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jueves, 24 de marzo de 2016

VI.- Cloe quiere... fama

Al cabo de unos días Cloe se había recuperado del
dolor de cabeza y de pico y había olvidado su idea
de cazar. Sólo le quedaba una aversión residual
a los ratones y procuraba evitarlos, así como 
sus mal disimuladas risitas.

Otro día "Cloe quiere... ocultarse"


CLOE QUIERE FAMA
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Una caravana circulaba por la carretera del pueblo camino del Camposanto y Cloe contemplaba absorta aquel desfile extraño. Nunca había visto una hilera de coches así de larga y, curiosa como todas las gallinas, acabó encaramándose al palo más alto de la cerca para verlo mejor.
Wof, que también estaba mirando, les lanzó un retador ladrido y se retiró a enroscarse de nuevo a la sombra, al pie del olmo en donde hacía sus habituales siestas. Estaba dispuesto a continuar con su interrumpido reposo, pero Cloe no le dio ocasión de enhebrar de nuevo el hilo de sus sueños y le preguntó:
- ¿Qué pasa ahí?
- He oído al amo decir que se trata de una artista famosa.
Y se volvió a tumbar en un intento de recuperar los sueños perdidos.
A Cloe, aquella palabra “famosa”, que oía por primera vez, se le había colado subrepticiamente en su pequeño cerebro y había anidado allí.
- Y yo ¿por qué no puedo ser famosa?
Fuera de la granja desconocía lo que pudiera significar la palabra fama y aún menos lo que podría ser una artista; pero, de puertas adentro, en su microcosmos, sabía que Muu era famosa por su parsimonia y que se le atribuía una inteligencia superior, cosa de lo que Cloe no podía presumir.
Wof también era inteligente, comparado con otros habitantes de la granja, pero si era famoso, lo era por su bravura y la defensa que hacía de su territorio contra cualquier amenaza, cosa de lo que tampoco Cloe podía presumir.
Entre las gallinas no se destacaba nada especial, no podía decirse que alguna fuera más especial que las otras, salvo que hubiera batido un récord de puestas o de tamaño de los huevos.
El poner huevos de dos yemas, por ejemplo, sólo era conocido en la cocina, aunque se ignoraba quien era su autora, ni importaba demasiado a la cocinera, y el hecho no trascendía al colectivo aviar. De modo que tendría que pensar muy bien, cosa ardua para ella, algo que fuera extraordinario y la encumbrara sobre las demás, pero debía salirle perfectamente y no como de costumbre.
De haber tenido éxito en sus repetidos intentos de: nadar, volar, hablar, etc. hoy sería muy famosa, pero todas sus experiencias habían resultado frustrantes, cuando no traumáticas. Así que, durante unos días, se afanó en pensar y pensar qué cosa nueva podría intentar que no hubiera intentado antes.
No quería consultar a Muu, porque seguro le caería el sermón de costumbre, y ya se sabía lo que le iba a decir sobre ser ella misma.
Se le ocurrió que la observación de sus competidoras, las demás gallinas y su entorno, podría resultar aleccionador, podría descubrir algo de interés y comenzó a fijarse hasta en los más nimios detalles.
Todas hacían lo mismo, comían lo mismo y ponían del mismo modo los huevos, podían ser más o menos gruesos, podían ser morenos o blancos, pero prácticamente todos eran calcados, así que se fijaría en otras aves, en su intento de descubrir algo inusual que pudiera intentar copiar.
