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miércoles, 25 de enero de 2017

RELATOS DE HÉNDER, Libro 6 (Hacia el Sol Poniente) parte 2



Visitan la Isla Imperial de Cipan y una 
desagradable sorpresa al regreso les
obligará a cambiar de planes




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HACIA EL SOL PONIENTE 2
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 El grupo de los seis regresaron a la Ruta de la Seda a encontrarse con Saburo y Kaito que les esperaban con una buena fogata en uno de los cenadores con que contaba aquella avenida de moreras. Las brasas estaban a punto y estaban asando unos pescados desconocidos para ellos, aunque previamente habían cortado finas lonchas de las partes más sabrosas y las habían preparado con aquella salsa salada y aquel puré verde y picante que tanto le había gustado a Esmeralda. Esta vez no iba nadie a dejarles sin hojas de morera, pero corrían el peligro de no poder acompañar el pescado con su tradicional rábano picante.
Aquella noche, tras la cena en la que la única que se quedó con hambre fue Zafiro, tardaron mucho en echarse a dormir. Pasaron horas escuchando a Fan y Merto relatando sus aventuras y, especialmente, todo aquello que hacía referencia a la capa que le habían regalado y que les había salvado la vida en más de una ocasión.
A la mañana siguiente, bien temprano, Saburo les acompañó al puerto. El Hipocampo ya había partido, pero les dirigió hacia una especie de velero ligero con una sola vela cuadrada del que dijo se llamaba Sol de Retirada, y les presentó al Capitán Takuma.
Les recibió amablemente, para ellos quizá demasiado amablemente, con reverencias y una gran sonrisa, y los invitó a subir a bordo. Iban a partir pronto; el horario era sagrado y más importante que la hospitalidad, aunque ésta también lo era.
Ni el Capitán ni la tripulación se extrañaron ante la presencia de las Joyas de la Corona. Parecía como si lo encontraran de lo más normal y, tanto Fan como Merto, lo comprendieron al llegar a la Isla Imperial tras una travesía que no se prolongó más allá de dos horas.
En el puerto colgaban banderolas de peces movidas por el viento y, mirases donde mirases, había representaciones de unos monstruos serpentiformes que allí llamaban dragones y que eran muy respetados.
Se despidieron del Capitán Takuma y éste les dijo antes de desembarcar.
- Honorables orientales, contad conmigo cuando queráis regresar a Los Telares. Esta ruta la hago tres veces al día y en el Sol de Retirada tenéis plaza.
Le agradecieron su generosidad y Merto le entregó una de sus navajas, que el Capitán aceptó con mil reverencias.
Y allí estaban, al sur de la isla, en un amplio golfo cerrado por unos acantilados que parecían los cuernos de un búfalo de la estepa, y ante ellos se abría una instalación portuaria, más activa aún de lo que habían visto en Los Telares.
Aquello era agobiante; el ir y venir de gentes, carros, carretas, carretillas, cargando y descargando las naves y tomando la amplia ruta que llevaba a la Capital del Imperio, producía vértigo.
Casi empujados por aquella vorágine, se internaron en aquella ruta que se perdía a lo lejos, arrastrados por otros caminantes, carros, carretas, carretillas,… un río humano hacia un destino, para ellos incierto. Hubieran querido salirse de aquella riada y caminar campo a través, pero allí no había campo, sólo aquella especie de magma fluido que arrastraba todo a su paso. A ambos lados de la ruta se sucedían las edificaciones, todas ellas de una sola planta, todas ligeras, de bambú y otros materiales livianos, pero ni un palmo de tierra libre. Esmeralda estaba teniendo problemas, aquel terreno no permitía clavar sus raíces, en el hipotético e improbable supuesto de que pudieran detenerse, porque era de guijarros apisonados.
Zafiro alzó el vuelo. Ella sí era libre, y abandonó aquella especie de glaciar que avanzaba en bloque, lentamente, y sin que hubiera posibilidad de abandonarlo. Se perdió en la distancia y regresó haciéndoles señales en dirección a una de las edificaciones que bordeaban aquella ruta, descendió sobre aquella casa como indicándoles que se reunieran con ella abandonando la ruta. Empujando todos juntos consiguieron dificultosamente abrirse paso hacia el borde de aquella masa en movimiento y pudieron llegar a donde les esperaba Zafiro.
La puerta y buena parte de la edificación estaba derruida, de modo que pudieron penetrar en una pequeña vivienda abandonada hacía tiempo. Atravesaron las ruinosas habitaciones, desprovistas de muebles y hasta de estores, acabando en un pequeño jardín abandonado y cubierto de malas hierbas, aunque para Fan todas eran buenas para algo.
A partir de allí había otras muchas casitas y, entre ellas caminos, y caminos, y caminos, y casitas, y casitas, y casitas, la mayoría parecían habitadas. Uno de los caminos discurría paralelo a la gran ruta, pero por él no se veía a casi nadie. Podían seguir aquel camino o alejarse más de la ruta principal, y fue Esmeralda quien tomó la decisión. Ellos no tuvieron más que seguirla, alejándose más y más de la tumultuosa aglomeración y dejando atrás casas y más casas, hasta que: ante su vista se extendía un profundo valle y una vastísima ladera multicolor y al fondo una montaña cónica, tan alta que unas nubes le dibujaban como una corona en la cima.
Todo aquel colorido se prolongaba hasta la falda de aquella lejana montaña, y en lo más profundo del valle se dibujaban riachuelos, senderos y puentes de madera con tejadillos. Fan recordaba muy bien aquella visión y no le suscitaba temor alguno, eran otras visiones las que le atemorizaban.
Todos, menos Zafiro que se lanzó en picado hacia un inmenso campo de color amarillo, se quedaron extasiados contemplando aquella singular belleza. Poco a poco fueron apreciando pequeños detalles. Entre aquellos campos multicolores se movían figuras diminutas.
Fan pudo reconocer algunas de las plantas que allí se cultivaban, porque aquello evidentemente eran cultivos. Las plantas silvestres no saben de geometría, ni de decoración. Pudo apreciar campos de cerezos y ciruelos blancos y rojos, azaleas, peonias, lilas, gladiolos y sobre todo de crisantemos de muchos colores. Algunas de las plantaciones no estaban en floración en aquel tiempo y predominaba el color verde, aunque muy diversas tonalidades de verde, pero otras estaban en plena producción y brillaban los colores amarillos, blancos, rojos,…
- En Alandia tendrían mucho que aprender – dijo Fan – aunque lo de allí es más suntuario.
Esmeralda regresó ahíta de néctar y les hizo señales en dirección al este, pero ya era tarde y decidieron hacer noche allí. El Sol comenzó a ponerse tras aquella montaña cónica y sus últimos rayos daban a los cultivos, en sus estertores, unos matices entremezclados que ningún pintor hubiera sido capaz de reproducir. Y allí se quedaron, contemplando como el Sol desaparecía,  aquella borrachera de colores y aquella paz incomparable, sin reparar en que estaba oscureciendo.
Suerte tuvieron de que la Primera Luna estaba llena y no tardó en salir, de modo que pudieron preparar algo para cenar Fan, Merto y Rubí. Los demás no tenían ningún problema en aquel entorno.
A su espalda podían ver, en la ruta y sus alrededores, una miríada de luces compitiendo con las estrellas que la luz de la Luna velaba. Los campesinos se habían retirado a sus casitas y se disponían a cenar. Poco a poco se fueron apagando y sólo quedó la luz radiante de la Primera Luna y un cuarto de la Segunda que comenzaba a asomar.
Si maravilloso fue el espectáculo de aquellos campos en el ocaso, el alba no tenía nada que envidiar y la franja tocada por el sol naciente se iba desplazando y encendiendo los colores, poco a poco, en la medida que se iba iluminando todo desde la cima más alta de aquella montaña hasta lo más profundo del valle.
