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jueves, 21 de abril de 2016

X.- Cloe quiere... marcha

A veces te pintan las cosas muy atractivas e incitantes, con un halo 
de aventura y diversión, y no hay nada como experimentar 
para saber si esas cosas encajan con tus expectativas,
 Parece que Cloe, en esta ocasión aprendió algo
aunque corriendo el riesgo, porque a
veces hay que arriesgarse. 

CLOE QUIERE MARCHA
Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 
vídeo que figura al pie

Fue picoteando entre unas tablas del corral cuando lo encontró.
Cloe no había visto nunca un bicho semejante. Había visto lagartijas y aquel raro personaje al que Muuriel llamó camaleón. Pero este bicho era diferente y, aunque se parecía algo a una lagartija, era deforme, rugoso, con unas gruesas yemas en los dedos y de un color ceniciento.
Estuvo tentada de darle un picotazo y comérselo, que es lo que hubiera hecho con una lagartija, pero es que aquello no ofrecía un aspecto muy apetitoso que digamos. De modo que contuvo su instinto picoteril y se limitó a preguntarle:
- ¡Oye! ¿Tú quién eres y qué haces aquí?
Abrió un ojo dificultosamente y, con un hilillo de voz, masculló:
- Déjame dormir
- ¿Cómo dormir? ¡Si ya es de día! Mira como brilla el Sol. A estas horas el único que suele echarse la siesta es Woffe.
Entreabrió ligeramente el otro ojo y replicó:
- Será para ti. Para mí es hora de dormir
- Se duerme por la noche. Todos lo hacemos.
- ¿Todos? No me hagas reír. Tú no sabes el ambientazo y la marcha que hay por la noche. Pero claro, como tú te acuestas con las gallinas no te enteras.
- ¡Cuenta, cuenta! - le instó Cloe, a la que le había picado la curiosidad.
- Pues de noche somos muchos los que salimos a hacer el trabajo que vosotras no podéis hacer de día y nos pegamos unos buenos banquetes con la legión de insectos y otras cosas que sólo salen cuando se oculta el Sol.
- Pero no me has dicho qué eres, cómo te llamas y lo que haces aquí.
- Hay quién me llama Salamanquesa, no sé por qué porque soy de Albacete y no de Salamanca, otros me llaman también Perenquén, elige lo que quieras. Aquí me retiro para dormir durante el día, porque me paso la noche por ahí de caza.
- ¡Sigue, sigue! ¿Y hay más como tú?
- ¡Huy! Somos legión; no sólo los de mi raza, hay: murciélagos, escolopendras, arañas, algunas sierpes, zorros, ratones, liebres, conejos, búhos, lechuzas,…
- No conozco a esos bichos que dices, nunca los he visto ni me hago idea de cómo pueden ser, aparte de los ratones que también he visto de día, y las zorras que ya conozco, pero por aquí no se ven gracias a Woffe.
- Pues los murciélagos son los primos de los ratones y vuelan.
- ¡Ánda yaaaaaa! Te quieres quedar conmigo. ¿Cómo van a volar los ratones?
- Estos que te digo, sí que lo hacen, y cazan las polillas y los mosquitos al vuelo.
- Me gustaría verlo. Parece que será divertido ese ambiente nocturno.
- Pero no te fíes demasiado; te he nombrado a los búhos, las lechuzas, los mochuelos,... esos mejor que no te los encuentres.
- Ya será menos..., has despertado mi curiosidad.
- Y tú me has despertado a mí ¿Me permites que siga durmiendo?
- Vale, pero quiero salir de marcha esta noche. ¿Me harías de guía?
- Bueno, pero no respondo de lo que te pueda pasar. Ven esta noche, tan pronto oscurezca, aquí mismo te esperaré y te enseñaré el ambientazo nocturno de la granja.
Cloe siguió sus rutinas habituales, pero con una gran impaciencia por que llegara la noche lo más pronto posible; y aunque tardó en llegar lo mismo que de costumbre, a ella se le hizo muy largo, más que de costumbre. Y es que la impaciencia, las expectativas, lo que se anhela, parece que hacen alejarse aún más el objeto deseado.
Pero al final llegó la noche tan esperada; y Cloe, en lugar de trepar a su palo y esconder la cabeza bajo el ala como solía hacer, salió sigilosa por la puerta del gallinero hacia la desconocida noche exterior.
Nunca había visto la granja tan oscura, ni tan siquiera en un día de tormenta y negros nubarrones, tampoco aquellos millares de puntos luminosos que titilaban donde antes brillaba el Sol.
Al principio le costó ver a su alrededor, no tenía costumbre de moverse en la oscuridad. En el gallinero también se hacía la negrura absoluta pero ella seguía en su palo bien quieta, durmiera o velara. Poco a poco fue acomodando la vista a las condiciones ambientes y, entre la negrura, pudo distinguir la difusa silueta del corral.
Pasito a paso, con miedo de tropezar, acabó llegando al lugar en que había encontrado a la Salamanquesa; y allí estaba, con los ojillos redondos bien abiertos y sacando una larga lengua. Visto así, en su ambiente y en su tenue luz no parecía tan repulsivo, hasta resultaba gracioso.
- Hola Peren – le dijo por abreviar el nombre
- Hola… ¿cómo te llamas? No me lo has dicho.
- Me llamo Cloe.
- Pues vamos, Cloe.
Y comenzó a trepar pared arriba como si anduviera a piso llano.
