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jueves, 25 de febrero de 2016

II.- Cloe quiere... volar

Hoy Cloe ya ha olvidado su intento, que casi le cuesta la vida, de nadar. Ha quedado limpia de aceite de motor y ha superado el trauma. ¿Cuánto tardará en intentar otra de las suyas y con qué nos va a sorprender? se preguntaban sus amigos Woffe y Muuriel. Pronto lo sabremos.
Otro día "Cloe quiere... hablar"




CLOE QUIERE VOLAR

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Tras su intento de ser pato, Cloe no había vuelto a tener una idea semejante, por lo menos durante el tiempo que tardó en quedar limpia de aceite de motor.
Esta vez se encontraba picoteando en el tornajo de los gorrinos. El amasado estaba bueno y aún quedaban restos en las esquinas. Andaba picoteando un pequeño trozo de patata perdido entre dos de las tablas del comedero, cuando se le echó encima el verraco con malas intenciones. Saltando y aleteando pudo huir de sus fauces. Estaba segura que se la hubiera comido; los cerdos son insaciables y capaces de comer cualquier cosa, viva o muerta.
Se quedó al otro lado de la cochinera respirando entrecortadamente y recuperándose del susto y del esfuerzo.
En aquél momento, un pajarillo saltó volando de una rama al tejado del gallinero, y Cloe tuvo una idea, una única y solitaria idea en su minúsculo cerebro:
- Si volara no habría peligro de que me atrapara el cerdo, me elevaría en el aire y no me podría alcanzar.
Intentó mover las alas vigorosamente; por falta de musculatura no iba a ser, porque contaba con una potente pechuga. De nada le sirvió. Intentó hacer lo mismo tomando carrerilla, pero tampoco se levantó un dedo del suelo.
Probó de subirse a un árbol para lanzarse desde una rama y planear abriendo las alas, como había visto hacer al águila, pero tampoco fue capaz de trepar por el tronco, ni siquiera un palmo.
Así que, como de costumbre, fue a pedir consejo al animal más inteligente de la granja, que en aquel momento se encontraba rumiando, rumiando: Muuriel la vaca.
Le expuso su pretensión y Muuriel le dijo:
- No puedes volar porque no tienes alas
- ¡Que sí tengo! Muu, ¿no las ves? - dijo, extendiendo y agitando aquellos muñones de alas rudimentarias.
- Esas cosas ridículas no sirven para volar y, como ya te he dicho en otras ocasiones, no pretendas ser otra cosa, acéptate tal como eres, una gallina, y no intentes ser un pájaro porque acabarás mal.
Cloe, no convencida, siguió con aquella idea y tratando de volar. Se peinaba las plumas de los alones y se decía:
- Si lo mío se llaman alones es porque son más importantes que las alas. Si no puedo volar es por falta de entrenamiento.
Se pasaba las horas agitando los alones y tomando carrerilla a ver si acababa remontándose, pero no.
Un día se le ocurrió subirse al tejado del gallinero para lanzarse desde la altura, comenzó a trepar por la escalera hasta lo más alto, consiguió llegar al tejado, abrió las alas, estiró el cuello hacia adelante y se lanzó al vacío.
Mientras caía agitó frenéticamente las alas, pero fatalmente vino a dar en el duro suelo, con tan mala fortuna que se le rompieron los huevos que ya estaban a punto de poner, y se pasó días sacando trozos de cáscara esquinados, con lo que eso duele.
A causa de esto, acabó haciendo caso a lo que le había dicho Muuriel, se conformó con ser gallina y ya no intentó ser otra cosa. 
Al menos…..  de momento.



¿Lo logrará?

jueves, 18 de febrero de 2016

I.- Cloe quiere... nadar

Hoy comienzo a publicar aquí, aunque lo iré dosificando para que dure, una serie a la que he llamado CLOE QUIERE... en el que se relatan las aventuras y desventuras de una gallina inquieta y emprendedora. Cada relato pretende aportar alguna enseñanza, aunque creo que el que más ha aprendido con todo ésto he sido yo al escribirlo. 
Otro día "Cloe quiere... volar"