Desayunaron, recogieron todo y se pusieron en camino hacia oriente, siguiendo la ruta que iba marcando Esmeralda. El Sol les deslumbraba al principio pero, al poco, se elevó lo suficiente como para caminar sin problemas.
A la derecha se podía ver la ruta que habían abandonado, bordeada a todo lo largo por una franja de casitas a ambos lados. A lo lejos aquel río humano desembocaba en una especie de lago, pero ni era río, ni era lago. Una gran ciudad era el final de la ruta que partía del puerto.
Cuando estaban a punto de llegar, desde una altura, pudieron ver en toda su amplitud aquella enorme ciudad. A la vista de unos aldeanos como ellos, aquello era indescriptible y se perdía en la distancia, era mucho mayor que Alandia y Hénder juntos y ni tan siquiera aquello les servía como punto de referencia para una comparación.
Entre toda aquella extensión de casitas bajas, del mismo estilo de las que ya habían visto en Los Telares y a los dos lados de la ruta, se destacaba un enorme espacio ajardinado, con altos muros y una gran edificación en el centro, de una sola planta pero de enorme superficie.
Poco a poco se fueron aproximando a la ciudad. Aquella riada proveniente del puerto se iba diluyendo conforme llegaba a los arrabales de la ciudad, hasta acabar desapareciendo engullida por aquella inmensa urbe.
Se incorporaron a la ciudad desde un barrio periférico, idéntico a cualquier otro, y se encaminaron hacia el centro en el que suponían se encontraba la residencia del Emperador. Las calles eran un hervidero de gentes apresuradas que, sin embargo, no daban la sensación de tener prisa; del mismo modo que miraban sorprendidos a aquel extraño grupo de forasteros, pero sin dar muestras de extrañeza y con rostros inexpresivos e inescrutables.
Llegaba la hora de comer y entraron en uno de los muchos establecimientos como aquel que habían visitado en Los Telares, al que les había llevado el Capitán. También estaban anunciados con coloridas banderolas y extraños signos que no fueron capaces de leer, así como con farolillos de diversas formas y colores. La comida era idéntica a aquel otro lugar y transcurrió de la misma manera, con Esmeralda absorbiendo por sus raíces aquella especie de puré verde, rabiosamente picante, y con Zafiro libando el almíbar de los cuencos de fruta.
La tarde la pasaron recorriendo las calles, aquellas calles interminables, iguales y tomadas por multitudes que les miraban, pero que seguían sus erráticos caminos, como las hormigas. Buscaban también algún lugar en que pasar la noche y acabaron dando con un parque público en el que había niños jugando y ancianos reposando en unos bancos de troncos. Había tierra, césped, flores y un pequeño bosquecillo en el que decidieron pernoctar. En otro extremo del parque había un estrado con decorados, rodeado por una multitud. Se estaba representando un espectáculo de mímica en la que unos personajes, luciendo bellos ropajes y extrañas máscaras, accionaban pero no emitían sonido alguno, sólo se oía el chirriar de unos raros instrumentos de una sola cuerda, acompañados por campanillas y otros instrumentos de percusión desconocidos para ellos. Permanecieron en silencio un buen rato mirando. El público estaba extasiado, inmóvil, pero ellos no entendieron nada. Debía ser algo simbólico o tradicional.
Les hubiera gustado conocer al Emperador, pero allí era más difícil que conocer al Rey de Alandia o de Hénder. Más que un gobernante parecía una figura divina y parecía que era adorado por su pueblo. Habían preguntado si era posible verlo, pero les contestaron:
- El Muy Honorable Emperador del Sol Poniente no recibe extranjeros; pero os podéis entrevistar, honorables orientales, con alguno de sus ministros. Acercaos a la Ciudad Prohibida y pedid audiencia.
- ¿Y podríamos conseguirlo pronto?
- Lo lamento, honorables extranjeros, pero las cosas de palacio van despacio y puede tardar unas semanas por lo menos.
- Muy agradecido, honorable occidental.
- Gracias a usted, honorable oriental
Y los despedían con unas cuantas reverencias y ceremonias.
Fan comentó
- Me parece que aquí no vamos a sacar nada más en este hermetismo occidental, un pueblo cortés y educado, ciertamente, pero muy cerrado. ¿Que os parece si mañana temprano vamos al puerto en busca de el Sol de Retirada y a ver si el Capitán Takuma nos quiere devolver al continente?
- Me parece muy bien. Aquí no conocemos a nadie y no hay nada más que ver. Ya están bastante apretados en esta isla y yo prefiero horizontes despejados.
- Pues de anchos horizontes te vas a hartar hasta que lleguemos a Aste.
Los demás no dijeron nada, pero Fan supo que estaban de acuerdo con la propuesta.
La tarde declinaba, el espectáculo había terminado y los espectadores se diluían en la gran ciudad, mientras que los artistas recogían sus bártulos y acabaron marchando también. Los ancianos habían abandonado sus bancos y los niños sus juegos, dejando el parque solitario y silencioso, salvo el rumor que llegaba de la ciudad.
En la ciudad comenzaron a iluminarse, en cada casa, farolillos de colores, y nuestros amigos se encaminaron al desierto bosquecillo, tomaron algo ligero de cena mientras el Sol caía por detrás de los tejados. ¡Qué diferencia de paisaje con aquella puesta de sol de la noche anterior!
Se echaron a dormir y el rumor de la ciudad, que allí se escuchaba remoto y amortiguado, fue cediendo el paso al insistente canto de los grillos. Esmeralda tuvo que sacudirse unos cuantos que pretendían darse un banquete con sus hojas.
Cuando comenzó a clarear reapareció el sordo rumor de la ciudad y se fue intensificando. Allí no había gallos que les despertaran, pero el estruendo de las carretas que se dirigían al puerto hizo la misma función. Desayunaron apresuradamente y se pusieron en camino. El bosquecillo aquel quedó tal como lo habían encontrado: deshabitado y libre de cualquier señal de su presencia allí.
Conforme se aproximaban a la ruta del puerto vieron confluir, de calles y callejas: personas, carretas, carros, carretillas,… y se iban incorporando a aquella densa riada de la que era imposible escapar, allí había que dejarse llevar a la misma marcha del convoy.
Antes de integrarse en aquella humanidad en movimiento, dijo Merto:
- Yo ahí no me vuelvo a meter. Ya sabes que las aglomeraciones no me gustan. Me sentiría como si fuera en la mochila a revueltas con las provisiones y las Joyas de la Corona. ¿No podríamos regresar por donde vinimos?
- Sería dar mucho rodeo si regresamos a las plantaciones, pero pienso que podríamos tomar entre las casas por una de esas calles paralelas a la ruta, que no sé por qué no circula apenas nadie por ellas.
Y así lo hicieron. Se desviaron a la derecha y encontraron una calle que se perdía distante en la dirección apropiada. La siguieron sin encontrar casi a nadie; posiblemente sus moradores se encontraban en la ruta del puerto o trabajando en las plantaciones. Acabaron llegando en pocas horas al cuerno Oeste del golfo que cerraba el puerto. Tardaron mucho más en llegar a los muelles centrales, donde el Capitán Takuma les había dejado el día anterior y donde les dijo que solía atracar habitualmente. Las labores portuarias se desarrollaban con una intensa actividad: idas y venidas, cargas y descargas, casi les atropella una carreta, en varias ocasiones tropezaron con estibadores que, cargados con sus fardos, no veían por donde iban. Pero acabaron llegando a los muelles centrales dedicados a la ruta de Los Telares, y Sol de Retirada no estaba atracado por allí; aunque, tal como había dicho el Capitán Takuma, no tardaría en llegar en uno de esos viajes que solía hacer cada día.
