PÁGINAS RECOMENDADAS

miércoles, 31 de agosto de 2016

1 de Septiembre.- ME QUEDÉ SIN MATERIAL

El cuento que tenía preparado para esta semana se me ha dañado, no puedo publicarlo y no tengo más material hasta que no regrese a casa. La semana próxima me pondré al corriente. Ruego disculpas.

jueves, 25 de agosto de 2016

El Enano Soplacuentos



Acabadas la peripecias de la gallina “Cloe” y las locas 
aventuras de los “Piratas de Barbados”, comienzo ahora 
una nueva serie de cuentos que espero os gusten y me 
de tiempo, entre tanto,  a revisar y teclear los “Relatos de 
Hénder” que intenté publicar antes y que han seguido sus 
andanzas por su cuenta, duplicando lo que ya tenía escrito.

Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 
vídeo que figura al pie



Me encontraba muy mal, tan mal como para no tener ganas de nada; de salir, de ver a nadie y ni tan siquiera de mirarme al espejo. Y, de haberlo hecho, me habría llevado un buen susto porque tampoco tenía ganas de afeitarme.
Hacía mucho tiempo que era incapaz de enhebrar cuatro líneas medianamente coherentes. Me había quedado sin inspiración, sin esa chispa que enciende las ideas, destapa los sueños y hace brotar las historias. Tampoco las musas, si es que existen, se habían dignado visitarme.
Pues, como he dicho, me encontraba muy mal, en las horas más bajas que había pasado en mi vida, y deseaba fervientemente recibir algún tipo de ayuda, cualquiera que ésta fuera.
La papelera rebosaba de folios arrugados, en los que había intentado infructuosamente hilvanar unas cuantas frases; pero, sin ideas, era como pedir a alguna persona normal que intentara interpretar y describir un cuadro abstracto.
Sabía que era capaz de desarrollar una narración; con su planteamiento, nudo y desenlace, lo había hecho muchas veces, pero en ese momento me faltaba lo más importante: la historia y, sin la historia, todo lo que escribía resultaba inconexo, ininteligible y carente de interés.
Dando vueltas mecánicamente al bolígrafo entre los dedos, miraba fijamente el blanco papel sobre mi escritorio, como si su desnudez pudiera hacerme concebir ideas con que vestirlo de frases y más frases.
No sé si fue el blanco del papel que me deslumbraba, o que mi vista o mi cerebro me estaban jugando una mala pasada. Sobre la impoluta superficie del folio, se materializó un diminuto y extraño personaje. Podría describirlo como uno de aquellos muñecos de Famobil, los Clicks, de ese tamaño, pero con más aspecto humano. Me pareció uno de aquellos duendes o gnomos, de los que, siendo pequeño, había leído y había visto dibujados. También vestía de forma llamativa, con unas vestiduras de color verde y un gorro en forma de seta.
Se me quedó mirando descaradamente y me soltó a bocajarro:
- ¿Por qué me has invocado?
Yo estaba tan sorprendido que casi era incapaz de pensar y de articular palabra, pero conseguí decir:
- Yo no te he invocado, ni sabía que existieras, si es que existes y no estoy soñando; porque...¿quién eres y de dónde sales?
- Soy Plin, así tal cual suena, y vengo a satisfacer tus peticiones porque, aunque no lo sepas, me has llamado. Vengo a inspirarte, porque mi misión es soplarle ideas al oído a aquellos escritores que se encuentran en un período de sequía, cosa que sucede a menudo. Nunca había tenido que visitarte. Hasta ahora te las habías apañado bien; aunque permite que te recomiende no ser tan rebuscado y tan difícil, porque los niños no entienden muchas de las palabras que usas, así como frases y giros.
- Pues de eso se trata, de que vayan enriqueciendo sus conocimientos y su vocabulario. A fin de cuentas hoy en día no tienen que ir con una enciclopedia de veinte tomos a cuestas, les basta con consultar en el móvil.
Sin dejarme acabar la última palabra, se encaramó de un salto en mi hombro y me pegó un susto tal que estuve a punto de sacudírmelo de un manotazo, como si fuera un bicho; pero esperé, intrigado, a ver que pasaba.
Se acercó a mi oído derecho, no comprendo cómo es que sabía que soy un poco duro de oído del izquierdo, y me susurró unas palabras que yo, al pronto, no entendí. Y desapareció tal como había aparecido.
Más tarde, ya recuperado de la sorpresa, fui capaz de entender su mensaje y escribir un cuento. El cuento más raro que había escrito en mi vida, pero tenía sentido, no como lo que últimamente había estado intentando escribir sin éxito.
No es que aquel personaje fantástico fuera un enano, era mucho más pequeño, pero yo acabé llamándolo “el enano soplacuentos” porque, aparte de su nombre, no sabía gran cosa de él.
Desde entonces me ha vuelto la inspiración y no lo he necesitado apenas; pero, cuando me falla la imaginación, no me preocupo ni me desespero, simplemente digo:
- A mí Plin
y regresa a mi hombro, para soplarme al oído un nuevo argumento.




DE ESTA SERIE YA PUBLIQUÉ DOS DE LOS CUENTOS:
 

miércoles, 17 de agosto de 2016

PIRATAS DE BARBADOS. Cap 12.- La Bergantina


Y en este capítulo acaban, o no, 
las aventuras de nuestros amigos.
Lo que sí es seguro es que las
de El Bergante sí acaban y ya no
volverá a surcar los mares con 
sus veinte cañones y su Banda.


