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viernes, 29 de mayo de 2015

Las princesas de mírame y no me toques

Este es uno de aquellos cuentos de engañar, para reírse de los incautos

LAS PRINCESAS DE
MÍRAME Y NO ME TOQUES

Éste era un rey que tenia seis hijas; tres tenían novio y las otras tres no. 
El novio de la princesita mayor fue a visitarla y ella le dijo
-He ido al jardín ha pasado un colorín y me he constipado ¡tufi, tufi, tufi! 
-¡Qué mujer más tonta, ya no la quiero!
se dijo el novio y se marchó.
Vino el novio de la otra, y cuando entró le dijo:
-He ido al jardín me ha tocado una ramita de albahaca y me he constipado ¡tufi,tufi tufi!. 
-¡Qué cursi, ya no me gusta!
dijo el  novio y se fue.
Viene el novio de la otra; después de los saludos ésta le dice:
-He ido al jardín ha pasado una ráfaga de aire me he constipado ¡tufi tufi tufi! 
-Qué tonta, por aquí no vuelvo 
dijo el novio y también se marchó.

Entonces el cuentacuentos decía:
- Me desconté ¿cuantas van? 
Si alguien respondía tres, se le contestaba: 
-Bésales el culo a las otras tres
y entre risas se terminaba el cuento.

El obispo y el cura

Hay muchos cuentos en que los pícaros acaban saliéndose con la suya, éste es uno de ellos.
EL OBISPO Y EL CURA



Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 

vídeo que figura al pie


Era una vez un pueblo que se había quedado sin Cura y todos los vecinos estaban esperando la llegada de uno nuevo.
Un día pasó por allí un caminante, con más hambre que un maestro de escuela y lo confundieron con el sacerdote que esperaban, lo llevaron a la iglesia y le hicieron entrega de las llaves y de la vivienda. Además, contentos con la llegada, le llevaron de todo tipo de comestibles: pan, harina, azúcar, huevos, pollos, chorizos,…
Él, al encontrarse que tenía comida y estaba bien acomodado en la casa del Cura, decidió quedarse y seguir el engaño aunque cosas de iglesia no sabía. Lo único que sabía era que todas las mañanas debía decir Misa y, como Dios le dio a entender, intentó hacerlo lo mejor que supo.
Se levantaba temprano, se revestía en la sacristía y, ya en la iglesia, levantaba los brazos al cielo y, solemnemente,  pronunciaba la palabra:
- Misa 
y volvía a su casa satisfecho del deber cumplido.
A los fieles esto no les acababa de convencer y poco tardaron en denunciarlo al Obispo.
El Obispo, en un hueco de sus muchas obligaciones, al cabo de unos meses, llegó al pueblo para hacerle un examen.
El pobre cura estaba cagadico de miedo y cuando ya pensaba en poner pies en polvorosa y salir huyendo del pueblo, un pastor le dijo: 
- No se preocupe señor cura que eso lo arreglo yo
Y quedaron en que se haría pasar por el Cura en el examen. 
El Obispo dijo que iba a ser un examen por señas y así fue.  
El Obispo sacó un dedo, el pastor dos,  
el Obispo tres y el pastor cuatro, 
el Obispo sacó los cinco dedos y el pastor cerró el puño, 
el Obispo con su mano hizo un agujero y el pastor lo hizo más grande con las dos manos juntas. 
Finalmente el Obispo dijo a los feligreses 
- Tenéis un buen   sacerdote; le he preguntado  por Dios Padre y ha dicho que no hay que olvidar al Hijo,  yo le dije que tampoco se puede olvidar al Espíritu Santo y me contestó que también teníamos a la Virgen María,  yo le he dicho que no nos olvidemos de San José y ha contestado que todos se reúnen en un puño,  le he dicho que Dios nos ve por un agujerito pequeño y ha contestado que no importa el tamaño.
Mientras tanto  el pastor en casa del cura le decía; 
- Me ha dicho que me metía un dedo por el culo, yo que dos él que tres, yo que cuatro, él que cinco y yo que a él el puño entero. Me ha dicho que me iba hacer un agujero así y yo le he dicho que se lo haré el doble.
Después del examen del Obispo y su aprobación, siguió muchos años como Cura en aquel pueblo  y puede que hoy día aún esté por allí; si lo veis procurad disimular y no descubrirlo.





