Con éste acabo la serie de
cuentos de El Enano
Soplacuentos, aunque si
alguna vez viene a mí y me
sopla alguna nueva historia
ya os la haré llegar.
Ésta es más larga de lo
habitual porque trata de
dos historias paralelas.
LA
PRINCESA Y EL DRAGÓN
Puede escucharse mientras
se sigue el texto en el
vídeo que figura al final
Era
un dragón, pero no lo sabía, porque nadie se lo dijo.
Acababa
de salir de su cascarón, pero en aquella caverna no había nadie que
se lo pudiera explicar.
¿Nadie?
Sí,
había alguien, pero tampoco se lo podía decir; del mismo modo que
ella tampoco sabía que era un ser humano, nadie se lo había dicho.
Era
una princesa que había sido raptada cuando tenía pocos meses de
vida y no sabía que lo era, ni qué debía pensar o hacer. Tampoco
sabía lo que era amar u odiar, ni a quién o a qué, porque nadie se
lo había dicho.
Vivía
en aquella gruta y aprendió a alimentarse por si misma, de los
hongos que allí crecían y de los conejos u otras presas que
aprendió a cazar cuando comenzó a salir al exterior. Llevaba días
sola; aquellos que siempre la habían cuidado y le hacían compañía,
su familia; habían salido un día y no habían regresado. No sabía
que un príncipe cruel y engreído, pero con muy buena puntería, los
había abatido con sendas flechas en el corazón.
Y
había pasado allí los días, aunque afortunadamente ya no
necesitaba a nadie para alimentarse, pero estaba triste y sola.
Un
día observó como el huevo, que ellos tanto habían cuidado durante
mucho tiempo, y que ella había seguido cuidando desde que ellos no
regresaran, había comenzado a agrietarse y algo se agitaba en su
interior.
Hasta
que vio salir un ser, en miniatura, pero como aquellos que la habían
cuidado siempre amorosamente, y lo amó, pero fue incapaz de decirle
qué era, tampoco lo sabía.
Desde
entonces fueron uno. Ella le llevaba presas que cazaba, para que
comiese y se hiciera grande, como lo habían hecho con ella aquellos
que ya no volverían.
Y
creció, y acabó saliendo de su gruta, desplegó sus alas e intentó
volar, en vano. Pero con perseverancia lo acabó logrando.
Ya
no necesitaba que ella le llevara la comida, lo sabía hacer por si
mismo.
Ella
también salía de la gruta y le hubiera gustado imitarlo; pero, como
no tenía alas, no podía volar y eso la entristeció. Pero él
pronto creció lo suficiente, la invitó a subirse a su lomo y
recorrieron valles y montañas, admirando el paisaje desde la altura.
Cada
día volaban alegremente, gozando de aquella libertad tan plena y
eran felices.
Pero
un día descendieron a la orilla de un límpido lago; tenían sed y
se detuvieron a beber. Ella bajó a la orilla y se agachaba sobre las
aguas cristalinas, cuando escuchó un grito desgarrador, y el dragón
salió volando, aleteando torpemente, intentando huir. Una flecha
asomaba de su ala derecha y pronto se oyó silbar otra saeta que le
alcanzó en la cola. A duras penas consiguió huir y se perdió de
vista.
La
princesa se quedó allí, a la orilla del lago, terriblemente
asustada viendo aproximarse a un jinete. Ella intentó huir, aunque
no sabía si era más el temor o el asombro lo que la invadía.
El
jinete había descendido del caballo y ella no había visto nunca a
alguien semejante; con dos piernas y dos brazos, como ella. Se detuvo
más por curiosidad que por haber vencido el miedo, y entonces él le
dijo:
-
Princesa: hace años que os andamos buscando por todo el reino. No
temáis, estáis a salvo de ese malvado dragón.
Pero
ella no entendió ni palabra, le pareció que aquel ser estaba
gruñendo amenazante. Dando un grito, que a él le sonó como el
rugido de un dragón, salió corriendo en busca de la seguridad de su
caverna, para ocultarse en su negrura o refugiarse tras su protector
y amigo, pero la cueva estaba muy lejos y él ya no estaba allí.