CLOE QUIERE...  NADAR

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Cloe se encontraba escarbando en el huerto, comiendo lombrices, gusanitos, escarabajos, toda clase de bichos y algún grano que otro. Prefería hacerlo en el montón de estiércol que tenían en la granja para abonar los sembrados y a la que llamaba la Montaña de Basura; porque allí se criaba, al calorcillo de la fermentación, mucha más cantidad de bichos comestibles, más gordos y se encontraban algunos granos de los que caían de los pesebres.
Cuando regresaba al corral y pasaba junto a la laguna, vio a un pato nadando tranquilamente y zambulléndose para pescar moluscos, alevines o renacuajos. Se quedó mirando y tuvo una idea – sólo una porque su pequeño cerebro no daba para más – y se dijo:
- Si tengo dos patas, plumas, pico y pongo huevos ¿por qué no voy a poder nadar yo también?
Se acercó poco a poco al agua y metió una pata, estaba fría pero no mucho, y sin pensárselo más – no hubiera sido capaz – se tiró al agua y se comenzó a hundir. Gritaba kooook, kooook, porque se estaba ahogando.
Suerte tuvo que por allí estaba Woffe el perro y la oyó cacarear, se tiró al agua, la cogió por una pata con los dientes y la sacó a tierra firme.
Cloe se sacudió como pudo, pero volvió a mojarse bien mojada cuando Woffe se sacudió como suelen hacerlo los perros, le dio las gracias por salvarla y se quedó allí al sol hasta secarse. Pero aquella idea no se le iba de la cabeza, aunque tampoco habría sitio para otra idea más.
Decidió consultarlo con el animal que creía más inteligente de la granja, la vaca Muuriel, que siempre estaba rumiando y rumiando, y le preguntó:
- Muu, - que es como la llamaban los amigos -¿Cómo es que yo me hundo en el agua y el pato no?
- Porque el pato tiene una grasa que le impermeabiliza las plumas, y a ti se te mojan. Pero no pienses en ser algo diferente de lo que eres, acéptate como gallina que eres y no pretendas ser pato.
Pero Cloe, desoyendo el sabio consejo de Muuriel, siguió con aquella única idea que le llenaba la cabeza y ocupaba todo su pensamiento.
Un día que andaba persiguiendo saltamontes, vino a dar debajo del tractor de la granja y vio que perdía aceite, debajo había un charco de aquel negruzco aceite de motor. No se lo pensó dos veces, porque no era capaz de ello, y se revolcó sobre el charco, embadurnándose las plumas y quedando con un penoso aspecto.
Se encaminó a la laguna y se echó al agua comprobando con alegría que flotaba; pero al poco, como no tenía las patas palmeadas que le ayudaran a nadar y mantener la verticalidad, comenzó a balancearse a un lado y a otro como un tentetieso, hasta que dio la vuelta de campana y se quedó sumergida patas arriba.
Suerte tuvo Cloe que Wolfe había estado viendo, muy divertido, toda la escena y se lanzó en su auxilio, la agarró con los dientes de una pata cuando ya se estaba ahogando y la sacó medio muerta. Woffe tuvo que escupir con asco porque se le había ensuciado la lengua con la grasa del tractor. Tardarían días hasta que a Cloe se le fuera aquella asquerosidad de las plumas. Comenzó a recuperarse, y le ayudó la ducha que le propinó Woffe al centrifugarse como suelen hacer los perros.
Se quedó mirando a su salvador y una nueva idea vino a reemplazar a la que tenía en su minúsculo cerebro.
- ¡Cómo me gustaría ser perro!



viernes, 12 de febrero de 2016

El Gigante irritado

Esto es un cuento y no un espectáculo de títeres.

Se advierte también que va dirigido a personas adultas, aunque sean espectadores de Gran Hermano, y no a niños menores de edad aunque tengan mayor cociente intelectual. Tampoco se hace apología del Gigante ni utilizamos carteles de ningún tipo. Se hace constar esto por la propia seguridad y en prevención de posibles cagadas judiciales