jueves, 28 de mayo de 2015

El rey cuervo





EL REY CUERVO

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Érase que se era una princesa tan creída de su valer que despreciaba a todos, tanto súbditos como pretendientes. Aunque ya estaba pasada de la edad para casarse seguía soltera porque no encontraba a nadie de su agrado. 
El Rey no sabía que hacer con ella y decidió casarla a ver si eso le bajaba los humos, para lo que organizó una gran fiesta y envió emisarios a los reinos vecinos convidando a todo lo mejor de la nobleza. Asistieron marqueses, reyes, duques, …  para que su hija se fijara en alguno de ellos y poder casarla. 
La princesa, en honor a la verdad era muy bella pero ella a todos les encontraba defectos.
- ¡Oh!, éste es muy delgado, no me gusta...
- ¿Éste? gordo como un fardo, no me gusta nada.
- ¿Éste? Tan bajito que no me llega a la cintura, que se busque una enana
Y así a todos les fue sacando faltas, hasta que le presentaron al último y con éste se despachó a gusto, ensañándose cruelmente:
- ¿Éste? Si tienes la nariz como el pico de un cuervo. Eres el Rey Cuervo
El padre, desesperado, al ver que no podía hacer nada le dijo:
- Has despreciado a los príncipes y reyes más grandes, así que te casarás mañana con el primer pobre que se acerque a palacio pidiendo limosna.
Y así fue, de buena mañana llegó un pobre a pedir limosna.
- ¿qué me pueden dar, por caridad? 
Y le dice el padre:
- ¿eres soltero?
respondió el pobre
- si Majestad
- ¿que qué te puedo dar?. Te voy a dar la mano de mi hija; te casas con ella y te la puedes llevar lo más lejos posible.
Se casaron rápidamente y se dispusieron a marchar
Ella quería llevarse sus vestidos y sus joyas pero él le dijo
- No tenemos carruajes ni donde poner todo eso o sea que vístete con las ropas de alguna criada y en marcha. 
Tras dejar los límites de su reino iban pasando por grandes fincas y preguntaba a su marido
 - ¿De quién son esas tierras?
 - Del Rey Cuervo – respondía el marido
 - ¿y ese castillo tan imponente?
 - Del Rey Cuervo – le volvía a responder
Y así cada día se iban alejando más de su reino.
La puso a servir en una venta para que, al menos, se ganara la comida mientras él se acercaba al castillo a mendigar, según le dijo.
Pero su formación como princesa estaba muy lejos de servir para algo en la venta y era incapaz de desarrollar las tareas más sencillas.  La ventera la echó diciendo
- No me sirves para nada, anda márchate porque no te quiero estorbando por la venta, que es lo único que sabes hacer
Y ella, cada vez más asustada y arrepentida, se dio cuenta de que la educación que le habían dado no le servía de nada.
Ya cansados de andar y con llagas en los pies llegaron a una triste casucha y el marido le dijo.
- ¡Ya estamos en casa! ¡ponte a hacer la cena!
Ella no había trabajado nunca ni sabía por donde empezar, suerte que como sus provisiones consistían en un mendrugo de pan y un trozo de tocino no le fue muy difícil repartirlo y cenar, acto seguido se acostaron rendidos del camino. 
Al otro día él le dijo:
- ¡Mira!, como eres tan poca cosa y vales tan poco, te voy a dar trabajo,
te voy a poner en el mercado y vas a vender cosas. 
La llevó al pueblo, compró cacharros de barro; platos, ollas, tazas, … y se los dio para que los vendiera mientras él iba a mendigar por ahí, no sin antes advertirle
- Esto me ha costado cincuenta maravedíes y lo tienes que vender en cien para que nos quede algo para comer.
Pasaban las horas y no conseguía vender nada, la gente pasaba, se quedaba mirando pero ni preguntaban el precio ni compraban, ella se esforzaba por hacer propaganda de sus cacharros pero sin resultado.
Cuando ya llevaba unas horas sin vender nada y desesperada se acercó un jinete galopando y el caballo le pisoteó  todos los cacharros y se los rompió.
La princesa llena de desesperación lloraba desconsolada cuando llegó el marido, vio el estropicio y le dijo
- No sirves para nada, esto era muy fácil  y ni eso has sido capaz de hacer bien, desde hoy te pondrás los cubiertos aparte y comerás aparte, ya veo que no sabes hacer nada.
Ella, aislada de todo el mundo, llevaba en el delantal los cubiertos y las escasas provisiones con que se alimentaba; un mendrugo de pan, un trozo de queso reseco, un trozo de tocino rancio… 
Al cabo de un tiempo hicieron una fiesta en el pueblo, ella oyó la música y atraída por ella se acercó al baile. 
Su sorpresa fue grande cuando reconoció allí a aquel rey al que le había dicho tantas cosas desagradables.
Un campesino la sacó a bailar y bailando se le cayó todo lo que llevaba guardado en el delantal siendo la risa de todo el pueblo.
Ella lloraba avergonzada y quería salir huyendo pero el Rey la detuvo diciendo
- Ven a tu casa, vístete de reina, y volveremos al baile. Soy tu marido el mendigo y también aquél del que tanto te burlaste, pero creo que ya has aprendido la lección.  Irás a vivir a mi palacio como mi reina, porque aquellas palabras de desprecio ya las has pagado.
Hoy viven felices en su palacio y colorín colorado éste cuento se ha acabado y por tu boca se ha colado. 



