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miércoles, 22 de febrero de 2017

RELATOS DE HÉNDER, Libro 8 (Camino de Hénder) parte 2

 ¿Qué estaba pasando en el pueblo de Aste?
¿Regresarían a tiempo de descubrirlo?
¿Se evitarían una despedida real?
Ahora lo sabremos.
 
CAMINO DE HÉNDER parte 2

Le siguió hasta que pudo ver cómo se apropiaba de un trabajo de forja que Merto tenía en gran estima y que colgaba de un clavo en la pared frontal. Fan no sabía qué hacer, no sabía si podía o debía golpearle para darle una lección, pero lo pensó mejor. No sabía si funcionaría, pero tomó uno de los martillos más pesados y comenzó a golpear en el yunque.
- Bammm, bammm, bammm, bammm
Tasio se quedó paralizado, abrazado a aquella pieza robada, escuchando los martillazos y aún más viendo el martillo caer rítmicamente sobre el yunque.
- Bammm, bammm, bammm, bammm
Pero lo que no se quedó paralizado fue todo el pueblo. Se abrieron puertas, ventanas, los vecinos salieron de sus casas y acudieron en tropel hacia la fuente de aquel sonido intempestivo.
Y allá, en el taller de Merto, todos vieron a Tasio, con los ojos saliéndose de las órbitas, los cabellos erizados y aferrado a su presa.
El yunque había dejado de sonar, pero allí estaban todos, contemplando iracundos a aquel vecino ladrón, al que nadie tenía simpatía y ahora aún menos, ni tampoco piedad.
Cuando reaccionó, soltó lo que tenía en las manos, como si fuera un hierro candente y salió huyendo del pueblo, despavorido y gritando a pleno pulmón:
- Fantasmaaaaas, fantasmaaaaas, fantasmaaaaas
El pueblo no volvió a la normalidad habitual, que tan bien conocía Fan, pero se formaron corrillos que comentaban lo que habían visto y hasta lo que imaginaban, y la imaginación de unos sumada a la de otros comenzó a construir una leyenda. Luego, poco a poco, se fueron retirando a sus casas y Fan pudo comprobar que algunos se deseaban buenas noches, como solían hacer siempre.
Se concentró en Hénder y pensó en lo que pasaría a su marcha. Sólo pudo ver los primeros rayos del sol y a Zafiro alejándose de la torre norte con la mochila colgando de sus patas.
- ¡De modo que Merto se saldrá con la suya! ¡Me alegro! Pero intentaremos no quedar mal con nuestros amigos.- pensó
Poco a poco volvió a la realidad de su cuarto, a las paredes que le rodeaban. La mano derecha y el brazo le dolían un poco, como si hubiera estado dando martillazos en una fragua.
Y se durmió.
El día siguiente culminaron sus planes de “fuga”. No es que nadie les retuviera como para verse obligados a escapar, pero de lo que sí querían verse libres era de aquella, tan temida, parafernalia del acto de la despedida.
Quedaron en que se despedirían durante la cena, alegando que pensaban marchar muy temprano y por si no les diera tiempo a hacerlo en privado, como era su deseo. Quedaron, y se lo hicieron “saber” a las Joyas, en que nada más clarear se reunirían en la terraza de la Torre Norte, y dieron signos de haberlo entendido, o al menos eso les pareció ver.
Aquel día se lo pasaron en preparativos, acopiando algunas provisiones y agua, revisando y "llenando" la mochila, si es que se le puede aplicar esta expresión.
Fan, tras la hora de la comida, se retiró a su cuarto alegando que quería descansar y prepararse para el viaje con una buena siesta. Se tendió en la cama y se echó otro buen trago de sicuor.
Nuevamente se encontraba a la puerta de su casa en Aste. No andaba nadie por la calle, como habitualmente sucedía a aquellas horas, ocupados como estaría cada cual en sus tareas cotidianas. Algunas puertas continuaban cerradas y, bien mirado, a plena luz del día no eran tantos los jardines abandonados, los huertos agostados, ni los corrales sin vida animal como le había parecido la noche anterior. Sólo eran unas cuantas casas, pero las más visibles y pertenecientes a vecinos de poco fiar, de esos que no suelen faltar en cualquier comunidad.
Desde la trasera de una casa le llegaban los ecos acalorados de una discusión, algo poco frecuente en la villa. Se asomó y vio a dos vecinos, de aquellos que siempre buscan problemas, enzarzados a la greña y con cara de pocos amigos; y es que, efectivamente, eran de los que no tenían muchos.
- Las ovejas las quiero yo
- ¿Para qué? ¿Para que las dejes morir de hambre y sed como las tuyas?. Las ovejas serán para mí.
- ¿Para qué? ¿Para que las dejes morir de hambre y sed como tus cerdos y tus gallinas?
- No dejemos pasar más tiempo, éstos ya no volverán y, si no hacemos algo, los demás se quedarán con todo. Será mejor que vayamos a por las ovejas antes de que otro se nos adelante.
- Bien, pero a partes iguales.
- De acuerdo, pero vamos ya.