Encontraron un rincón aislado en donde comer algo y esperaron. Zafiro alzó el vuelo y sobrevoló el corto espacio que separaba la Isla del Continente. A su regreso intentó comunicarles que había visto el barco a escasa distancia, a punto de doblar el cuerno Este del golfo y pronto atracaría, pero no sabía hacerse entender. Intentó hacer como las abejas cuando en la colmena señalizan la localización de las plantas en flor que habían descubierto. Volaba describiendo un ocho, con el eje en dirección al cuerno de entrada y ejecutaba el vuelo agitando las alas a gran velocidad, queriendo indicar que estaba a corta distancia. Ni Fan ni Merto entendían el lenguaje de las abejas , pero sospecharon que les estaba avisando de haber visto el barco. Salieron de su refugio y se abrieron paso dificultosamente hasta el muelle, que en aquel momento tenía libre uno de los amarres.
Tuvieron suerte o acertaron, porque no tardó mucho en atracar allí el Sol de Retirada. Se apartaron para dejar espacio y que pudieran hacer las tareas de amarre sin estorbarles. Los marineros colocaron la pasarela y comenzaron las febriles tareas de intercambio de mercancías. Unas carretas esperaban para llevar a la capital el contenido de la bodega mientras que otros se afanaban en subir al barco un rimero de cajas, cestas, sacos y fardos apilados que aquellas carretas habían descargado primero.
El Capitán estaba en cubierta, supervisando las labores, y no quisieron interrumpirle. Cuando ya se hubo calmado todo un poco, subieron por la pasarela y fueron a su encuentro.
- Buenos días Capitán – dijo Fan iniciando una torpe reverencia.
- Buenos días, honorables orientales. ¿Ya están de vuelta?
- Sí. Hemos visto los campos de cultivo y esa gran montaña, la Capital también, aunque no hemos podido ver al Emperador – dijo Merto
- Pocos le han visto en persona; y hablar con él… nadie de fuera de la Ciudad Prohibida lo ha podido hacer. Yo tampoco lo he visto, salvo tras las cortinas de un palanquín. Son bellos los campos de cultivo ¿verdad? Y nos proporcionan alimentos para vivir y flores para alegrar esa vida. Y la Montaña Sagrada nadie ha podido aún escalarla aunque algunos lo intentan. Y ahora… ¿Desean regresar a Los Telares o se esperan al próximo viaje a última hora de la tarde? , porque partiremos pronto.
- Si no le importa, nos gustaría marchar ya. Aquí no hacemos nada, aparte de estorbar a los que trabajan; de modo que, si nos lo permite, le estaríamos muy agradecidos por llevarnos.
- ¡Pues adelante!
Comenzaron a izar la vela y soltar amarras. Sol de Retirada se separaba del muelle y lentamente ponía rumbo al Cuerno Este para enfilar luego hacia Los Telares.
Llegados a Los Telares, la comitiva abandonó el barco, una vez realizadas las labores de estiba, tras ceremoniosas despedidas, y se pusieron en marcha hacia la avenida de las moreras o Ruta de la Seda, como la llamaban. Fan pretendía llegar a la orilla del Gran Lago antes de anochecer, pero sus planes se fueron al traste.
Atareados en las moreras, recolectando hojas, había un equipo de trabajadores y entre ellos se encontraba Saburo, por lo que tuvieron que hacer una parada. Quería tener noticias del viaje a la isla. Él nunca había tenido ocasión de visitarla, pese a estar tan cerca, y Merto le puso al corriente de todo. Mientras tanto, para que Saburo pudiera dejar el trabajo en tanto que éste hablaba con Merto, Fan le sustituyó, trepó a una morera y comenzó a llenar un saco de hojas. En eso de trepar a los árboles era un experto y, en poco rato, ya tenía hecho el trabajo.
- Fan – le dijo Saburo – mejor será que te marches pronto porque si te ven los jefes y te contratan, nos dejarás sin trabajo.
Y rieron todos. Pero entre charlas y entre risas comenzó a caer la tarde y ya no valía la pena partir hacia el Gran Lago. De modo que, como la otra vez, se quedaron a cenar con el equipo, al que se sumó Kaito, y luego hicieron noche con ellos, tras relatar una vez más sus aventuras.
Ya bien temprano, se pusieron en camino. Al despedirse de los dos amigos, Merto les entregó una navaja de las suyas a cada uno y ellos no sabían cómo correponderle.
- Ya habéis hecho bastante por nosotros: nos habéis hecho de guías en las instalaciones, invitado a cenar y facilitado el barco para ir y volver a la Isla, de modo que nosotros aún estamos en deuda con vosotros.
A media tarde ya se encontraban a la orilla del lago. A Merto, tras haber visto el mar, no le impresionó tanto, pero se estuvo un buen rato contemplando sus azules y quietas aguas, mientras que Fan buscaba una barca apropiada para los cinco, porque Zafiro ya debía estar esperándolos en la otra orilla.
Esta vez Fan no debía preocuparse de cómo atravesar el lago: ni Diamante, ni Esmeralda corrían peligro alguno. Afortunadamente encontró una en que cabían todos y con dos remos, así que podrían hacer la travesía de una sola vez. El lago era muy amplio, Fan se lo conocía muy bien y sabía que con un solo remero se les podría hacer de noche, y a aquella hora con dos también, así que decidieron quedarse a dormir en la orilla al abrigo de unas barcas. Zafiro, viendo que no llegaban, regresó y se reunió con el grupo.
Bien temprano echaron la barca al agua y, remando los dos, consiguieron llegar a la otra orilla a la hora de cenar. Durante la travesía habían parado a comer y siguieron remando con todos sus fuerzas por lo que, a su llegada, comieron algo ligero y se arrebujaron en la manta y la capa quedándose profundamente dormidos, agotados por el esfuerzo. Desde allí se abría el Camino de Alandia que conducía al Puente sobre el río Far. Bien de mañana emprendieron el camino y aún tuvieron que pernoctar dos noches hasta que, antes de llegar al Puente, se suscitó una duda:
- Ahora se nos presentan tres caminos posibles: Regresar a Aste, acercarnos a Alandia o visitar la Cabaña del Mago – dijo Fan
- Yo preferiría no ir a Aste, y creo que en la mochila puse pescado salado y patatas que no hemos gastado. O podríamos visitar la Cabaña primero, porque no debe estar muy lejos.
- Es cierto, está cerca.
- Pues vayamos a verla
- ¿Realmente tienes interés en visitar la Cabaña?, porque no es más que una casucha solitaria, abandonada hace tiempo, y sin ningún aliciente.
- Siendo así no parece que valga la pena, pero pienso que a las Joyas sí que pudiera gustarles ver en donde se desencantaron ¿les preguntamos?
- No sabría cómo, aunque lo entienden todo, creo que lo mejor es dejarles y que elijan ellos el camino.
De modo que se sentaron a esperar saber en qué dirección partirían.
El primero, seguido de Diamante, en echar a andar fue Rubí, luego Esmeralda, y Zafiro les seguía dando cortos vuelos. Tomaron, sin dudar, el camino de la Cabaña. Hicieron noche al pie de aquel monolito de piedra a medio camino de la cabaña y al amanecer, las Joyas parecían inquietas, parecía como si algo les atrajera hacia allí y les empujara a emprender el camino cuanto antes. De modo que partieron sin casi tiempo a tomar nada.
Cuando dejaron bien atrás el monolito, vieron la cabaña a lo lejos; y Zafiro, de un vuelo, se posó en el tejado. Rubí y Diamante emprendieron el trote, mientras que Fan y Merto se tuvieron que adaptar al pausado andar de las raíces de Esmeralda, pero al final llegaron todos, se reunieron frente a la puerta y Fan les dijo:
- Vosotros esperad afuera. Ven Merto, echemos un vistazo
El interior estaba como Fan lo había visto por última vez, aunque con más polvo y telas de araña. Allí no había nada que ver, pero Merto comentó:
- Si limpiáramos un poco las telarañas, podríamos hacer noche aquí. Siempre será mejor que en el camino.
- Es que no me atrevo a dejarles entrar. Aún recuerdo lo que pasó la primera vez que entraron. ¿Y si queda algo de magia residual, como pasaba en Serah, y vuelven a convertirse en piedras?
No acababa de decir aquello cuando Esmeralda, curiosa, avanzó un zarcillo de una de sus raíces explorando la puerta y… ¡pop! desapareció la col y una piedra de color verde intenso cayó al polvoriento suelo, frente a la cabaña, junto con un collar con la Flor de Lis.
Fan recogió todo con sumo cuidado y bloqueó la puerta, interponiéndose para que ninguno más entrara. Salió Merto, cerraron bien la puerta y, seguidos por las tres Joyas restantes, se alejaron lo más rápido posible de los alrededores.