----------------------------------------
El
dragón, aleteando dificultosamente, volaba sin un rumbo fijo, ni tan
siquiera lo hacía rumbo a su cubil, estaba desorientado; pero
parecía como si un oculto instinto atávico le guiara, y acabó
llegando a una alta montaña cubierta de nieve y, en su ladera, a la
negra boca de una caverna desconocida.
No
sabía si le esperaba algún peligro, estaba herido, asustado y
desorientado, pero penetró decidido en la negrura.
Una
voz profunda y oscura, como la gruta, resonó con miles de ecos:
-
¿Quién osa entrar en mi morada?
Y
un dragón enorme y viejo se destacó sobre el fondo insondable.
El
recién llegado que, para distinguirlo, llamaremos Yxen, puesto que
ya no era sólo “el dragón”, no había entendido nada y se quedó
inmóvil, agachado, en actitud de pánico, más que servil.
El
viejo dragón se acercó, debía ser muy viejo porque sus alas habían
perdido parte de la membrana y le costaba caminar sobre sus torpes
patas. Vio lo que llevaba clavado y comprendió lo que le estaba
pasando.
Con
toda delicadeza arrancó, con sus escasos dientes, las dos flechas y
las arrojó lejos con un gesto brusco. Yxen dio un respingo y lanzó
un quejido de dolor
El
viejo dragón le dijo:
-
No tengas miedo, ninguna de las dos heridas es peligrosa, sólo
molestas, y ahora te va a doler más, pero hay que hacerlo.
De
lo más profundo de su ser brotó la llama, una pequeña, pero
potente llama, controlada y precisa, con la precisión de un bisturí,
y cauterizó las dos heridas.
Yxen
se desmayó, pero no tardó en recuperarse y en recobrar la
movilidad de su cola y de su ala derecha. Seguía sin entender una
sola palabra de lo que le decía el viejo dragón, pero le inspiraba
confianza y seguridad y se esforzó en entenderlo.
----------------------------------
Mientras
tanto, la princesa, en su huida, estuvo a punto de caer por un
precipicio, suerte que el caballero la sujetó a tiempo y procuró
tranquilizarla.
Ella
comprendió que la había salvado y que no parecía querer hacerle
daño, y eso la tranquilizó. ¡Pero había herido y hecho huir a su
amigo! Y eso la irritó y le dolió mucho, aunque acabó
comprendiendo que no serviría de nada oponer resistencia y se dejó
conducir al caballo. Nunca había visto un animal así. En sus
incursiones a lomos de Yxen, había visto ovejas, cabras y vacas,
pero no aquel extraño animal, al que el jinete pretendió hacerla
trepar, tras haberla envuelto en su capa.
El
miedo la amenazaba ante aquel extraño ser, y se resistió, pero
acabó encaramándose en su lomo, tal como hacía con Yxen, y estaba
cómoda. Pero cuando comenzó a moverse, aquello no tenía punto de
comparación, ni con la suavidad con la que cortaban el aire, ni con
la velocidad, además aquel balanceo acabaría mareándola.
El
caballero guió a su montura hacia un lugar extraño que, en sus
vuelos, habían visto de lejos. Yxen nunca se acercaba demasiado,
quizá guiado por un raro sexto sentido.
Era
algo de aspecto poco natural, como unos roquedos de formas
rectilíneas y con aberturas por todas partes, además muchos
personajes como aquel que la conducía allí se movían a su
alrededor. Parecían hormigas; de aquí para allá alocadamente.
Algunos se volvían a mirarlos con extrañeza, pero todo cambió
cuando aquel extraño gritó algo que ella no pudo entender:
-
¡Traigo a la Princesa Floredal!
Todos
se arremolinaron alrededor, mirándola y diciendo:
-
¡Viva!, ¡Bienvenida!, ¡Que viva la Princesa Floredal!
Pero
ella, aparte de no entender lo que estaba pasando, estaba
sobrecogida.
Dos
personajes nuevos aparecieron y todos los demás se echaron a un lado
dejándoles paso. Llevaban unas pieles más bellas que la que le
había echado por encima el desconocido.
Uno
de los dos, el personaje con cabellos largos como ella y sin pelos en
la cara, se adelantó y le pasó la mano por la mejilla, suavemente,
con cariño, como siempre había hecho aquella que nunca volvió a la
gruta; y se sintió reconfortada y ya no tuvo miedo.