Y marcharon a los pastos bajos, en el valle, donde sabían se encontraba el rebaño de Fan, y éste también fue tras ellos.
Allí estaba el ganado, lustroso, bien comido y bien cuidado. Fan comprobó que había unos cuantos corderos más que cuando partieron, porque algunas ovejas habían parido.
Se acercaron cuidadosamente a las ovejas para no alarmar a los perros y las comenzaron a azuzar con los cayados en dirección al pueblo.
Fan conocía muy bien a sus perros, especialmente a Rayo, y tenía unas señales especiales que entendía muy bien, una de ellas era para avisar de que había un peligro y debían proteger su rebaño. Se acercó a él y le dijo en la oreja, en voz baja pero imperativamente:
- Sús
Y Rayo salió lanzado, como tal, hacia los extraños que atacaban a sus protegidas, y con él los otros tres, de modo que tocaban a dos fieros perros por cabeza o por posaderas, porque les persiguieron hacia el pueblo ladrando y lanzando dentelladas a salva sea la parte, la que quedaba más al alcance de sus fauces, de modo que les llevaría muchos días en poder sentarse
De haber dejado sus puertas abiertas, como era costumbre, se hubieran podido refugiar en sus casas, pero ellos las tenían cerradas por si los “ladrones”, de modo que; entre dentellada y dentellada, entre grito y ladrido, se alejaron del pueblo huyendo perseguidos por la jauría, que parecía estárselo pasando como nunca. A su paso sembraban la alarma y las puertas y ventanas se llenaron de curiosos, que luego se reunieron en corrillos y comenzaron las tertulias variadas que acabarían siendo un relato compuesto por todas las aportaciones.
Fan pensó
- Esta vez ellos también podrán contar aventuras como esta y la del martillo fantasma.
En cuanto a aquellos tres, si es que se atrevían a volver por allí, si les quedaban ganas, ya se encargaría él a su regreso.
Tras este nuevo “viaje” a Aste, Fan estaba más convencido de que debían volver cuanto antes y, en esta ocasión, no era tan descabellada la idea de Merto. Porque esta vez lo importante era el destino y no el viaje. No podían permitirse tardar semanas, aquel trayecto lo habían hecho otras veces y no habría nada nuevo que ver  digno de interés.
Durante la cena Fan se dirigió a sus anfitriones:
- Majestades: quisiera aprovechar estos momentos de tranquilidad para despedirnos. Mañana pensamos partir temprano y puede que no se presente la ocasión de expresaros nuestro agradecimiento por vuestra hospitalidad y vuestras deferencias. Nos marcharemos con el sentimiento de dejar atrás a tan buenos amigos, pero también con la esperanza de regresar algún día. Gontar sabe cómo avisarnos si nos necesitáis, estamos a vuestro servicio.
- Y yo no tengo por menos que agradeceros, aparte de vuestra buena compañía y esos ratos que he pasado tan bien, escuchando vuestras aventuras, vuestros conocimientos de esas tierras de más allá del Abismo Insondable y esos mares, que es algo desconocido por aquí. Pero, sobre todo, por cuanto habéis hecho por nosotros y, especialmente, en bien de los habitantes de Serah, la producción de sicuos y la paz que reina entre nuestros reinos, antes rivales. Gracias a vosotros, al aumentar la producción ya no rivalizamos por el fruto que es abundante y el comercio entre nosotros es cada vez más activo. Es más, ahora comenzamos a rivalizar en algo positivo, que es la mejora continua de nuestros productos, rivalidad que no implica competencia puesto que cada reino tiene una producción propia en la que estamos especializados cada cual y eso nos enriquece y nos beneficia a todos. Os echaremos de menos, pero no nos olvidéis. Hacednos otra visita y venid bien provistos de aventuras que contar y de platos que catar.
Góntar tomó la palabra:
- Ya sé perfectamente que cuento con vosotros en caso de apuro, siempre lo he sabido, un apuro que ahora veo conjurado gracias a vosotros. Mi cuervo también lo sabe, aunque ya está algo viejo como yo. Y es que la magia no tiene remedio para eso, es ley natural y, aunque las plantas ayudan a sobrellevarlo, los años se suman y se acumulan, es mentira eso de que el tiempo pasa. Sólo espero volver a veros cuando aún sea capaz de disfrutar de vuestra compañía, de vuestros relatos y de esos productos exóticos que habéis traído y que ya estaba olvidando. ¡Ah! Y también de esas recetas de cocina con las que mis pociones no pueden competir.
 - Yo, por mi parte – dijo Merto – suscribo todo lo dicho por Fan y sólo puedo añadir ésto.
Y les entregó sendas navajas.
- Sé que vuestros artesanos, fundidores, herreros, forjadores, de los que he aprendido mucho, son más hábiles que yo y hacen maravillas, pero lo he hecho con todo el cariño y lo mejor que sé.
El rey probó la navaja. Se había arrancado un pelo y lo cortó al aire por la mitad, limpiamente.
- Lo que aún no han conseguido es ésto, y es por eso que tienes que volver.
Entre charlas y chanzas, entre pláticas y “platicos” se acabó la cena y todos se retiraron a descansar.
El rey esperaba montar una buena comitiva de despedida y pensaba:
- Han dicho que por la mañana, pero, entre pitos y flautas, ya será a media mañana
Gontar los conocía mejor, sabía lo que harían aunque no cómo lograrían pasar inadvertidos a los centinelas, ni la magia le ayudó a descubrirlo.
- Me parece que cuando Melanio organice el séquito, el pájaro ya habrá volado.
Nunca supo lo cerca de acertar que estuvo con aquella expresión.
Con los primeros albores, antes de que el primer rayo de sol acariciara la torre más alta y, haciéndole cosquillas, despertara clamores de gallos, todos se encontraron reunidos en la terraza de la Torre Norte, como habían quedado.
- Llévanos al manantial de la enredadera – dijo Fan a Zafiro
Y todos se zambulleron en la mochila.
Los centinelas notaron un tenue aleteo, casi inaudible, y una sombra se deslizó entre las sombras, alejándose de la torre y de la Ciudad.
- Un noctíulo – pensaron
No sintieron el paso del tiempo dentro de su agujero negro, habían pasado tres horas en un trayecto que, a pie, le hubiera llevado al menos tres días. Una fina pata de mariposa les avisaba de que ya habían llegado y salieron todos con la sensación de que aún se encontraban en la terraza de la Torre Norte y que acababan de entrar en la mochila. Pero estaban allí, en el manantial de las ranas, junto a la enredadera que se alzaba imponente por encima del Muro. Esmeralda clavó sus raíces no muy lejos del hilo de agua que se alejaba hacia el valle y absorbió ávida aquel agua tan fresca y cargada de sales minerales y de restos de la descomposición de las plantas que bordeaban el arroyuelo. Rubí y Diamante se amorraron y bebieron con sonoros lengüetazos, y Zafiro revoloteó hasta un cercano macizo florido y se puso a libar. Fan y Merto se tendieron en el pasto y comenzaron a hacer planes.
-¿Qué te ha parecido mi idea? ¡De buena nos hemos librado!
- Tienes razón. En esta ocasión era prioritario escapar sin ser vistos y no la contemplación de un paisaje ya suficientemente conocido.
- ¿Repetimos?
- Primero decidamos qué queremos hacer.
- ¿Tienes interés en volver por Alandia y que te organicen una nueva recepción?, yo de ninguna manera.
- Yo tampoco. Si no fuera por eso, me encantaría, pero no tengo yo el cuerpo para festejos. Creo que, si volvemos otra vez, debemos hacerlo de incógnito y, para no llamar la atención, con las Joyas en la mochila. Lo mismo digo si volvemos a Hénder. Ya vamos conociendo bien a unos y a otros.
- Buena idea, pero primero se trata de decidir el destino y no las escalas. ¿Vamos a casa?
 
- ¡A casa! - dijo Fan, aunque temiendo lo que se podrían encontrar allí.
- Pues bien. Yo calculo que esta noche podríamos descansar en nuestros mullidos colchones si hacemos el viaje de tirón.
- ¿No piensas en que Zafiro podría necesitar algún descanso y reponer energías?
- No pensaba en eso. La impaciencia. Ya sabes…
- Podríamos hacer una parada en los nuevos pastos de Alandia y Zafiro tendría para libar en los jardines, aunque la pueden ver y nosotros nos podemos tropezar con algún pastor y nos reconocerían.

- Donde nadie nos encontraría, salvo en el caso improbable de que coincidamos con una caravana, es en el desierto, en aquel oasis de triste o épico recuerdo, no debe estar más lejos de lo que ahora estamos de Hénder. Zafiro, desde tu rescate, sabe donde tiene alimento cerca, podemos descansar allí y mañana, en dos saltos, llegar a casa.
- Sigues teniendo buenas ideas. Me parece bien y, tan pronto Zafiro esté en condiciones, cuando llene bien su depósito de reservas de néctar, podemos partir.

Antes de emprender este nuevo vuelo, acomodados junto al agua, comieron, ellos dos y Rubí, de lo que habían preparado para el viaje, aunque ni un ejército hubiera podido acabar con todos los comestibles que allí transportaban. Todos los demás estaban bien servidos y no necesitaban que nadie les alimentara, sabían hacerlo por si mismos. No es que Rubí fuera incapaz de conseguirse su propio alimento, pero allí cerca no parecía que hubiera piezas de caza y además le habían ordenado que no se alejara mucho, porque no tardarían en partir.
No es preciso volver a explicar el modo en que lo hicieron, pero se encontraron entre aquellas ruinas. Refugiados a la sombra de una de aquellas dos palmeras solitarias, dejaron pasar el tiempo, las horas más fuertes de sol, comentando sus últimas impresiones e intentando concretar su siguiente parada, antes de volar a Aste.
- Desde aquí al Puente del Far no debe haber mucha distancia – dijo Merto
- No me lo nombres, la cabaña está demasiado cerca y no quiero ni acercarme. Claro que desde dentro de la mochila no la voy a ver y podríamos pasar de largo. Aún tendríamos que contarle nuestro secreto a Gontar y darle un paseíto. Me dio pena, lo vi algo apagado.
- Yo también lo vi. De paso podría quitar el hechizo de la cabaña.
-Pero dejemos este tema para otra ocasión. Yo iría hasta la falda de las Montañas Brumosas, a mitad de sendero entre Mutts y Aste. Y, de paso, podríamos comernos unas ricas truchas.

- Me apunto, pero las pesco yo.
- Pues como no te de unas lecciones, porque la pesca no es que sea lo tuyo.
- Ya te vi hacerlo y yo aprendo pronto, pero ¿para qué nos vamos a mojar en aquellas aguas tan frías si llevamos una red?
- Cada vez me sorprendes más. Te estás convirtiendo en un aventurero aventajado. Recuérdamelo cuando lleguemos y te extenderé un diploma.

Ambos rieron y bromearon hasta que el sol comenzó a descender y hacerse más soportable salir de la sombra protectora. Zafiro voló en dirección norte, seguramente en busca de alimento.
Recorrieron aquellas ruinas que, en tiempos, debieron ser media docena de casas. El pozo tenía muy poca agua, aunque en el fondo se la veía brillar. Habría para aprovisionar una caravana de vez en cuando, pero no para mantener una población estable y por eso debieron abandonar aquel lugar cuando descendió el nivel.
Ya no quedaban más restos que aquellos pocos muros de adobe desmoronados y algún casco de teja. Las maderas de las techumbres seguramente las habían ido quemando las caravanas al cabo de los años, pero lo que sí se notaba allí, al pie del tronco seco de la palmera  al que Fan estuvo ligado, huellas inequívocas de su paso. Aunque últimamente habrían pasado por allí varias caravanas, entre ellas la de Alkalá, aún quedaban unos restos de la cuerda con la que estuvo maniatado, y un poco más lejos, retenido por unas piedras que impidieron que el viento lo arrastrara lejos, aquel saco con que le cubrieran la cabeza y, si no era el mismo se parecía mucho y olía igual de mal, según manifestó Fan.
No había nada con que encender fuego , salvo aquel tronco seco que Fan hubiera troceado y quemado muy a gusto, pero se limitaron a comer unos fiambres, pan con queso, embutido de Hénder de no se sabe qué, y unas lonchas de pata salada de cinguo que aún les quedaba en la mochila. Entre los tres dieron buena cuenta de aquellas viandas, que se conservaban como el primer día. Fan ya se había dado cuenta antes de ello y tenía muy claro que todo aquello que se encontraba en la mochila se mantenía tal y como se había metido, por aquello no pasaba el tiempo y los alimentos frescos seguían frescos igual que el primer día, pasara el tiempo que pasara.
Tuvieron que echar mano del saco lleno de aquel té de roca que tanto gustaba a Diamante, porque allí sólo se encontraban unas pocas hierbas mustias y, lo que es peor, pisoteadas por las caravanas. Esmeralda parecía que había encontrado buena y húmeda tierra, porque se la veía satisfecha, pero que nadie pregunte como se sabe que una col lo está.
Cuando regresó Zafiro ya estaba oscureciendo y se refugiaron para dormir al abrigo de los restos de un muro, porque soplaba un vientecillo molesto y frío del este. Y esa noche durmieron bajo el dosel de un cielo radiantemente estrellado gracias que que Sattel y Munie estaban en novilunio.