miércoles, 27 de mayo de 2015

La zorra y el cuervo

Hay muchos cuentos y fábulas sobre la zorra y el cuervo (una de ellas, que además se menciona aquí, está en:
Pero ésta es la que recuerdo me contaban y que he intentado reconstruir con mi mejor voluntad.


LA ZORRA Y EL CUERVO

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Estaba el cuervo descansando junto a un pozo y hete aquí que llegó la zorra.
El cuervo resentido por aquella vez que la zorra le había engañado y robado su queso pensó que era el momento de hacérselo pagar.  
La zorra le preguntó 
-¿Qué haces aquí cuervo? 
Y el cuervo le dice 
-¡Qué pena! aquí estoy intentando alcanzar ese gran queso que hay en el fondo y no puedo 
La zorra se asomó al pozo y vio la luna llena grande y redonda reflejada en el agua y que parecía un hermoso queso, y le dijo 
-Lo podíamos coger entre los dos y nos lo partiríamos pero no sé cómo 
Dice el cuervo
-Yo te podría coger del rabo con el pico y podrías bajar tú a cogerlo y cuando lo tengas dices ¡arpa! y yo te subo. 
La zorra se asomó al pozo, el cuervo le agarró el rabo con el pico y descendió hasta el agua del fondo, pero cuando intentó coger el queso éste despareció en medio de un remolino de luces; esperó un poco y volvió a aparecer pero, nuevamente, desapareció al intentar cogerlo. Tras varios intentos infructuosos la zorra, ya cansada, pensó que sería mejor descansar un poco y probar más tarde y gritó
-¡Arpa!, 
A lo que el cuervo contestó 
-¡El rabo se me escapa! 
Y al decir aquello abrió el pico y la zorra fue a caer lo mismo que aquel queso que un día, desde lo alto de un árbol y con engaños, la taimada raposa le había hecho soltar.