El
otro le tendió la mano y ella vio en sus ojos la mirada tierna con
que la miraba aquel otro que nunca volvería a la gruta, y su mano
fue a encontrarse con aquella mano tendida, se unieron y una
sensación de paz y tranquilidad la embargó y les siguió hasta una
de aquellas aberturas.
La
multitud seguía con sus gritos:
-
¡Viva!, ¡Bienvenida!, ¡Que viva la Princesa Floredal!
-----------------------------------------
Yxen
ya se había recuperado de sus heridas, se habían curado muy bien
gracias al fuego del viejo dragón y comenzó a salir a buscar
alimento y llevarle al anciano, al que ya le costaba mucho volar y
cazar por si mismo.
Poco
a poco se fueron entendiendo e Yxen aprendía rápidamente la lengua
de los dragones. Por eso pudo enterarse de que era un dragón, de
cómo se llamaba su compañero de gruta, su nombre era Shar. También
comenzó su aprendizaje sobre la draconidad, su historia, sus
costumbres…., todas esas cosas que no pudo aprender antes de boca
de sus padres.
Shar
les había conocido y le contó la historia de su familia y también
cómo habían acabado, porque era una triste historia que corrió por
todas las grutas de todos los dragones de todos los reinos.
Yxen
se puso furioso y quería despedazar a todos los humanos que
encontrara, pero recapacitó. Shar también le había contado que
aquella compañera de juegos y vuelos, era también humana, y la
había perdido. La ira dio paso a la nostalgia y el recuerdo le
dolía. ¿Qué habría sido de ella? ¿Estaría bien?.
Se
propuso buscarla, pero Shar le aconsejó que no se acercara demasiado
por los reinos humanos si no quería acabar como sus padres.
Pasaron
juntos mucho tiempo, así como los últimos días de Shar. Durante
aquel tiempo aprendió todo lo que debía saber un dragón y mucho
más, porque Shar, además de viejo, era sabio.
Pero
un triste día, Shar exhaló su último aliento. Había vivido una
larga y feliz vida y no había muerto en soledad, sino en compañía
de otro dragón que fue, para él, más que un hijo.
Aquella
gruta, que había sido su morada durante toda su larga vida, sería
también la última.
Yxen,
con su potente fuego, calcinó las rocas de la abertura y la ladera
de la montaña cedió, cegando el paso. Nadie molestaría nunca a
aquel que fuera su amigo, mentor y como el padre que no tuvo.
Nadie le retenía allí, de modo que voló en dirección en que él creía
que se encontraba su propia gruta.
-----------------------------------------
Floredal
ya sabía su nombre, su historia, conocía y amaba a sus padres y
también a sus súbditos, pero añoraba su infancia en la gruta.
Añoraba aquellos vuelos a lomos de su amigo y le preocupaba pensar
qué habría sido de él.
Había
aprendido el idioma, pero siempre recordaba cómo se comunicaban
antes: con pocos sonidos y muchas miradas, gestos y actitudes.
Lo
que le molestaba y disgustaba era que aquellos que la habían cuidado
y aquél que había sido su amigo, su hermano, fueran acusados de
cosas terribles: muertes, daños, incendios y desaparición de reses.
Nunca creyó en aquella leyenda negra de los dragones; más bien
creía que aquellas cosas de las que les acusaban las hacían los
humanos.
Había
pasado el tiempo y era muy amada por su pueblo; sus padres ya eran
ancianos y no tardaría en tener que reinar, para lo que tendría que
conseguir esposo.
Se
anunció por todos los reinos la convocatoria de una selección de
pretendientes al trono y la mano de Floredal.
La
historia de Floredal había corrido como la pólvora por todos los
reinos, y el relato de su belleza también y todo esto despertó el
interés de todos los príncipes casaderos que, sin excepción,
acudieron de los cuatro puntos cardinales.
Ella
no quiso torneos, para ver quién era el más fuerte, hábil o
valiente, sencillamente ser el más bestia, ni otros métodos al uso.
Ella exigió entrevistarse en persona con cada uno y hacerles una
serie de preguntas, luego decidiría según las respuestas.