VISIÓN CUMPLIDA parte 1

el próximo jueves


miércoles, 18 de enero de 2017

RELATOS DE HÉNDER, Libro 6 (Hacia el Sol Poniente) parte 1


Un viaje por mar hasta los Telares de Cipán
 y a la Isla del Emperador de Occidente les 
deparará nuevas aventuras y conocerán
nuevas tierras que Fan nunca
antes había visitado




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HACIA EL SOL PONIENTE  1
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Habían pasado unos meses y la vida en Aste no aportaba nada estimulante ni novedoso, salvo que había pasado el otoño, que algunas ovejas habían parido y que en el bancal de Path Stingh le había brotado un árbol de azúcar. El invierno se acercaba y se anunciaba duro y frío, como debe ser cualquier invierno que se precie. Las tareas previas para afrontarlo les mantuvieron ocupados y, durante un tiempo, no pensaron en nuevas aventuras, no tenían ocasión.
Bastante trabajo tuvieron Fan y Merto, segando y almacenando forraje y grano para lo que se avecinaba. Prepararon también una especie de cobertizo en el huerto para que la nieve o las heladas no dañaran a Esmeralda; en cuanto a Zafiro, no tenían ni idea de cómo le afectaría el frío, aún así le prepararon en ese mismo cobertizo un grueso tronco con una rama en alto para que pudiera posarse allí. El rebaño, junto con los perros y Rubí se refugiarían a cubierto en los corrales y rediles junto a la casa.
Pasaron las primeras nevadas y los primeros fríos. El cuidado de las ovejas y sus perros y lobo guardianes no les ocupaba demasiado y, durante aquel tiempo, los dos amigos dedicaron muchas horas a comentar y rememorar los buenos momentos vividos en sus viajes, así como a la lectura de viejas leyendas y cuentos al amor de la lumbre. Leyendas que hablaban de otros países inexplorados, de otras razas y costumbres, pero que no tenían nada que ver con lo que ellos habían descubierto y vivido.
- Todo esto no son más que fantasías para pasar el rato – decía Fan
- Y ¿Cómo lo sabes? Nosotros no hemos visto todo, no hemos salido de Hénder y nos falta conocer los otros tres reinos – respondió Merto
- Creo que, aparte del color, no deben ser muy diferentes unos de otros. Ya vimos en el desierto a los exploradores de otros reinos y no diferían demasiado de los de Hénder. Quizá algún día vayamos a conocerlos, pero de momento no.
- Me parece bien, pero tenemos lugares más cercanos que ni siquiera tú has visitado.
- Pues no sé…
-¿Has estado en Cipán?, no ¿verdad? Pues ahí tienes un lugar al que podríamos acercarnos sin tener que pasar semanas por los caminos. Podríamos ir con el Hipocampo tan ricamente. Ya sé que viste a los occidentales en el puerto de Los Telares y que son muy raros, pero no creo que sean tan raros como los de Hénder. Y no hablemos de Sirtis. ¿No te pica la curiosidad? A mí sí.

