Se equivocó la gallina, se equivocaba, al pretender ser paloma se equivocaba, creyó que un novio sería, la ilusión
que ella esperaba, se equivocaba, que él le
empollaría los huevos, la cuidaría si enfermaba.
Otro día "Cloe quiere... saber"
CLOE
QUIERE NOVIO
Puede escucharse mientras
se sigue el texto en el
vídeo que figura al final
Hacía
tiempo que a Cloe no se le ocurría hacer nada sorprendente o
imposible para una gallina, comía como siempre y últimamente dormía
en su palo plácidamente sin que le molestaran: cloqueos ajenos,
caídas, aleteos o el sonido de la gallinaza al caer, así como
tampoco el olor del gallinero que hasta le parecía el más caro de
los perfumes. Y dormía profundamente hasta que el gallo daba los
buenos días a voz en grito.
Era
un gallo imponente, de fuertes espolones, roja cresta, potente
pechuga y colorido plumaje. A Cloe le gustaba encontrárselo
recortando su silueta a la luz del sol naciente, posado en un tocón,
con el cuello estirado y la cabeza enhiesta, lanzando su matinal y
puntual:
-
KIKIRIKIIIIII
El
gallinero se movilizaba y todas salían a comer. Algunas habían
dejado su huevo del día en el nidal; otras, como Cloe, se esperaban
para regresar en su hora de puesta, que era diferente para cada una y
que se iba retrasando cada día un poco. Algunas encontraban un lugar
recóndito bajo unas matas, o un rincón oscuro, y ponían allí. Eso
le pasaba a Cloe, había encontrado como nidal una enorme mata de
romero, a cuyo pie iba poniendo y ya llevaba almacenada casi media
docena, con el riesgo de que alguna sierpe u otro bicho diera con
ellos y se los comiera, pero ella no podía estar todo el día
vigilándolos y dándoles calor.
Andaba
Cloe, como siempre, de caza de insectos y grano, cuando encontró un
montón de cebada que parecía haberse salido de un costal
agujereado. Se puso a comer con apetito y, mientras comía, aterrizó
por allí una paloma que la saludó y se puso a comer también.
Entablaron
conversación y la paloma le contó que llevaba comida en el buche
para su palomo, que éste se había quedado en el nido cuidando
los huevos. Le contó también que, cuando cualquiera de ellos se
encontraba mal, el otro le cuidaba y le buscaba comida.
Cloe,
admirada, dijo:
-
¿Y cómo es eso? Nosotras las gallinas no tenemos pareja y el gallo
es de todas, porque sólo hay uno en el gallinero.
-
Pues las palomas siempre vamos en pareja y son para toda la vida. Se
han dado casos de que, en una pareja, si uno de los dos se muere, se
muere el otro de pena.
-
¡Qué bonito! - dijo Cloe – Cómo me gustaría tener una
pareja para toda la vida.
-
Pero es que las gallinas sois diferentes de nosotras las palomas.
-
Sí, pero yo quiero una pareja y haré todo lo posible por
conseguirlo.
No
quiso decir nada a Muuriel, porque ya sabía que le reñiría y le
echaría el sermón de siempre: “Confórmate con ser gallina y
no pretendas ser otra cosa”
Desde
ese día procuraba no acercarse por donde estuviera Muuriel, ni a
Woffe tampoco le quiso comentar nada, no porque éste fuera a hacer
reproches, pero seguro que se iría de la lengua.
Comenzó
a acicalarse las plumas y a hacerse ver más por el gallo, se le
acercaba contoneándose y echándole miradas tiernas, aunque la
mirada de las gallinas es totalmente inexpresiva.
El
gallo le hacía caso medio minuto, como a todas, y marchaba a por
otra, y otra, y otra. Eso la enfurecía, pero no mucho y tampoco se
podía poner celosa, porque eso es un sentimiento que difícilmente
hubiera entrado en sus saturadas neuronas, ocupadas totalmente con la
obsesión de conseguir al gallo para ella sola.
Siguiendo
con el acoso, comenzó a cebarlo para ganarse su voluntad, porque
pensaba que al gallo se le ganaba por el buche. Le llevaba todo el
grano y bichos que podía conseguir. Ella apenas comía y, con el
tiempo, se estaba quedando en los huesos, el brillo de su plumaje,
del que tanto presumía, se estaba quedando apagado; y su pechuga,
envidiada por las otras gallinas, ya no era más que un pellejo
arrugado recubriendo su quilla.
El
gallo comenzó a apreciar sus ofrendas y comenzó a dedicarle más
tiempo que a las otras. Por otra parte, se estaba engordando tanto
que había cambiado la voz y, además, algunos días se dormía y no
cantaba a la hora.
Muuriel
se dio cuenta de que algo no marchaba bien en el gallinero y
enseguida pensó que Cloe tenía algo que ver. No se equivocaba.
Acabó encontrándola y la vio tan desmejorada que le preocupó
mucho; casi más que cuando se tiró desde el tejado y se le
rompieron dentro los huevos pendientes de salir. Le preguntó qué
pasaba y Cloe no pudo evitar decir la verdad, no era capaz de mentir
porque en su cabeza no cabría ni siquiera una mentirijilla.
-
Sigues con lo mismo de siempre – dijo Muuriel – pretendes
imposibles y finalmente acabas defraudada, cuando no lesionada.
Suerte tienes de que no te puede durar mucho, pero sigues sin asumir
la realidad. Por crudas que sean hay que aceptar las
cosas tal y como son. Los gallos no son monógamos como los palomos.
Y tú, aunque no sé cuándo te vas a enterar, eres una gallina.
-
Pero yo quería alguien que me ayudara a cuidar los huevos, a
empollar, que me cuidara de vieja…
-
Los huevos no hace falta que los cuide nadie, porque se los llevan
cada día, tampoco hay que empollar porque ya lo hacen las
incubadoras, aunque con lo que estás haciendo con el gallo me parece
que sólo serían fértiles los tuyos y los de las demás no valdrían
para incubar. Y te voy a ser franca, aunque duela, de vieja se dice
que harás buen caldo, aunque tal como estás ahora, como mucho,
saldría una taza. Sé que todo ésto es muy duro de escuchar, pero
lo olvidarás enseguida.
Cloe
se marchó no muy convencida, pero el gallo ya no estaba allí.
Estaba tan gordo que daba gusto verlo y, como no servía ya como
despertador ni con las gallinas, fue destinado a la cena de
Nochebuena. En su lugar pusieron a otro gallo joven, nacido de uno de
los huevos de Cloe.
De
pronto se dio cuenta de lo delgada que estaba y notó una sensación
acuciante, tenía mucha hambre. Así que se dedicó a buscar comida y
se dio un atracón. Le sentó muy mal porque últimamente no estaba
acostumbrada a comer y pasó unos días con dolor de pechuga y
molleja, pero comenzó a recuperar el peso y olvidó su obsesión por la
monogamia; también olvidó afortunadamente lo que Muuriel le había
dicho del caldo de gallina vieja.
Muuriel
vio que las cosas volvían a su cauce natural y pensó:
-
A ver ahora con qué cosa nueva nos va a sorprender ésta.
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