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Ya se encontraban en la orilla de uno de los muchos arroyos que descendían de las Montañas Brumosas. Unos arroyuelos que, en aquella vertiente, se unían y acababan desembocando en el mar, pasado Mutts, mientras que los de más al norte eran afluentes del río Far. Tendieron la red en uno de ellos que tenía un buen caudal y del que Fan suponía que habría pesca, y esperaron. Se acercaba la hora de la comida y, mientras esperaban que algo cayera en la red, se dieron un paseo en busca de algo con lo que acompañar el pescado. Hallaron un círculo de hongos de sombrerillo redondo, casi esférico y de un delicado color amarillo sedoso. Merto conocía muchas clases de hongos, pero en el plato, nunca había salido a recolectarlos, confiaba en Fan. Ahora escuchaba muy atento las explicaciones de éste sobre las especies, hábitats y microclimas. Cortaron unos cuantos por el pie y regresaron al borde del agua, en donde habían tendido la red. Era de una malla no muy fina, de modo que los peces de tamaño pequeño y mediano podían colarse sin problemas y sólo podía retener a los ejemplares de mayor tamaño.
Algo se agitaba en la red y se la hubiera llevado, a no ser porque estaba concienzudamente atada a unos pinos. Tres grandes truchas agitaban sus colores intentando escapar, tres truchas arco iris habían quedado presas en la red.
- Con una tenemos bastante para los tres, son enormes ¿Y si dejamos marchar a las otras?- dijo Merto.
-Yo soltaría una, y otra nos irá bien para cenar esta noche, total no tardaremos mucho en llegar a casa.
Y así lo hicieron. La trucha liberada nunca supo la suerte que había tenido y se alejó agitando violentamente la aleta y salpicando de agua las hierbas de la ribera.
Hicieron una alegre fogata porque abundaban las piñas, y con las ramas bajas, muy secas, prepararon una buena brasa asando la trucha y los aromáticos hongos, comieron hasta hartarse los dos porque Rubí no les ayudó. Rubí no comió trucha, pero no porque no le gustara; es que, mientras ellos pescaban y recolectaban hongos,  él salió de cacería y regresó con lo que le quedaba de una liebre de buen tamaño.
Reposaron porque, aunque la digestión no era pesada, les entró un sopor que, si no les despierta Diamante con unos alarmantes balidos, se hubieran quedado allí hasta el anochecer.
Sobre unas rocas balaba en demanda de auxilio, sin atreverse a descender. Lo inexplicable era cómo pudo encaramarse allí, pero la gula es capaz de empujar a realizar proezas inexplicables, casi tanto como la magia que corría por sus venas.
No le habían dado comida del saco de té porque, por allí, había pasto fresco y abundante, pero ella detectó, sin ser un perdiguero, el aroma de su planta favorita que, habitual aunque desgraciadamente, brotaba sólo en los riscos más inaccesibles.
- ¿Otra vez?  ¡No aprenderás nunca! Está visto que a tí te atraen las alturas y las rocas. No te podremos llevar donde las haya – dijo Fan.
- No, lo que le atrae no son las rocas, es esa planta.
Consiguieron bajarla pero Fan no estaba muy tranquilo al hacerlo. Temía ver aparecer de la nada a una princesa, bella pero latosa y respiró tranquilo cuando no sucedió.
Ya bien despiertos, decidieron hacer la última etapa.
Habían elegido no descender en el pueblo. No porque sus vecinos no conocieran ya a Zafiro y los demás, sino porque querían mantener en secreto su nuevo medio de transporte. De modo que Zafiro les dejaría en el valle, en los pastos bajos en donde se encontraría pastando el rebaño y, desde allí, harían el resto del camino a pie.
Cuando salieron de la mochila, las ovejas les ignoraron, salvo a Diamante en torno a la cual se arremolinaron ovejas y corderos. Los perros ladraron de alegría y se lanzaron hacia ellos y Rubí moviendo la cola con tanta energía que daba la impresión de que, en cualquier momento, se les podría desprender. Les dejaron las manos y los pantalones chorreando de babas.
- ¿Qué te parece? Yo creo que deberíamos cenar aquí antes de llegar al pueblo, porque seguro que allí no vamos a tener ocasión de hacerlo. Siempre nos pasa lo mismo, se monta el lío y nos quedamos sin cenar. Ni siquiera nos dejarán entrar en casa sin haberles contado todo, y eso se alarga – dijo Merto.
- Tienes razón, no sabemos qué vamos a encontrar allí y si vamos a tener ocasión de comer algo.
De modo que hicieron una fogata, asaron aquella trucha y unos hongos que habían sobrado y comieron sentados en unas rocas planas que tenían allí para ponerle sal al ganado.
Esmeralda, ajena a todo aquel revuelo, se había clavado en tierra y se había quedado inmóvil en aquel suelo abonado abundantemente por las ovejas, hasta el momento en que los demás se pusieron en marcha.
Fan procuró ocultar a Merto unos jirones de tela a cuadros que habían ido quedando por el camino.
Bastó que alguien les viera llegar para que se revolucionara todo el vecindario.
- Pues sí, habíamos salido corriendo de las alharacas y nos encontramos con esto – comentó Fan.
No eran muy numerosos por ser un pueblo pequeño, pero llenaron la calle y les recibieron con grandes muestras de alegría, salvo tres que ya no habían vuelto por allí y algunos que, como en otra ocasión, habían esperado heredar y se habían quedado con las ganas.
Tras muchos días de cerrazón, todas las puertas permanecieron abiertas y los vecinos sacaron las sillas a la calle y pegaron la hebra, como siempre hacían. Pero esta vez eran ellos los que querían contarles lo que allí había sucedido en su ausencia, antes de que ellos pudieran comenzar a contar sus relatos.
Por una vez, en aquellas tertulias vespertinas de Aste, no importaban las peripecias, por azarosas y extraordinarias que fueran las que ellos habían pasado en su último viaje. Esta vez, los protagonistas eran ellos mismos y los sucesos que habían acontecido hacía dos escasos días, unos sucesos que hablaban de “El fantasma del yunque” y de “Los misteriosos perros guardianes”.


A VOLAR parte 1

el próximo jueves
 

miércoles, 15 de febrero de 2017

RELATOS DE HÉNDER, Libro 8 (Camino a Hénder) parte 1


 Y ahora, liberados de sus obligaciones de 
Caballeros de la Flor de Lis, pueden seguir
su camino para desencantar o encantar 
(vete a saber) a su amiga Esmeralda
 
CAMINO DE HÉNDER parte 1

Cuando partieron, otra nutrida comitiva les salió a despedir. En Alandia eran muy dados a estas cosas y ellos las soportaban estoicamente, aunque llegaban a ser agobiantes y empalagosas, como un buen atracón de dulces, néctar o miel. Pero… ¿Qué podía esperarse de aquel reino?
Se internaron por las sendas que llevaban al norte, unas sendas recientemente abiertas por los pastores y los rebaños. Donde antes había prados con hierba a la cintura, hierba seca con riesgo de incendio, se veían unas praderas verdes y limpias de matojos, como si en lugar de los pastores hubieran andado por allí los jardineros cuidando con esmero el césped. En algunos tramos, junto a los senderos, encontraron unos abrevaderos de agua límpida hechos con troncos vaciados. Los alrededores estaban profusamente adornados con los excrementos de las ovejas, aunque en algún lugar pudieron ver a uno de los pastores recogiéndolos con una pala y un saco, y no sólo para limpiar el lugar sino como abono para los Jardines de Alandia.
Campo través y siguiendo el hilo que llevaba el agua hasta un abrevadero, llegaron a uno de los manantiales, esta vez bien limpio y cuidado. Y bebieron boca abajo, amorrados al agua que brotaba fría y burbujeante  entre arena gruesa. De modo que los pastores habían seguido sus indicaciones y eso les alegró.
Cuando llegaron a la Montaña de las Pizarras, Fan tuvo una idea que no le gustó nada a Merto.
- Estoy impaciente por llegar y no me apetece nada andar trepando, ni los pájaros martillo, ni subir por la enredadera. ¿Qué te parece si nos metemos en la mochila y que Zafiro nos lleve hasta lo alto del Muro?
- ¡De ningún modo! ¿Ahí dentro? ¿A revueltas con todo y todos? Por favor, dime que hablas en broma.
- No, en serio. No lo hemos probado nunca. Los únicos que han estado ahí no nos lo pueden contar y, para mí, no deja de ser una nueva aventura, algo nuevo que explorar. De todos modos no creo que sea peor que estar en el fondo de un carro, maniatado, con un saco en la cabeza y sin comer ni beber. Por otra parte ellos nunca se han negado a entrar, señal de que no se estará tan mal.
- Pues yo no entro ahí, por más que insistas. Haces bien en recordarme tu secuestro. En aquel momento lo pensé, lo hubiera hecho y no lo hice pese a que podías correr peligro, pudo mas el miedo y preferí caminar sin descanso hasta el agotamiento.
- Mira que eres cabezón. Vamos a hacer una cosa. Me meto yo y, si es como tú dices, desisto del intento, pero si es que no, harás lo que yo diga.
- De acuerdo.