Periquillo el de Malas

Estos días estaba todo el mundo por la política y las elecciones. Sé que no se acabó ese cuento de nunca acabar, pero aquí va otro cuento algo diferente.
PERIQUILLO EL DE MALAS


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Érase una vez un joven que, según su padre, todo lo que hacía lo hacía mal.
Un buen día le dijo su padre:
- Hijo; ya es hora de que te ganes el pan que te comes.
Y le compró un hato de ovejas a ver si aprendía a guardarlas y así comenzaba a ser responsable y ganarse la vida.
Él, muy contento, comenzó a cuidar su rebaño. Pero un día en que estaba tan feliz tocando el caramillo sobre una piedra, mientras vigilaba a las ovejas, pasó por allí un caballero.
Al caballero le pareció que Periquillo era un poco tonto y se dispuso a aprovecharse de él.
- Muchacho, ¿me venderías tus ovejas?
Periquillo le contestó:
- Y ¿cómo me las vas a pagar?
- Pues en tres plazos: tarde, mal y nunca.
Periquillo le entregó las ovejas y se despidió hasta el día de cobrar el primer plazo.
Cuando llegó a su casa y le contó la venta a su padre, éste se enfadó mucho y le dijo que le había engañado y que no le pagaría.
Pasaron unos días y Periquillo se puso en camino para cobrar sus ovejas.
Llegó al pueblo en que vivía el caballero y se plantó en su casa.
- ¿Qué quieres?
Le preguntó
- Soy Perico el de Malas y vengo a cobrar el primer plazo de mis ovejas.
Como no le quería pagar, Periquillo se sacó la correa y comenzó a repartir zurriagazos a diestro y siniestro.
Cuando aquel hombre vio lo que se le venía encima le dijo:
- Abre ese cajón y saca el dinero que hay, pero vete y déjame en paz.
Perico hizo lo que le había dicho y se fue tan contento a llevarle a su padre el dinero del primer plazo de las ovejas.
Al mes siguiente volvió a ponerse en camino y también llegó a casa del Señorito.
En aquella ocasión llevaba un hermoso garrote.
Le preguntó:
-  ¿Quién eres y qué quieres?
- Soy Periquillo el de Malas, y vengo a cobrar el segundo plazo de las ovejas.
Y como no quisiera pagarle, le arreó un garrotazo que lo dejó medio seco. El pobre decía:
 - No me pegues más, toma el dinero de esa caja y vete.
Perico así lo hizo y le llevó a su padre el dinero diciéndole:
- ¿No decías que no me pagaría? Pues aún me queda un plazo.
Al mes siguiente se puso en camino y llegó a casa del Caballero que, al parecer, estaba muy enfermo.
- ¿Quién eres y qué quieres?
 - Soy Periquillo el de Malas y vengo a cobrar el tercer plazo de las ovejas.
Pero el hombre, que estaba muy enfermo, le dijo:
- No me pegues que no me puedo defender, en el corral tienes tus ovejas, yo no las puedo cuidar, llévatelas que no se mueran de hambre.
Y Perico se fue muy contento con sus ovejas a enseñárselas a su padre que, desde entonces, ya no volvió a decir que no servía para nada.





sábado, 23 de mayo de 2015

La higuera

Este cuento me lo contó Juan Pedro García Larrosa, aunque incluyo un final algo diferente que me contó Angelita Moreno.