 EL GIGANTE IRRITADO

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En el Reino de Europia estaban pasando una importante crisis de crecimiento. Unas malas cosechas habían provocado graves carencias en la alimentación y, por falta de los oligoelementos necesarios, la producción de la hormona de crecimiento se había visto afectada y los niños no ganaban en estatura, no porque padecieran el Síndrome de Peter Pan, sino por deficiencias en la dieta y en la calidad de los alimentos.
Todos aquellos comestibles, que eran muy necesarios, tampoco se podían importar de otros reinos, puesto que la balanza de pagos estaba cada vez más escorada y la moneda se estaba depreciando respecto a la moneda más fuerte de referencia.
Aquella grave situación estaba dando lugar a una mayor desigualdad, desequilibrios sociales, paro y hambre, cosa esta última que limitaba aún mucho más el crecimiento de los niños que la propia carencia de la hormona, puesto que había muchos de ellos con graves déficits alimentarios.
Pero todos aquellos problemas, y muchos más que no comento, no eran nada comparado con el insomnio y con las noches en blanco que padecían los habitantes de aquel Reino.
El Gigante oficial del Reino, llamado Germantúa, estaba muy irritado. Ésto no habría sido problema, ya se sabía que a veces tenía mal genio, pero era pasajero y últimamente no daba lugar a guerras cruentas ni exterminios, pero esta vez se pasaba horas y horas rezongando en voz baja, cosa que para todos los súbditos sonaba como si el vecino lo hiciera a voz en grito. Y, por si ésto fuera poco, se la pasaba deambulando para aquí y para allá con sus enormes zapatones, haciendo tal estruendo como si una violenta tormenta se abatiera sobre el Reino.
Los ciudadanos, los villanos y los campesinos estaban ya más que hartos al no poder conciliar el sueño. Ya les daba lo mismo si los niños no crecían o lo hacían poco, tampoco el hambre, ni muchas otras cosas, lo único que importaba era silenciar a aquel ruidoso gigante y poder dormir, aunque fuera un ratito. De modo que se apretaron el cinturón y, en un intento de que se estuviera quietecito mientras comía, le llevaban parte de sus magras provisiones.
Momentáneamente aquello supuso un ligero alivio, pero el Gigante volvió a las andadas y cada vez exigía más y más sacrificios a los sufridos habitantes del reino, hasta que llegó un momento en que los cinturones ya no daban para más agujeros.
Se llegó a tal estado de desesperación que acudieron a la Corte para que tomaran las medidas. Una delegación de los afectados, aunque afectados lo eran todos, fue recibida por el Chambelán de Bruselwille y les prometió que haría lo posible para resolver el problema.
Y se montó una Comisión,
y otra,
y otra,
y otra,…
y pasaron años de debates mientras el Gigante gruñía y gruñía y la gente sufría y sufría de hambre y de falta de reposo.
Hasta que, un día, en una de aquellas habituales inútiles comisiones, alguien dijo:
- ¿Y por qué no vamos al Gigante y le preguntamos qué le pasa?
Y, tras arduos debates, considerandos, síes, noes, dimes, diretes, pros, contras, comilonas, chupitos y cubatas… una embajada se acercó a la cueva del Gigante y le hizo la pregunta que, tras laboriosas discusiones, habían acabado acordando, a la que el Gigante contestó:
- Estoy enfadado porque sólo he crecido un centímetro y eso en un gigante es muy poco.
Consiguieron, algo inhabitual en aquellas habitualmente inútiles Comisiones; convencerle de que él era, con mucho, el más grande del Reino y que seguiría siéndolo porque los demás no estaban creciendo nada.
Durante un tiempo se hizo el silencio y todos pudieron dormir muy a gusto, como hacía mucho que no lo habían hecho.
Las cosas comenzaron a ir mejor, las cosechas fueron buenas, los niños volvieron a crecer algo, y el hambre comenzó a desaparecer de aquel reino.
Pero un día volvieron a sonar los rezongos del gigante, así como los pasos erráticos de sus enormes zapatones, como truenos en aquel reino, hasta entonces tranquilo.
Otra vez volvieron a entrevistarse con el Chambelán y otra vez éste les prometió hacer algo.
Y se montó una comisión,
y otra,
y otra,
y una Cumbre,
y una Conferencia,
y otra comisión…
hasta que alguien dijo:
- ¿Y por qué no vamos al Gigante y le preguntamos qué le pasa?
Y así, tras meses de arduos debates, considerandos, síes, noes, dimes, diretes, pros, contras, comilonas, chupitos y cubatas… se llegó a un precario, pero suficiente, acuerdo.
Nuevamente llegó una Comisión a la cueva y el portavoz de la misma le dijo, alzando la voz cuanto pudo, al Gigante:
- Sabemos que esta vez has crecido dos centímetros y no vemos motivo para tu irritación.
- ¿Que no hay motivo? - replicó a voz en grito el gigante.
Todos los de la Comisión se tuvieron que tapar los oídos ante aquel vozarrón atronador, y el Gigante siguió:
- Pues entonces haced callar al puñetero enano conejero que ya me tiene de los nervios, porque no hace más que presumir de haber crecido más que nadie en todo el Reino. Total porque ahora mide un ridículo metro y medio, tras haber crecido ¡CINCO MÍSEROS CENTÍMETROS!
Y colorín, colorado, este análisis socioeconómico de Europia, las andanzas de su Gigante Germantúa y del puñetero Enano que gobernaba en la Comunidad Autónoma de Spania, también llamado país de conejos, se ha acabado.