 12.- LA BERGANTINA

La Gaviota puso rumbo a Jamaica, a reunirse con El Bergante en Sandy Bay. El Comodoro no había abierto la boca, sólo lo hizo para comer y beber, y no le faltó la comida ni la bebida, porque ellos no eran igual que él y no le iban a hacer pasar hambre y sed.
Ya en Sandy Bay se redistribuyeron las tripulaciones y ambas naves se hicieron a la mar. Hans W Henze les contó que cada vez se hacía más inhabitable aquel refugio de piratas y que ya se había producido algún ataque por corsarios, a las órdenes del nuevo Comodoro. Aunque habían sido repelidos, no había duda de que acabaría llegando la Flota Inglesa y no dejaría piedra sobre piedra, de modo que no era recomendable volver por allí.
Navegaban rumbo a la isla de Barbacana, o de Barbapapá y encontraron algún corsario pero no se atrevió a enfrentarse a dos barcos armados. Big y otros muchos sí que se hubieran acercado a ellos para mandarlos al fondo, pero ahora otra cosa corría más prisa, deshacerse de Patacorta, pero no deshacerse en el último sentido, en el sentido más drástico y dramático. Había que deshacerse, es decir librarse de él, pero no como verdugos o asesinos que nunca habían sido, sino apartándolo de sus vidas y, de paso, de la humanidad.
El Capitán creía, muy acertadamente, que Patacorta no se atrevía a hablar para no agravar su condena, o para mover a compasión. Temía que ellos actuarían como lo hubiera hecho él, pero nada más lejos de eso. No le condenaban a los tiburones ni a encierro, le condenaban a la libertad absoluta y a hacer algo de provecho para ganarse su supervivencia, y no a costa de otros. Realmente, aquello no era más que un justo, aunque más benévolo, destierro; lo mismo que lo que él les había hecho cuando servían a sus órdenes y les abandonó en una isla árida. Al menos en ésta tendría comida y bebida suficiente y, si sabía encontrarlo, un refugio en la gruta de Bennie el Goonie.
Llegaron cerca de la isla y fondearon lejos El Bergante; pero, al contrario de la vez anterior, pudieron adentrarse hasta muy cerca de la playa con La Gaviota sin tener que arriar la chalupa ni mover a Patacorta de su, hasta entonces, segura, limpia y confortable bodega.
Sacaron al prisionero en un bote, lo llevaron a la playa, y allá lo dejaron con sólo las vestiduras que se reducían a su camisón, su gorro y nada más. Cuando se dio cuenta de que La Gaviota levaba el ancla, abandonó su mudez y comenzó a soltar tal sarta de insultos, improperios, blasfemias, palabrotas, tacos, maldiciones, reniegos, juramentos, groserías…. que no se reproducen aquí por respeto a los tripulantes, que tuvieron que taparse los oídos como cuando tocaba la Banda de principiantes.
Ya habían consumado su justicia pirata y ahora quedaba un vacío, una sensación de ¿y ahora qué hacemos?. Algunos sugerían regresar a la Isla de Barbapapá y liberar a Patacorta y así poder perseguirlo nuevamente, volver a jugar al ratón y al gato, pero la propuesta fue rechazada por mayoría.
Los tiempos de los piratas, bucaneros y filibusteros estaba llegando a su fin. Dentro de poco tiempo, la única violencia que controlaría el Mar Caribe sería la violencia legal, la institucional, la de los imperios español e inglés, esa violencia que parecía menos violencia aún siendo la misma cosa.
Ya hacía tiempo que eran conscientes de que aquello se acababa; desde que recibieron las primeras clases del Jefe de Protocolo, comprendieron que ellos eran diferentes, que no encajaban, que no estaban hechos para aquella vida de ignorancia, violencia y grosería.
Ya no volverían aquellas fiestas en Sandy Bay, ya no volverían a la isla de La Tortuga, a Barbados, a Belice… Tal vez no pudieran hacerlo como piratas, aunque sí podrían hacerlo como: piloto, cordelero, armero, afilador, músico, artillero, herrero, calafate, curandero…
- ¿Y abandonar al Capitán ? ¿Y abandonar a los compañeros? ¿Y abandonar el Bloody Mary? ¿Y la sanguinariedad? ¡De ningún modo!
El histórico motín del Batavia no había sido nada comparado con la que se armó a bordo del Bergante y La Gaviota; y digo que no había sido nada comparable, porque ahora no se trataba de apoderarse del barco, masacrar a los pasajeros y hacer pasar al Capitán por la plancha, sino todo lo contrario.
Fue tal el barullo que se armó, que el Capitán Barbanada, al que ya comenzaban a salirle pelillos en el mentón y bajo la nariz, tuvo que poner orden.
- ¡Por favor! ¡por favor! No se alboroten. Yo tampoco voy a poder pasar sin vosotros y sin vuestra amistad, y más ahora que los felices tiempos de la piratería y la aventura se acaban. Todos podríamos desempeñar nuestro oficio o aplicar nuestros conocimientos, sin dejar de ser lo que somos en el fondo, hasta yo podría seguir siendo un pirata pero honorable y respetado tras una ventanilla, un escritorio, un púlpito, un estrado o una tribuna, pero no me apetece. Tenemos aún lo que queda del tesoro de El Olonés y cada cual puede marchar con un buen botín para no preocuparse el resto de sus días pero, los que prefieran seguir a mi lado podrán hacerlo. Ahora sólo falta elegir el lugar en donde vamos a instalarnos, prepararlo para poder habitarlo y decidir a qué nos vamos a dedicar a partir de este momento.
- ¡Hurraaaaaaaa! - se oyó hasta en La Habana.
Lo más difícil ahora era elegir el lugar.
Unos proponían buscar cualquier población, pero a la mayoría no les gustaba; y a los que sí, no llegaban a ponerse de acuerdo sobre si: en dominio español, inglés, francés u holandés.
Otros proponían regresar a la isla en la Laguna de las Perlas; la mansión, las casas y el embarcadero ya estaban construidos, pero el problema estribaba en que era bien sabido por el Almirantazgo a quién pertenecía tal isla y tal mansión y pronto tendrían encima a las autoridades inglesas y a su Flota.
