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miércoles, 8 de febrero de 2017

RELATOS DE HÉNDER, Libro 7 (Visión cumplida) parte 2


La persecución de los secuestradores por Merto  y 
los guardias acorta distancias, pero es la  magia, 
o más bien la superstición  y un eclipse de sol  
providencial en un oasis, lo que da lugar 
al desenlace de esta aventura.



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VISIÓN CUMPLIDA parte 2
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El carro se había detenido y Fan no se movió. Ya habían parado otras veces, pero en esta ocasión notó como descorrían el toldo y el sol poniente le daba de lleno, aunque no le deslumbró gracias al saco. Le golpearon con un bastón como indicándole que se incorporara, y así lo hizo. Le retiraron el saco y pudo respirar mejor, aunque el sol le dañaba la vista y tuvo que cerrar los ojos, pero acabó adaptándose. Le dolía todo, estaba entumecido por las ligaduras y la postura forzada en el fondo del carro durante tanto tiempo. Entonces la sensación de sed se hizo más acuciante y, con un hilo de voz, dijo:
- Agua, agua, por favor
Uno de los captores le acercó una cantimplora a los labios resecos y polvorientos. Bebió unos sorbos, aunque buena parte le cayó por encima y notó el frío chorro descender por el pecho. Entonces reparó en aquellos que le rodeaban; eran como en aquella visión, todos ellos con sus túnicas de cabeza a pies y se adivinaban unos ojos crueles tras las aberturas. Uno, que parecía ser el jefe, sus ademanes así lo daban a entender y además era el más alto, se acercó y le preguntó:
- ¿Dónde joyas? 
- ¿Qué joyas? - respondió Fan con un hilo de voz
-¿Y esto qué? - dijo, dando un tirón de la Flor de Lis y rompiendo el cordón de tal modo que casi le parte el cuello
- Esto es una condecoración del rey de Alandia y como se entere del trato que me habéis dado lo pasaréis mal.
El otro, mirando y sopesando la Flor de Lis, soltó el cordón, lo tiró al suelo y se guardó la medalla en un bolsillo repitiendo la pregunta:
- ¿Dónde joyas?
- No tengo más que eso y ya lo tienes ¿Qué más podéis querer?
- ¿No joyas? En Alandia decir todos llevar joyas tú

Fan no sabía cómo explicarle que aquellas Joyas no eran ningún tesoro, sino un lobo, una oveja, una col y una mariposa, porque… ¿cómo se lo tomarían?.
Pero no tuvo que decir nada. A una indicación de aquel que parecía el jefe, uno de ellos se adelantó y comenzó a registrarlo concienzudamente. Entonces Fan recordó que el estuche de Esmeralda estaba en la mochila y suspiró aliviado, pero un amago de sonrisa en su rostro hizo enfurecer al jefe.
- ¿Gracia? Tú esconde joyas, tú dice dónde
- No hay joyas, son unos amigos que llamamos así
- No amigos llaman joyas, tú habla.

No sabía que hacer, si les decía la verdad no le creerían, de modo que optó por no decir nada.
Como ya estaba oscureciendo, los captores se dispusieron a hacer noche allí mismo y él pudo echar un vistazo en derredor.
Aquello, como en su visión, era un minúsculo oasis con un pozo, unas ruinas dispersas de lo que en tiempos pudo ser una aldea o una posada, y dos palmeras raquíticas. En donde se encontraban permanecía, seco y en pie, el tronco de otra palmera muerta hacía tiempo. Le hicieron sentar en la arena de espaldas a aquel tronco seco y lo ataron a él. Se pusieron a arreglar a los búfalos, preparar la cena y las mantas con las que pasarían la noche. Al verlos cenar, Fan se dio cuenta de que llevaba tiempo sin comer nada, no sabía cuánto, había perdido el sentido del tiempo allá en la carreta, y pidió:
- Por favor, comida, agua.
Pero no le hicieron caso, de modo que se dejó abandonado a su destino, y la debilidad hizo el resto. Se quedó dormido tan profundamente que esa noche no oyó los ronquidos de ellos ni las ventosidades de los búfalos. Tampoco fue consciente de la enorme bajada de temperatura ni de que casi se le congelan los dedos de manos y pies.

