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miércoles, 25 de enero de 2017

RELATOS DE HÉNDER, Libro 6 (Hacia el Sol Poniente) parte 2



Visitan la Isla Imperial de Cipan y una 
desagradable sorpresa al regreso les
obligará a cambiar de planes




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HACIA EL SOL PONIENTE 2
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 El grupo de los seis regresaron a la Ruta de la Seda a encontrarse con Saburo y Kaito que les esperaban con una buena fogata en uno de los cenadores con que contaba aquella avenida de moreras. Las brasas estaban a punto y estaban asando unos pescados desconocidos para ellos, aunque previamente habían cortado finas lonchas de las partes más sabrosas y las habían preparado con aquella salsa salada y aquel puré verde y picante que tanto le había gustado a Esmeralda. Esta vez no iba nadie a dejarles sin hojas de morera, pero corrían el peligro de no poder acompañar el pescado con su tradicional rábano picante.
Aquella noche, tras la cena en la que la única que se quedó con hambre fue Zafiro, tardaron mucho en echarse a dormir. Pasaron horas escuchando a Fan y Merto relatando sus aventuras y, especialmente, todo aquello que hacía referencia a la capa que le habían regalado y que les había salvado la vida en más de una ocasión.
A la mañana siguiente, bien temprano, Saburo les acompañó al puerto. El Hipocampo ya había partido, pero les dirigió hacia una especie de velero ligero con una sola vela cuadrada del que dijo se llamaba Sol de Retirada, y les presentó al Capitán Takuma.
Les recibió amablemente, para ellos quizá demasiado amablemente, con reverencias y una gran sonrisa, y los invitó a subir a bordo. Iban a partir pronto; el horario era sagrado y más importante que la hospitalidad, aunque ésta también lo era.
Ni el Capitán ni la tripulación se extrañaron ante la presencia de las Joyas de la Corona. Parecía como si lo encontraran de lo más normal y, tanto Fan como Merto, lo comprendieron al llegar a la Isla Imperial tras una travesía que no se prolongó más allá de dos horas.
En el puerto colgaban banderolas de peces movidas por el viento y, mirases donde mirases, había representaciones de unos monstruos serpentiformes que allí llamaban dragones y que eran muy respetados.
Se despidieron del Capitán Takuma y éste les dijo antes de desembarcar.
- Honorables orientales, contad conmigo cuando queráis regresar a Los Telares. Esta ruta la hago tres veces al día y en el Sol de Retirada tenéis plaza.
Le agradecieron su generosidad y Merto le entregó una de sus navajas, que el Capitán aceptó con mil reverencias.
Y allí estaban, al sur de la isla, en un amplio golfo cerrado por unos acantilados que parecían los cuernos de un búfalo de la estepa, y ante ellos se abría una instalación portuaria, más activa aún de lo que habían visto en Los Telares.
Aquello era agobiante; el ir y venir de gentes, carros, carretas, carretillas, cargando y descargando las naves y tomando la amplia ruta que llevaba a la Capital del Imperio, producía vértigo.
Casi empujados por aquella vorágine, se internaron en aquella ruta que se perdía a lo lejos, arrastrados por otros caminantes, carros, carretas, carretillas,… un río humano hacia un destino, para ellos incierto. Hubieran querido salirse de aquella riada y caminar campo a través, pero allí no había campo, sólo aquella especie de magma fluido que arrastraba todo a su paso. A ambos lados de la ruta se sucedían las edificaciones, todas ellas de una sola planta, todas ligeras, de bambú y otros materiales livianos, pero ni un palmo de tierra libre. Esmeralda estaba teniendo problemas, aquel terreno no permitía clavar sus raíces, en el hipotético e improbable supuesto de que pudieran detenerse, porque era de guijarros apisonados.
Zafiro alzó el vuelo. Ella sí era libre, y abandonó aquella especie de glaciar que avanzaba en bloque, lentamente, y sin que hubiera posibilidad de abandonarlo. Se perdió en la distancia y regresó haciéndoles señales en dirección a una de las edificaciones que bordeaban aquella ruta, descendió sobre aquella casa como indicándoles que se reunieran con ella abandonando la ruta. Empujando todos juntos consiguieron dificultosamente abrirse paso hacia el borde de aquella masa en movimiento y pudieron llegar a donde les esperaba Zafiro.