Alguien propuso la isla de El Olonés, puede que fuera Spider, así ni tan siquiera habría que molestarse en mover el tesoro, pero a los demás no les apetecía tener que andar trepando por los acantilados, tampoco tenían buenos recuerdos de su estancia en la bodega y aquella isla rocosa no podría producir nada, aparte de no tener suficiente agua.
Otro más propuso la Isla de los Cocos, en recuerdo de aquel viaje de coco y ron, pero era una isla demasiado pequeña para tantos y, sólo con cocos no se vive, aparte de que el que lo había propuesto no era uno de los ocho que habían tenido que sobrevivir en aquella puñetera isla, eso sin tener en cuenta que los pocos cocos que pudieran quedar se los habrían comido todos aquellos marinos de Patacorta que dejaron allí. Tampoco sabían si los habían ido a rescatar, o si Patacorta había abandonado a sus hombres y tan solo encontrarían su esqueletos, pero eso era una cosa que no le preocupaba a nadie, porque ellos habían avisado dentro del tiempo acordado.
Finalmente, El Capitán propuso la isla que habían encontrado en su último viaje al norte. Tenía frutas, agua, una buena cala apropiada para La Gaviota, era bastante grande y el suelo parecía fértil.
- Lo que si se precisa es mucho esfuerzo y mucha paciencia. Habrá que construir todo: un embarcadero, viviendas suficientes y campos para cultivar, porque… ¿queréis tomates?
- ¡Sííííííí! - esta vez se oyó hasta en Barlovento.
- Pues iremos con el Bergante a la Isla de El Olonés y traeremos el tesoro. Mientras tanto, La Gaviota se puede acercar a comprar provisiones, herramientas, clavos… y ¿cómo no? vodka, ron y tomates, también semillas de tomatera y otras. Pero será mejor no acercarse a Jamaica ni a La Tortuga. El puerto más seguro y más tranquilo, parece que por ahora sólo está en Santo Domingo. Luego nos reuniremos en la isla para trabajar y, el que quiera marchar, se podrá llevar su parte del tesoro.
El Bergante partió al mando de Barbanada, también lo hizo La Gaviota al mando del capitán Peel, que ya estaba curado del corte en la mejilla, aunque le había quedado una hermosa cicatriz. Ambos partieron a sus respectivas misiones y quedaron en encontrarse en su nueva isla.
El Capitán había elegido el mismo grupo de la última vez; lógicamente no podía faltar Spider porque tenía que volver a trepar por el acantilado y atar el cabo al árbol de siempre. Como de costumbre, tras trepar por la pared como una araña, izar un cabo de tres cordones y atarlo al tronco se echó una siesta y durmió como un tronco, mientras que los demás trepaban hasta lo alto del acantilado con las provisiones y el resto de la impedimenta. Luego, todo lo demás fue coser y cantar. Ya se conocían el camino y llegaron hasta el montón de piedras, localizaron los cofres restantes y los cargaron hasta el borde del acantilado.
Suerte que iba Big, que cargó él solo con uno de los cofres, otro lo llevaron entre Porfavor Johnson y Joao “Cañones” y el otro entre Spider y Will el Cabezota . El Capitán cargó con las mochilas de las provisiones, los rollos de los cabos y las cantimploras.
Al llegar al borde del acantilado, sobre la chalupa, descendieron El Capitán y El Cabezota. Big y los otros fueron atando los cofres y los bajaban poco a poco hasta que El Capitán y Will los desataban y acomodaban en cubierta. Luego descendieron todos, salvo Spider que hizo lo mismo de la expedición anterior: dejó caer el cabo y se dejó caer al agua en un limpio clavado.
La Gaviota llegó a su nueva isla tan cargada que casi hacía aguas y rozaba fondo, pero penetró en la bahía y se comenzó a descargar. Días más tarde llegó el Bergante, pero se tuvo que quedar mar adentro y, salvo un retén para cuidarlo, todos desembarcaron con la chalupa, llevando el tesoro. 
El Capitán reunió a todos y les volvió a decir:
- El que quiera marchar puede llevarse su parte del tesoro, aquí no espera más que trabajo y poca diversión.
Sólo unos pocos optaron por marcharse. Lo hicieron tan pronto estuvo descargada La Gaviota y aprovechando un nuevo viaje a Santo Domingo para cargar muebles, menaje de cocina, herramientas y otros utensilios. Desde allí podrían marchar a donde quisieran.
Mientras tanto, en la isla la actividad era febril. Hasta el regreso de La Gaviota, habían construido un embarcadero aprovechando los palos y las tablas de cubierta de El Bergante. Sí, es cierto, ya no navegaría más. Aquel barco que, durante tanto tiempo, había sido su hogar y su refugio, ahora continuaría siéndolo, aunque de una manera muy diferente.
Poco a poco lo fueron desguazando, tabla a tabla, hasta que sólo quedó el casco, que ya podía ser remolcado sin peligro de encallar hasta el embarcadero y a tierra. Aquella madera era excelente para construir las casas necesarias para alojar a todos los nuevos habitantes de aquella isla, y en caso de faltar madera, allí había árboles suficientes..
Con las velas y parte de los palos se habían habilitado unas amplias tiendas, como alojamiento provisional, hasta que se acabaran de construir los definitivos con las maderas y cuadernas del casco de El Bergante.
El día en que cubrieron aguas en la primera vivienda, fue un gran día y se celebró por todo lo alto, como en otros tiempos. Y no faltó el espíritu sanguinario mientras duraron los tomates y el vodka.
La Gaviota iba a seguir navegando, bajo pabellón holandés, por todo el Caribe; llevando mercancías y pasaje y haciendo de correo y aprovisionamiento para aquella extraña colonia de hombres solos, educados y corteses. Una colonia como nunca había existido, una colonia en aquella isla, en el archipiélago de las Bahamas, a la que ellos bautizaron con el nombre de Bergantina.