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Merto calculó, en el último vuelo de Zafiro, que a lo sumo estaban a una hora de distancia y, sacando fuerzas de flaqueza, recorrió los metros que le separaban de una alta duna. La mochila con Rubí y Diamante dentro no le pesaba nada afortunadamente y llegó cuando se estaba ocultando el sol. Al bordear la duna pudo ver, a no más de cincuenta metros, unas ruinas con dos palmeras. También vio a dos búfalos de la estepa comiendo las escasas hierbas que brotaban al pie de las mismas y una carreta. De modo que hizo salir a Rubí y Diamante, se quedó oculto tras la duna estudiando el terreno e imaginando cómo aproximarse sin ser vistos. Cuando ya era noche cerrada y antes de que saliera alguna luna, confió en el olfato de Rubí y todos, en fila tras él, se acercaron hasta un derruido muro de adobe y esperaron a ver que pasaba, ocultos tras él. Pero en aquella especie de oasis no había movimiento, los que estaban allí debían estar durmiendo y no sabía si Fan estaba con ellos. Había que esperar hasta el amanecer para ver el terreno y si se encontraba allí.

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Amanecía y, en el oasis, los raptores comenzaron a moverse. No prepararon el carro ni uncieron los búfalos. Parecía que su intención no era la de seguir el camino, sino acabar allí mismo lo que habían comenzado. Desayunaron tranquilamente y Fan seguía adormilado o privado, pero reaccionó cuando le hicieron ponerse en pie, le desnudaron de cintura para arriba y le ataron nuevamente al tronco de la palmera, pero esta vez abrazado a ella.
Se le acercó el jefe y le repitió:
- ¿Dónde joyas?
- No tengo ninguna joya, tú lo has comprobado.
- ¡Mentira! Tú esconde joyas, pero tú dice.