Fan le interrumpió, cortando sus fantasías. Recordaba aquella visión y tuvo miedo, algo que nunca antes había sentido.
- Déjate de fantasías. Te estás dejando influenciar demasiado por esas historias baratas, fruto de la imaginación calenturienta de algún juntaletras. Lo de ir en barco a Cipán me parece bien, aunque no sé si está entre las rutas que hace habitualmente el Capitán John. De paso podría mostrarte Los Telares, el Gran Lago y donde estaba la Cabaña del Mago.
- ¡Muy buena idea! ¡Cuándo? ¿Cuándo?
- dijo Merto, que ya se había olvidado de Sirtis que es lo que pretendía Fan.
De haberle dejado seguir con su fantasía desbordada, hasta habría propuesto ir más allá de Trifer, a las tierras inexploradas.
- Cuando pase el invierno y los caminos sean más practicables, porque desde el Gran Lago tendremos que regresar caminando.
Merto se afanó en su fragua fabricando sus mejores navajas y así le pasaría el tiempo sin sentir.
- Algo tenemos que llevar para regalarle al Capitán en agradecimiento. Y tampoco está de más llevar algo para obsequiar a aquellas gentes de Occidente.
A Fan le había hecho Merto recordar aquella imagen que le espantaba y quiso ver algo más. Esta vez se cerró puertas y ventanas, algo impropio de sus costumbres y las de Aste, porque quería total intimidad y evitar cualquier intrusión cuando estuviera inerte. Se acomodó lo mejor que pudo. Esta vez tomó dos cucharadas y no pudo apreciar la desaparición de todo lo que le rodeaba, porque estaba a oscuras. Se concentró en lo que había comentado Merto y volvió a ver aquel paisaje multicolor al pie de la montaña cónica. La imagen siguiente, que desfilaba lentamente, le mostraba un desierto inmenso y él en una carreta tirada por unos raros animales. Se vio a si mismo tendido, hecho un ovillo dentro de ella atado y amordazado. Creyó reconocer, entre los que guiaban la carreta, a los que hacían la ruta por el desierto desde Sirtis, según los había podido vislumbrar desde lejos en Alandia.
El calor era sofocante y sentía que el polvo le ahogaba y le hacía picar la garganta, se imaginaba lo que debería sentir dentro de la carreta y en las condiciones en las que lo llevaban. Echó en falta a sus compañeros… ¿Algún día partiría él solo por aquella ruta?
En brusco contraste con lo anterior, le apareció un tupido bosque tropical en el que no llegaba la luz al suelo, pero él volaba sobre aquel inmenso mar de verdura sujeto en un arnés que pendía de unas delgadas hebras de seda. Miró hacia arriba y creyó percibir unas finas alas multicolores; pero la escena desapareció rápidamente y, en su lugar, se encontró en lo más alto de una estructura rocosa de formas regulares cúbicas y ortorrómbicas como si fuera fruto de la cristalización de una montaña de granito. No tuvo tiempo en fijarse en los detalles, aunque le pareció ver aparecer una abertura en una de aquellas caras tan lisas. Pero rápidamente regresó la escena; aquella que tanto le preocupaba, mas esta vez no la veía como espectador, sentía las ligaduras, lo rugoso del tronco sobre su pecho desnudo, la arena caliente bajo sus pies,… Comenzaba a oscurecer y, a medida que lo hacía, pudo escuchar un aullido penetrante y algo se cernió volando sobre él y sus captores. Y, con la oscuridad completa de la escena a causa del eclipse, regresó la oscuridad familiar de su hogar, una oscuridad absoluta sólo rota por un fino rayo de luz que se colaba por una grieta entre las tablas de la ventana.
Esta vez no había podido entrever escenas del pasado ni del presente. Había tomado el sicuor pensando en los comentarios de Merto y todo aquello parecía de un futuro aún por llegar.
- ¿Será que se puede dirigir la visión en el tiempo a voluntad?. - Se dijo cuando recobró el movimiento de sus articulaciones.
Se levantó y abrió de par en par puertas y ventanas, como estaban siempre, salvo en las horas más frías del invierno.
A Merto aquel invierno y el comienzo de la primavera se le hizo muy largo pese a estar atareado con sus navajas. Estaba impaciente por comenzar una nueva aventura y Fan también, aunque lo disimulaba, no quería animar a Merto más de lo que ya estaba y que se pasara el día preguntando:
-¿Cuándo? ¿Ya? ¿Vamos? ¿Llegó el momento? ¿Cuánto falta? De modo que procuraba hablar poco de aventuras con él y, si era éste el que lo hacía, quitárselo de la cabeza con cualquier excusa.
Pero todo llega al fin. No podía darle más largas, y él también estaba deseando darse otro paseo por mar, recorrer caminos que había hecho tiempo atrás y conocer Cipán, Aquella exótica isla occidental.
Así que un día partieron los seis camino de Puerto Fin. El rebaño estaba en los pastos bajos bien cuidado por los perros adiestrados por Rubí y las ovejas harían caso a las instrucciones recibidas de Diamante sobre obedecerles. Rubí también había instruido a los perros en la caza en manada, como lo hacen los lobos, y no les faltaría alimento por mucho tiempo que estuvieran solos.
No querían espantar a todos con los que se cruzaran, ni llamar demasiado la atención en Puerto Fin, por eso cubrieron a Esmeralda con la capa de seda que hacía invisible y Zafiro sobrevolaría al grupo a distancia; de modo que, para todos, no eran más que unos viajeros con una oveja y un perro grande aunque un poco extraño, pero no se fijarían demasiado y, además, los lobos no eran una especie propia de aquellas tierras y, por tanto, poco conocidos.
Decidieron que los cuatro les esperaran en las afueras hasta que pudieran embarcar sin ser vistos y los dejaron en aquel bosquecillo cercano que les ocultaría de miradas indiscretas.
Llegaron a puerto sin ninguna novedad y el Hipocampo no se encontraba allí, pero sí estaban las rederas y, entre ellas, estaba Andrea que no reparó en su presencia hasta que ellos no se acercaron, tan enfrascada estaba en su tarea.
- ¡Bienvenidos! Cuánto tiempo sin veros. ¿Qué os trae por aquí?
- Queremos ver al Capitán Rumb..
- comenzó a decir Merto
- ¡Calla! No hace falta que sigas, pero ahora no está aquí. Salió esta mañana hacia el embarcadero del Far y se espera que llegue mañana.
- Pues le esperaremos –
dijo Fan
- ¿Vais a la Posada? Porque yo tengo una cabaña cerca del bosque y podríais descansar allí. Además me gustaría poder invitaros a cenar en mi casa.
- No tienes que molestarte. Nosotros ya traemos provisiones de Aste y no es ninguna novedad dormir al raso. Pensábamos acampar en ese bosque de al lado. El tiempo acompaña, la temperatura es agradable y nos gusta algunas veces quedarnos dormidos mirando las estrellas.
- No es ninguna molestia. Si no queréis dormir en la cabaña no insistiré más, pero en lo de la cena sí que he de insistir. Esta mañana temprano he cosechado unos cuantos mariscos y pienso que os gustarán y también creo que no tenéis muchas ocasiones de probar algo tan exquisito.
- Si lo pintas tan bien no vamos a poder negarnos. Mientras acabas tu jornada nosotros iremos a buscar un buen lugar para vivaquear. ¿Dónde está tu casa? -
dijo Fan.
- Es la penúltima de la calle, en la acera de enfrente de la Posada y la reconoceréis porque está pintada de verde, es la única y es mi color favorito.
- Pues hasta luego
– dijeron los dos al unísono.
Regresaron al bosque en donde se habían quedado sus compañeros de viaje. Entre todos buscaron un lugar apropiado para pasar la noche y encontraron un claro de verde césped que invitaba a revolcarse y dar volteretas, cosa que hizo Rubí. Le dieron algo para que cenara porque los demás ya se sabían alimentar por si solos. Rubí también era capaz de buscarse su sustento, pero no querían que se alejara para cazar..
Prepararon todo para dormir con la manta y la capa de seda, por si refrescaba demasiado. Dejaron la mochila colgando de una rama tras sacar una de las navajas de Merto, algunos frutos secos de Hénder, unos frascos de conserva de frutas de Alandia y marcharon cuando ya anochecía, dejando todo al cuidado de Rubí, Diamante, Esmeralda y Zafiro.
Pronto encontraron la casa de Andrea, quien les recibió con unas copas de vino procedente de los viñedos de la zona, un blanco fresco con un punto de ácido frutal y un poco de aguja. Para acompañarlo sacó unas cazuelitas con unos erizos abiertos. Nunca habían comido nada igual, incluso tuvieron que preguntarle cómo se comían por miedo a pincharse o tragarse algo no comestible. El intenso aroma de mar les sorprendió y repitieron, era algo excepcional, y eso que ellos habían probado los mejores platos del palacio de Alandia, de Hénder, y Fan los de la exótica cocina occidental de Los Telares de Cipán.
Fan le entregó los comestible que habían llevado y Merto le hizo entrega de una de sus navajas. Fue Fan quien le tuvo que decir quién era el artesano que la había forjado y afilado y Andrea apreció aún más aquel extraordinario obsequio.
La cena transcurrió entre platos y platos de los mariscos más variados y mas frescos y entre los relatos de las aventuras en aquellas tierras extrañas. Andrea comprendió, tras escuchar todo lo referente a sus cuatro compañeros mágicos, que procuraran ocultarlos para no llamar la atención, pero les hizo prometer que a la mañana le permitirían acercarse al claro del bosque para conocerlos.
Fue una velada memorable, pero debían despedirse, y marcharon al fin hacia su zona de acampada. Allí estaban los cuatro esperándolos, aunque Esmeralda no se sabía si estaba despierta o no.
Aquella noche, tras aquella cena que nunca olvidarían, acabaron durmiéndose sobre el blando pasto, contemplando aquel cielo tachonado de estrellas, y las dos lunas, en menguante ambas, apenas velaban aquel espectáculo.
Los primeros rayos del Sol les sorprendieron arrebujados en la capa porque había refrescado bastante. Despertaron y ya iban a prepararse algo para desayunar, cuando llegó Andrea. Llevaba unas finas tortas de masa de pan recién fritas, espolvoreadas con azúcar y otras regadas con miel, y una jarra de café bien caliente.
- Gracias – dijo Fan – Esta noche casi hemos pasado frío y estaba a punto de encender algo de fuego para hacer una infusión con estas plantas que veo por aquí, pero este café caliente nos vendrá de perlas.
Andrea se sorprendió, aunque no mucho, al ver a los cuatro acompañantes. Ya estaba al corriente de su existencia y sus características y eso amortiguó el impacto.
Rubí y Diamante se acercaron como para saludarla, y ella les pasó delicadamente la mano por el lomo. Esmeralda agitó sus hojas y Zafiro alzó el vuelo y ejecutó unas piruetas en el aire. Parecía que les había caído bien y ellos a ella también.
Sentados en el pasto desayunaron los tres aquel café y aquellas tortas, que a ellos les gustaron mucho.
Merto le puso de comer a Rubí y echó un vistazo alrededor, tras recoger todas sus cosas, por si había quedado algún resto de su estancia allí, pero el único rastro era algo de pasto chafado, que ya se reanimaría, y un pequeño hoyo por el que Esmeralda se había enchufado a la tierra. Les dijeron que les esperaran allí hasta que pudieran llevarlos al barco sin llamar la atención, y marcharon al puerto a esperar la llegada del Hipocampo, pero ya estaba allí. Acababa de llegar y ya estaban atareados en la carga y descarga.
Andrea se despidió de ellos, por si luego no tenían ocasión, y se quedó con sus compañeras a remendar redes y arreglar cabos. Cuando no tenían demasiado trabajo se dedicaban a trenzar nuevos o tejer redes.
Ellos subieron a bordo y encontraron al Capitán dando órdenes para zarpar cuanto antes, tan pronto acabaran los estibadores. Al verles dijo:
- ¡Bienvenidos! Pero… ¿habéis venido solos? ¿así es como cumplís vuestros compromisos?
- No, no venimos solos –
respondió Fan – sólo que los tenemos en el bosque hasta asegurarnos de que el barco estaba en el puerto y poder traerlos lo más discretamente posible.
- Pues ¡Venga! A por ellos, que ya ardo en deseos de conocerlos y pronto hemos de zarpar.
- Ahora mismo. Y espero que no se monte un revuelo cuando la tripulación los vea.
- Mis muchachos son duros y han vivido y visto también cosas que nunca creerías. Preocúpate por los del pueblo, pero no por ellos.
- Pues ahora mismo montamos la operación abordaje.

