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jueves, 12 de mayo de 2016

XIII.- Cloe quiere... novio

Se equivocó la gallina, se equivocaba, al pretender ser paloma se equivocaba, creyó que un novio sería, la ilusión
que ella esperaba, se equivocaba, que él le 
empollaría los huevos, la cuidaría si enfermaba.

Otro día "Cloe quiere...  saber"        







CLOE QUIERE NOVIO


Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 
vídeo que figura al final

Hacía tiempo que a Cloe no se le ocurría hacer nada sorprendente o imposible para una gallina, comía como siempre y últimamente dormía en su palo plácidamente sin que le molestaran: cloqueos ajenos, caídas, aleteos o el sonido de la gallinaza al caer, así como tampoco el olor del gallinero que hasta le parecía el más caro de los perfumes. Y dormía profundamente hasta que el gallo daba los buenos días a voz en grito.
Era un gallo imponente, de fuertes espolones, roja cresta, potente pechuga y colorido plumaje. A Cloe le gustaba encontrárselo recortando su silueta a la luz del sol naciente, posado en un tocón, con el cuello estirado y la cabeza enhiesta, lanzando su matinal y puntual:
- KIKIRIKIIIIII

El gallinero se movilizaba y todas salían a comer. Algunas habían dejado su huevo del día en el nidal; otras, como Cloe, se esperaban para regresar en su hora de puesta, que era diferente para cada una y que se iba retrasando cada día un poco. Algunas encontraban un lugar recóndito bajo unas matas, o un rincón oscuro, y ponían allí. Eso le pasaba a Cloe, había encontrado como nidal una enorme mata de romero, a cuyo pie iba poniendo y ya llevaba almacenada casi media docena, con el riesgo de que alguna sierpe u otro bicho diera con ellos y se los comiera, pero ella no podía estar todo el día vigilándolos y dándoles calor.
Andaba Cloe, como siempre, de caza de insectos y grano, cuando encontró un montón de cebada que parecía haberse salido de un costal agujereado. Se puso a comer con apetito y, mientras comía, aterrizó por allí una paloma que la saludó y se puso a comer también.
Entablaron conversación y la paloma le contó que llevaba comida en el buche para su palomo, que éste se había quedado en el nido cuidando los huevos. Le contó también que, cuando cualquiera de ellos se encontraba mal, el otro le cuidaba y le buscaba comida.
Cloe, admirada, dijo:
- ¿Y cómo es eso? Nosotras las gallinas no tenemos pareja y el gallo es de todas, porque sólo hay uno en el gallinero.
- Pues las palomas siempre vamos en pareja y son para toda la vida. Se han dado casos de que, en una pareja, si uno de los dos se muere, se muere el otro de pena.
- ¡Qué bonito! - dijo Cloe – Cómo me gustaría tener una pareja para toda la vida.
- Pero es que las gallinas sois diferentes de nosotras las palomas.
- Sí, pero yo quiero una pareja y haré todo lo posible por conseguirlo.
No quiso decir nada a Muuriel, porque ya sabía que le reñiría y le echaría el sermón de siempre: “Confórmate con ser gallina y no pretendas ser otra cosa”
Desde ese día procuraba no acercarse por donde estuviera Muuriel, ni a Woffe tampoco le quiso comentar nada, no porque éste fuera a hacer reproches, pero seguro que se iría de la lengua.
Comenzó a acicalarse las plumas y a hacerse ver más por el gallo, se le acercaba contoneándose y echándole miradas tiernas, aunque la mirada de las gallinas es totalmente inexpresiva.
El gallo le hacía caso medio minuto, como a todas, y marchaba a por otra, y otra, y otra. Eso la enfurecía, pero no mucho y tampoco se podía poner celosa, porque eso es un sentimiento que difícilmente hubiera entrado en sus saturadas neuronas, ocupadas totalmente con la obsesión de conseguir al gallo para ella sola.
Siguiendo con el acoso, comenzó a cebarlo para ganarse su voluntad, porque pensaba que al gallo se le ganaba por el buche. Le llevaba todo el grano y bichos que podía conseguir. Ella apenas comía y, con el tiempo, se estaba quedando en los huesos, el brillo de su plumaje, del que tanto presumía, se estaba quedando apagado; y su pechuga, envidiada por las otras gallinas, ya no era más que un pellejo arrugado recubriendo su quilla.
El gallo comenzó a apreciar sus ofrendas y comenzó a dedicarle más tiempo que a las otras. Por otra parte, se estaba engordando tanto que había cambiado la voz y, además, algunos días se dormía y no cantaba a la hora.
Muuriel se dio cuenta de que algo no marchaba bien en el gallinero y enseguida pensó que Cloe tenía algo que ver. No se equivocaba. Acabó encontrándola y la vio tan desmejorada que le preocupó mucho; casi más que cuando se tiró desde el tejado y se le rompieron dentro los huevos pendientes de salir. Le preguntó qué pasaba y Cloe no pudo evitar decir la verdad, no era capaz de mentir porque en su cabeza no cabría ni siquiera una mentirijilla.
- Sigues con lo mismo de siempre – dijo Muuriel – pretendes imposibles y finalmente acabas defraudada, cuando no lesionada. Suerte tienes de que no te puede durar mucho, pero sigues sin asumir la realidad. Por crudas que sean hay que aceptar las cosas tal y como son. Los gallos no son monógamos como los palomos. Y tú, aunque no sé cuándo te vas a enterar, eres una gallina.
- Pero yo quería alguien que me ayudara a cuidar los huevos, a empollar, que me cuidara de vieja…
- Los huevos no hace falta que los cuide nadie, porque se los llevan cada día, tampoco hay que empollar porque ya lo hacen las incubadoras, aunque con lo que estás haciendo con el gallo me parece que sólo serían fértiles los tuyos y los de las demás no valdrían para incubar. Y te voy a ser franca, aunque duela, de vieja se dice que harás buen caldo, aunque tal como estás ahora, como mucho, saldría una taza. Sé que todo ésto es muy duro de escuchar, pero lo olvidarás enseguida.
Cloe se marchó no muy convencida, pero el gallo ya no estaba allí. Estaba tan gordo que daba gusto verlo y, como no servía ya como despertador ni con las gallinas, fue destinado a la cena de Nochebuena. En su lugar pusieron a otro gallo joven, nacido de uno de los huevos de Cloe.
De pronto se dio cuenta de lo delgada que estaba y notó una sensación acuciante, tenía mucha hambre. Así que se dedicó a buscar comida y se dio un atracón. Le sentó muy mal porque últimamente no estaba acostumbrada a comer y pasó unos días con dolor de pechuga y molleja, pero comenzó a recuperar el peso y olvidó su obsesión por la monogamia; también olvidó afortunadamente lo que Muuriel le había dicho del caldo de gallina vieja.
Muuriel vio que las cosas volvían a su cauce natural y pensó:
- A ver ahora con qué cosa nueva nos va a sorprender ésta.
 
           

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