A una señal suya, uno de ellos, con un látigo en mano se acercó a él y se preparó para aplicar el primer latigazo de una serie que sólo el jefe sabía cuánto podía durar.
A Fan le dolía todo, especialmente los dedos, y aún tiritaba, pero en un doloroso esfuerzo logró decir:
- No hay joyas, todo es cosa de magia, una magia tan poderosa que ni tú ni yo tenemos nada que hacer. Una magia que puede convertir el día en noche, volver lo blanco en negro y lo soñado en real. Si me das el primer latigazo podrás comprobar el poder de esa magia.
En ese momento comenzó a oscurecerse el sol, tal y como él sabía que iba a pasar, y recalcó con voz teatral:
- ¡Invoco a los poderes de la oscuridad, invoco a los genios de la noche y de la nada! ¡Huid insensatos! Vuestro fin está próximo.
Todos se retiraron atemorizados, la oscuridad era cada vez mayor y la superstición se sumaba a aquella extraña situación, pero el jefe cortó en seco la huida de sus secuaces:
- ¿Por quién tomas tú? ¿Por tontos? ¿Piensas no conocer eclipse nosotros? ¡Muchos vistos! ¡Quieto ahí! ¡El látigo!
Ya estaba a punto de descargar el primer golpe cuando un terrorífico aullido sonó entre las ruinas y una sombra, aún más misteriosa, descendía desde el sol apagado y se posaba con unas enormes alas abiertas en medio de la negrura creciente sobre el tronco seco de la palmera.
Todos, incluido el jefe, salieron huyendo atropelladamente, hasta venir a caer en los brazos de los guardias que llegaban en aquel preciso momento. Los maniataron y los echaron de cualquier manera dentro del carro y ellos hasta lo agradecieron, tal era el pánico que habían experimentado, cualquier cosa antes que aquella magia tan terrorífica.
Una franja de sol volvió a lucir y Merto corrió en auxilio de Fan, al que había podido ver, antes del eclipse, atado al tronco. Había seguido los acontecimientos sin saber qué hacer, eran muchos para ellos y esperaba el mejor momento para intervenir. Y ese momento llegó, le había escuchado desde su escondrijo aprovechar las supersticiones de aquella gente. Y el plan le vino como una inspiración al ver que lo que había invocado Fan comenzaba a cumplirse, él se dio cuenta de que se estaba produciendo un eclipse y preparó la escenografía a fin de aterrorizar a los secuestradores. Merto sabía que sus Joyas eran capaces de entender lo que se les decía y dio instrucciones a Rubí y Zafiro para que representaran su papel, y lo hicieron de maravilla. Pero después reconoció que la suerte había jugado a su favor, la oportuna llegada de los guardias fue providencial porque: .¿Qué hubiera pasado al acabar el eclipse? ¿Qué hubiera pasado cuando descubrieran que lo que les había provocado el pánico eran simplemente un lobo y una mariposa?
Merto liberó a Fan de sus ataduras y le dio de beber y comer de lo que llevaba en la mochila y éste le dio instrucciones para que le preparara una infusión reanimante, como aquella que había usado en Serah para los Hurin, y muy pronto se recuperó.
Reunido con todo su grupo, Esmeralda también, aunque en su estuche, se acercó al carro en donde permanecían atados los secuestradores.
- Aquí tenéis a mis joyas, como ya os dije y no me hicísteis caso. Ahora os toca cumplir la condena que os corresponda por vuestros delitos.
Y esta nueva caravana, compuesta por un carro, un pelotón de guardias y una mariposa gigante sobrevolándolos, salió camino de Alandia. Fan y Merto, esta vez iban cómodamente en el pescante, mientras que Rubí y Diamante compartieron el fondo del carro con los secuestradores, allí apiñados, que no se atrevían a moverse viendo la dentadura de uno y la testuz de la otra.
El viaje de regreso fue muy aburrido, monótono, muy diferente del de la ida, especialmente para Merto, aunque mucho más cómodo y tranquilo. Pero sirvió para que Fan se recuperara de todas las penurias pasadas y para que los dos se contaran las peripecias del secuestro y el rescate, aunque Fan tenía muy poco que contar.
- ¿Cómo sabías que habría un eclipse de sol?
No sabía qué responderle y menos que lo había visto gracias al sicuor.
- Debe ser un sexto sentido. Son muchos años de pastor, contemplando las estrellas, el sol y las lunas, digamos que ha sido una intuición, una afortunada y acertada intuición.
Merto quedó aparentemente convencido y no volvió a preguntarle sobre aquel tema.
Dos de los guardias se adelantaron para informar al rey del éxito de la misión y el resto de la comitiva completó el viaje al lento paso del carro tirado por los dos búfalos.
El recibimiento fue clamoroso, el rey lo había organizado bien y no se recuerda en los anales de Alandia una celebración semejante, ni siquiera cuando el propio rey regresó de un viaje, su único viaje, al Embarcadero del Far. Fan y Merto, en pie sobre el pescante recibían la admiración y los vítores del pueblo, Rubí y Diamante desfilaban orgullosamente tras los guardias y delante de los búfalos, Zafiro se posó sobre el toldo del carro con las alas abiertas de par en par, tenía un gran sentido del espectáculo. Los que no iban tan contentos eran los secuestradores, que los guardias hacían caminar maniatados entre sus filas y a los que todos dedicaban improperios y que, si no les tiraban huevos y tomates pochos, era por no darle a los guardias que los custodiaban. Pero no podían tener queja alguna, al contrario de lo que ellos habían hecho con Fan, a ellos no les faltó en todo el viaje alimento ni agua. Nuestros amigos se encargaron de darles de comer y de beber con el contenido de la mochila y, no solo estaban agradecidos, sino muy arrepentidos de lo que habían hecho. De todos modos pasaron a las mazmorras de Palacio, si es que se puede llamar mazmorras a unas acogedoras y luminosas estancias, limpias y provistas de todo lo necesario, unas habitaciones que habría envidiado la posada más lujosa del Continente.
Nuestros amigos, acompañados por sus Joyas, tuvieron una larga conversación con el rey que, como es natural, quería saber todas las peripecias con pelos y señales o con estambres y pistilos como diría él.
Fan no tenía mucho para contar, pero Merto estaba en la gloria relatando todas y cada una de sus jornadas por el desierto, así como el épico y mágico rescate. Los guardias habían recuperado la Flor de Lis que permanecía en poder del jefe de los raptores, le habían puesto un cordón nuevo y Fan la lucía en su pecho, como habitualmente.
Pocos días pasaron allí. El rey no les quería dejar marchar, pero tenían prisa por llegar a Hénder y recuperar a Esmeralda.
En aquellos días alguien pidió audiencia con el rey y con ellos. Se trataba de un componente de la caravana, un rico comerciante que tenía por costumbre viajar a veces a donde fueran sus mercancías. Decía siempre:
- El negocio se encuentra donde está el cliente, no vale esperar sentado en casa a que otros te lleven el fruto de la venta de tus productos. Al cliente hay que frecuentarlo, negociar y regatear con él, incluso a veces puede tener algo que te interese comprar o intercambiar, y eso unos intermediarios no lo pueden captar, ellos no defenderán tus intereses como tú mismo.
Reunidos con él en el Salón del Trono, dijo:
- Vengo a pedir disculpas en nombre de mi pueblo. En todas partes surgen gentes indeseables, pero eso no debe generalizarse a todos los honrados ciudadanos de Sirtis.
- Aquí no hay indeseables – cortó el rey
- Bien lo sé. Debe ser el efecto del amor a las plantas y los animales, el amor a la Naturaleza que impide esos comportamientos también hacia el prójimo; pero, aunque en Sirtis también amamos las plantas y las flores, hay oficios menos pacíficos o bucólicos que acaban endureciendo el corazón de algunos y es lo que ha pasado con estos delincuentes. No vengo a pedir clemencia para ellos, aunque sí pediros perdón a vosotros y especialmente a ti por el mal trato que has recibido, te pido disculpas en mi nombre y en nombre de todas las personas decentes y hospitalarias de mi tierra y a ofrecerme a acompañaros allí para agasajaros, no tan fastuosamente como aquí, pero seríais muy bien venidos.
 - Acepto las disculpas en nombre de todos – dijo Fan – y tomo esa invitación para otra ocasión, ahora estamos preparando otro viaje más urgente, pero prometo tomaros la palabra e ir a visitaros.
- Alkalá es una persona de toda confianza – terció el rey – os lo puedo garantizar. A su lado no puede pasaros nada malo. En cuanto a esos delincuentes ya nos encargaremos de hacerles lamentar lo que han hecho.
- Lo dudo mucho, Majestad – dijo Merto – ellos están encantados en su reclusión. Ni en sus mejores sueños estarían tan cómodamente alojados y tan bien servidos. Decidme Alkalá: ¿En vuestro país son tan cómodas las mazmorras y tan delicado el trato?
- No, de ningún modo. No es que las autoridades los traten de forma inhumana, pero nuestro sistema pretende que no se encuentren mejor que en su propia casa ni más que cualquier otro ciudadano honrado en la suya, que se les quiten las ganas de reincidir para vivir a cuerpo de rey, perdón Majestad, como pasaría con éstos si se quedaran aquí.
- Pues si te los llevas me vas a quitar un peso de encima. Yo no sabría qué hacer con ellos y tampoco me servirían para trabajar en los campos y en los jardines, ya que los que lo hacen aman su trabajo y de nada sirve alguien que no lo haga por amor puesto que seguramente lo hará mal. No quisiera que se acostumbraran al trato benévolo y le tomaran gusto a reincidir para volver a las mazmorras. Nuestro sistema penal, prácticamente innecesario, soy yo, y yo tengo la mano y el corazón muy blandos. De modo que si, cuando partas, te los llevas y tratáis de enderezar esos tallos torcidos, me haréis un favor y a ellos mismos, porque bien orientados pueden florecer y dar buenos frutos.