Cloe se quedó mirando y no intentó imitarlo, ya había tenido suficiente cuando probó de trepar por el tronco de un árbol para intentar volar y sabía que la escalada no era una de sus escasas habilidades.
Peren, desde las alturas le dijo:
- Así es como cazamos nosotros. Nos quedamos quietecitos, pegados a la pared, y cuando una presa se posa y se pone a tiro ¡Zás!
- Y así sólo, sin moverte ni buscar presas, esperando que éstas vengan a ti… ¿Ya cazas bastante?
- ¡Huy sí! De noche abunda la caza y no damos abasto.
-¡Qué bien! Porque de día a veces escasea. Me parece que me haré nocturna. Ésto me gusta.
- Pero tendrás que emplear otra técnica, porque no creo que seas capaz de trepar y, aún menos, de quedarte inmóvil, mimetizada con la pared.
- Tienes razón también lo intenté, pero camaleón no me pudo enseñar y aquello no salió bien.
- Pues mira; ahí tienes un murciélago, pero supongo que tampoco sabes volar, aunque alas y plumas sí que tienes.
Cloe se quedó mirando fijamente y, a la luz de aquellos puntos luminosos del cielo, pudo columbrar una figura que evolucionaba ágilmente en el aire, que daba revueltas, picados, tirabuzones,… en fin una exhibición de acrobacia aérea, y le causó una gran admiración.
Perseguía, junto con otros, a unos puntos luminosos que, en gran cantidad, evolucionaban como un bando de estorninos. Peren le informó que aquellos insectos eran luciérnagas y que producían luz propia.
Pero cuando se quedó pasmada, que casi no podía salir de su asombro, fue cuando uno de aquellos murciélagos, que acosaban a aquella nube de luciérnagas, se acercó lo suficiente para poder distinguirlo y… y gritó:
- ¡Es un ratón!, muy feo, pero un maldito ratón. Eso sí que es raro. Nunca lo hubiera imaginado. De modo que los ratones han conseguido volar mientras que las gallinas no. Ahora les tengo aún más manía que desde mis intentos por cazar.
Una luz se encendió en una ventana de la casa y los murciélagos se acercaron a ella.
Cloe sintió curiosidad y le preguntó a Peren:
- ¿Cómo es que van a la luz? ¿Les atrae?
- A ellos no, pero lo que sí atrae es a las polillas, que son más gordas que las luciérnagas, y ellos van a cazarlas. Me parece que me voy a acercar yo también y me apostaré cerca del alféizar. Seguro que ¡Zás!, alguna cae.
Y se deslizó por la pared de la cuadra en dirección a la casa. Cloe también se puso en marcha y, al poco, ya estaban allí. Peren junto a la ventana y Cloe al pie de la pared, cerca de la puerta.
Pudo ver como una de aquellas cosas blanquecinas, de gruesos cuerpos y alas peludas, se paró al reclamo de la luz cerca de Peren. Y vio, aunque más bien no lo vio, porque aquello fue visto y no visto, tan raudo como el pensamiento… ¡Zás! La engulló de un bocado.
Pudo ver bastante bien a aquella especie de presa. No eran tampoco muy apetecibles. Parecían mariposas, pero gordas y feas, de un color poco atractivo.
En esto se hizo un escandaloso silencio, y Peren le gritó:
- ¡Corre, ponte a salvo que viene la lechuza!
Y la vio llegar. Se trataba de un ave de porte majestuoso, con una cara en forma de corazón y grandes alas silentes.
Se le echaba encima y casi la atrapa porque se había quedado inmóvil, casi petrificada, contemplando la mortífera belleza de aquella criatura y sintiendo un terror que nunca, ni siquiera huyendo de la zorra, había sentido. Pero en una fracción de segundo reaccionó y se coló en la casa por la gatera, que justamente estaba allí mismo en la puerta.
Cuando hubo recobrado el aliento y superado el susto, Cloe pensó:
- ¿Qué opinarán si me descubren aquí dentro no siendo gato? ¿Qué pensarán si encuentran aquí una gallina a estas horas en lugar de estar durmiendo como todas?
No se atrevía a salir a la noche. Los ruidos de la casa la asustaban y temía ser descubierta, pero más la asustaba la noche exterior, era peligrosa, nada divertida, nada de marcha. Se esperaría a que cantase el gallo para abandonar el refugio y regresar al gallinero haciendo ver que se acababa de levantar de su palo.
Pero durante aquellas largas y atemorizantes horas de espera, tuvo tiempo de recapacitar, tuvo tiempo de pensar que a Muu ni una palabra de aquella aventura, tuvo tiempo de apreciar lo bonito que era el día, luminoso y alegre; con sus lagartijas que parecían lagartijas, los ratones que parecían ratones y afortunadamente no volaban, las bellas mariposas multicolores,… frente a aquellas cosas nocturnas tan feas.
- ¡Claro! - pensó – como de noche no se les ve bien, no les importa lo feos que sean.
Y para colmo, la única criatura bella, tanto que la fascinó y pudo costarle la vida, era muy peligrosa.

De modo que, sin necesidad de reprimendas ni recomendaciones, eligió seguir siendo gallina diurna. Pero aquello lo había aprendido por sí misma, de su propia experiencia, de sus propios errores, y ya nunca se le podría olvidar.   

   

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