jueves, 11 de febrero de 2016

El hombre que no sabía freír un huevo



Esta es la entrada ciento cincuenta de
este blog y lo quiero celebrar con un
nuevo cuento, espero que os guste y que
os sirva de enseñanza











EL HOMBRE QUE NO SABÍA FREÍR UN HUEVO



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Había una vez un hombre tan ignorante, tan ignorante que se decía de él:
- Ése no sabe ni freír un huevo.
Y era cierto.
Él permanecía en la ignorancia; pero un día, sabedor – cosa impropia en él – de lo que de él se decía, se propuso:

- Tengo que aprender a freír un huevo.
Tan ignorante era que desconocía el significado de las palabras “huevo” y “freír”, y se puso a indagar, consultando a unos y a otros.
Era ignorante, pero no analfabeto. Adolecía de “déficit de comprensión lectora”, no obstante se decidió a consultar la enciclopedia. Le costaba mucho enterarse de lo que leía, dada su deficiencia intelectual, pero con paciencia y constancia acabó enterándose de lo que significaba “freír” y se empapó, no de aceite, sino de lo que era el aceite, sus variedades, el proceso de extracción… y también se enteró de la temperatura adecuada para el proceso de la fritura, así como los distintos tipos de fuegos o fuentes caloríficas, de lo que era la temperatura y su medición y las distintas fuentes de energía: leña, carbón, gas, electricidad, petróleo, solar, biomasa... llegando a dominar todos estos conocimientos, pero seguía sin saber freír un huevo.
Aprendió todo lo referente a la fritura, incluso qué utensilios eran necesarios y su proceso de fabricación, pero aún ignoraba lo que era un huevo.
De modo que se puso a leer sobre biología y, con mucha dificultad, dada su escasa comprensión lectora, acabó conociendo lo que era una célula, con todas sus partes: desde la membrana y el citoplasma, al núcleo, y cómo se dividía para acabar dando lugar a un animal completo, en este caso el pollo, o la gallina, que no hay que hacer discriminaciones.
Ya conocía los elementos necesarios; el huevo, el aceite, la sartén, la rasera o espátula aunque, como era de la Sierra del Segura y más concretamente de Riópar, le llamaba fridera, y el fuego, pero le faltaba la técnica, lo mismo que le pasa a un programa de ordenador, el software, que es un cúmulo de datos e instrucciones; pero que, si no tiene un equipo o hardware para hacerlo correr, no sirve de nada.
Pues así estaba nuestro hombre; sabía más de lo necesario sobre biología, agricultura y oleícultura, industria y energías, pero seguía sin ser capaz de poner en práctica estos conocimientos.
De modo que continuaban diciendo de él:

- Ése no sabe ni freír un huevo.
Intentó poner en práctica todos aquellos conocimientos recién adquiridos y conseguir acabar friendo un huevo.
No tenía necesidad de recolectar las olivas y prensarlas, ni sintetizar un huevo en el laboratorio, tampoco de fabricarse los utensilios, ni frotar dos palos para hacer fuego. Contaba con todo lo necesario: un cartón de huevos del supermercado, una botella de aceite de oliva virgen (aunque no sabía por qué se llamaba así puesto que las aceitunas no tenían ocasión ni tentación de ser otra cosa), sartén, fridera, un fogón de gas butano y cerillas.
Acertó en lo de abrir la botella, pese a la natural resistencia del abrefácil, y echar el aceite en la sartén. Le costó algo más encender una cerilla pero; tras partírsele tres, apagársele dos y quemarse el pulgar, lo consiguió y encendió el fogón.
Lo que ya no fue capaz de hacer fue freír el huevo. Lo había puesto en la sartén, con el aceite bien caliente porque lo había medido antes y marcaba ciento sesenta grados centígrados, pero lo había hecho con su cáscara y todo, y allí se estuvo, dándole vueltas con la fridera en el aceite humeante, como si fuera una fritura de carne o pescado.
El susto que se llevó fue morrocotudo, porque el huevo acabó estallando y poniendo todo perdido de clara, yema, cáscaras y aceite hirviendo, además tuvo que ser atendido de múltiples, aunque pequeñas, quemaduras, y la gente decía:
- Si es que no sabe ni freír un huevo.
Renunció, finalmente a sus intenciones de aprender a freír un huevo pero, gracias a ellas, había aprendido muchas cosas y ya no era un ignorante. Aunque nunca se libró de la maledicencia ajena:
- Ése no sabe ni freír un huevo.