miércoles, 10 de agosto de 2016

PIRATAS DE BARBADOS. Cap 11.- El asalto a la isla

¿Estaría su objetivo en la isla?
¿Conseguirán capturar a Patacorta?
¿Lograrían llegar sin ser vistos? 
y ¿Qué harían con su odiado enemigo? 
Leed y lo sabréis.
  

11.- EL ASALTO A LA ISLA

Y una mañana partieron rumbo suroeste, hacia la costa continental, al norte de la Costa de los Mosquitos, que ya antes habían visitado. Acabaron, sin novedad, frente al delta del San Juan, que ya habían explorado con La Gaviota; y, costeando hacia el norte, iban dejando atrás: desembocaduras de otros ríos y riachuelos, islotes, cayos con manglares… Suerte de navegar con la carabela, porque en algún punto de la costa podrían haber embarrancado yendo con El Bergante. Hasta que dieron con la embocadura a la Laguna de las Perlas.
Al entrar por aquella especie de amplio canal, vieron a proa una isla y a babor unos islotes. Decidieron recalar en uno de ellos, para ocultarse desde la embocadura y desde la isla, hasta la caída de la noche. Tendrían luz suficiente para acercarse a ella y desembarcar sin ser vistos.
Habían visto en el embarcadero a una nave de gran calado que partió enseguida, por lo que La Gaviota podría atracar sin problemas, pero también habían visto mucho movimiento de gente, aunque a aquella distancia no se podían apreciar más detalles, ni siquiera con el catalejo.
Tampoco sabían si Patacorta estaba en la mansión, una edificación que se veía imponente junto a otros edificios anejos, más pequeños, que deberían servir para la servidumbre y para los guardianes.
- Ha aprovechado bien el tesoro de Barbalarga que requisó en El Bergante – pensó el Capitán.
Se reunieron los dos comandantes y Big, para planear el ataque. Y Big dijo:
- Necesitamos más datos, una visión más cercana de las defensas, del embarcadero, los accesos, y si se puede confirmar la presencia del Comodoro, pero sin llamar la atención. Yo tengo una idea, a ver qué os parece.
Los capitanes le invitaron a exponer su plan, y comenzó:
- Si pudiéramos pasar cerca de la isla, sabríamos cuál es la seguridad de la mansión, por dónde se puede atacar y toda la información recogida puede ser vital a la hora de hacerlo. No podemos acercarnos con La Gaviota sin llamar la atención, pero podemos contar con un medio para pasar inadvertidos. Como hemos podido ver pasan por aquí, desde y hacia el mar, indígenas en sus barcas de pesca; sólo tenemos que camuflar con unas redes, que ya tenemos, a un bote de los de salvamento y ya tendríamos la tapadera perfecta.
- ¿Y qué me dices de la tripulación? - dijo Peel
- Es sencillo, tenemos dos tripulantes perfectos, que no levantarían ninguna sospecha.
- No sé a quién te refieres.
- Pues ¿quién va a ser?; tenemos dos caribeños, si no de pura raza, mestizos, y pueden dar el pego a cualquiera ¿O no contamos con El Antillanito y Caimán Caribeño?
- Está bien, pero no se podrían acercar lo suficiente
- Sí – terció Barbanada – si son pescadores pueden acercarse a intentar vender su pesca; y aunque les rechacen, ya se habrán acercado lo suficiente para no perderse detalle. Además creo que el Caimán es natural de Belice y habla el misquito, al menos puede emplear el acento. La misión no está exenta de riesgos, ciertamente, pero son dos buenos y valientes marineros y no se echarán atrás. Me parece muy bien, Buena idea Big.
- Pues pongámonos en marcha y, cuando regresen con la información, podremos planificar mejor el ataque – dijo Peel
Prepararon el bote de remos con una red de las que había tejido Spider en el viaje por las islas del norte, les vistieron lo más parecido a cómo vestían los pescadores indígenas, aunque no podían ir tan limpios y planchados y tuvieron que arrugar las ropas y ensuciar barca, ropas, cara y pelo, cosa que no les hizo mucha gracia. Tampoco les hizo gracia tener que hacer como un pescador cualquiera: Tirar las redes y pescar lo que pudieran. Suerte que aquellas aguas eran ricas y pronto tuvieron un capazo lleno.
Y aún menos gracia les hizo el tener que ir desarmados, sólo provistos de los cuchillos lo más parecidos a los que pudieran usar los pescadores. Había que ponerse en lo peor y es que, si los capturaban, sería muy comprometedor encontrar una pistola en manos de unos pescadores indígenas.
Y luego remaron, y remaron, hasta la isla. Estaban ya muy cerca cuando, en el embarcadero, aparecieron cuatro hombres armados. No llevaban uniformes, pero se notaba que eran o habían sido marinos. Les conminaron a que se alejaran de allí apuntándoles con los mosquetes y Caimán les dijo, con acento y como chapurreando el ingles:
- Compra, pescado, barato, fresco, bueno
- Marchaos de aquí, no compramos pescado