Y marcharon hacia el bosque. Una vez allí volvieron a hacer la misma operación que a la llegada. Zafiro volaría alto y descendería hacia el barco desde altamar para no ser vista desde el pueblo. No se sabe cómo entendía las instrucciones, pero las entendía, y es que las cosas mágicas tienen eso.
Ellos irían con Rubí y Diamante, Esmeralda iría cubierta con la capa, y lo harían dando un rodeo para no atravesar la calle única y principal. Accederían al barco desde el borde del bosque, atravesando una pequeña lengua de playa.
Así lo hicieron y todo salió a pedir de boca. Fuera de la tripulación, nadie vio posarse en cubierta una mariposa gigante, tampoco pudo ver nadie a una col de respetables dimensiones cuando, ya a bordo, se la despojó de la capa de seda.
Los marineros sí que se quedaron mirando sorprendidos, como es natural, aunque lo que no era natural eran aquellos personajes. Pero habían oído lo que se contaba de ellos en el Embarcadero del Far y ya no les sorprendió mucho; de modo que, al poco, volvieron a sus ocupaciones sin darle más importancia a la cosa.
Comenzó la travesía con todos ellos en cubierta, viendo como la nave se apartaba de la costa, aunque mantenía una distancia prudencial sin perderla de vista.
A Zafiro no parecía gustarle demasiado estar allí parada en cubierta, alzó el vuelo y durante la mayor parte de la travesía fue siguiendo a la nave desde las alturas.
A Fan le preocupaba Esmeralda, allí plantada sin poder tomar tierra, sin poder hundir sus raíces en busca de agua, de modo que pidió al Capitán que le pusieran un balde para que pudiera beber cuando lo necesitara.
El Capitán John se reunió con ellos para cambiar impresiones. Aunque ya le habían puesto al corriente sobre sus compañeros, no dejó tampoco de sorprenderle verlos en persona, o diríamos mejor: en cánido, ovino, lepidóptero y brassicácea. Y tampoco dejó de admirar aquellos fenómenos mágicos.
- ¿Qué planes tenéis? - preguntó
- La idea es desembarcar en la cala de No Tan Lejano y luego seguir el camino hacia el norte. La vez anterior fuimos hacia el sur, pero ahora queremos acercarnos a Los Telares de Cipán, para que Merto los conozca, y cruzar con un barco de los occidentales hasta la Isla Imperial, que no he tenido ocasión de visitar.
- Pero eso es un viaje muy largo por tierra y hay el riesgo de que te reconozca alguien y te denuncie a Nasiano. Yo creo que podría hacer algo. ¿Qué os parece si os acerco a Los Telares?
- Estaría muy bien, pero eso es salirse de su ruta y no quisiéramos alterar los planes.

