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jueves, 17 de noviembre de 2016

RELATOS DE HÉNDER, Libro 1 (Las piedras de Hénder) parte 3

 Nuestro amigo ha conseguir las cuatro "piedras" 
encantadas de la Corona de Hénder y ahora falta
conseguir desencantarlas y, con ello, a la Princesa
Saturia. Aunque de esto no está ya tan seguro, 
pero...






No vamos a relatar las peripecias que pasaron hasta llegar cerca de la cabaña de aquel malvado y poderoso mago; sólo que durante su marcha por el camino, que en buena parte era el mismo que ya habían recorrido desde el puente del Río Far, y debido también a los largos días transcurridos en mutua compañía, las relaciones entre los miembros de la expedición fueron evolucionando, como si el hecho de compartir aquella aventura hiciera nacer entre ellos una especie de camaradería. El lobo que se había ido alimentando con las provisiones compradas a la ida, algo de pescado y carne ahumados y alguna liebre cazada por el camino, ya no miraba con los mismos ojos a Lunar, ésta y el gusano tampoco miraban a la col como un comestible sino como a un compañero a quien se habían ido acostumbrado a ver y, además, ya no pasaban hambre puesto que a su paso iban dejando una amplia senda libre de pasto como si fueran una plaga de langosta o una brigada de jardineros de Alandia segando el césped.
Fan se había ido acostumbrando a hablarles y, aunque no le contestaban, a él le parecía que le entendían y es posible que no estuviera muy equivocado, las cosas mágicas son así.
Anda que te anda, come que te come, acabaron llegando al Puente y, sin atravesarlo, tomaron el sendero que salía a la derecha en dirección a la falda de la montaña y que parecía marcar una alta roca en forma de monolito. Al siguiente día ya se encontraban en las inmediaciones de la cabaña. De su pequeña chimenea salía una columna de espeso y negro humo con abundantes chispas de colores brillantes, delatando la presencia del mago; y Fan, desanimado, pensó que si no salía de allí sería muy difícil o peligroso intentar hacerle marchar. Se tendió sobre un rodal de pasto que aún no se habían comido Lunar y el gusano y se dispuso a esperar y esperar hasta que el mago abandonara su guarida.
Como a lo largo de toda su aventura, la suerte le volvió a sonreír; un enorme y negro cuervo, con algo que no se podía distinguir en el pico, sobrevoló la cabaña y, como Pedro por su casa, se coló por una ventana. No sabemos qué mensaje llevó al mago, pero éste, atándose apresuradamente la túnica y encasquetándose su gorro estrellado, salió corriendo y se perdió por el sendero seguido por el cuervo que, a escasa distancia, le sobrevolaba.
Aprovechando la marcha del mago, y temiendo su regreso, se acercó a la puerta seguido por sus compañeros y les hizo entrar sin pérdida de tiempo.
Al atravesar el umbral cada uno de ellos se convirtió en una piedra preciosa y ¡pop! cayeron blandamente en el suelo. El lobo se transformó en un rubí rojo como la sangre, rojo y cálido como el fuego. Lunar se convirtió en un luminoso diamante tan grande como nunca se había visto aunque tenía una tara, una pequeña mancha de carbono sin cristalizar. La col en una esmeralda de un verde tan intenso que aparecía tal como si allí hubiera irrumpido la Primavera más esplendorosa. El gusano era ahora un azul zafiro pero de un tono tan delicado y sedoso que parecía un jirón de nube atravesado por el azul del cielo.
Los tomó con mucho cuidado, casi con reverencia, en la mano y buscó por todos los rincones algo que pareciera una corona, pero no encontró más que un aro de hierro oxidado y cubierto de telarañas; tenía el tamaño apropiado pero no tenía pinta de corona, salvo por cuatro rebajes en su superficie que, por sus dimensiones, parecían destinados a alojar las cuatro piedras perdidas.
Lo limpió como pudo con la manga, intentando infructuosamente sacarle brillo. Probó con una de aquellas piedras colocándola sobre uno de los rebajes e inmediatamente quedó fuertemente adherida al metal como si fueran una sola cosa, terminó de colocar en su lugar el resto de las piedras y, de la conjunción de sus respectivos brillos combinados, se proyectó un potente rayo de luz blanca que le encandiló. El aro de hierro oxidado se había transformado en oro de la mayor pureza, las paredes de la cabaña desaparecieron de su vista y en su lugar se encontró en medio del salón del trono del reino No Tan Lejano, con la corona en sus manos y rodeado de una multitud de cortesanos, ricamente ataviados, que le miraban asombrados. Él seguía vistiendo sus sencillas ropas pueblerinas y no en muy buen estado precisamente. Y es que en aquella azarosa aventura no había tenido muchas ocasiones para un esmerado aseo personal y mucho menos aún para lavar, planchar y zurcir sus ya pobres andrajos.
Se encontraba en un inmenso salón de alta techumbre, columnas serpentarias y policromadas, grandes tapices ocultaban las paredes y unos ventanales con escenas épicas en enormes vitrales dejaban pasar una luz caleidoscópica. Si los cortesanos estaban asombrados, él no lo estaba mucho menos. Ni en sus más fantásticos sueños hubiera podido imaginar una escena y un escenario igual, y allí quedó como petrificado, con la corona balanceándose sobre el índice de la mano derecha y a punto de caer a suelo, como él mismo lo estaba de la impresión, hasta que… Como de costumbre, la princesa Saturia hizo su aparición, dejando boquiabiertos a los reyes y a la corte en pleno; pero esta vez a Fan no le parecía tan bella ni su vestido tan vaporoso, aunque no dejaba de ser una muy bella joven. Parece ser que la magia siempre aporta un plus de belleza al combinarse con el misterio. El hechizo, finalmente, se había roto y con él algo de su encanto.
– Padre mío – dijo la princesa; tras abrazar efusivamente a sus progenitores y recibir los parabienes de todos los cortesanos, es decir un largo rato que Fan aprovechó para evaluarla así como a sus padres y observar apreciativamente a toda la corte – por fin me veo libre del encantamiento de aquel malvado y poderoso mago, tan malvado y poderoso que ni vos ni yo tenemos nada que hacer al respecto. Y todo esto se lo debo a este joven que ha conseguido liberarme. Yo le prometí recompensarle generosamente y ahora hay que cumplir lo prometido, se lo ha ganado.
– Joven – dijo el rey con voz pomposa y engolada, aunque más bien nasal, por no decir gangosa – me has devuelto a mi querida hija que ya creía perdida para siempre y, como prueba de mi agradecimiento, te ofrezco la mitad de mi reino junto con la mano de la princesa y cuando yo falte reinaréis en mi lugar. 