La puerta y buena parte de la edificación estaba derruida, de modo que pudieron penetrar en una pequeña vivienda abandonada hacía tiempo. Atravesaron las ruinosas habitaciones, desprovistas de muebles y hasta de estores, acabando en un pequeño jardín abandonado y cubierto de malas hierbas, aunque para Fan todas eran buenas para algo.
A partir de allí había otras muchas casitas y, entre ellas caminos, y caminos, y caminos, y casitas, y casitas, y casitas, la mayoría parecían habitadas. Uno de los caminos discurría paralelo a la gran ruta, pero por él no se veía a casi nadie. Podían seguir aquel camino o alejarse más de la ruta principal, y fue Esmeralda quien tomó la decisión. Ellos no tuvieron más que seguirla, alejándose más y más de la tumultuosa aglomeración y dejando atrás casas y más casas, hasta que: ante su vista se extendía un profundo valle y una vastísima ladera multicolor y al fondo una montaña cónica, tan alta que unas nubes le dibujaban como una corona en la cima.
Todo aquel colorido se prolongaba hasta la falda de aquella lejana montaña, y en lo más profundo del valle se dibujaban riachuelos, senderos y puentes de madera con tejadillos. Fan recordaba muy bien aquella visión y no le suscitaba temor alguno, eran otras visiones las que le atemorizaban.
Todos, menos Zafiro que se lanzó en picado hacia un inmenso campo de color amarillo, se quedaron extasiados contemplando aquella singular belleza. Poco a poco fueron apreciando pequeños detalles. Entre aquellos campos multicolores se movían figuras diminutas.
Fan pudo reconocer algunas de las plantas que allí se cultivaban, porque aquello evidentemente eran cultivos. Las plantas silvestres no saben de geometría, ni de decoración. Pudo apreciar campos de cerezos y ciruelos blancos y rojos, azaleas, peonias, lilas, gladiolos y sobre todo de crisantemos de muchos colores. Algunas de las plantaciones no estaban en floración en aquel tiempo y predominaba el color verde, aunque muy diversas tonalidades de verde, pero otras estaban en plena producción y brillaban los colores amarillos, blancos, rojos,…
- En Alandia tendrían mucho que aprender – dijo Fan – aunque lo de allí es más suntuario.
Esmeralda regresó ahíta de néctar y les hizo señales en dirección al este, pero ya era tarde y decidieron hacer noche allí. El Sol comenzó a ponerse tras aquella montaña cónica y sus últimos rayos daban a los cultivos, en sus estertores, unos matices entremezclados que ningún pintor hubiera sido capaz de reproducir. Y allí se quedaron, contemplando como el Sol desaparecía,  aquella borrachera de colores y aquella paz incomparable, sin reparar en que estaba oscureciendo.
Suerte tuvieron de que la Primera Luna estaba llena y no tardó en salir, de modo que pudieron preparar algo para cenar Fan, Merto y Rubí. Los demás no tenían ningún problema en aquel entorno.
A su espalda podían ver, en la ruta y sus alrededores, una miríada de luces compitiendo con las estrellas que la luz de la Luna velaba. Los campesinos se habían retirado a sus casitas y se disponían a cenar. Poco a poco se fueron apagando y sólo quedó la luz radiante de la Primera Luna y un cuarto de la Segunda que comenzaba a asomar.
Si maravilloso fue el espectáculo de aquellos campos en el ocaso, el alba no tenía nada que envidiar y la franja tocada por el sol naciente se iba desplazando y encendiendo los colores, poco a poco, en la medida que se iba iluminando todo desde la cima más alta de aquella montaña hasta lo más profundo del valle.
Desayunaron, recogieron todo y se pusieron en camino hacia oriente, siguiendo la ruta que iba marcando Esmeralda. El Sol les deslumbraba al principio pero, al poco, se elevó lo suficiente como para caminar sin problemas.
