de Cipán, pero a él le sonaban igual de extraños.
Otras artes como el teatro, la pintura y la escultura no tenían público, aunque siempre había espíritus inquietos que las practicaban.
- He oído decir – comentó Fan – que sois dados a los cuentos y relatos de magia y fantasía y que aquí cultiváis especialmente ese género literario. Además en Aste tengo libros que relatan aventuras fantásticas, aunque a veces me cuesta convencer a Merto de que son puramente imaginarias y, por lo que veo, en sus ambientes retratan bastante esta ciudad.
- Así es, y esta noche os llevaré a un lugar en el que podréis comprobarlo.

Y esa noche les condujo a un local amplio, cubierto de alfombras sobre las que se acomodaba un público, callado y quieto, esperando que comenzara su relato la persona que ocupaba el centro, reposando sobre mullidos almohadones. Se trataba de una joven que, oculta, parcialmente irreconocible, bajo unos velos de colorida seda, comenzó a contar con voz queda, aunque claramente audible:
- En la antigua y esplendorosa ciudad de Sarfán, corte del poderoso Sultán Agrigerio Tercero, hijo de Andris y de Emfelia, de los que ya os relaté ayer sus desgraciados amores, vivía un poderoso y rico comerciante de alfombras, que nadaba en la abundancia, pero no era feliz. Había comprobado que la riqueza, las posesiones, todo aquello exterior a uno no la daba; y no sabía por qué, puesto que vivía en una posición desahogada y sin problemas pero, cuanto más desahogado vivía y menos problemas tenía más infelicidad sentía. Lo que no sabía es que la felicidad reside dentro de uno mismo y que se materializa en la medida que la dejas aflorar en forma de amor, entrega, generosidad, altruismo, hospitalidad, optimismo,… todas aquellas actitudes positivas que tantas veces os he resaltado en mis relatos y que no me cansaré de hacerlo. Pero hoy no vamos a contar cosas de él, sino de un simple perro abandonado y de lo que le aconteció. Se llamaba Sultán, aunque sin ánimo de ofender a la egregia persona. Se llamaba así porque así le puso su amo cuando lo compró para su hijo pequeño, como un regalo, como si un ser vivo fuera un objeto. Y de hecho así le trataban, salvo el niño, que pronto intimó con Sultán y jugaba con él. El padre, aquel rico mercader, pronto sintió que Sultán comenzaba a ser un estorbo. Tenía, porque se lo podía permitir, un sirviente que se ocupaba de sacarlo a pasear y a hacer sus necesidades, aunque no ejercicio, también quien se encargaba de su agua y su alimento, de modo que no se comprende cómo podía considerarlo un estorbo si él no se ocupaba en absoluto de nada. Pero, aparte de corretear por todas partes, para ejercitarse, jugar con el niño, romper entre los dos alguna cosa durante los juegos, escarbar en su alfombra favorita, restarle protagonismo en el cariño de su hijo, cruzarse entre los pies cuando llegaba a casa y saltar alegre y atropelladamente a su alrededor, todas actividades molestas para él, no le veía ningún beneficio inmediato por su presencia y decidió abandonarlo bien lejos.
Encargó a uno de sus sirvientes que se lo llevara lo más lejos que pudiera y lo perdiera. No sabía que los perros tienen un gran sentido de la orientación y acabó regresando en poco tiempo, aunque hambriento, sediento, sucio y agotado, pero era recibido con grandes muestras de cariño por el niño. Y eso al padre aún le molestaba más y, tras castigar severamente al criado por no haberlo dejado lo bastante lejos, le enviaba de nuevo al destierro. Y regresaba nuevamente repitiéndose la escena una y otra vez.
Los perros no son tontos, saben donde hay cariño y donde no, y si regresaba era por el pequeño, pero no por su padre, ni por el pienso, ni por nada ni nadie más en aquella casa.
Pero cierta vez, cuando ya regresaba del último abandono, una vez en que más parecía la sombra de un perro, cuando ya era sólo piel y huesos, al borde del camino, en pleno desierto en el que le habían dejado, le recogió un arriero que se dirigía a Alandia en una destartalada carreta tirada por un viejo búfalo, casi tan comatoso como Sultán.

Le tomó en brazos y le subió a la carreta, le puso una escudilla con agua que vació ávidamente, así como un cuenco con algo de pan duro y parte de su menguada comida, que Sultán apreció más que los manjares que le servían en casa de su amo.
Así pasaron los días de travesía por el desierto y se fue recuperando de tal modo que, cuando llegaron a Alandia, a la explanada de las caravanas, ya parecía un perro normal, sin rastro de las penurias que había pasado.
Sultán hubiera regresado a Sarfán, los perros tienen esa poderosa fidelidad, pero ahora aún era más difícil. El desierto suponía una barrera infranqueable, tenía una deuda de gratitud con el arriero que le había salvado la vida y además, sabía perfectamente que en aquella casa, salvo el niño, no se le quería ni sería bien recibido. De modo que decidió servir a su nuevo amo, Rashid, puesto que como amo él ya le había adoptado.