LA HIGUERA

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vídeo que figura al final




Eran tiempos de posguerra, tiempos en que no sólo los maestros de escuela pasaban hambre; la necesidad se había enseñoreado de la Sierra pero, como veréis, la necesidad agudiza el ingenio.
Cuentan los viejos del pueblo; aunque no aciertan a situar el lugar de los hechos; puesto que unos dicen que en El Lugar Nuevo, otros que en La Cañá, otros dicen que es al pie de Riópar y que aún se puede ver la higuera, y otros que en una viña que había junto al cementerio.
Pues, como decía, cuentan que aquel verano había sido especialmente duro y las cosechas escasas, había mucha hambre y las gentes se marchaban en busca de mejor fortuna o se dedicaban a trampear con las hierbas silvestres o frutos que podían coger.  
Un vecino del pueblo tenía en su viña una hermosa higuera y, precisamente aquel año, contra la escasez general, tenía una cosecha extraordinaria.
El amo contaba con eso y alguna cosilla más para poder hacer frente a los malos tiempos, pero descubrió por unas hojas tronchadas y algún que otro claro en las ramas que alguien había andado por la noche robándole higos.
 Para defender su viña e higuera tenía un ranchito junto a la misma y comenzó a pasar las noches de guardia para protegerla de los ladrones.
A los que iban a “cosechar” por la noche les contrarió bastante la presencia del dueño al pie de la higuera y, durante unos días, no se atrevieron a acercarse; pero cuando el hambre aprieta se agudiza el ingenio y los tres, puesto que tres eran los ladrones en cuestión, tramaron un plan para deshacerse del amo y hacerse con los higos.
Aquella noche se colaron en el cementerio y saltaron la tapia por el sitio más próximo al rancho, cubiertos con unas sábanas, haciendo bastante ruido con unas cadenas para que despertara el amo y les viera salir del cementerio y se acercaron en fila a la higuera.
Cuando estaban a pocos metros, y viendo que el dueño se había despertado con el ruido de las cadenas y estaba acurrucado al fondo del ranchito, el primero dijo con voz lúgubre: (1)

Cuando estábamos vivooos
Comíamos higooos
Dijo el segundo:
Ahora que estamos muertooos
Rondamos por los huertooos
Y respondió el tercero
Tú que vas en la delanteraaa
Échale mano a ese 
que hay debajo de la higueraaa

Y avanzaron unos pasos hacia el árbol.
El dueño dando un bote salió corriendo como alma que lleva el diablo y desapareció más que a escape en dirección a su casa donde se encerró y no volvió a ir al huerto por las noches.
Los tres fantasmas se dieron aquella noche un buen atracón y volvieron por allí todas las noches mientras duró la cosecha, no encontrándose nunca más al dueño que sólo se atrevía a ir cuando el sol estaba en lo más alto. 


(1) Una variante contada por Angelita Moreno y que sitúa la higuera al pie de Riópar Viejo, dice que el dueño era tuerto y que el parlamento de los fantasmas era como sigue: 
Cuando estábamos vivooos
Comíamos de estos higooos
A lo que respondía otro:
Y ahora que estamos muertooos
¡vamos a por el tuertooo!




Tengo, tengo, tengo

A veces te puedes encontrar un pastor muy exigente al que no puedes engañar, pero ¿no decían que los pastores eran rústicos de pocas luces?.




TENGO TENGO TENGO

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se sigue el texto en el 
vídeo que figura al final


Había una vez una niña muy pesada, muy pesada, que no hacía más que presumir de sus propiedades. Siempre que se encontraba con alguien le decía:
- Tengo, tengo, tengo
Y comenzaba a relatar, que si esto, que si aquello, que si mío, que si bla bla bla.
Los que lo escuchaban se lo creían o no pero, por educación, no le discutían nada, no fuera el caso de que se enfadara.
Ella se quedaba tan satisfecha por despertar la admiración o la envidia por sus pertenencias y no hacía más que alardear de la bondad de sus posesiones.
Cierto día se encontró con un pastor; de esos de cayado, zurrón y mastín, y le dijo:
- Tengo, tengo, tengo
- ¿Qué es lo que tienes?
- Tengo tres ovejas en una cabaña
- Pues yo tengo doscientas en el campo, que es donde las ovejas deben estar, y no ando presumiendo por ahí.
- Una me da leche
- ¿Y las otras dos no?, porque las mías me dan todas y hago ricos quesos
- Otra me da lana
 - ¿Y las otras dos no?, porque las mías me dan todas y hago blandos colchones o jerséis
-Y otra mantequilla para la semana
- ¡Ahí si que no paso!, vale que dos de tus ovejas no den leche, puede que estén enfermas o que estén en su tiempo de descanso, vale que dos de tus ovejas no den lana, porque pueden estar alopécicas, aunque yo no he visto nunca ovejas calvas. Pero lo que no puedo admitir es que una oveja dé mantequilla, ni sé cómo podría hacerlo. ¿Tengo, tengo, tengo?, tú no tienes nada, lo que sí tienes es mucho cuento pero a mí no me enredas, búscate a otro que te crea
El pastor se marchó por donde había venido
Y allí se quedó aquella niña, muy disgustada con el pastor y esperando al próximo incauto al que decirle
- Tengo, tengo, tengo...