Observó que había otros huevos de tamaño más pequeño y mucho más grande y eso sí sería una novedad, pero por más que lo intentó fue incapaz de controlar el tamaño. Estaba claro que el tamaño de los huevos iba íntimamente ligado al ave: desde el colibrí hasta el avestruz, así que en este sentido no había nada que hacer.
Observó que otros ponían huevos coloreados, no sólo morenos, sino con manchas o con colores llamativos, así que eso podría ser inédito y hacerla famosa. Pensó que aquellos colores podían deberse al tipo de alimentación o a cualquier otra causa, pero debía averiguarlo. Por eso le preguntó a la codorniz cómo lo hacía para que sus huevos tuvieran aquellas manchas tan curiosas, pero ésta no fue capaz de aclarárselo y sólo le pudo decir que eso era natural, biológico y que ella no tenía nada especial que hacer para conseguirlo.
Cloe se dio cuenta de que la codorniz comía más o menos lo mismo que ella, también era omnívora, salvo que ésta comía a veces también hierba, cosa que a ella no le gustaba, pero hizo un sacrificio y añadió las hierbas a su dieta, aunque no observó cambio alguno en el colorido de los huevos.
En la granja estaban trabajando pintores y los restos de pintura y botes andaban por el patio. Cloe vio un bote con una pintura marrón muy parecido al color de las manchas del huevo de codorniz, y no se lo pensó dos veces, con una sola vez tenía bastante. Se acercó y comenzó a picotear los restos de pintura.
Aparte de quedarle el pico de color marrón y que casi se le pega al secarse la pintura, le produjo un dolor de molleja que la tuvo a régimen de agua unos días. Suerte que la pintura era al agua y acabó disolviéndose y eliminándola, pero ni por esas; los huevos le seguían saliendo, como siempre, de un blanco impoluto.
En vista del éxito, cambió de táctica y decidió intentar poner huevos en formatos no convencionales, y el más sencillo era en forma de hexaedro o cubo.
Se concentró de lleno en manipular y ejercitar sus conductos internos, en hacer que el oviducto presionara al huevo naciente antes de su calcificación, a fin de darle una forma diferente a la habitual. Esto requería un control muy estricto del funcionamiento de la musculatura abdominal y, concretamente, del conducto en su segundo tramo en el que ya comienza a solidificarse la cáscara.
Al principio, los huevos le salían algo deformes, un tanto aplanados, como un paramecio, pero no como un cubo, pero no se desanimó y siguió practicando días y días.
Sus huevos eran admirados con asombro, pero no eran aún lo que ella esperaba, así que siguió intentándolo, hasta que un día lo consiguió; y es que generalmente, cuando se intenta algo con todas las ganas, con toda el alma y el corazón, se acaba alcanzando, aunque a veces no sea lo más conveniente. Y, efectivamente, en esta ocasión no lo era, no lo era.
Aquel huevo cúbico, con sus aguzados vértices y sus afiladas aristas le resultó un suplicio a la hora de la puesta, sufrió lo indecible para hacerlo salir, pero al fin lo consiguió.
Y acabó siendo famosa, como ella quería; pero no por la forma de su huevo, ya que se le cascó al caer, en su titánico parto, y así nadie pudo apreciar lo pulido de sus caras, la perfección geométrica de sus aristas ni la exactitud de los noventa grados justos de sus vértices.
Acabó siendo famosa por la puesta más larga y más dolorosa, tanto que hubo que llamar al veterinario para que le diera tres puntos de sutura.
No hace falta decir que aquel sería su último intento, pero sufrió todo con alegría porque había conseguido, de algún modo, ser famosa en la granja.