De todos es sabido que en Alandia no hay delincuentes, salvo en una ocasión que ya os conté no hace mucho, por lo que no era necesario vigilar las carretas ni las mercancías. No serviría de nada hacer de perro guardián, pero sí serviría de algo ejercitar los pequeños trucos que le había enseñado su pequeño amo cuando aún vivía en Sarfán. De modo que, aprovechando la aglomeración de gentes en el mercadillo que tenía lugar en la explanada, tomó un cuenco de la carreta, lo depositó en el suelo y comenzó a hacer volteretas, andar en dos patas, tanto las traseras como las delanteras, a hacerse el muerto, a dar la mano, sostener algo en equilibrio sobre el morro,… y la gente, admirada por las habilidades de aquel chucho, echaba unas monedas en el cuenco. Además corrió la voz y en los días sucesivos aquello era un espectáculo al que acudía toda la ciudad, un espectáculo que Sultán adornaba con nuevos trucos que se iba inventando sobre la marcha.
Rashid juntó una buena cantidad de dinero, gracias a Sultán, que le permitió vender la vieja carreta y el decrépito búfalo y comprar otros mejores, aparte de cargar más provisiones, conservas y esencias de Alandia para vender en Sarfán. Y acabaron regresando a la capital del poderoso Sultán Agrigerio Tercero, hijo de Andris y de Emfelia.

Allí Rashid y Sultán fueron felices juntos, con algún que otro pequeño viaje comercial a Alandia y alguna actuación aquí y allá que les permitieron vivir desahogadamente, aunque sin lujos, y vivir felices el resto de sus días. Porque la felicidad reside dentro de uno mismo y se materializa en la medida que la dejas aflorar en forma de amor, entrega, generosidad, altruismo, hospitalidad, optimismo… todas aquellas actitudes positivas, que a ambos les sobraban, que tantas veces os he resaltado en mis relatos y que no me cansaré de hacerlo.
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Alkalá les llevó en los siguientes días a los espectáculos musicales privados y de danzas occidentales, aunque no tenían mucho que ver con lo que representaban en aquel parque de la Ciudad Imperial de Cipán, pero también les acompañó a una mísera calle en las afueras.
- Este es el mayor poeta de Sirtis, pero Gibraín no quiere abandonar su casa y vivir en condiciones más adecuadas. Yo lo he intentado varias veces, incluso llevarlo a mi casa, pero él se niega.
Y allí estaba, sentado sobre una estera en el frío suelo, les saludó y se encerró nuevamente en su mutismo reflexivo.
Los tres se sentaron frente a él y se quedaron mirándolo en un silencio reverencial. Era un hombre enjuto, de facciones afiladas y mirada penetrante, tan penetrante que parecía atravesar el infinito, pero sentían como si él estuviera contemplando aquel infinito a través de todos y cada uno de ellos y, al mismo tiempo, escrutara sus pensamientos más íntimos.
Y dijo con una voz suave aunque penetrante:
Hay realidades en un breve sorbo,
sorbe la vida, pero con cuidado.
No hay que dejar que el sorbo sea tu estorbo,
sólo ha de ser tu guía y tu cayado.
La magia no es más viva que la vida,
el sentimiento ha de acabar con su misterio.
Deja a las alas mostrarte una salida
en alas de Aventura y de su imperio.

Y el silencio descendió sobre todos ellos, un silencio lleno de voces, de preguntas sin respuesta y de respuestas sin pregunta, un silencio a gritos en aquella mirada clavada en el infinito
Todos quedaron muy intrigados con aquel mensaje misterioso e indescifrable, sólo Fan creyó captar algo en aquellos versos y procuró memorizarlos.
Aquella noche Fan y Merto cambiaron impresiones antes de retirarse a dormir.
- Creo que aquí ya no hay nada nuevo que ver – dijo Merto.
- Ya estamos siendo una carga para nuestro amigo. Está abandonando sus asuntos y, para él, eso es algo muy importante.
- Pues habrá que marcharse, pero a ver cómo se lo decimos.
-Mañana lo haré. Le diré que nuestras Joyas necesitan algo de actividad y aquí no pueden hacerlo. La verdad es que esta especie de reclusión no creo que les vaya bien.

De modo que, a la mañana siguiente, a la hora del desayuno, dijo Fan.
- Amigo: te estamos muy agradecidos por tus atenciones y encantados por todo lo que nos has mostrado en tu ciudad, pero creo que se acerca la hora de partir. Podría decirte que ya estamos deseosos de nuevas aventuras, y no te mentiría aunque aquí estamos muy bien, tratados a cuerpo de rey, y esta vez uso esa expresión con razón; pero nuestros amigos, las Joyas, necesitan espacios más amplios que tu huerto, por grande que sea, y poder correr y volar sin tener que ocultarse a miradas indiscretas. Te agradecemos mucho, repito, tus atenciones y tu hospitalidad, pero creemos que ya ha llegado el momento y hemos de marchar.
   - Y lo sentiré mucho, pero no seré un estorbo en vuestro camino ni en vuestras futuras aventuras. Estos días han sido los mejores que he pasado en muchos años y, si no fuera por mi edad y las obligaciones, no dudaría en acompañaros. Debe ser apasionante vivir las cosas que habéis vivido y las que aún os quedan por vivir. Marchad, pues, cuando creáis oportuno, pero no olvidéis que aquí tenéis vuestra casa.
    Y prepararon la marcha. ¿A dónde irían? ¿Regresarían a Aste? Fan estaba preocupado por lo que pudiera pasar allá en su ausencia, pero pensaba que ya habrían aprendido la lección la vez anterior y que no haría falta dejar que, lo que pudiera ver con el sicuor, fuera un estorbo en sus próximos pasos, aunque podría usarlo como apoyo o cayado, tal como dijo el poeta. Así que esa noche, en la soledad de su alcoba, se dio una vuelta por Aste y comprobó que todo estaba bien. No quería indagar más, ni tan siquiera sobre lo que les podría esperar en el futuro, aunque algo ya había visto antes.
   A la mañana siguiente decidieron explorar la costa, desde donde los pescadores de Sirtis habían abandonado.






EN ROCA VIVA parte 1

el próximo jueves