miércoles, 10 de febrero de 2016

Las vocales traviesas (un antiguo radiocuento)


Con este cuento radiofónico cesa la muestra que he ido presentando de aquellos viejos cuentos de Radio Madrid y Radio Barcelona. No, no es una final de copa, yo la copa se la daría a ambos cuadros de actores que, en aquellos tiempos, mantuvieron a los más pequeños pegados al receptor con unos cuentos que siempre tenían una enseñanza. Sea éste mi homenaje a aquellas grandes voces.


martes, 9 de febrero de 2016

Cucarachín Multa Gorda (antiguo cuento radiofónico)

Hoy vamos a escuchar uno de aquellos cuentos, del que recuerdo sobre todo al personaje protagonista. Fueron muchos los cuentos de bichitos que emitían en EAJ 1 Radio Barcelona en el programa TAMBOR de Armando Matías Guiu. La verdad es que eso de "multa gorda" aún sigue vigente entre los Municipales y los Mossos d'Esquadra, pero ninguno sería capaz de comportarse como Don Cucarachín, tan respetuoso él con las leyes y los reglamentos. ¿Habéis notado que la voz del Rey Saltamontes I se parece mucho a la de otro rey del mismo número ordinal?


lunes, 8 de febrero de 2016

El sirenin curioso (cuentos de la radio)




Hoy escucharemos un nuevo cuento de aquellos que se escuchaban en la serie de cuentos radiofónicos "TAMBOR" de Radio Barcelona.


domingo, 7 de febrero de 2016

La luciérnaga agradecida (cuento de EAJ1 Radio Barcelona)

¿Alguien recuerda los cuentos de bichitos de Radio Barcelona en el programa llamado "Tambor"? También recuerdo otro programa de cuentos llamado "Cascabel", pero no he encontrado material. De "Tambor" recuerdo muy bien a Don Cucarachín Multagorda (algo así como un Municipal o un Mosso d'Esquadra de los de ahora, pero en más insecto pero menos bicho).  Pues ahora voy a poner, a petición de una amiga de Facebook, algunos de ellos si queréis seguir con esta nueva serie de antiguos cuentos radiofónicos. Lo que tenía previsto puede esperar.


sábado, 6 de febrero de 2016

Carasucia (otro cuento de la radio de hace...)

Para acabar con esta muestra de cuentos radiofónicos de aquellos tiempos, interpretados magistralmente por el Cuadro de Actores de Radio Madrid, hoy presento "Carasucia" del que recordaba muy bien la canción. Pero esto no es una incitación a no lavarse.



viernes, 5 de febrero de 2016

Los dos conejos (un nuevo-viejo radiocuento)

Y nos quedamos sin saber si eran galgos o podencos, pero... ¿qué importa ya eso?, al menos a los protagonistas del cuento. Y así andamos hoy en día, como aquellos conejos, debatiendo cosas accesorias y olvidando lo vital.  Y pongo ahora un enlace a las fábulas de Iriarte que publiqué aquí en Marzo de 2015, en donde están los versos que dieron origen a este cuento: http://cuentosytrascuentos.blogspot.com.es/2015/03/fabulas-de-iriarte.html


jueves, 4 de febrero de 2016

Garbancito (Aquellos cuentos de la Radio)

Hoy recordaremos a Garbancito, o a En Patufet, porque pondré la doble versión en castellano y en catalán. Aparte de que en esta versión en catalán va a comprar sal en lugar de azafrán, no hacen reventar al pobre buey, con un cuesco basta.




miércoles, 3 de febrero de 2016

La Ratita presumida (cuentos de la radio)

Otro nuevo-viejo cuento de aquellos años 50-60. Muchísimas gracias a Rafael Castillejo por su labor de recopilación, pero también a aquellos grandes locutores:  Juana GinzoMatilde ConesaPedro Pablo AyusoMatilde Vilariño,...



La Gallina Marcelina (cuentos de la radio)

¡Cuántos recuerdos nos traen estos cuentos a los que ya arrastramos años!, y digo arrastramos y no cargamos, porque ya comienzan a hacerse pesados y las vértebras no están para muchos trotes. Muchísimas gracias a Rafael Castillejo por su labor de recopilación.