A la derecha se podía ver la ruta que habían abandonado, bordeada a todo lo largo por una franja de casitas a ambos lados. A lo lejos aquel río humano desembocaba en una especie de lago, pero ni era río, ni era lago. Una gran ciudad era el final de la ruta que partía del puerto.
Cuando estaban a punto de llegar, desde una altura, pudieron ver en toda su amplitud aquella enorme ciudad. A la vista de unos aldeanos como ellos, aquello era indescriptible y se perdía en la distancia, era mucho mayor que Alandia y Hénder juntos y ni tan siquiera aquello les servía como punto de referencia para una comparación.
Entre toda aquella extensión de casitas bajas, del mismo estilo de las que ya habían visto en Los Telares y a los dos lados de la ruta, se destacaba un enorme espacio ajardinado, con altos muros y una gran edificación en el centro, de una sola planta pero de enorme superficie.
Poco a poco se fueron aproximando a la ciudad. Aquella riada proveniente del puerto se iba diluyendo conforme llegaba a los arrabales de la ciudad, hasta acabar desapareciendo engullida por aquella inmensa urbe.
Se incorporaron a la ciudad desde un barrio periférico, idéntico a cualquier otro, y se encaminaron hacia el centro en el que suponían se encontraba la residencia del Emperador. Las calles eran un hervidero de gentes apresuradas que, sin embargo, no daban la sensación de tener prisa; del mismo modo que miraban sorprendidos a aquel extraño grupo de forasteros, pero sin dar muestras de extrañeza y con rostros inexpresivos e inescrutables.
Llegaba la hora de comer y entraron en uno de los muchos establecimientos como aquel que habían visitado en Los Telares, al que les había llevado el Capitán. También estaban anunciados con coloridas banderolas y extraños signos que no fueron capaces de leer, así como con farolillos de diversas formas y colores. La comida era idéntica a aquel otro lugar y transcurrió de la misma manera, con Esmeralda absorbiendo por sus raíces aquella especie de puré verde, rabiosamente picante, y con Zafiro libando el almíbar de los cuencos de fruta.
La tarde la pasaron recorriendo las calles, aquellas calles interminables, iguales y tomadas por multitudes que les miraban, pero que seguían sus erráticos caminos, como las hormigas. Buscaban también algún lugar en que pasar la noche y acabaron dando con un parque público en el que había niños jugando y ancianos reposando en unos bancos de troncos. Había tierra, césped, flores y un pequeño bosquecillo en el que decidieron pernoctar. En otro extremo del parque había un estrado con decorados, rodeado por una multitud. Se estaba representando un espectáculo de mímica en la que unos personajes, luciendo bellos ropajes y extrañas máscaras, accionaban pero no emitían sonido alguno, sólo se oía el chirriar de unos raros instrumentos de una sola cuerda, acompañados por campanillas y otros instrumentos de percusión desconocidos para ellos. Permanecieron en silencio un buen rato mirando. El público estaba extasiado, inmóvil, pero ellos no entendieron nada. Debía ser algo simbólico o tradicional.
Les hubiera gustado conocer al Emperador, pero allí era más difícil que conocer al Rey de Alandia o de Hénder. Más que un gobernante parecía una figura divina y parecía que era adorado por su pueblo. Habían preguntado si era posible verlo, pero les contestaron:
- El Muy Honorable Emperador del Sol Poniente no recibe extranjeros; pero os podéis entrevistar, honorables orientales, con alguno de sus ministros. Acercaos a la Ciudad Prohibida y pedid audiencia.
- ¿Y podríamos conseguirlo pronto?
- Lo lamento, honorables extranjeros, pero las cosas de palacio van despacio y puede tardar unas semanas por lo menos.
- Muy agradecido, honorable occidental.
- Gracias a usted, honorable oriental
Y los despedían con unas cuantas reverencias y ceremonias.
Fan comentó
- Me parece que aquí no vamos a sacar nada más en este hermetismo occidental, un pueblo cortés y educado, ciertamente, pero muy cerrado. ¿Que os parece si mañana temprano vamos al puerto en busca de el Sol de Retirada y a ver si el Capitán Takuma nos quiere devolver al continente?