Y
fueron pasando, uno tras otro, todos los pretendientes. Floredal no
se fijaba en su aspecto, ni siquiera en sus modales porque eso tenía
arreglo, como sabía por experiencia propia. Se fijó en las
respuestas, en su coherencia, en las que denotaban la inteligencia y
los sentimientos, aunque más concretamente en esta pregunta:
-
¿Qué opinión tienes de los dragones?
En
general, unos más y otros menos, todas las respuestas tenían una
carga de negatividad y rechazo, algunas hasta violentas y agresivas;
uno, incluso, se jactó de haber cazado algunos y haber disfrutado
con ello y de la fama que le había reportado, especialmente entre
las damas.
Sólo
uno, que en el resto de las preguntas había demostrado ser una
persona inteligente, prudente, ecuánime y de buenos sentimientos,
dijo:
-
Alteza: no conozco a ningún dragón, por tanto, no puedo emitir un
juicio. Todas las cosas que he escuchado pueden tener cierta
credibilidad, o no. Prefiero opinar sobre lo que conozco y no sobre
lo que me cuentan. Vos sí podéis opinar, porque lo habéis vivido;
pero aún así, tampoco condicionaría mi juicio a vuestra opinión.
He de verlo por mí mismo; del mismo modo que no me creo, sin verlo,
los relatos que me hacen mis guardias sobre los campesinos.
Aquello
acabó de convencer a la princesa de que, entre todos los que habían
pasado aquella especie de examen, era el único que había aprobado y
con nota, lo aceptó por esposo y como el mejor sucesor de la obra de
su padre para con el pueblo, pero aún más como lo mejor para los
dragones y lo que ella pensaba hacer.
--------------------------------------
Yxen
voló y voló, pero no encontraba rastro de la gruta, ni de los
montes que fueran testigos de sus primeros aleteos, ni de aquellos
lugares que sobrevolaba con su compañera de soledad. ¿Qué sería
de ella? ¿Estaría esperando en la gruta?.
El
vuelo alocado que emprendiera huyendo de las flechas que le hirieron,
le hizo perder la orientación y no sabía dónde estaba.
Hasta
que un día vio el destello del sol en el agua lejana y voló hacia
allí. Se trataba de aquel lago de infausto recuerdo, pero ya estaba
orientado y acabó llegando a su gruta natal.
Hacía
mucho tiempo que faltaba de allí y, al entrar, sintió más que
nunca una ausencia, la ausencia de aquella que le había cuidado nada
más salir del cascarón, la ausencia de aquella con la que había
jugado, reído y volado. Una gran desolación le inundó y se
acurrucó en el último rincón de la caverna, en la más absoluta
oscuridad, como sus pensamientos.
Se
quedó allí; triste y solo, pero aún con una diminuta chispa de
esperanza, esperanza del reencuentro. Aunque fuera humana y los suyos
hubieran matado a sus padres, aunque un humano le hubiera intentado
matar, pero ella había sido, al principio, su padre y su madre y,
posteriormente, su amiga y su hermana.
------------------------------------------------------
Los
padres de Floredal fallecieron; y ella, de la mano de su esposo,
ascendió al trono. No cambió nada de lo que había hecho su padre,
puesto que siempre había hecho lo mejor para su pueblo, siempre
había sido un buen rey. Pero se ocupó de que se investigaran a
fondo todas las historias de ataques de dragones, y todas resultaron
falsas. Cuando no era un vecino envidioso que robaba una res, era
alguien que odiaba a su vecino y le quemaba el granero, o un pueblo
que arrasaba a otro pueblo rival y quemaba todo para no dejar rastros
y acusar a los dragones.
De
modo que redactó un edicto que hizo publicar por todo el reino,
demostrando la falsedad de las acusaciones y prohibiendo, bajo pena
máxima, hacer daño a un dragón.
Al
caballero que la había rescatado, en lugar de castigarle duramente por
haber disparado sus flechas y haber herido, o matado a su amigo, sólo
le degradó a mozo de cuadras en atención a que la había salvado
del precipicio.
Una
cosa, sobre todas, le atormentaba; la posibilidad de que hubiera
muerto a causa de aquellas flechas; por eso, contra la opinión del
chambelán y del jefe de la guardia, preparó una expedición en
busca de la gruta de su niñez.
