Al cabo de unos días Cloe se había recuperado del
dolor de cabeza y de pico y había olvidado su idea
de cazar. Sólo le quedaba una aversión residual
a los ratones y procuraba evitarlos, así como
sus mal disimuladas risitas.
Otro día "Cloe quiere... ocultarse"
CLOE
QUIERE FAMA
Puede escucharse mientras
se sigue el texto en el
vídeo que figura al final
Una caravana circulaba por la
carretera del pueblo camino del Camposanto y Cloe contemplaba absorta
aquel desfile extraño. Nunca había visto una hilera de coches así
de larga y, curiosa como todas las gallinas, acabó encaramándose al
palo más alto de la cerca para verlo mejor.
Wof, que también estaba mirando,
les lanzó un retador ladrido y se retiró a enroscarse de nuevo a la
sombra, al pie del olmo en donde hacía sus habituales siestas.
Estaba dispuesto a continuar con su interrumpido reposo, pero Cloe no
le dio ocasión de enhebrar de nuevo el hilo de sus sueños y le
preguntó:
- ¿Qué pasa ahí?
- He oído al amo decir que se
trata de una artista famosa.
Y se volvió a tumbar en un
intento de recuperar los sueños perdidos.
A Cloe, aquella palabra “famosa”,
que oía por primera vez, se le había colado subrepticiamente en su
pequeño cerebro y había anidado allí.
- Y yo ¿por qué no puedo ser
famosa?
Fuera de la granja desconocía lo
que pudiera significar la palabra fama y aún menos lo que podría
ser una artista; pero, de puertas adentro, en su microcosmos, sabía
que Muu era famosa por su parsimonia y que se le atribuía una
inteligencia superior, cosa de lo que Cloe no podía presumir.
Wof también era inteligente,
comparado con otros habitantes de la granja, pero si era famoso, lo
era por su bravura y la defensa que hacía de su territorio contra
cualquier amenaza, cosa de lo que tampoco Cloe podía presumir.
Entre las gallinas no se
destacaba nada especial, no podía decirse que alguna fuera más
especial que las otras, salvo que hubiera batido un récord de
puestas o de tamaño de los huevos.
El poner huevos de dos yemas,
por ejemplo, sólo era conocido en la cocina, aunque se ignoraba
quien era su autora, ni importaba demasiado a la cocinera, y el hecho
no trascendía al colectivo aviar. De modo que tendría que pensar
muy bien, cosa ardua para ella, algo que fuera extraordinario y la
encumbrara sobre las demás, pero debía salirle perfectamente y no
como de costumbre.
De haber tenido éxito en sus
repetidos intentos de: nadar, volar, hablar, etc. hoy sería muy
famosa, pero todas sus experiencias habían resultado frustrantes,
cuando no traumáticas. Así que, durante unos días, se afanó en
pensar y pensar qué cosa nueva podría intentar que no hubiera
intentado antes.
No quería consultar a Muu,
porque seguro le caería el sermón de costumbre, y ya se sabía lo
que le iba a decir sobre ser ella misma.
Se le ocurrió que la observación
de sus competidoras, las demás gallinas y su entorno, podría
resultar aleccionador, podría descubrir algo de interés y comenzó
a fijarse hasta en los más nimios detalles.
Todas hacían lo mismo, comían
lo mismo y ponían del mismo modo los huevos, podían ser más o
menos gruesos, podían ser morenos o blancos, pero prácticamente
todos eran calcados, así que se fijaría en otras aves, en su
intento de descubrir algo inusual que pudiera intentar copiar.
Observó que había otros huevos
de tamaño más pequeño y mucho más grande y eso sí sería una
novedad, pero por más que lo intentó fue incapaz de controlar el
tamaño. Estaba claro que el tamaño de los huevos iba íntimamente
ligado al ave: desde el colibrí hasta el avestruz, así que en este
sentido no había nada que hacer.
Observó que otros ponían huevos
coloreados, no sólo morenos, sino con manchas o con colores
llamativos, así que eso podría ser inédito y hacerla famosa. Pensó
que aquellos colores podían deberse al tipo de alimentación o a
cualquier otra causa, pero debía averiguarlo. Por eso le preguntó a
la codorniz cómo lo hacía para que sus huevos tuvieran aquellas
manchas tan curiosas, pero ésta no fue capaz de aclarárselo y sólo
le pudo decir que eso era natural, biológico y que ella no tenía
nada especial que hacer para conseguirlo.
Cloe se dio cuenta de que la
codorniz comía más o menos lo mismo que ella, también era
omnívora, salvo que ésta comía a veces también hierba, cosa que a
ella no le gustaba, pero hizo un sacrificio y añadió las hierbas a
su dieta, aunque no observó cambio alguno en el colorido de los
huevos.
En la granja estaban trabajando
pintores y los restos de pintura y botes andaban por el patio. Cloe
vio un bote con una pintura marrón muy parecido al color de las
manchas del huevo de codorniz, y no se lo pensó dos veces, con una
sola vez tenía bastante. Se acercó y comenzó a picotear los restos
de pintura.
Aparte de quedarle el pico de
color marrón y que casi se le pega al secarse la pintura, le
produjo un dolor de molleja que la tuvo a régimen de agua unos días.
Suerte que la pintura era al agua y acabó disolviéndose y
eliminándola, pero ni por esas; los huevos le seguían saliendo,
como siempre, de un blanco impoluto.
En vista del éxito, cambió de
táctica y decidió intentar poner huevos en formatos no
convencionales, y el más sencillo era en forma de hexaedro o cubo.
Se concentró de lleno en
manipular y ejercitar sus conductos internos, en hacer que el
oviducto presionara al huevo naciente antes de su calcificación, a
fin de darle una forma diferente a la habitual. Esto requería un
control muy estricto del funcionamiento de la musculatura abdominal
y, concretamente, del conducto en su segundo tramo en el que ya
comienza a solidificarse la cáscara.
Al principio, los huevos le
salían algo deformes, un tanto aplanados, como un paramecio, pero no
como un cubo, pero no se desanimó y siguió practicando días y
días.
Sus huevos eran admirados con
asombro, pero no eran aún lo que ella esperaba, así que siguió
intentándolo, hasta que un día lo consiguió; y es que
generalmente, cuando se intenta algo con todas las ganas, con toda el
alma y el corazón, se acaba alcanzando, aunque a veces no sea lo más
conveniente. Y, efectivamente, en esta ocasión no lo era, no lo era.
Aquel huevo cúbico, con sus
aguzados vértices y sus afiladas aristas le resultó un suplicio a
la hora de la puesta, sufrió lo indecible para hacerlo salir, pero
al fin lo consiguió.
Y acabó siendo famosa, como ella
quería; pero no por la forma de su huevo, ya que se le cascó al
caer, en su titánico parto, y así nadie pudo apreciar lo pulido de
sus caras, la perfección geométrica de sus aristas ni la exactitud
de los noventa grados justos de sus vértices.
Acabó siendo famosa por la
puesta más larga y más dolorosa, tanto que hubo que llamar al
veterinario para que le diera tres puntos de sutura.
No hace falta decir que aquel
sería su último intento, pero sufrió todo con alegría porque
había conseguido, de algún modo, ser famosa en la granja.
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