jueves, 17 de marzo de 2016

V.- Cloe quiere... cazar

Tras regresar de su aventura viajera y su experiencia con la vulpécula, Cloe no podía quitarse de la cabeza la idea que se le incrustó al hablar con Woffe y tampoco su admiración por sus dotes cinegéticas. Esta vez sabremos lo que pasa por su cabeza, porque aquella idea parece que no pasa y se ha quedado residente en su única neurona.



CLOE QUIERE CAZAR

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La idea no se le iba de la cabeza, y es que es difícil que entre nada nuevo cuando ya está ocupada, así que no hacía más que repetirse:
- Quiero cazar, quiero cazar
Le había impresionado lo que le contó Woffe y ya se veía picoteando a una zorra, rendida a sus pies. No quería esperar más, porque si pasaba más tiempo se le acabaría olvidando, pues la persistencia de su memoria era tan pequeña como su capacidad intelectual.
Así que decidió acudir a Woffe para que le instruyera en el arte cinegético.
No encontrando a Woffe, que podía estar de cacería, se acercó a preguntar a Muuriel si sabía en dónde podía estar. Muuriel se encontraba, como de costumbre, rumiando y rumiando, con esa mirada pensativa que ponen las vacas siempre que ven pasar un tren.
- Muu – le dijo - ¿Sabes dónde se encuentra Woffe?
- No sé, debe haber salido de caza con el amo, le he oído decir que iban a perdices. ¿Para qué lo quieres? ¿Te puedo ayudar en algo?
- No, mejor que no, que tú siempre acabas riñéndome y, además, dudo que sepas nada de caza.
- ¡De caza? ¿Qué te traes ahora? Cazar ya sabes; lo necesario para comer esos saltamontes que tanto te gustan. ¿O es que ahora te ha dado por la caza mayor?
- Calla Muu, ya sabía yo que me ibas a reñir, así que mejor me marcho y te dejo rumiar en paz.
Y se marchó a seguir picoteando en su Montaña de Basura.
Por la tarde regresaron Woffe y el amo, éste llevaba una sarta de perdices colgando del morral; y Cloe, al verlas, pensó.
- ¡Pobres primas mías! No quisiera ser presa de caza, ahora sí que estoy segura, quiero ser cazadora.
En cuanto pudo atosigó a Woffe con un montón de preguntas sobre la caza, no le dejaba dormir la siesta y, con la cabeza como un bombo, acabó diciéndole:
- Vamos a ver ¿Qué pretendes cazar tú? ¿Zorros? ¿Jabalíes?… Si eres capaz de ello, intenta pensar en tus aptitudes y tus limitaciones y dedícate a cazar grillos como bien sabes hacer.
Pero Cloe insistió e insistió y, para quitársela de encima y para que le dejara dormir tranquilamente su siesta bajo el árbol de siempre, le acabó diciendo;
- Bien; hasta llegar a la caza mayor, debes entrenarte en la caza menor, empecemos por algo más pequeño que tú. Así que, a partir de ahora, si me demuestras que eres capaz de cazar un ratón, te enseñaré a cazar zorros; pero, mientras tanto, no me molestes y déjame dormir.
- ¿Un ratón? Eso está chupado, por lo pequeños que son y con mi pico, uñas y espolones no se me podrá resistir. Porque yo, al contrario que muchas otras gallinas, tengo espolones como los gallos. Vete preparando para las clases.
Y se marchó de caza.
- ¿Dónde podré encontrar ratones? - se preguntaba - ¡Claro! En los corrales donde le quitan el grano a los caballos.