Fan entró en la mochila en donde había hecho entrar también a Rubí y Diamante. Pasó un largo rato y Merto pensó:
- A ver si le ha pasado algo malo, no me fío.
Pero al cabo salió Fan muy sonriente y le dijo imperativamente:
- ¡Adentro!. No es lo que tú crees, ni te lo imaginas. Además, sabes bien que si hubiera algún peligro o incomodidad no te haría entrar.
Merto entró y todo se quedó oscuro.
- Es natural – pensó queriéndose tranquilizar, pero un estremecimiento le agitó.
Y se encontró flotando ingrávido en un espacio negro sin límites, confortable aunque inquietante. Se podía mover de aquí para allá sin tropezar con nada. ¡Estaba solo! Pero con una soledad absoluta. ¿Dónde estaba Diamante? ¿Y Rubí? ¿Y las provisiones?. Estaba muy cómodo, pero inquieto. No le atacaba la claustrofobia porque allí se sentía muy libre y sin limitaciones.
- No veo la salida, esto es inmenso. ¿Ahora cómo salgo de aquí?
Pasó un rato situándose, pero no había arriba, ni abajo, ni derecha, ni izquierda, ni detrás salvo su propia espalda, porque no había puntos de referencia. Estaba en una negrura vacía y comenzó a asaltarle el miedo nuevamente.
A sus pies se abrió un punto de luz y una mano penetró hacia él. Era la mano de Fan desde el exterior, y la siguió. Inmediatamente se encontró al aire libre y respiró profundamente, aunque allá adentro el aire era perfectamente respirable.
- ¿Qué te ha parecido?
- Impresionante, pero sobrecogedor, no sé si me atreveré a volver.
- ¿Estabas mal, apretado, incómodo...?
- No, nada de eso, todo lo contrario, pero eso de ver que no puedes salir, en soledad, sin agua y sin alimento, porque no he podido encontrar todo lo demás que llevamos en ella, y que te puedes quedar ahí para siempre…
- Es que te has puesto nervioso y no has reparado en la salida.
- Ya he mirado, ya, pero no veía más que negrura y ninguna salida.
- Si te fijas bien, y no importa en qué dirección mires, podrás ver un minúsculo punto de luz; sólo es preciso dar dos brazadas, como si nadaras, para ver cómo se hace más grande y puedes salir sin problemas, y si no lo encuentras ya te sacaría yo. ¿No te has fijado en que alguna vez nuestras Joyas han salido por su propia cuenta y sin ayuda?
- Tienes razón, pero sobrecoge esa inmensidad sin límites.

- ¡Vamos! Ahora le digo a Zafiro lo que ha de hacer, nos metemos y ya verás lo pronto que estaremos en Hénder.
Así lo hicieron. Aquella mochila maravillosa no era más que una puerta a otra dimensión o realidad en donde todo tenía cabida, porque carecía de límites, y en donde nada pesaba por cuanto no se hallaba dentro de la lona de la misma, sino en otro lugar.
Se hallaban en aquel Nirvana, limbo o claustro materno, y se abandonaron a su ingravidez placentera o placentaria. Ni siquiera se enteraron cuando Zafiro tomó la mochila con sus patas con tanta facilidad como si una mariposa normal transportara el leve pétalo de una margarita.
Sobrevoló la Montaña de Pizarra, el valle y el pinar de los pájaros martillo, algunos de los cuales intentaron acercarse para golpearla, pero se elevó más y más, de modo que no pudieron alcanzarla, ni a su carga. Luego voló en línea recta hacia el Muro, porque había alcanzado esa cota en su huída de aquellos depredadores.
Se posó junto a la fuente y dejó suavemente la mochila en el pasto. Los de dentro no tenían sentido del tiempo ni conocimiento de que su viaje aéreo ya había terminado. No intentaron salir, esperando la señal acordada con Zafiro, porque de haberlo hecho en pleno vuelo hubiera podido resultar fatal.
Siguiendo las instrucciones de Fan, Zafiro introdujo una de sus extremidades en la mochila y Fan reaccionó de aquel letargo nadando hacia la luz, Merto también la había visto y ambos salieron, ayudaron a salir a Rubí y Diamante y se asombraron todos al encontrarse en el manantial, junto a la enredadera que sobresalía imponente sobre el Muro y porque el sol aún lucía en su cénit. No habían pasado, calcularon, más de dos horas y ya estaban allí.
- ¡Qué maravilla de viaje! Ni me he enterado – exclamó Merto, que parecía haberse convertido en un incondicional de viajar de aquel modo, cuando antes era el más reacio a ello.
- Tiene sus inconvenientes. Reconozco que está bien si tienes prisas pero, en caso contrario, prefiero el sistema tradicional.
- Pues yo no le veo esos inconvenientes. Cuenta, cuenta.
- El primer problema es que se está demasiado bien ahí dentro
- ¿Y eso es un problema?
- Sí, si no hay nadie fuera que te haga salir del sopor, o si no te mantienes vigilante, controlando el punto de luz de salida. Puedes quedarte ahí para siempre y no te enterarías de que el viaje ha terminado, o podrías tardar en reaccionar y salir de ahí dentro de cien años. No hablemos tampoco del riesgo de salir en pleno viaje. Y es que las cosas mágicas tienen eso, que si te descuidas te puede pasar cualquier cosa, como a Esmeralda en la cabaña.
- Está bien, tienes razón, pero si alguien de fuera ayuda no hay problema.

- Cierto, pero te pierdes lo mejor del viaje en si mismo, que es el propio viaje. Poder contemplar el paisaje, sentir el viento, la lluvia, el frío, el calor, el hambre, la sed,…
- Casi todo eso es negativo.
-Puede que así sea, pero es vida, es vivir el viaje. Lo otro no es más que un medio. Yo pienso que el viaje en si es el fin y quiero vivirlo y no encontrarme, salvo causas que lo justifiquen, en el destino sin haber hecho el camino.
- Entonces; ¿Qué hacemos ahora? ¿Volvemos a entrar y que nos lleve? ¿O vamos caminando?
- Caminando, como es natural. ¿Qué prisa tenemos? Esmeralda está bien en su estuche, casi tan bien como nosotros mismos dentro de la mochila. Si he querido hacer este experimento ha sido para comprobar que es posible. Nos hemos evitado días de caminata, escalar montañas complicadas, y protegernos de ataques alados, aunque son cosas que ya conocemos y casi nos resultan, a estas alturas, rutinarias y familiares, pero todo ello no son más que retos que nos hacen crecer conforme los superamos. Y tú ¿Qué vas a poder contar de este viaje? ¿Qué retos habrás tenido que superar? Ahora bien; te voy a pedir, por una vez, que mientas y que lo hagas como un bellaco. Cuenta lo que se te ocurra de nuestra travesía hasta aquí, pero no cuentes cómo hemos llegado en realidad, yo no pienso contárselo ni tan siquiera a Góntar. Mejor será dejar esto en secreto, nuestro secreto, porque nuestras Joyas no se van a ir de la lengua.

- Puede que tengas razón, callaré e inventaré, pero no me has convencido del todo sobre lo de no aprovechar esta maravilla de medio de transporte.
- ¡Quién te ha visto y quién te ve!

Y ambos rieron a mandíbula batiente.
- ¿Para qué queremos enredaderas o cables de seda para salvar muros o pizarras?, con ésto está todo resuelto.
- Pues entonces tendrías que afilar tu inventiva más que tus navajas, porque ¿Qué podrías contar luego? ¿De qué podrías presumir?
- Tienes la maldita habilidad de convencerme, aunque no del todo, y yo soy duro de convencer, más duro que el acero de esas navajas que dices.