- Me parece muy bien. Aquí no conocemos a nadie y no hay nada más que ver. Ya están bastante apretados en esta isla y yo prefiero horizontes despejados.
- Pues de anchos horizontes te vas a hartar hasta que lleguemos a Aste.
Los demás no dijeron nada, pero Fan supo que estaban de acuerdo con la propuesta.
La tarde declinaba, el espectáculo había terminado y los espectadores se diluían en la gran ciudad, mientras que los artistas recogían sus bártulos y acabaron marchando también. Los ancianos habían abandonado sus bancos y los niños sus juegos, dejando el parque solitario y silencioso, salvo el rumor que llegaba de la ciudad.
En la ciudad comenzaron a iluminarse, en cada casa, farolillos de colores, y nuestros amigos se encaminaron al desierto bosquecillo, tomaron algo ligero de cena mientras el Sol caía por detrás de los tejados. ¡Qué diferencia de paisaje con aquella puesta de sol de la noche anterior!
Se echaron a dormir y el rumor de la ciudad, que allí se escuchaba remoto y amortiguado, fue cediendo el paso al insistente canto de los grillos. Esmeralda tuvo que sacudirse unos cuantos que pretendían darse un banquete con sus hojas.
Cuando comenzó a clarear reapareció el sordo rumor de la ciudad y se fue intensificando. Allí no había gallos que les despertaran, pero el estruendo de las carretas que se dirigían al puerto hizo la misma función. Desayunaron apresuradamente y se pusieron en camino. El bosquecillo aquel quedó tal como lo habían encontrado: deshabitado y libre de cualquier señal de su presencia allí.
Conforme se aproximaban a la ruta del puerto vieron confluir, de calles y callejas: personas, carretas, carros, carretillas,… y se iban incorporando a aquella densa riada de la que era imposible escapar, allí había que dejarse llevar a la misma marcha del convoy.
Antes de integrarse en aquella humanidad en movimiento, dijo Merto:
- Yo ahí no me vuelvo a meter. Ya sabes que las aglomeraciones no me gustan. Me sentiría como si fuera en la mochila a revueltas con las provisiones y las Joyas de la Corona. ¿No podríamos regresar por donde vinimos?
- Sería dar mucho rodeo si regresamos a las plantaciones, pero pienso que podríamos tomar entre las casas por una de esas calles paralelas a la ruta, que no sé por qué no circula apenas nadie por ellas.
Y así lo hicieron. Se desviaron a la derecha y encontraron una calle que se perdía distante en la dirección apropiada. La siguieron sin encontrar casi a nadie; posiblemente sus moradores se encontraban en la ruta del puerto o trabajando en las plantaciones. Acabaron llegando en pocas horas al cuerno Oeste del golfo que cerraba el puerto. Tardaron mucho más en llegar a los muelles centrales, donde el Capitán Takuma les había dejado el día anterior y donde les dijo que solía atracar habitualmente. Las labores portuarias se desarrollaban con una intensa actividad: idas y venidas, cargas y descargas, casi les atropella una carreta, en varias ocasiones tropezaron con estibadores que, cargados con sus fardos, no veían por donde iban. Pero acabaron llegando a los muelles centrales dedicados a la ruta de Los Telares, y Sol de Retirada no estaba atracado por allí; aunque, tal como había dicho el Capitán Takuma, no tardaría en llegar en uno de esos viajes que solía hacer cada día.
Encontraron un rincón aislado en donde comer algo y esperaron. Zafiro alzó el vuelo y sobrevoló el corto espacio que separaba la Isla del Continente. A su regreso intentó comunicarles que había visto el barco a escasa distancia, a punto de doblar el cuerno Este del golfo y pronto atracaría, pero no sabía hacerse entender. Intentó hacer como las abejas cuando en la colmena señalizan la localización de las plantas en flor que habían descubierto. Volaba describiendo un ocho, con el eje en dirección al cuerno de entrada y ejecutaba el vuelo agitando las alas a gran velocidad, queriendo indicar que estaba a corta distancia. Ni Fan ni Merto entendían el lenguaje de las abejas , pero sospecharon que les estaba avisando de haber visto el barco. Salieron de su refugio y se abrieron paso dificultosamente hasta el muelle, que en aquel momento tenía libre uno de los amarres.