Llegando a los corrales inspeccionó por los rincones cualquier agujero que pudiera servir de guarida a los roedores. Pero, mientras buscaba, le entró hambre y allí había un montón de avena caída de uno de los pesebres. Se puso a comer hasta que no pudo más, se encontraba mal y muy pesada con el buche lleno.
Un ratoncillo se acercó al montón de grano y, descaradamente, se puso a comer. Debía suponer que una gallina nunca podría representar un peligro, de hecho las gallinas nunca lo habían sido, pero se llevó una desagradable sorpresa.
Cloe, agitando las plumas de sus alones, y lanzando un fuerte ¡Koook!, se lanzó hacia él y casi lo atrapa. Pero ella estaba muy pesada y lenta tras el atracón y el ratón había llegado a comer muy poco, era ágil y muy ligero, de modo que se puso a salvo y Cloe quedó con dos palmos de pico, por no poder decir con dos palmos de narices.
Pasaban los días y no conseguía atrapar a ninguno; o no se dejaban ver, o se escabullían rápidamente. Les veía salir a comer grano, esquivándola a ella y a los cepos cargados con queso, porque: ¿Quién querría comerse un trozo de queso reseco y enmohecido?. Parecía que se querían burlar de ella y su amor propio no lo soportaba, como no soportaba los comentarios de Woffe y Muuriel, y por eso hacía días que les rehuía.
Había observado que uno de los agujeros de ratón era muy frecuentado, pero nunca conseguía atrapar a ninguno, pese a hacer guardia frente a la boca, porque entonces procuraban salir y entrar por otro agujero, o lo hacían a tal velocidad que no le daba tiempo a atraparlos. Un día, al observar que los que salían rápidamente no miraban dónde pisaban, se le ocurrió, sorprendentemente, una brillante idea: Arrastraría uno de los cepos a la boca del agujero y así, el primero que saliera corriendo, pisaría el disparador y quedaría atrapado.
Así lo hizo; empujando con el pico y arrastrando con las garras, logró acercar uno de aquellos cepos a la boca del agujero, pero tropezó en una piedrecita del suelo y, como era muy sensible, se disparó el mecanismo, atrapándole una pata.
- Kookok kok – gritó Cloe, y se zafó de la presa, pero había fallado en su objetivo y se encontraba con dos dedos magullados.
Olvidando momentáneamente a los ratones, mientras se le pasara lo de la pata se dedicó a lo que mejor sabía hacer: la caza del grillo.
Era el hazmerreír de los ratones, se reían de ella y le habían perdido totalmente el respeto, así que procuraban provocarla; pero ella, mientras le duró el dolor de la pata, trató de ignorarles.
Pero un día, en que ya se encontraba mejor, vio un ratón pequeñito, pequeñito, que casi podría haberse escondido debajo de un botón, y pensó:
- Éste no se me escapa
Y le largó un tremendo picotazo pero con tan mala fortuna, que al saltar el ratón de la piedra en que estaba subido, el picotazo vino a dar en la dura roca – con lo que eso duele – y no se partió el pico de milagro, pero le retumbó la cabeza y todo el cuerpo, el pico le quedó tan dolorido que no pudo comer en varios días; y el cerebro, del impacto, había recibido tal sacudida que, cualquier idea que hubiera albergado, se habría esfumado. De modo que Cloe, traumáticamente, olvidó aquello de:
- Quiero cazar, quiero cazar.