En
dicha expedición sólo iban a participar ella y su esposo. No quería
que, si aún estaba vivo, si aún estaba allí, se asustara o que
alguien le pudiera herir. De modo que, una mañana temprano, se
pusieron en camino. Ella recordaba muy bien el trayecto que había
hecho por primera vez a lomos de caballo, desde el lago a la
capital; de modo que guió a su acompañante hasta que llegaron al
lago. Después todo fue coser y cantar; aquel territorio, escenario
de sus vuelos, lo conocía como la palma de la mano. Por eso llegaron
muy pronto a la boca de la gruta.
A
su esposo le hizo quedarse a la puerta, y ella penetró en la
oscuridad. Su vista pronto se acomodó, y pudo ver con la misma
claridad que siempre había visto cuando habitaba allí, hasta el
último detalle, y los olores avivaron el recuerdo.
Allá,
al fondo, hecho un ovillo, sin fuerzas para moverse, y menos volar,
estaba Yxen; pero su mirada aún estaba viva y destelló, mientras
caía una lágrima, en respuesta a la mirada de Floredal, como
siempre había pasado.
Se
había dejado consumir, de soledad y añoranza, y casi estaba en las
últimas. Floredal le hizo una seña que él entendió, y que quería
decir:
-
¡Qué grande te has hecho!, pero espera, te voy a traer agua y
comida como cuando eras pequeño.
Y
salió a cazar; pero su esposo se encargó de esa tarea, mientras
ella volvía a entrar con el odre de agua que llevaba para el viaje.
Yxen bebió hasta no dejar gota y se notaba que se iba recuperando;
pero, cuando realmente comenzó a recuperarse, fue cuando Hernal, que
así se llamaba el esposo de Floredal, le llevó tres conejos y una
perdiz. Ni Hernal se asustó a la vista de Yxen, ni éste se extrañó
ni le despertó malos recuerdos la vista del arco y la aljaba que
portaba.
Comió
con ganas, pero en crudo, porque no tenía fuerzas para encender su
fuego y asar la caza, como hacía habitualmente.
Cuando
ya recuperó suficientes fuerzas, comenzaron a dialogar en su idioma
personal, aquél que crearon y aprendieron al unísono en su
infancia, y Floredal iba poniendo al corriente a Hernal de todo lo
que Yxen contaba.
Horas
estuvieron, contándose cada cual sus peripecias desde aquel día del
lago. Yxen ya iba teniendo fuerzas suficientes para salir y volar;
pero, lo que realmente había recuperado y lo que le había vuelto a
la vida, había sido el nuevo ánimo que le habían traído y la
compañía, después de tanto tiempo de soledad.
Ni
Floredal ni Hernal querían; es más, le insistieron en que aún no
estaba recuperado del todo, pero él porfió tanto que acabaron
teniendo que encaramarse a su lomo. A Floredal le costó hacerlo,
tanto había crecido Yxen desde la última vez que lo hizo. Alzó el
vuelo con unos vigorosos aleteos, hasta llegar a gran altura y luego
planeó majestuosamente, aprovechando las corrientes térmicas.
Dos
días estuvieron allí, hasta que se hubo recuperado del todo, ya no
había problema para que se siguiera alimentando solo y no muriera de
inanición; pero Floredal le hizo saber, en su código secreto, que
deseaba los llevara a Palacio.
Pusieron
a los caballos en la senda hacia la ciudad, ellos ya sabrían llegar
solos. Y así sucedió; con ellos a la espalda voló directamente al
lago y Floredal le indicó la dirección a seguir.
El
miedo se apoderó de las calles de la capital, y el susto no era para
menos; ver un enorme dragón, volando rasante sobre los tejados,
sobrecogía a cualquiera. Pero el miedo dio paso al asombro y luego a
la alegría y la fiesta, cuando vieron a sus queridos reyes
cabalgando aquel corcel de los aires.
Desde
entonces, en aquel reino, los dragones fueron una especie protegida y
no era raro verlos sobrevolando la ciudad y las montañas
circundantes; porque, al enterarse, todos los dragones de los reinos
vecinos acudieron allí para estar a salvo y eligieron a Yxen como
rey de los dragones.
Los
reyes fueron muy felices y comieron conejos, liebres y perdices, muy
bien asados, que Yxen les llevaba cada día.
Cuya primera parte dejé inconclusa
y ahora estará completo.
y ahora estará completo.