El Antillanito permanecía en silencio, y mejor que lo hiciera porque no hubiera dado el pego, se le hubiera notado mucho el acento sevillano de su padre.
- Llama jefe, llama jefe, pescado bueno y barato
- Márchate si no quieres que te pegue un tiro – dijo uno apuntándole a la cabeza.
Con aquel revuelo, se acercó por allí alguien que, por su porte y sus maneras, parecía el jefe de los guardianes.
- Nada de tiros, nada de tiros, no queremos tener problemas con los indígenas. Su Señoría no quiere llamar la atención ni enemistarse con ellos.
Y dirigiéndose a ellos, les dijo:
- Si el pescado es bueno y barato ¿por qué vamos a rechazar vuestra oferta? ¿Cuánto?
- Caimán quiere seis todo
- ¿Te vale con cinco?
- ¿Cinco y medio?
- Cinco o nada
- Bueno
- Bien, pues acércate al muelle, deja el pescado ahí y recoge estos cinco – y dejó una moneda sobre las tablas del muelle - Pero ya os estáis marchando y no se os ocurra volver.
Dejaron la canasta del pescado sobre la pasarela de tablas, recogieron la moneda y, cuando ya se marchaban remando sin muchas prisas, le oyeron comentar con los guardias:
- Esta noche Su Señoría nos dirá si el pescado es bueno, porque barato sí que ha resultado.
Y les oyeron reír a carcajadas a los cinco. Caimán no le vio ninguna gracia. Se alejaron remando vigorosamente y dando un suspiro de alivio.
Una vez en la Gaviota, se reportaron con los capitanes y Big
- El embarcadero es más que suficiente para La Gaviota y puede llegar sin problemas de calado ni de amarre – dijo El Antillanito
- Sólo hemos visto a cuatro guardias y al que debe ser su jefe, pero no quiere decir que no haya más; aunque, si los hay, deben estar en un edificio cuadrado que hay a la derecha de la mansión, tocando a la selva. He visto a otro hombre armado entrar allí – dijo Caimán.
- Por lo que hemos oído al jefe de los guardias, el Comodoro está en la casa y esta noche cenará allí
- En el embarcadero he visto dos culebrinas preparadas, un ataque abierto con La Gaviota podría ser peligroso.
- Y la puerta principal parece muy resistente, pero hay una puerta lateral que imagino da a las cocinas, porque he visto cómo entraban por allí la cesta del pescado, tú no porque estabas de espaldas.
- Pues tú no has dicho una palabra ¿estabas asustado?
- ¿Yo asustado? ¡retíralo de inmediato!
- Bien, perdona, no era mi intención, ruego disculpas.
- Esta bíen, pero esos cinco son para repartir porque no pretenderás quedarte con la moneda entera.
- Podríamos atacar desde el interior – dijo Peel cortando la discusión
- Sí, pero desconocemos el terreno – dijo el Capitán
- Pues no estaría mal hacer una exploración por tierra
Big se dirigió a los dos “pescadores” aún sucios y harapientos
- ¡Muy bien muchachos! ¿Qué os parecería daros otro paseíto? ¡total, ya le habéis cogido gusto al remo!
Ambos protestaron, pero al mismo tiempo dijeron al unísono:
- ¿Qué hay que hacer?
- Hay que bordear la isla, aunque no es preciso pasar cerca del embarcadero y que os puedan reconocer. Una vez que se pierda de vista la mansión, buscad un lugar apropiado para desembarcar, y un sendero seguro y discreto para llegar a la mansión desde la retaguardia y, especialmente a ese edificio que habéis comentado.
De modo que, sin lavarse ni cambiarse de ropa, volvieron al bote; pero esta vez lo hicieron bien armados con machetes y pistolas. Y volvieron a remar, y remar, y volvieron a acercarse a la isla; aunque desde una prudencial distancia, viraron a estribor y doblaron una especie de cabo, perdiendo de vista la mansión.
Con las máximas precauciones se acercaron a la orilla. Cabía la posibilidad de que tuvieran vigilancia destacada por los alrededores. Encontraron una pequeña playa pedregosa, que les permitió desembarcar y amarraron el bote al tronco de un mangle. Hacia la derecha se veía un manglar, en un terreno pantanoso, pero un sendero se internaba en la espesura, en dirección a la mansión, aunque estaba invadido por la maleza. Parecía un sendero indígena de uso ritual o de caza ya abandonado tiempo ha. Los machetes salieron a relucir; no hace falta decir que estaban afilados por Georg Berg, y cortaban ramas y lianas con la misma facilidad con la que un cuchillo caliente la mantequilla. Avanzaron abriéndose camino en silencio. Por allí no se notaba una rama tronchada, una huella, nada que pusiera en evidencia la presencia humana, al menos en mucho tiempo, parece que a los nuevos ocupantes de la isla no les preocupaba mucho un ataque desde la selva y la marisma.
Entre la espesura se podía ver ya la imponente mole de la mansión y, más cerca, aquel edificio sospechoso.
Tras una meticulosa observación retrocedieron por donde habían llegado, soltaron el bote y regresaron a La Gaviota. Tras dar su informe, marcharon rápido a darse un buen baño y ponerse ropa limpia