Así; entre bromas y entre veras, entre reflexiones, recuerdos, relatos, realidades, refrigerios, reposos y respiros, acabaron avistando las murallas de Hénder, tras haber gozado del viaje, sus vistas, su clima, sus pastos y sus brisas.
Los centinelas, siempre vigilantes, los avizoraron en la distancia y los reconocieron, especialmente por la mariposa gigante que sobrevolaba al grupo en el que, a mayor abundamiento, también marchaban un lobo y una oveja. El rey y sus consejeros fueron informados inmediatamente y, no tanto como en Alandia pero casi, una gran comitiva salió a recibirlos. No había doncellas arrojando pétalos a su paso, pero sí clarines y timbales que atronaban lo máximo que se podía atronar.
Una vez pasado el alboroto del primer momento, una vez se hubo dispersado la turbamulta vocinglera y lúdica, se reunieron en privado en uno de los salones del castillo. Allí estaban nuestros amigos con sus tres Joyas, el rey Melanio y Góntar el mago consejero.
El mago quedó sorprendido al no ver a Esmeralda, pero no tuvo que preguntar nada. Fan sacó de la mochila el estuche y lo abrió. El verde reverbero de la piedra habló por si solo.
- ¿Cómo ha sucedido? - Preguntó Góntar.
- Se asomó a la puerta de la cabaña.
- Pues suerte que no lo hicieron los demás. El hechizo lo dejé pensando en la primera vez que llegaran, pero no he vuelto por allí y no he podido retirarlo. Seguirá actuando para siempre a no ser que lo conjure, pero cada vez me siento más viejo y no creo que me pueda permitir ir por allí, ni siquiera con magia. Ahora supongo que querrás recuperar a tu amiga la col ¿Verdad?.
- Por eso hemos venido, sólo tú podrías romper ¿o rehacer? el hechizo.
 
- Dices bien, rehacer. Porque ahora, en ese estuche, está en su estado natural, no mágico, pero tú la prefieres como antes ¿no?.
- No creo que haga falta que te responda.
- Pues no, si habéis venido hasta aquí está muy claro.

Y, tomando el estuche, dejó aquella piedra brillante en el suelo, hizo unos gestos con las manos, pronunció unas palabras ininteligibles, y… las verdes hojas se elevaron sobre un largo tallo y un manojo de raíces vermiformes se desplegaron  sobre el pavimento. Ya estaban reunidas las cuatro piedras de la corona con sus dos compañeros de aventuras.
- Una advertencia – dijo Góntar – no se os ocurra asomaros otra vez por aquella cabaña. Sabed que, aunque desapareciera totalmente, aunque no quedara ni rastro de sus muros, el hechizo seguiría allí para siempre, pero sólo para estas cuatro criaturas, porque para todos los demás es inocuo. Ya me gustaría dar un paseo por aquellos parajes, remar en el Gran Lago, pescar en el Río Far y ver el rojo atardecer sobre las Montañas Brumosas; pero ya ves, me estoy volviendo perezoso, sedentario, o son los años los que me van haciendo crecer más raíces que las de Esmeralda, y esas raíces me van anclando a esta tierra, no físicamente pero sí anímicamente.
En ese momento Fan sintió pena por Góntar y estuvo tentado de revelarle su secreto y llevarlo volando allí, un secreto que le permitiría ir a cualquier lugar sin mucho esfuerzo, sin penalidades y fatigas, pero se contuvo y pensó:
- La mochila es mágica, me la regaló él… ¿Seguro que no sabe lo que puede hacer?.
Y estuvieron días relatando sus viajes por mar, la visita a Occidente, el secuestro y el rescate,… El viaje y escalada del Muro corrió a cargo de Merto, que demostró una imaginación desbordante y una gran capacidad de fabulación, adornando su relato con el hallazgo de los restos dejados por los pájaros martillo que habían descubierto en su viaje anterior.
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Esta vez sí que estaban seguros en Aste de que ya no regresarían. Era mucho tiempo, más que en cualquiera otra ocasión. Y comenzaron nuevamente con el reparto de sus bienes, dando por seguro que habían muerto en altamar o a manos de los occidentales, que tenían fama de sanguinarios por desconocidos. Y aquel pueblo o aldea crecida, que siempre había sido un lugar pacífico y de convivencia, se convirtió en un lugar de intrigas en que la gente ya ni se saludaba, todos se evitaban y se miraban con mal disimulado odio. Todo fruto de la ambición y la desconfianza. Ni que nuestros amigos fueran unos potentados que amasaran y ocultaran una fortuna o un tesoro, aparte de sus Joyas.
Pero a los ambiciosos, los avariciosos y los envidiosos no escapan ni tan siquiera las cosas de poco valor, las bagatelas. Las intrigas, los recelos, las maquinaciones y artimañas, les hicieron perder de vista lo primero que les debería importar. Abandonaron sus sembrados, que se agostaron, sus rebaños, que enflaquecieron y, ante aquello aún era más apetecible el rebaño de Fan, porque este sí que lucía lustroso y sano gracias a los perros adiestrados por Rubí, y también les apetecían los trabajos y herramientas del taller de Merto.
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En Hénder los días pasaban sin sentir, pero Fan quería hacer una visita a Serah y saludar a Halmir antes de regresar a Aste porque, además, tenía algo importante para aquel pueblo del oasis. Tenía intención de hablar con Halmir en privado, sin que Merto estuviera presente. Quería preguntarle algo, pero con la máxima discreción.
Decidieron hacer una escapada ellos solos, las Joyas tenían ya sus propias distracciones y no les echarían de menos. Fan hubiera querido ir solo, pero su amigo dijo de ir también y no quiso contrariarlo insistiendo en que se quedara allí.
De modo que, una mañana temprano, partieron; pero no a pie, montaron en dos saltarenas y tardaron mucho menos que a pie, pero con las posaderas magulladas.
La zona del oasis ya era más del doble de lo que habían conocido. Aquella planta de Alandia se estaba comiendo el desierto. Las palmas reales se habían multiplicado, aunque siempre dentro del límite de Serah, cosa de vital importancia para no perder el monopolio del fruto.
Allí no tuvieron comité de recepción ni fiestas, cosa de agradecer, pero a Merto le pareció que no se les tenía en cuenta. Todos estaban dedicados al cuidado de las palmas, la recolección del fruto y el transporte en las caravanas a los cuatro reinos de la Tetrápolis.
Tuvieron que preguntar por Halmir. Estaba en la Casa Comunal y se llevó una gran alegría al verlos. Les alojó en su casa y cenaron juntos, mientras él les ponía al corriente de cómo iban creciendo las plantaciones.
- Teniendo el doble de palmas, tenemos el doble de fruto y también recibimos el doble de alimentos y productos de los reinos. Nuestras despensas están a reventar, aún habiéndolas ampliado, y hemos tenido que dictar normas e incentivos para aumentar nuestra natalidad que siempre fue de mantenimiento pero no expansiva. De Hénder nos llegan, además de productos agrícolas, trabajos metalúrgicos de forja y fundición; creo que Merto tiene algo que ver, especialmente en los cuchillos, hachas, navajas y todo lo cortante. En Trifer su especialidad es la carpintería. Mirad este bello mueble tallado, viene de allí. Es el reino que más bosques tiene, especialmente al norte, en la Selva que limita las tierras conocidas y las desconocidas. Nadie ha ido más allá, porque aquellas selvas son impenetrables y, según dicen, por más que intensifiquen la tala para proveer de leña y muebles a todos los reinos, es más rápida la regeneración, de modo que nunca sabremos qué hay del otro lado. Quater es eminentemente pesquero y nos provee de todo tipo de conservas y, como también producen sal, les sugerimos que prepararan el pescado como aquel que nos diste y han logrado buenos resultados. Esos occidentales de Dwonder tienen buena mano para los tejidos, cordelería, pasamanería, además de que las ovejas que les proveen de lana también lo hacen de leche y carne, de la que nos suministran, así como quesos, aunque no se pueden comparar con aquel que me diste a probar.
- Es que ese era de mis ovejas y lo preparo yo.

- Como habréis visto estamos construyendo casas nuevas, y es que en Quater tienen, además de la pesca y la sal, una industria muy importante en todo aquello que se relaciona con la construcción. Sus acantilados sobre el abismo del Mar Profundo, que vosotros llamáis del Alba, proporcionan excelente mármol y granito, esos trabajos y su habilidad para la explotación de las canteras verticales les ha permitido preparar accesos hacia el Mar Profundo y por ello a la pesca. Sus hornos de cal y yeso no paran día y noche, y en lo que se refiere a tejas y todo tipo de alfarería, incluso artística, tienen magníficos artesanos. Es por eso por lo que últimamente estamos reconstruyendo nuestras sencillas viviendas con los mejores materiales. Recordarás que eran de hojas secas de palmas y arena,  aún se pueden ver bastantes. Las amueblamos y las dotamos de todo lo necesario gracias a los frutos pero, especialmente, gracias a vosotros.
- Nosotros hicimos bien poco – dijo Merto
- Claro, salvarnos la vida a todos nosotros, salvar las palmas y hacerlas multiplicarse y evitar una nueva guerra entre los reinos, total nada. Podéis pensar que no os demostramos nuestro agradecimiento y, por lo tanto, creer que no apreciamos lo que habéis hecho por nosotros, pero es que somos así de introvertidos. La vida, aislados en este oasis, desconectados de nuestras raíces, sin relacionarnos con nuestros vecinos o sometidos a sus guerras, nos han hecho así.