- No hay problema alguno. A mí me gusta ir allí alguna vez, a comer en un local que cocinan cosas especiales y, de paso, hacer algún cargamento de objetos occidentales que se venden muy bien en Oriente.
- Pues te lo agradecemos mucho, aunque creo que no te va a resultar cómodo el ir en tan extraña compañía.
- No hay que preocuparse, estos occidentales son así como mis marineros, no se extrañan de nada. Sus leyendas hablan de dragones y no se van a sorprender con vuestros compañeros. Por cierto, no sé como nombrarlos, y vosotros me parece que tampoco, salvo a cada uno por su nombre, pero al grupo… ¿Cómo podríamos llamarle?
- No habíamos caído en eso
– dijo Merto – a veces decimos amigos, compañeros…, y lo son, pero… es cierto, habría que llamarlos de alguna manera especial.
-¿Mascotas?
- dijo el Capitán
- ¡De ningún modo!, son nuestros amigos y no animales de compañía. Peculiares porque son las piedras de la Corona de Hénder, pero nuestros amigos – replicó Fan
- Y llamarles piedras no parece tampoco muy apropiado – dijo Merto
- ¿Qué os parece “Las Joyas de la Corona”? Porque lo son y porque, para vosotros, son tan valiosos o más que un tesoro – apuntó el Capitán.
- Muy buena idea – dijo Merto
- ¿Las Joyas de la Corona? ¡Genial! Muchas gracias, es la mejor definición de mis amigos. Había veces en que no sabía decir lo que son.
- Pues bien, ahora ya tenemos todo claro, viaje y nombre. Y ahora procurad esconder a vuestras Joyas, porque pronto llegaremos al embarcadero de No Tan Lejano y será mejor que no las vean, y a ti tampoco, Fan.