miércoles, 9 de marzo de 2016

IV.- Cloe quiere... viajar


Cloe, pasó su condena de reclusión casi sin darse cuenta de que le faltaba lo más importante de su dieta, gastronómicamente hablando. Aunque grano no le faltaba, echaba de menos sus saltamontes. ¡Tanto como los había pedido, hasta lo intentó hacer hablando en humano!. Pero todo llega a su fin y su confinamiento también. ¿Habrá aprendido algo?

Otro día "Cloe quiere... cazar"



CLOE QUIERE VIAJAR

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Era el mes de Marzo cuando sacaron a Cloe de la jaula y enseguida se marchó al montón de estiércol y se puso hasta arriba de comer bichitos, llevaba muchos meses de comer sólo grano y ahora no le apetecía.
Pasó a saludar a Muuriel y a Woffe, y volvió a su cacería en la Montaña de Basura, que no se llamaba Justina ni lo sabía todo, pero era su Montaña de Basura.
Era el tiempo de:
Volverán las oscuras golondrinas...”
y los nidos que colgaban del balcón, que llevaban desocupados desde Septiembre, comenzaron a verse habitados. Cloe les daba la bienvenida a todas, compartió unos gusanitos con una de ellas y pegaron la hebra.
- ¿De dónde vienes?
- De África del Sur, de pasar el Invierno, porque allí no nieva ni hace tanto frío.
- ¡Qué maravilla!, pues a mí me gustaría ir.
- No creo que puedas, porque no vuelas.
- Sí, lo intenté una vez pero no funcionó, sin embargo lo podría hace a pie.
- Está demasiado lejos y tardarías años; además hay que cruzar el mar ¿ya sabes nadar?
- No, también lo intenté, pero nanay, no obstante algo podría ver lejos de esta granja que ya tengo muy vista.
- Claro; a una hora de vuelo, que para ti puede ser una semana de viaje, hay un bosque precioso con un lago azul que es una maravilla. Yo me doy un paseo por allí de vez en cuando, porque hay unos mosquitos exquisitos, gordos y abundantes.
- Pues bien; ya me dirás en qué dirección queda, porque he decidido ir a verlo
Así que fue a despedirse de Muuriel y le contó lo que pensaba hacer.
- ¿Todavía no te has enterado de que eres una gallina y no una golondrina? ¿no sabes los peligros que te puedes encontrar?
- Pues la golondrina va allí a menudo
- Sí, pero ella vuela y sólo le alcanzan los peligros del aire, pero a ti, además, te alcanzarían los que van a pie. Pregunta a Woffe y ya verás.
Cloe se fue al pie del árbol en el que dormía a la sombra Woffe, como de costumbre, y le dijo:
- Muu me ha dicho que te pregunte sobre los peligros que me amenazarían si salgo de la granja.
- Como gallina tienes muchos enemigos en tierra y en el aire, pero el peor de todos es la zorra. Es muy lista y su bocado favorito son las gallinas. Yo me he tenido que enfrentar a unas cuantas y no creas que es fácil. Te recomiendo que te quedes aquí.
Pero Cloe nunca atendía a razones y, cuando tenía una idea en su cabecita, era incapaz de cambiar. Así que una mañana temprano, sin decir nada a nadie, se puso en camino hacia donde le había dicho la golondrina que estaba el lago.
Pudo salir de la granja por un agujero que había en la malla de la cerca, y se internó en un bonito valle cubierto de margaritas blancas y amarillas.
No le faltaba alimento, porque por allí pululaba una legión de insectos, comió y siguió caminando. A lo lejos se podía ver el borde del bosque y pensó que antes de anochecer llegaría al fin de su primera etapa. Antes de llegar vio un roquedo a mano derecha, con unas cuevas y madrigueras. Un conejo la saludó al pasar y se volvió a encerrar, asustado.
Estaba anocheciendo; Cloe fue capaz de preguntarse por qué se había escondido el conejo, pero no se lo tuvo que pensar mucho. Un animal raro, parecido a un perro y con cola abultada y larga se iba acercando. Por lo que le había contado Woffe, aquello era una zorra y se notaba que se la pensaba comer.
De una ridícula carrerilla y balanceándose, se acercó a las rocas. Encontró un agujero de su medida y se metió lo más profundo que pudo.
La zorra quiso entrar, pero no cabía. Metió una zarpa y casi tocó a Cloe, que se quedó inmóvil, pegada al fondo del hueco, sin atreverse a mover ni una pluma.
Se echó la noche y la zorra continuaba haciendo guardia en la boca de su refugio. La noche se le hizo a Cloe muy larga y le dio tiempo a pensar una cosa, no más de una porque le era imposible.
- Con lo bien que estaba yo en la granja. Debía haber hecho caso a Muu y a Woffe. Si salgo de ésta regresaré y no me atreveré nunca más a salir de viaje, es muy peligroso.
Al clarear la mañana; la zorra, aburrida, había abandonado la vigilancia y los alrededores. Cloe salió, con más miedo que vergüenza, y tomó el camino de regreso. Llegó a la granja casi anochecido y se fue a contarle a Woffe lo que le había pasado.
- Pues has tenido suerte de salir con vida – dijo Woffe – y me alegro por ello. Espero que hayas aprendido la lección. Las zorras son muy peligrosas, ¡si lo sabré yo, que he cazado muchas y que mantengo la granja libre de ellas!
Cloe se quedó mirando a Woffe, con admiración, y pensó:
- ¡Cuánto me gustaría saber cazar!