Los capitanes, junto con Big, ya disponían de toda la información y se pusieron a estudiar el plan de ataque.
Concluyó el Capitán:
- Está claro que primero hay que sorprender a los centinelas y luego neutralizar al resto de la guardia personal del Comodoro. Luego, el “abordaje” a la isla y el asalto a la mansión es pan comido para la tripulación; aunque no se puede descartar que, dentro de la mansión, haya más guardias armados. De modo que la toma de la misma debe ser lo más prudente posible para evitar bajas por ambos bandos; no venimos a ejecutar a nadie, ni tan siquiera a Patacorta, venimos a darle una lección que no olvide y que nos quite la espina que todos llevamos clavada, y algunos de nosotros desde hace años.
- Yo me pido el ataque por tierra – dijo Big – y quisiera elegir los compañeros del comando.
- Pues yo también quiero ir – dijo Peel
- Me parece bien, tú te encargas de la casa de los guardias y yo me ocuparé de los centinelas del exterior.
- ¿De modo que me dejáis a mí al margen de la diversión?. Bien, ya me quedo yo con La Gaviota y el ataque frontal. No vamos a discutir, pero os ruego que inutilicéis las culebrinas – dijo el Capitán
- Así se hará
- Ahora se trata de elegir a mis acompañantes – dijo Big – y seguro que va a haber problemas, porque todos querrán ir, pero los quiero elegir yo. Con tres tengo bastante, ¿y tú?
- Pues yo, con otros tres ya me arreglaría
- Así que necesitamos la chalupa para los ocho.
- Ahora no os vayáis a pelear a la hora de elegir vuestro equipo
- Espero que no ¿Verdad Peel? Y si no nos ponemos de acuerdo, a los dados
No hubo que recurrir a los dados.
Peel eligió a dos de sus antiguos compañeros de La Gaviota: Franz Skaner y Louis Hay; y, aunque tuvo que regatear con Big, se quedó también con Porfavor Johnson.
Big se quedó con Berg y su machete, Spider y también con Caimán, porque conocía el desembarcadero para la chalupa y el camino.
La entrada en acción de La Gaviota respondería a una señal desde el embarcadero, encendiendo una luz cuando se hubiera eliminado toda la resistencia exterior. La Gaviota atracaría y destacaría un grupo para atacar la puerta lateral; aunque, por orden expresa del Capitán, había que intentar evitar el derramamiento de sangre. Así que todos irían provistos de cabillas; de modo que, como mucho, se podría romper alguna cabeza. Para conjurar ese riesgo, Big no la usaría, le bastaría con sus puños demoledores.
Al caer la noche, la chalupa ya estaba preparada y con todos sus tripulantes a bordo, impacientes por entrar en acción. La Gaviota salió de su refugio tras el islote y tomaron rumbo a la isla. A las pocas millas el Capitán ordenó echar el ancla, y la chalupa siguió su rumbo hasta llegar a aquella playa pedregosa. La amarraron al mismo mangle de antes y se internaron por el sendero que Caimán y Antillanito habían descubierto. En cabeza iba Berg, repasando la poda con su machete, seguido por Caimán y los demás.
Llegaron al lugar y Caimán les advirtió que, a partir de allí, el terreno era despejado y los podrían descubrir. Berg abrió un boquete en la vegetación, suficiente para pasar.
Esperaron un rato para observar los movimientos en el exterior de la mansión y el embarcadero.
Un centinela paseaba por las tablas del muelle, arriba y abajo. Otro estaba sentado en la esquina, dominando las puertas principal y lateral aunque prestaba muy poca atención a la de la cocina. Y dos más charlaban animadamente sentados en el suelo frente a una fogata y de cara hacia el mar, al que de vez en cuando miraban, pero sin prestar demasiada atención.
En el edificio de los guardias no se apreciaba movimiento alguno.
Ya se habían repartido sus presas: Big se encargaría del vigilante de la puerta, Berg y Caimán de los de la fogata y Spider del que paseaba por el embarcadero que, en sus idas y venidas, pasaba bajo las ramas de un enorme cedro.
El otro grupo avanzaría sobre la casa y tratarían de entrar sin hacerse notar. Había unas ventanas y pensaban que podían estar abiertas, ya que era una noche calurosa.
La Luna Llena ayudaría a avanzar sin tropezar ni errar el camino, pero tenía el inconveniente de que podrían descubrir su presencia.
Ya estaban saliendo de su escondite, cuando Big les hizo retroceder a las sombras del matorral, una puerta se había abierto y cuatro hombres, armados con mosquetes, salieron, se acercaron a los centinelas y les hicieron el relevo. Afortunadamente, el siguiente relevo no sería, previsiblemente, antes de pasadas cuatro horas. De modo que no podrían sorprenderlos, como casi había estado a punto de ocurrir.