Tuvieron suerte o acertaron, porque no tardó mucho en atracar allí el Sol de Retirada. Se apartaron para dejar espacio y que pudieran hacer las tareas de amarre sin estorbarles. Los marineros colocaron la pasarela y comenzaron las febriles tareas de intercambio de mercancías. Unas carretas esperaban para llevar a la capital el contenido de la bodega mientras que otros se afanaban en subir al barco un rimero de cajas, cestas, sacos y fardos apilados que aquellas carretas habían descargado primero.
El Capitán estaba en cubierta, supervisando las labores, y no quisieron interrumpirle. Cuando ya se hubo calmado todo un poco, subieron por la pasarela y fueron a su encuentro.
- Buenos días Capitán – dijo Fan iniciando una torpe reverencia.
- Buenos días, honorables orientales. ¿Ya están de vuelta?
- Sí. Hemos visto los campos de cultivo y esa gran montaña, la Capital también, aunque no hemos podido ver al Emperador – dijo Merto
- Pocos le han visto en persona; y hablar con él… nadie de fuera de la Ciudad Prohibida lo ha podido hacer. Yo tampoco lo he visto, salvo tras las cortinas de un palanquín. Son bellos los campos de cultivo ¿verdad? Y nos proporcionan alimentos para vivir y flores para alegrar esa vida. Y la Montaña Sagrada nadie ha podido aún escalarla aunque algunos lo intentan. Y ahora… ¿Desean regresar a Los Telares o se esperan al próximo viaje a última hora de la tarde? , porque partiremos pronto.
- Si no le importa, nos gustaría marchar ya. Aquí no hacemos nada, aparte de estorbar a los que trabajan; de modo que, si nos lo permite, le estaríamos muy agradecidos por llevarnos.
- ¡Pues adelante!
Comenzaron a izar la vela y soltar amarras. Sol de Retirada se separaba del muelle y lentamente ponía rumbo al Cuerno Este para enfilar luego hacia Los Telares.
Llegados a Los Telares, la comitiva abandonó el barco, una vez realizadas las labores de estiba, tras ceremoniosas despedidas, y se pusieron en marcha hacia la avenida de las moreras o Ruta de la Seda, como la llamaban. Fan pretendía llegar a la orilla del Gran Lago antes de anochecer, pero sus planes se fueron al traste.
Atareados en las moreras, recolectando hojas, había un equipo de trabajadores y entre ellos se encontraba Saburo, por lo que tuvieron que hacer una parada. Quería tener noticias del viaje a la isla. Él nunca había tenido ocasión de visitarla, pese a estar tan cerca, y Merto le puso al corriente de todo. Mientras tanto, para que Saburo pudiera dejar el trabajo en tanto que éste hablaba con Merto, Fan le sustituyó, trepó a una morera y comenzó a llenar un saco de hojas. En eso de trepar a los árboles era un experto y, en poco rato, ya tenía hecho el trabajo.
- Fan – le dijo Saburo – mejor será que te marches pronto porque si te ven los jefes y te contratan, nos dejarás sin trabajo.
Y rieron todos. Pero entre charlas y entre risas comenzó a caer la tarde y ya no valía la pena partir hacia el Gran Lago. De modo que, como la otra vez, se quedaron a cenar con el equipo, al que se sumó Kaito, y luego hicieron noche con ellos, tras relatar una vez más sus aventuras.
Ya bien temprano, se pusieron en camino. Al despedirse de los dos amigos, Merto les entregó una navaja de las suyas a cada uno y ellos no sabían cómo correponderle.
- Ya habéis hecho bastante por nosotros: nos habéis hecho de guías en las instalaciones, invitado a cenar y facilitado el barco para ir y volver a la Isla, de modo que nosotros aún estamos en deuda con vosotros.
A media tarde ya se encontraban a la orilla del lago. A Merto, tras haber visto el mar, no le impresionó tanto, pero se estuvo un buen rato contemplando sus azules y quietas aguas, mientras que Fan buscaba una barca apropiada para los cinco, porque Zafiro ya debía estar esperándolos en la otra orilla.