jueves, 3 de marzo de 2016

III.- Cloe quiere... hablar

Cloe, ya recuperada de la caída y del doloroso parto de los cascarones, pretende iniciar otra experiencia que piensa puede ser menos peligrosa y más fructífera que nadar o volar. ¿Tendrá razón? ¿Lo conseguirá?.
Otro día "Cloe quiere... viajar"



CLOE QUIERE HABLAR

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Se encontraba Cloe, como solía hacer, picoteando bichitos y semillas al pie de los pesebres. Hacía ya tiempo que, al tratar de volar, se había dado un buen golpe, pero ahora ya se había recuperado.
Afortunadamente, en su pequeño cerebro, no había anidado una idea tan peregrina como las de nadar o volar, y la paz reinaba en la granja. Woffe y Muuriel estaban muy tranquilos sin tener que soportar sus continuas consultas y fantasías ni tener que rescatarla de peligros.
Hacía un día radiante, pero el anterior había llovido, el calor veraniego se había suavizado un tanto y los insectos se habían removido. Cloe no daba abasto a cazar saltamontes, que era lo que más le gustaba, crujientes por fuera y tiernos por dentro. Cuando más concentrada estaba en su cacería, sonó un aleteo a sus espaldas. Cloe lo notó, cosa extraña porque cuando estaba absorta en alguna ocupación era incapaz de prestar atención a otra cosa.
Se trataba de un ave gorda y verde que se posó en una rama y comenzó a decir:
- “Lorito pide pan, lorito bonito, quiero chocolate, ¿digaméee? y esperen que ya voy”
Cloe no salía de su asombro y era incapaz de asimilar cosa semejante.
-¡Aquel pájaro estaba hablando en humano!
Es de todos sabido que los animales, aunque no son capaces de hablarlo, entienden a la perfección el lenguaje humano, salvo algunos como Cloe a los que, por sus menguadas entendederas, les costaba enterarse bien y lo hacían a medias.
Todos los animales estaban de acuerdo en mantenerlo en secreto, y los granjeros hablaban delante de ellos sin ningún reparo, lo que había motivado alguna fuga al enterarse las futuras víctimas de los planes que hacían para la cena. Todos disimulaban y se tenían que hacer repetir las órdenes como si no las hubieran entendido a la primera.
Pues bien, aquel extraño pájaro verde, seguía posado en la rama, hablando y hablando incansablemente:
- “Lorito pide pan” – decía, y uno de los jornaleros de la granja se acercó y le dio un trozo del bocadillo que se estaba comiendo.
Cloe se quedó muy sorprendida y era incapaz de salir de su asombro o albergar cualquier otro pensamiento. Poco a poco, una pequeña idea comenzó a barrenar en su cabecita; y dijo:
- Cooo, cook, cococook
que quiere decir:
-¿Podría yo hablar como los humanos?
El loro, porque loro era aunque un poco cotorra, le entendió perfectamente y le respondió en idioma animal:
-Yo puedo darte clases, pero me tendrás que pagar. Yo no trabajo gratis. Eso es algo que, aparte de su idioma, he aprendido de los humanos. Así que me tendrás que traer de comer: migas de pan, fruta, insectos, chocolate… bueno, lo que puedas pillar por ahí.
- Gracias, muchas gracias – dijo Cloe entusiasmada – enseguida vengo con algo y comenzamos.
Y se marchó al lugar en donde solían comer los jornaleros. Ella iba a menudo, antes de que llegaran las hormigas, porque siempre caían migajas y restos de fruta como; corazones de manzana o algunas cerezas pochas o picadas de pájaros, porque los humanos son muy escrupulosos y no se las comen.
Así que regresó con un trozo de mendrugo en el pico y, tras varios viajes, el loro contaba con un buen montón de comestibles, que engulló en un santiamén. Pero, tanto comió, que tuvo un empacho y no estaba en condiciones de enseñar a Cloe. Ésta estaba muy contrariada por haber dejado la clase para el día siguiente, se moría de impaciencia.