Los centinelas salientes se retiraron a la casa. Lo que no pudieron apreciar desde su escondrijo, es si habían cerrado bien la puerta o no, pero lo que sí podía deducirse es que dentro, al menos habría ocho guardias.
Uno de los recién llegados marchó al embarcadero y comenzó sus paseos arriba y abajo, otro fue a la esquina de la fachada principal y se sentó en el suelo de tablas del porche, y los otros dos, alimentaron con sendos palos el fuego y se sentaron a charlar, como los anteriores.
Esperaron un rato por si había cambios en la rutina, pero todo seguía igual. Salieron sigilosamente y cada cual se dirigió a su objetivo:
Los tres y Peel, se acercaron al lateral de la casa de los guardas, protegidos entre las sombras.
Spider se deslizó por las hierbas camino del cedro y corrió a ocultarse tras el tronco en el momento en que el centinela estaba al extremo del embarcadero, trepó por el tronco y hasta una gruesa rama, bajo la cual pasaría en sus idas y venidas. Se preocupó mucho porque una pequeña ramita se había tronchado y había caído, pero el centinela pasó sobre ella y no le debió dar importancia. Esperó a que todos estuvieran en posición para actuar.
Berg y Caimán, se deslizaban reptando silenciosamente por la hierba a espaldas de los centinelas de la fogata, que charlaban sin darse cuenta de nada.
Big se deslizó hasta la pared lateral de la mansión, la luna iluminaba todos los alrededores, pero la mansión proyectaba una oscura sombra por allí cerca, y Big buscó refugio en la oscuridad.
Spider comprobó que todos estaban en sus puestos y ellos le vigilaban esperando actuar coordinadamente. El momento sería cuando el centinela pasara por debajo de la rama y, entonces, todos se lanzarían sobre sus presas. Todos, menos Big, empuñaban firmemente su cabillas.
Llegó el centinela bajo Spider y éste se dejó caer cabilla en mano sobre él. En ese momento otras dos cabillas y un puño produjeron un sonido sordo y el silencio fue total, junto al fuego sólo se oía el chisporroteo de los troncos.
Peel y los suyos comprobaron la puerta y sólo estaba entornada, penetraron a tientas, pero por las ventanas penetraba luz suficiente para ver una docena de camastros, ocupados ocho de ellos por otros tantos bultos que roncaban sonoramente, tanto que apagaron el sonido de cuatro cabillas abatiéndose sobre cuatro cráneos y luego sobre otros cuatro, y cesaron drásticamente los ronquidos. Los cuatro siguieron revisando minuciosamente todas las dependencias sin encontrar nada.
Mientras tanto Big había encendido una antorcha, Berg y Caimán arrastraron a un lado a los cuatro durmientes y Spider se puso a rellenar las bocas de las culebrinas de gruesos guijarros y agua. Si estaban cargadas, la pólvora ya no sería capaz de prender y disparar y, si aún así deflagraba, como mucho reventarían.
La Gaviota aún tardaría un rato en atracar. Mientras tanto los cuatro revisaron puertas y ventanas. El silencio era absoluto y, de pronto, escucharon unas pisadas que les pusieron en guardia, pero eran los compañeros. Habían acabado de revisar la casa de los vigilantes y los alrededores sin encontrar nada, y habían arrastrado a los ocho a un cuarto, cerrándolos con llave, luego se cargaron al hombro a los otros cuatro y los llevaron a la casa a dormir con sus compañeros.
Los ocho, ya libres de guardias, podrían haber entrado en la mansión y acabar con cualquier resistencia, pero decidieron que no debían arrebatarle al Capitán, al menos la satisfacción de entrar en acción y capturar a Patacorta, porque ellos ya habían tenido su ración.
Comprobaron la puerta lateral, la de la cocina. Estaba cerrada pero con una endeble aldaba. Berg insertó un fino estilete entre marco y puerta y se abrió silenciosamente, sin el mínimo chirrido. Y esperaron.
La Gaviota aún no había sido amarrada, cuando el Capitán saltó por la borda y corrió hacia el grupo que le esperaba al final del embarcadero.
- Todo controlado y en orden mi capitán – dijo Peel – el paso está franco, sólo falta saber si puede haber resistencia dentro de la mansión, pero estábamos esperando órdenes.
- Habéis hecho bien y os lo agradezco; no me gustaría perderme la cara de Patacorta cuando nos vea, y aún más habiéndome perdido la diversión previa.
Respondió Big:
- No hay de qué mi capitán. Sé que toda la tripulación estaría dispuesta a entrar, pero no se puede. Mientras entramos, podrían encargarse de revisar los alrededores y hacer guardia en todas las puertas y ventanas por si alguien intenta escapar, así como vigilar la casa en donde tenemos encerrados a los guardias, no sea que alguno se despierte.
- Si llevamos adentro a alguno de la tripulación, el resto se pueden sentir molestos y no quiero ofender a nadie; entraremos únicamente los tres, creo que nos bastaremos para la faena.