– ¡De eso nada don rey!; a la princesa, después de tantas apariciones y desapariciones la tengo ya muy vista y además es de lo más machacón y repetitivo con su “malvado y poderoso mago”. Te agradezco mucho tu generoso ofrecimiento. Sé que el rechazar tus regalos te puede incomodar y te ruego me disculpes, no pretendo ofenderte, es que yo sólo soy un sencillo pastor de una pequeña aldea y no encajaría en un reino tan grande e importante como el tuyo, me conformo con que me dejes quedarme con esta corona. – dijo Fan, mostrando aquel sencillo aro de oro con cuatro piedras que tenía en su mano y que parecía una baratija comparada con la suntuosa, labrada y recamada corona que, en aquel momento, adornaba la real testa.
Aunque se sintió algo molesto por aquello que creía una ofensa, y si lo miramos bien realmente lo era, el rey Nasiano accedió a la petición, ya que la corona no era suya y todo aquello no le costaba absolutamente nada. De modo que lo dejó marchar, no sin un enorme y escandaloso soponcio de la princesa, tan grande y escandaloso que ni tú ni yo tenemos nada que hacer al respecto.
Según cuentan los juglares y cronistas de No Tan Lejano, de Telares de Cipán, del Reino de Alandia y de los pueblos de las Montañas Brumosas, el pastor marchó en busca del malvado y poderoso mago para entregarle la corona y pedirle que le devolviera su oveja, su lobo, su col y su gusano, pero eso ya es otra historia.

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