- No os preocupe. Ya estamos saturados de agasajos y un poco de tranquilidad y normalidad se agradece – dijo Fan – Tengo que darte otra gran noticia que puede resolver el crecimiento de la planta que se extiende por el desierto. Ciertamente no sería nada malo que acabara colonizándolo por completo. Permitiría fijar el terreno, mejorar el clima al retener la humedad, acabar con los tiburones de arena,… aunque esto último no sé si sería aconsejable, a fin de cuentas es una especie natural y no creo que tengamos derecho a exterminarla. Pero, por vuestra seguridad, pensamos que os conviene mantener el desierto como barrera defensiva frente a los reinos, por si vuelven a las andadas.
- Sabemos muy bien que la naturaleza humana es débil y puede volver a pasar. Dices bien, nos conviene mantener a salvo el desierto.

- Pues es un tema que traté con los jardineros de Alandia, los mismos que me entregaron la semilla, y podemos detener su crecimiento. ¿Podemos conseguir sal en cantidad?
- Toda la que queramos. En Quater tienen unas enormes salinas y podemos permitirnos que nos envíen varios cargamentos en lugar de otros suministros.

Merto sacó la mochila y le entregó aquellas conservas vegetales y frutales, así como esencias concentradas de flores y aromáticas de Alandia.
- Esto procede de Alandia, que posiblemente sea lo que resta de aquella Alandis la Bella de vuestras leyendas. Esperamos que os gusten y pienso que algún día volveremos e intentaremos llevarte a hacer una visita a aquel reino de más allá del Abismo.
- Muchas gracias, amigo, aunque ya sabes que si hay magia de por medio no podré aceptar vuestro ofrecimiento, lo impiden nuestras normas y no seré yo el que las infrinja en lugar de dar ejemplo. 
- Lo estudiaremos y alguna solución habrá – dijo Fan
Más tarde, a solas, Fan y Merto cambiaron impresiones.
- ¿Pensabas que viajara en la mochila?, pues habrá que pensar en otra cosa porque no creo que estuviera muy dispuesto.
- Tienes razón, habrá que pensar en otra manera de hacerlo. Como también habría que llevar a Gontar hasta la cabaña.
- Y sin descubrir nuestro secreto será difícil. Dejemos que el tiempo resuelva ambos problemas, ahora vamos a resolver lo de las plantas.

Halmir hizo partir una caravana hacia Quater cargada de frutos para intercambiar por sal. Estaba compuesta por seis carretas para todo terreno, como solían ser siempre. Las carretas se deslizaban fácilmente por las arenas del desierto mediante su fondo plano y curvado, pero al salir de las arenas les acoplaban cuatro grandes ruedas de madera con cerco de metal, para llegar hasta la capital de Quater. Eran tiradas por saltarenas adiestrados a caminar sin dar saltos. El problema era que la marcha era más lenta, pero permitía el transporte de cargas pesadas. Fan pensó que sus posaderas hubieran agradecido llegar en una montura de estas, pero parece que estaban reservadas para el transporte y no para la cabalgada.
Mientras regresaba la caravana; un equipo, provisto de palas, cavó en las arenas una difícil zanja perimetral de un largo de fondo y una anchura en el fondo de otro largo. Difícil por el hecho de que la arena se deslizaba al fondo conforme la retiraban y, por tanto, para conseguir aquella profundidad y anchura mínima tuvieron que retirar arena como mínimo un largo más a cada lado desde la orilla, lo que daba una abertura de tres largos.
Halmir había marcado hasta donde quería extender la plantación y ese sería el límite entre oasis y desierto.
Cuando regresó la primera caravana se vertió la sal en el fondo de aquella trinchera. Hicieron falta cuatro caravanas más para dejar una capa de sal del grueso de un cuarto de largo en todo el perímetro, y luego se cubrió todo con la arena que habían retirado.
Durante todos aquellos largos días, Merto no se despegaba de ellos y Fan no tuvo ocasión de hablar a solas con Halmir, de modo que le envió a la casa en busca de su bolsa de infusiones, y ese momento lo aprovechó para preguntar:
- ¿Es peligroso el uso del sicuor? ¿Puede producir dependencia?
- ¿Peligroso? ¿Dependencia?. ¡De ningún modo! Nosotros lo usamos como una bebida ceremonial en nuestras celebraciones, para revivir el éxodo y recordar Alandis la Bella, pero nunca hemos sentido efecto negativo alguno.
-¿Qué dosis es recomendable?
- Si quieres ser espectador, una cucharada basta.
- ¿Es que se puede ser otra cosa que espectador?
- ¡Claro! Con un vaso pequeño puedes desplazarte donde quieras e interactuar, aunque no te podrán ver porque realmente no estarás allí, sólo tus sentidos en tu proyección energética.

En esto que Merto ya estaba regresando, y Fan añadió:
- De esto no hemos hablado, él no sabe nada y prefiero que no lo sepa. Podría pasarle algo.
- No debes preocuparte por lo que pudiera pasarle, a él no le pasaría nada. Preocúpate por lo que podría hacer. Se requiere mucho aplomo, mucha prudencia y pensárselo bien antes de actuar.

Y así acabó aquella conversación, así como cualquier otra ocasión de hablar a solas. Pero ya sabía suficiente.
Al día siguiente tomaron sus saltarenas y se pusieron en camino con gran dolor de sus posaderas. Fan había pensado conseguir uno de aquellos adiestrados, total no tenían mucha prisa, no les esperaba nadie a fecha fija, pero estaban todos en ruta con las caravanas, posiblemente tampoco lo habrían conseguido y además aquellos que les llevaron allí eran de Hénder y tenían que devolverlos.
Procuraron llegar anocheciendo, no querían otra nueva comitiva de acogida, ya tendrían una buena dosis cuando marcharan, a no ser que lo hicieran a escondidas.
Una idea se había fijado en la cabeza de Merto y no se la podía quitar, no pudo evitar que fuera tomando forma y acabó contándoselo a Fan.
- Tú lo que quieres es volver a meterte en la mochila, está visto que le has cogido gusto ¡Y pensar que antes no querrías que te lo nombrara!
- Pero es buena idea ¿no?
- No te niego que es una fuga muy bien pensada y que nos ahorraría una despedida con trompetas y tambores, pero… ¿qué pensarán nuestros anfitriones?
- Pensemos en cómo hacerlo para no herirles, pero no quiero pasar por otra recepción o despedida de las que se estilan por aquí y en Alandia.

Esa noche Fan quiso saber qué estaba pasando en Aste, pero también quería saber cómo contentar a Merto, evitarse la temida despedida, pero sin contrariar a Melanio ni a Gontar. Y, en la quietud de su dormitorio, sacó aquella cantimplora y tomó un largo trago.
Sucedió como las otras veces, pero en esta ocasión todo era más vívido. Había pensado en su pueblo y se encontraba en la puerta de su casa. ¿Qué pasaba allí? El pueblo era bullicioso en aquellas horas, los vecinos solían estar con sus sillas en la calle tomando el fresco, charlando de todo lo humano y lo divino, contando anécdotas, chascarrillos, riendo,… a veces, si se terciaba, salían a relucir cuatro instrumentos y se cantaba. Pero en aquel momento todo estaba quieto y callado. No es que se viera paseando por la calle, es que sentía que se paseaba, que estaba allí en persona. Las puertas, que siempre estaban abiertas de par en par, estaban cerradas todas y cada una, salvo la suya y la de Merto. ¿Qué estaba pasando?. Miró por los alrededores y comprobó con sorpresa que los jardines de algunas casas próximas, que tan floridos y cuidados solían estar, estaban secos, lo mismo que algunos de los huertos que cada casa tenía en su parte trasera y que, normalmente hubieran lucido unas buenas cosechas, estaban agostados, faltos de riego. Veía corrales en los que no había ni siquiera las gallinas ni los gallos que cada mañana le solían despertar. Ni tan siquiera se veían ovejas y pensó en su rebaño. Inmediatamente se vio transportado a los pastos, y allí estaban. Se alegró mucho al verlas y comprobar que estaban bien cuidadas y alimentadas, todo gracias a sus queridos perros y a Rubí. Se acercó a Rayo, el perro jefe del equipo y le pasó la mano por el lomo. El perro reaccionó y lanzó un lametón que sólo encontró el vacío, pero Fan lo sintió húmedo, cálido y rasposo en su mano.
Más tranquilo regresó al pueblo. En ese momento pudo ver que Tasio, un vecino que no le caía muy bien, y a casi nadie, salía sigilosamente de su casa y se acercaba al taller de Merto. Le vio atravesar la puerta que, como siempre, estaba abierta y entrar.