Se dieron las órdenes y unos fueron a revisar los alrededores, otros de guardia en puertas y ventanas y a la casa de los guardias. Caimán, con otros tres, regresó por el camino a recoger la chalupa y llevarla al embarcadero.
Los tres penetraron con todas las precauciones en la oscura cocina, sólo iluminada por la luz de luna que entraba por la puerta. Había dos puertas y Big abrió con cuidado la de la derecha, pero era la despensa. Suerte que la construcción era nueva y las puertas no chirriaban. La otra puerta daba a un pasillo desierto que desembocaba en un vestíbulo. Sólo un candelero, en el piso superior, arrojaba un poco de luz muy tenue, pero lo suficiente para no tropezar.
Había que revisar toda aquella planta para tener las espaldas cubiertas, pero sólo encontraron un baño, la puerta principal, otro cuarto con cosas de limpieza y un gran salón, suerte que el servicio debía vivir en otra de las casas anexas. También había dos dormitorios vacíos y otro cuarto que parecía utilizarse por un servicio de guardia, con un armero, una mesa y una silla.
En la planta baja no había nada, pero recordaron lo que les habían dicho El Antillanito y Caimán; los guardias tenían un jefe, y no era probable que estuviera entre los doce de allá afuera.
Debían ir con mucho cuidado. Subieron las escaleras y se encontraron con ocho puertas ¿cuál sería?. Fueron abriendo una tras otra. Salvo la tercera, no estaban cerradas y daban a baños y alcobas vacías. Sólo faltaba comprobar esa puerta cerrada, que no podía ser otra cosa que el dormitorio de Patacorta. No había posibilidad de abrirla sin ruido, así que se pusieron de guardia a ambos lados de la puerta y Big la embistió como una tromba. La puerta, arrancada de los goznes, cayó y Big con ella hasta el fondo de un dormitorio iluminado por una vela. Los capitanes comenzaban a entrar; cuando una figura en camisón, esgrimiendo furiosamente un sable, acometió a Peel hiriéndole en la cara, Big le golpeó con el puño cerrado sobre la cabeza, de arriba a abajo, y cayó como un guiñapo.
Peel sangraba mucho por la mejilla y Big le aplicó su pañuelo de cabeza ¡qué gran invento y qué útil el pañuelo de cabeza!, y se detuvo la hemorragia.
Miraron al durmiente y estaba claro que no era Patacorta.
Ya no quedaban habitaciones por revisar y no lo habían encontrado. ¿Acaso no estaba? ¿Se habrían equivocado?
El silencio era total, era extraño que aquel escándalo del derribo de la puerta y el ataque del desconocido no hubiera movilizado a cualquier otro habitante; pero ya habían visto que, en todo el edificio, no había nadie más
Ya iba Big a cargar con aquel extraño para llevarlo a encerrar, cuando el Capitán se fijó en una puerta al fondo de la habitación, ¿Adónde podría dar? ¿a un armario? ¿al exterior?
Se acercó y comprobó que no estaba cerrada, tiró de ella y encontró un reducido espacio cerrado con una estrecha escalera a la izquierda. A la luz de la vela comenzó a subir, seguido por Big, y por Peel que se apretaba el pañuelo sobre la mejilla.
Llegaron a un piso superior, que nunca hubieran pensado que existiera. Estaban en una especie de rellano. La luz de la luna penetraba por un tragaluz en el techo abuhardillado y a esa tenue claridad más la de una vela, que llevaban desde el piso inferior, pudieron ver dos puertas cerradas. La primera daba a un gran cuarto de baño con una enorme bañera de cinc, y la otra puerta…
En un enorme lecho, con dosel, reposaba una figura que roncaba estrepitosamente. Estaba destapado y sólo vestía camisón y gorro. No había duda, su pierna izquierda acababa en un muñón. Con la vela, el Capitán encendió los candelabros que flanqueaban el cabezal y se sentó en la cama.
El durmiente abrió los ojos como platos y dio un respingo, pero el Capitán le hizo chisssst con el dedo y se quedó inmóvil, como paralizado.
- ¡Vístase y síganos!- ordenó
Y el otro no dijo una sola palabra, hizo lo que le había ordenado, se vistió, se ató las hebillas del pie de madera y bajaron a la otra planta por aquella escalera secreta, bajaron a la planta baja y Big entregó el jefe de la guardia, que se había echado al hombro, a los hombres que esperaban.
Pronto amanecería y era mejor dejar aquellas aguas antes de que pudiera llegar algún otro barco con provisiones o refuerzos. A Patacorta lo alojaron cómodamente en la bodega. Los guardias y su jefe seguían dormidos, aunque vivos, y los dejaron sobre las tablas del embarcadero. Lástima no poder estar presentes cuando se despertaran y comenzaran a preguntarse qué había pasado.
La chalupa ya estaba izada, subieron todos a bordo, desamarraron y partieron hacia mar abierto cuando ya clareaba.

Y LA SEMANA PRÓXIMA