Esta vez Fan no debía preocuparse de cómo atravesar el lago: ni Diamante, ni Esmeralda corrían peligro alguno. Afortunadamente encontró una en que cabían todos y con dos remos, así que podrían hacer la travesía de una sola vez. El lago era muy amplio, Fan se lo conocía muy bien y sabía que con un solo remero se les podría hacer de noche, y a aquella hora con dos también, así que decidieron quedarse a dormir en la orilla al abrigo de unas barcas. Zafiro, viendo que no llegaban, regresó y se reunió con el grupo.
Bien temprano echaron la barca al agua y, remando los dos, consiguieron llegar a la otra orilla a la hora de cenar. Durante la travesía habían parado a comer y siguieron remando con todos sus fuerzas por lo que, a su llegada, comieron algo ligero y se arrebujaron en la manta y la capa quedándose profundamente dormidos, agotados por el esfuerzo. Desde allí se abría el Camino de Alandia que conducía al Puente sobre el río Far. Bien de mañana emprendieron el camino y aún tuvieron que pernoctar dos noches hasta que, antes de llegar al Puente, se suscitó una duda:
- Ahora se nos presentan tres caminos posibles: Regresar a Aste, acercarnos a Alandia o visitar la Cabaña del Mago – dijo Fan
- Yo preferiría no ir a Aste, y creo que en la mochila puse pescado salado y patatas que no hemos gastado. O podríamos visitar la Cabaña primero, porque no debe estar muy lejos.
- Es cierto, está cerca.
- Pues vayamos a verla
- ¿Realmente tienes interés en visitar la Cabaña?, porque no es más que una casucha solitaria, abandonada hace tiempo, y sin ningún aliciente.
- Siendo así no parece que valga la pena, pero pienso que a las Joyas sí que pudiera gustarles ver en donde se desencantaron ¿les preguntamos?
- No sabría cómo, aunque lo entienden todo, creo que lo mejor es dejarles y que elijan ellos el camino.
De modo que se sentaron a esperar saber en qué dirección partirían.
El primero, seguido de Diamante, en echar a andar fue Rubí, luego Esmeralda, y Zafiro les seguía dando cortos vuelos. Tomaron, sin dudar, el camino de la Cabaña. Hicieron noche al pie de aquel monolito de piedra a medio camino de la cabaña y al amanecer, las Joyas parecían inquietas, parecía como si algo les atrajera hacia allí y les empujara a emprender el camino cuanto antes. De modo que partieron sin casi tiempo a tomar nada.
Cuando dejaron bien atrás el monolito, vieron la cabaña a lo lejos; y Zafiro, de un vuelo, se posó en el tejado. Rubí y Diamante emprendieron el trote, mientras que Fan y Merto se tuvieron que adaptar al pausado andar de las raíces de Esmeralda, pero al final llegaron todos, se reunieron frente a la puerta y Fan les dijo:
- Vosotros esperad afuera. Ven Merto, echemos un vistazo
El interior estaba como Fan lo había visto por última vez, aunque con más polvo y telas de araña. Allí no había nada que ver, pero Merto comentó:
- Si limpiáramos un poco las telarañas, podríamos hacer noche aquí. Siempre será mejor que en el camino.
- Es que no me atrevo a dejarles entrar. Aún recuerdo lo que pasó la primera vez que entraron. ¿Y si queda algo de magia residual, como pasaba en Serah, y vuelven a convertirse en piedras?
No acababa de decir aquello cuando Esmeralda, curiosa, avanzó un zarcillo de una de sus raíces explorando la puerta y… ¡pop! desapareció la col y una piedra de color verde intenso cayó al polvoriento suelo, frente a la cabaña, junto con un collar con la Flor de Lis.
Fan recogió todo con sumo cuidado y bloqueó la puerta, interponiéndose para que ninguno más entrara. Salió Merto, cerraron bien la puerta y, seguidos por las tres Joyas restantes, se alejaron lo más rápido posible de los alrededores.





VISIÓN CUMPLIDA parte 1

el próximo jueves


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