Tan absorta estaba en su monotema, que no veía por donde caminaba y se tropezó con una pata de Muuriel. Ésta le dijo:
-¿Dónde vas tan pensativa? ¿te pasa algo?
- Resulta que el loro ha retrasado mi primera clase de humano para mañana, pero yo le había llevado comida de sobra.
- ¡Ay, tonta! No hagas caso de ese liante, tiene mucho pico y mucha conversación, pero poca palabra. Además tú no puedes hablar humano.
- ¿Cómo que no?, pues el loro lo hace
- El loro puede, pero ninguno de nosotros podemos hacerlo, ni siquiera yo, ni Woffe que es el mejor amigo del hombre y siempre está con él. Te he dicho muchas veces que te dejes de fantasías y te conformes con lo que eres, una gallina. Un poco corta de entendederas, como es normal en una gallina, pero una gallina en fin, ni más ni menos.
Cloe se marchó nada convencida, y no estaba convencida, porque el convencimiento no le cabía en la cabeza, ocupada totalmente con aquella idea de hablar humano.
Aquella noche durmió intranquila, tan intranquila que se cayó del palo del gallinero y acabó durmiendo en el suelo.
A la mañana siguiente, bien temprano, Cloe marchó a toda prisa al árbol donde había dejado al loro, pero el pájaro había volado. No obstante, por la tarde regresó volando, dijo a Cloe que le fuera a buscar comida y se posó en la misma rama del día anterior.
Cloe regresó con la cena pero, con una sorprendente muestra de lucidez, le dijo:
- De comer nada, primero la lección, no quiero que pase lo de ayer.
Así que el loro le dijo:
- Vamos a comenzar con una frase sencilla; yo digo “lorito pide pan”, pero tú tendrás que decir “gallinita pide pan”.
- ¡Ah no, no! Prefiero saltamontes.
- Eso es más difícil, pero bueno. Repite conmigo: “Gallinita pide saltamontes” .
- cook cok kooo kook cloo
- ¡No, no! ¡en gallina no! ¡en humano! Repite conmigo: “Gallinita pide saltamontes”
- “cook cok kooo kook cloo”
- Otra vez más, que no vocalizas bien. Repite conmigo: “Gallinita pide saltamontes”
- “cook cok kooo kook cloo”
Tras una hora de repeticiones sin resultados apreciables el loro le dijo:
- Bueno, por hoy ya vale, mañana más pero ve practicando en casa, yo voy a cenar. Hasta mañana.
Así pasaron días y días con el mismo resultado.
Loro ya estaba cansado de la pesada de Cloe y, aunque la comida que le llevaba le iba muy bien, decidió dar por acabado el curso y emprender el vuelo, ya que daba por imposible el que Cloe acabara diciendo bien una sola palabra, así que le dijo:
- El curso ya ha terminado, ahora depende de ti hacerte entender, así que vete practicando con los humanos. Y cuídate la voz que te noto algo afónica.
Dicho esto, marchó volando para no volver.
Cloe estaba muy contenta y se dispuso a hacerse entender, se acercó donde comían los humanos y comenzó:
- “cook cok kooo kook cloo”
Uno le echó una miga de pan, que se comió muy satisfecha. No era un saltamontes pero ya era un avance. Se dijo:
- Aún no me entienden bien, puede que no diga correctamente la palabra “saltamontes”, pero sí han entendido que les pedía de comer. Tendré que practicar mucho más.
Así, cada vez que veía a un humano, ya estaba allí con su:
- “cook cok kooo kook cloo”
y alguno le daba algo de comer, pero nunca saltamontes y otros se la quitaban de encima.
Finalmente, se puso tan pesada y andaba tanto entre los pies, que acabaron teniendo que encerrarla en una jaula ponedero para que no importunara.
Así pasaron tantos meses encerrada en aquella prisión, comiendo pienso y poniendo, que cuando la soltaron ya no se acordaba de por qué estaba allí y, en su pequeño cerebro, sólo rondaba una idea, de momento.
- ¿Será tiempo de saltamontes?




¿Lo logrará?