Bajaron a la bodega, junto con Zafiro que había descendido a la cubierta como si hubiera adivinado lo que había que hacer y, al cabo de un buen rato, atracaron en aquel embarcadero de tablas, en poco rato hicieron el intercambio de mercancías y los arrieros y las carretas partieron camino de la ciudad. Una vez colocada y asegurada la carga en la bodega para inmovilizarla, izaron velas y zarparon, pero esta vez rumbo Norte.
Todo volvió a la normalidad. Zafiro pudo tender sus alas y salió volando. Merto puso pienso a Diamante y carne ahumada a Rubí. Esmeralda hundía sus raíces en el balde de agua; pero, aunque no se mustiaban, sus hojas estaban perdiendo color. Aquel verde oscuro brillante se estaba aclarando a ojos vistas. El agua sola no servía de mucho en la función clorofílica, le faltaban minerales y otros alimentos. Muy pronto tendrían que desembarcar para que pudiera plantar sus raíces en tierra y recuperarse.
Pero ahora tenían algo más de lo que preocuparse. En poco tiempo unos negros nubarrones oscurecieron el cielo y el viento racheado comenzó a soplar de poniente cada vez más intenso. La mar estaba picada y el Hipocampo comenzó a dar bandazos.
Zafiro aterrizó en cubierta y el Capitán hizo que bajaran todos a la bodega, se avecinaba uno de esos súbitos temporales que se solían desencadenar en aquellas aguas. Fan y Merto encerraron a las Joyas, pero prefirieron permanecer en cubierta a observar. Jamás habían visto una tormenta así y menos en altamar. Pero la cosa iba a más, el Capitán daba órdenes a diestro y siniestro, se notaba que no era la primera vez que se veía en esta situación.
Pero Merto no pudo soportar aquel balanceo; bueno, quien no pudo soportarlo fue su estómago y se le revolvía como alguien al que se le hubiera colado una avispa entre la ropa y quisiera librarse de ella. Finalmente el Capitán les obligó a refugiarse en la bodega, mientras él continuaba al timón controlando el rumbo.
La tempestad desapareció tal como había llegado y la calma volvió a la cubierta, que chorreaba por las bordas. Hasta el cielo quedó despejado y todos subieron, abandonando la bodega. Merto estaba blanco como el papel y mareado, pero Fan le preparó una de sus infusiones y se recuperó enseguida. Zafiro dio un vuelo de exploración y se lanzó hacia la costa. Al rato regresó con aspecto de haber encontrado algún campo florido y saciado su apetito. Pero ahora el problema era con Esmeralda; no era una planta marina y su supervivencia dependía de alimentarse en tierra, en un páramo, en un desierto, pero en tierra firme.
Rumboincierto había comprendido el problema y dio orden de echar el ancla, botar una de las canoas de salvamento, y hacer que Fan, Merto y sus Joyas de la Corona, salvo Zafiro que lo hizo en un vuelo, desembarcaran en la playa más cercana. El Hipocanpo siguió anclado a la espera de su regreso. Los seis se internaron, alejándose de la playa pedregosa, hasta un prado en el que Esmeralda hundió sus raíces lejos del agua salobre. Diamante comenzó a devorar el verde césped, tras sus últimas aburridas comidas sacadas de la mochila. Rubí marchó hacia unas colinas cercanas, cosa que preocupó a Fan, pero al poco regresó arrastrando un cinguo que acababa de cazar.
Esmeralda comenzó a recuperarse a ojos vistas, a pleno sol y en aquel terreno virgen, la rica savia y la función clorofílica le iban cambiando el color a un verde oscuro, como siempre. Fan pensó que, aunque la travesía iba llegando a su fin y eso no volvería a dañar a la col, no estaría de más llevarse algo de aquella rica tierra para mezclarla con el agua del balde, de modo que envió a Zafiro para recoger un cubo en la cubierta del Hipocampo y al poco regresó con él. Cargaron el cubo, subieron al bote y regresaron a bordo.
El cocinero tuvo trabajo para preparar el cinguo y asarlo, pero le quedó tan rico que todos, salvo Esmeralda, Diamante y Zafiro, se dieron un buen banquete y no quedaron más que los huesos mondos y lirondos.
Izaron velas, también el ancla y continuaron el rumbo hacia Los Telares. Desde entonces el viaje se hizo algo más monótono, pero también algo más tranquilo. Fan y Merto aprovecharon para charlar con el Capitán pero, más que nada, para descansar porque les esperaban nuevas aventuras y no sabían cuando podrían hacerlo de nuevo.
Al llegar a puerto, la actividad era frenética, pero todo allí funcionaba como un reloj. Los marineros y estibadores del Emperador trabajaban como máquinas, con precisión y sin desfallecer. Las mercancías iban y venían a los barcos: Sedas para la Isla y comestibles y productos elaborados diversos para Los Telares, pero el ritmo era endiablado y cansaba sólo con verlo. Por eso el Capitán les hizo acompañarle a aquel establecimiento que les había comentado.
Nadie se extrañó por aquella atípica compañía, porque todos estaban ocupados con sus tareas y no había ocasión para la extrañeza ni la sorpresa.
Llegaron a aquel lugar; una construcción ligera hecha con bambú y palma, con unos espacios diáfanos, despejados de mobiliario voluminoso, pero adornados con cortinajes de seda pintada y bellos cuadros tapizando el suelo. Los tres tuvieron que descalzarse antes de entrar, pero las Joyas no tenían calzado que poderse quitar, de modo que entraron todos juntos y se aposentaron, lo mejor que pudieron, en unos cómodos cojines distribuidos sobre aquellas alfombras. Fue una fiesta de sabores: Sopas, arroces, pescados crudos o fritos, verduras salteadas, rebozadas… A Esmeralda le atrajeron unos cuencos con una pasta verde, extendió sus raíces y comenzó a absorber. El Capitán ya sabía lo que era, Fan y Merto picaron y se enteraron de lo que era picar, pero Esmeralda agitaba las hojas y exploraba el resto de los cuencos con sus raíces hasta no dejar nada. La única que se quedó insatisfecha fue Zafiro, pero se aprovechó cuando sacaron los postres con unas frutas a las que dejó sin una gota de almíbar.
Se retiraron a dormir a las hamacas de El Hipocampo. No valía la pena buscar alojamiento teniendo el barco en el puerto.
Bien temprano el Capitán marchó a buscar carga para No Tan Lejano, Aste y Alandia. Ellos marcharon hacia la Ruta de la Seda para que Merto pudiera contemplar aquella larguísima avenida de moreras, y Esmeralda regresara al lugar en que Fan la había encontrado y rescatado cuando era un gusano, enorme, pero gusano.
Allí Fan se encontró recolectando hojas con algunos que conocía de sus viajes anteriores. Uno de ellos le preguntó:
- ¿Qué pasó con el gusano?, porque el lobo, la oveja y la col ya los veo.
- Ahí lo tienes
– dijo Fan señalando a Zafiro, que descendió volando junto a ellos – y ya ves que ahora no puede comer morera. Si tenéis flores que libar por aquí seguro que os lo agradece.
-Aquí no hay muchas, pero en la Isla podría disfrutar y no se le acabarían las flores por mucho que viviera. Si queréis os puedo acompañar al puerto y recomendaros a un capitán que conozco.
- Eso estaría bien, Saburo, pero me gustaría enseñarle primero Los Telares a mi amigo
– dijo Fan.
- Pues id con entera libertad, aquí todos te conocen y no habrá problema alguno, además ya saben la historia de tus mascotas.
- No son mascotas, son las Joyas de la Corona encantadas, como supongo te contaría Fan.
- Vale, pues podéis ir con vuestras Joyas. Aquí todos saben la historia del mago, la corona y la Princesa y no se van a sorprender demasiado, aparte de que Kaito y yo ya conocíamos a todos, aunque el gusano ha cambiado a mejor.
- Muchas gracias y hasta luego. Podríamos encontrarnos bajo las moreras a la hora de la cena como la vez anterior y podríamos contaros alguna aventura más
– dijo Fan.
Y partieron hacia las instalaciones de Los Telares. Merto quedó admirado por aquellas grandes salas y por el proceso de la seda. A quien no le gustó mucho, especialmente la sala de ahogado, fue a Zafiro; pero quedó extasiada, como todos, en la sala de telares y a la vista de las bellas piezas de tejido que salían de las máquinas.
Regresaron al puerto y hallaron al Capitán muy atareado en las labores de carga y descarga. Había conseguido buenos trueques con mercancías de la bodega y estaba cargando fardos de juguetes y baratijas de Cipán, que en los reinos eran muy apreciadas, así como bobinas de tejido de seda de diversos colores, diseños y texturas. Pronto partiría hacia el sur y hacia el este, de modo que se despidieron con la promesa de encontrarse de nuevo y relatarle las nuevas aventuras.
- Espero veros nuevamente, en Puerto Fin o donde vuestro destino os guíe. Vuestra compañía ha sido muy grata y me habéis traído suerte. Este viaje ha sido muy fructífero, comercialmente hablando. Queridos amigos y queridas Joyas: No os olvidéis de este viejo lobo de mar ni de este cascarón de nuez que os ha acogido amigablemente.
- Nunca olvidaremos este viaje, ni tan siquiera el temporal
– dijo Fan.
-No me lo recuerdes. Pero, pese a ello, esta ha sido la experiencia más excitante de mi vida y nunca la olvidaré, ni os olvidaré – dijo Merto.
Las Joyas de la Corona no dijeron nada, pero se notaba que recordarían aquella travesía, al Capitán y a la tripulación que tan bien les habían tratado




HACIA EL SOL PONIENTE parte 2

el próximo jueves