jueves, 21 de mayo de 2015

El capote y el cementerio


Y seguimos con cuentos de miedo. Este viene a ser una variante del de LA ROSA DEL CEMENTERIO


EL CAPOTE Y EL CEMENTERIO

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Y disculpad porque se me ha escapado una tos


Después de un baile en el Cortijo del Cura, de aquellos que se hacían con motivo de alguna fiesta, regresaba al pueblo un grupo por la carretera y comenzaron a alardear de quién era el más valiente.
El uno que si yo, el otro que yo más; total que, como pasaban en aquel momento cerca del cementerio, dijo uno:
- Pues tú que dices que eres el más valiente, a ver si tienes lo que hay que tener, te acercas a la puerta del cementerio y le das dos golpes con una piedra para que oigamos si eres valiente o no.
El otro salió para arriba camino de la puerta y al llegar y agacharse a coger una piedra notó algo que le tiraba del capote, intentó soltarlo, notó que resistía y pensó que le había agarrado un muerto.
Del susto salió corriendo dejándose el capote y gritando. Los otros al verlo tan asustado también se asustaron y más cuando les contó que le había quitado el capote un muerto, por lo que todos salieron como alma que lleva el diablo, cada uno a su casa y atrancaron la puerta.
Al día siguiente, bien entrado el día, se atrevieron a acercarse a la puerta del cementerio y al ver que el capote estaba enganchado en el picaporte, aquello fue la risión, pero de todos modos ya nadie se atrevió a hacerse el valiente cuando pasaba cerca del cementerio.

miércoles, 20 de mayo de 2015

Había una vez un barquito chiquitito


EL BARQUITO CHIQUITITO


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Había una vez un barquito chiquitito, tan chiquitito que no tenía más de dos metros de eslora. Tenía su palo mayor, que era su único palo, su vela latina, y en la popa su caña con su timón y una bonita bandera ondeando. Estaba pintado de azul con el nombre pintado a proa, tanto a babor como a estribor, Estaba varado en la playa, pero aquel barquito no sabía navegar porque nunca lo había hecho antes, y nunca lo había hecho antes porque no podía navegar.
No es que no pudiera navegar porque no estuviera en condiciones de hacerlo, puesto que era un barquito reglamentario, hecho con los mejores planos, con las mejores maderas en sus cuadernas y con la quilla perfectamente calafateada. No podía navegar, sencillamente, porque no tenía la licencia de la Comandancia de Marina y por eso no se podía hacer a la mar, y allí seguía tendido indolentemente en la arena con su vela arriada y amarrada.
Iban pasando las semanas, una tras otra, con instancias y certificados por triplicado, con fotocopias y fotografías, con esquemas, planos y bosquejos, con descripciones e instrucciones y con informes de astillero. Así de cola en cola y de ventanilla en ventanilla pasaron un, dos, tres, cuatro, cinco y seis semanas. Sí, nada más y nada menos que un, dos, tres, cuatro, cinco y seis semanas de trámites y burocracia, pero al fin aquel barquito chiquitito tenía ya su permiso de navegación y, tras pintarle su matrícula en la amura de babor y la amura de estribor, aquel barquito navegó.
Y si esta historia parece corta, volveremos, volveremos a empezar.
“Había una vez un barquito chiquitito......”