CAMINO A HÉNDER parte 2

el próximo jueves


miércoles, 8 de febrero de 2017

RELATOS DE HÉNDER, Libro 7 (Visión cumplida) parte 2


La persecución de los secuestradores por Merto  y 
los guardias acorta distancias, pero es la  magia, 
o más bien la superstición  y un eclipse de sol  
providencial en un oasis, lo que da lugar 
al desenlace de esta aventura.



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VISIÓN CUMPLIDA parte 2
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El carro se había detenido y Fan no se movió. Ya habían parado otras veces, pero en esta ocasión notó como descorrían el toldo y el sol poniente le daba de lleno, aunque no le deslumbró gracias al saco. Le golpearon con un bastón como indicándole que se incorporara, y así lo hizo. Le retiraron el saco y pudo respirar mejor, aunque el sol le dañaba la vista y tuvo que cerrar los ojos, pero acabó adaptándose. Le dolía todo, estaba entumecido por las ligaduras y la postura forzada en el fondo del carro durante tanto tiempo. Entonces la sensación de sed se hizo más acuciante y, con un hilo de voz, dijo:
- Agua, agua, por favor
Uno de los captores le acercó una cantimplora a los labios resecos y polvorientos. Bebió unos sorbos, aunque buena parte le cayó por encima y notó el frío chorro descender por el pecho. Entonces reparó en aquellos que le rodeaban; eran como en aquella visión, todos ellos con sus túnicas de cabeza a pies y se adivinaban unos ojos crueles tras las aberturas. Uno, que parecía ser el jefe, sus ademanes así lo daban a entender y además era el más alto, se acercó y le preguntó:
- ¿Dónde joyas? 
- ¿Qué joyas? - respondió Fan con un hilo de voz
-¿Y esto qué? - dijo, dando un tirón de la Flor de Lis y rompiendo el cordón de tal modo que casi le parte el cuello
- Esto es una condecoración del rey de Alandia y como se entere del trato que me habéis dado lo pasaréis mal.
El otro, mirando y sopesando la Flor de Lis, soltó el cordón, lo tiró al suelo y se guardó la medalla en un bolsillo repitiendo la pregunta:
- ¿Dónde joyas?
- No tengo más que eso y ya lo tienes ¿Qué más podéis querer?
- ¿No joyas? En Alandia decir todos llevar joyas tú

Fan no sabía cómo explicarle que aquellas Joyas no eran ningún tesoro, sino un lobo, una oveja, una col y una mariposa, porque… ¿cómo se lo tomarían?.
Pero no tuvo que decir nada. A una indicación de aquel que parecía el jefe, uno de ellos se adelantó y comenzó a registrarlo concienzudamente. Entonces Fan recordó que el estuche de Esmeralda estaba en la mochila y suspiró aliviado, pero un amago de sonrisa en su rostro hizo enfurecer al jefe.
- ¿Gracia? Tú esconde joyas, tú dice dónde
- No hay joyas, son unos amigos que llamamos así
- No amigos llaman joyas, tú habla.

No sabía que hacer, si les decía la verdad no le creerían, de modo que optó por no decir nada.
Como ya estaba oscureciendo, los captores se dispusieron a hacer noche allí mismo y él pudo echar un vistazo en derredor.
Aquello, como en su visión, era un minúsculo oasis con un pozo, unas ruinas dispersas de lo que en tiempos pudo ser una aldea o una posada, y dos palmeras raquíticas. En donde se encontraban permanecía, seco y en pie, el tronco de otra palmera muerta hacía tiempo. Le hicieron sentar en la arena de espaldas a aquel tronco seco y lo ataron a él. Se pusieron a arreglar a los búfalos, preparar la cena y las mantas con las que pasarían la noche. Al verlos cenar, Fan se dio cuenta de que llevaba tiempo sin comer nada, no sabía cuánto, había perdido el sentido del tiempo allá en la carreta, y pidió:
- Por favor, comida, agua.
Pero no le hicieron caso, de modo que se dejó abandonado a su destino, y la debilidad hizo el resto. Se quedó dormido tan profundamente que esa noche no oyó los ronquidos de ellos ni las ventosidades de los búfalos. Tampoco fue consciente de la enorme bajada de temperatura ni de que casi se le congelan los dedos de manos y pies.

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Merto calculó, en el último vuelo de Zafiro, que a lo sumo estaban a una hora de distancia y, sacando fuerzas de flaqueza, recorrió los metros que le separaban de una alta duna. La mochila con Rubí y Diamante dentro no le pesaba nada afortunadamente y llegó cuando se estaba ocultando el sol. Al bordear la duna pudo ver, a no más de cincuenta metros, unas ruinas con dos palmeras. También vio a dos búfalos de la estepa comiendo las escasas hierbas que brotaban al pie de las mismas y una carreta. De modo que hizo salir a Rubí y Diamante, se quedó oculto tras la duna estudiando el terreno e imaginando cómo aproximarse sin ser vistos. Cuando ya era noche cerrada y antes de que saliera alguna luna, confió en el olfato de Rubí y todos, en fila tras él, se acercaron hasta un derruido muro de adobe y esperaron a ver que pasaba, ocultos tras él. Pero en aquella especie de oasis no había movimiento, los que estaban allí debían estar durmiendo y no sabía si Fan estaba con ellos. Había que esperar hasta el amanecer para ver el terreno y si se encontraba allí.

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Amanecía y, en el oasis, los raptores comenzaron a moverse. No prepararon el carro ni uncieron los búfalos. Parecía que su intención no era la de seguir el camino, sino acabar allí mismo lo que habían comenzado. Desayunaron tranquilamente y Fan seguía adormilado o privado, pero reaccionó cuando le hicieron ponerse en pie, le desnudaron de cintura para arriba y le ataron nuevamente al tronco de la palmera, pero esta vez abrazado a ella.
Se le acercó el jefe y le repitió:
- ¿Dónde joyas?
- No tengo ninguna joya, tú lo has comprobado.
- ¡Mentira! Tú esconde joyas, pero tú dice.