Y así acabó aquella audiencia; con otro viaje en perspectiva, un nuevo amigo y unos secuestradores que dejarían la vida muelle y holgada y que emprenderían la senda de la rehabilitación.
Nuestros amigos prepararon meticulosamente el viaje. Merto llenó el agua, aunque poca necesitarían si los pastores habían seguido las órdenes del rey y habían cuidado los manantiales, también preparó los comestibles y, entre ellos, unas cuantas variedades de dulces y frutas en almíbar para obsequiar a Melanio y a Gontar. Fan le sugirió añadir más, total no pesaba nada, porque pensaba acercarse a Sirtis a parar el crecimiento descontrolado de las plantas que llevó y, de paso, entregar a Halmir unos productos de lo que hoy era aquella Alandis la Bella de la que eran originarios los hurim.
- Tendríamos que pasar por Aste - dijo Fan
- ¿Por qué?
- Me dejé colgada allí la cadena de monedas de los reinos y es posible que las necesitemos allá arriba.
- Si es así no creo que Góntar o el rey no nos puedan hacer un préstamo. Mejor no perdamos tiempo.
Fan, asintió y se ocupó personalmente en guardar cuidadosamente el estuche de Esmeralda y aquella pequeña cantimplora.

CAMINO A HÉNDER parte 1

el próximo jueves

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