A una señal suya, uno de ellos, con un látigo en mano se acercó a él y se preparó para aplicar el primer latigazo de una serie que sólo el jefe sabía cuánto podía durar.
A Fan le dolía todo, especialmente los dedos, y aún tiritaba, pero en un doloroso esfuerzo logró decir:
- No hay joyas, todo es cosa de magia, una magia tan poderosa que ni tú ni yo tenemos nada que hacer. Una magia que puede convertir el día en noche, volver lo blanco en negro y lo soñado en real. Si me das el primer latigazo podrás comprobar el poder de esa magia.
En ese momento comenzó a oscurecerse el sol, tal y como él sabía que iba a pasar, y recalcó con voz teatral:
- ¡Invoco a los poderes de la oscuridad, invoco a los genios de la noche y de la nada! ¡Huid insensatos! Vuestro fin está próximo.
Todos se retiraron atemorizados, la oscuridad era cada vez mayor y la superstición se sumaba a aquella extraña situación, pero el jefe cortó en seco la huida de sus secuaces:
- ¿Por quién tomas tú? ¿Por tontos? ¿Piensas no conocer eclipse nosotros? ¡Muchos vistos! ¡Quieto ahí! ¡El látigo!
Ya estaba a punto de descargar el primer golpe cuando un terrorífico aullido sonó entre las ruinas y una sombra, aún más misteriosa, descendía desde el sol apagado y se posaba con unas enormes alas abiertas en medio de la negrura creciente sobre el tronco seco de la palmera.
Todos, incluido el jefe, salieron huyendo atropelladamente, hasta venir a caer en los brazos de los guardias que llegaban en aquel preciso momento. Los maniataron y los echaron de cualquier manera dentro del carro y ellos hasta lo agradecieron, tal era el pánico que habían experimentado, cualquier cosa antes que aquella magia tan terrorífica.
Una franja de sol volvió a lucir y Merto corrió en auxilio de Fan, al que había podido ver, antes del eclipse, atado al tronco. Había seguido los acontecimientos sin saber qué hacer, eran muchos para ellos y esperaba el mejor momento para intervenir. Y ese momento llegó, le había escuchado desde su escondrijo aprovechar las supersticiones de aquella gente. Y el plan le vino como una inspiración al ver que lo que había invocado Fan comenzaba a cumplirse, él se dio cuenta de que se estaba produciendo un eclipse y preparó la escenografía a fin de aterrorizar a los secuestradores. Merto sabía que sus Joyas eran capaces de entender lo que se les decía y dio instrucciones a Rubí y Zafiro para que representaran su papel, y lo hicieron de maravilla. Pero después reconoció que la suerte había jugado a su favor, la oportuna llegada de los guardias fue providencial porque: .¿Qué hubiera pasado al acabar el eclipse? ¿Qué hubiera pasado cuando descubrieran que lo que les había provocado el pánico eran simplemente un lobo y una mariposa?
Merto liberó a Fan de sus ataduras y le dio de beber y comer de lo que llevaba en la mochila y éste le dio instrucciones para que le preparara una infusión reanimante, como aquella que había usado en Serah para los Hurin, y muy pronto se recuperó.
Reunido con todo su grupo, Esmeralda también, aunque en su estuche, se acercó al carro en donde permanecían atados los secuestradores.
- Aquí tenéis a mis joyas, como ya os dije y no me hicísteis caso. Ahora os toca cumplir la condena que os corresponda por vuestros delitos.
Y esta nueva caravana, compuesta por un carro, un pelotón de guardias y una mariposa gigante sobrevolándolos, salió camino de Alandia. Fan y Merto, esta vez iban cómodamente en el pescante, mientras que Rubí y Diamante compartieron el fondo del carro con los secuestradores, allí apiñados, que no se atrevían a moverse viendo la dentadura de uno y la testuz de la otra.
El viaje de regreso fue muy aburrido, monótono, muy diferente del de la ida, especialmente para Merto, aunque mucho más cómodo y tranquilo. Pero sirvió para que Fan se recuperara de todas las penurias pasadas y para que los dos se contaran las peripecias del secuestro y el rescate, aunque Fan tenía muy poco que contar.
- ¿Cómo sabías que habría un eclipse de sol?
No sabía qué responderle y menos que lo había visto gracias al sicuor.
- Debe ser un sexto sentido. Son muchos años de pastor, contemplando las estrellas, el sol y las lunas, digamos que ha sido una intuición, una afortunada y acertada intuición.
Merto quedó aparentemente convencido y no volvió a preguntarle sobre aquel tema.
Dos de los guardias se adelantaron para informar al rey del éxito de la misión y el resto de la comitiva completó el viaje al lento paso del carro tirado por los dos búfalos.
El recibimiento fue clamoroso, el rey lo había organizado bien y no se recuerda en los anales de Alandia una celebración semejante, ni siquiera cuando el propio rey regresó de un viaje, su único viaje, al Embarcadero del Far. Fan y Merto, en pie sobre el pescante recibían la admiración y los vítores del pueblo, Rubí y Diamante desfilaban orgullosamente tras los guardias y delante de los búfalos, Zafiro se posó sobre el toldo del carro con las alas abiertas de par en par, tenía un gran sentido del espectáculo. Los que no iban tan contentos eran los secuestradores, que los guardias hacían caminar maniatados entre sus filas y a los que todos dedicaban improperios y que, si no les tiraban huevos y tomates pochos, era por no darle a los guardias que los custodiaban. Pero no podían tener queja alguna, al contrario de lo que ellos habían hecho con Fan, a ellos no les faltó en todo el viaje alimento ni agua. Nuestros amigos se encargaron de darles de comer y de beber con el contenido de la mochila y, no solo estaban agradecidos, sino muy arrepentidos de lo que habían hecho. De todos modos pasaron a las mazmorras de Palacio, si es que se puede llamar mazmorras a unas acogedoras y luminosas estancias, limpias y provistas de todo lo necesario, unas habitaciones que habría envidiado la posada más lujosa del Continente.
Nuestros amigos, acompañados por sus Joyas, tuvieron una larga conversación con el rey que, como es natural, quería saber todas las peripecias con pelos y señales o con estambres y pistilos como diría él.
Fan no tenía mucho para contar, pero Merto estaba en la gloria relatando todas y cada una de sus jornadas por el desierto, así como el épico y mágico rescate. Los guardias habían recuperado la Flor de Lis que permanecía en poder del jefe de los raptores, le habían puesto un cordón nuevo y Fan la lucía en su pecho, como habitualmente.
Pocos días pasaron allí. El rey no les quería dejar marchar, pero tenían prisa por llegar a Hénder y recuperar a Esmeralda.
En aquellos días alguien pidió audiencia con el rey y con ellos. Se trataba de un componente de la caravana, un rico comerciante que tenía por costumbre viajar a veces a donde fueran sus mercancías. Decía siempre:
- El negocio se encuentra donde está el cliente, no vale esperar sentado en casa a que otros te lleven el fruto de la venta de tus productos. Al cliente hay que frecuentarlo, negociar y regatear con él, incluso a veces puede tener algo que te interese comprar o intercambiar, y eso unos intermediarios no lo pueden captar, ellos no defenderán tus intereses como tú mismo.
Reunidos con él en el Salón del Trono, dijo:
- Vengo a pedir disculpas en nombre de mi pueblo. En todas partes surgen gentes indeseables, pero eso no debe generalizarse a todos los honrados ciudadanos de Sirtis.
- Aquí no hay indeseables – cortó el rey
- Bien lo sé. Debe ser el efecto del amor a las plantas y los animales, el amor a la Naturaleza que impide esos comportamientos también hacia el prójimo; pero, aunque en Sirtis también amamos las plantas y las flores, hay oficios menos pacíficos o bucólicos que acaban endureciendo el corazón de algunos y es lo que ha pasado con estos delincuentes. No vengo a pedir clemencia para ellos, aunque sí pediros perdón a vosotros y especialmente a ti por el mal trato que has recibido, te pido disculpas en mi nombre y en nombre de todas las personas decentes y hospitalarias de mi tierra y a ofrecerme a acompañaros allí para agasajaros, no tan fastuosamente como aquí, pero seríais muy bien venidos.
 - Acepto las disculpas en nombre de todos – dijo Fan – y tomo esa invitación para otra ocasión, ahora estamos preparando otro viaje más urgente, pero prometo tomaros la palabra e ir a visitaros.
- Alkalá es una persona de toda confianza – terció el rey – os lo puedo garantizar. A su lado no puede pasaros nada malo. En cuanto a esos delincuentes ya nos encargaremos de hacerles lamentar lo que han hecho.
- Lo dudo mucho, Majestad – dijo Merto – ellos están encantados en su reclusión. Ni en sus mejores sueños estarían tan cómodamente alojados y tan bien servidos. Decidme Alkalá: ¿En vuestro país son tan cómodas las mazmorras y tan delicado el trato?
- No, de ningún modo. No es que las autoridades los traten de forma inhumana, pero nuestro sistema pretende que no se encuentren mejor que en su propia casa ni más que cualquier otro ciudadano honrado en la suya, que se les quiten las ganas de reincidir para vivir a cuerpo de rey, perdón Majestad, como pasaría con éstos si se quedaran aquí.
- Pues si te los llevas me vas a quitar un peso de encima. Yo no sabría qué hacer con ellos y tampoco me servirían para trabajar en los campos y en los jardines, ya que los que lo hacen aman su trabajo y de nada sirve alguien que no lo haga por amor puesto que seguramente lo hará mal. No quisiera que se acostumbraran al trato benévolo y le tomaran gusto a reincidir para volver a las mazmorras. Nuestro sistema penal, prácticamente innecesario, soy yo, y yo tengo la mano y el corazón muy blandos. De modo que si, cuando partas, te los llevas y tratáis de enderezar esos tallos torcidos, me haréis un favor y a ellos mismos, porque bien orientados pueden florecer y dar buenos frutos.

Y así acabó aquella audiencia; con otro viaje en perspectiva, un nuevo amigo y unos secuestradores que dejarían la vida muelle y holgada y que emprenderían la senda de la rehabilitación.
Nuestros amigos prepararon meticulosamente el viaje. Merto llenó el agua, aunque poca necesitarían si los pastores habían seguido las órdenes del rey y habían cuidado los manantiales, también preparó los comestibles y, entre ellos, unas cuantas variedades de dulces y frutas en almíbar para obsequiar a Melanio y a Gontar. Fan le sugirió añadir más, total no pesaba nada, porque pensaba acercarse a Sirtis a parar el crecimiento descontrolado de las plantas que llevó y, de paso, entregar a Halmir unos productos de lo que hoy era aquella Alandis la Bella de la que eran originarios los hurim.
- Tendríamos que pasar por Aste - dijo Fan
- ¿Por qué?
- Me dejé colgada allí la cadena de monedas de los reinos y es posible que las necesitemos allá arriba.
- Si es así no creo que Góntar o el rey no nos puedan hacer un préstamo. Mejor no perdamos tiempo.
Fan, asintió y se ocupó personalmente en guardar cuidadosamente el estuche de Esmeralda y aquella pequeña cantimplora.

CAMINO A HÉNDER parte 1

el próximo jueves