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miércoles, 1 de abril de 2015

El día en que llovieron ratones

¿Qué pasó después de que se marchara de Hamelin el flautista ? ¿Y por los alrededores?. Aquí otro "trascuento" que habla de ratones y gatos. 
EL DÍA EN QUE LLOVIERON RATONES


Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 

vídeo que figura al final


El día estaba nublado y gris, pero nunca las nubes habían adoptado formas tan extrañas. Poco a poco se fueron oscureciendo y se abrieron, dejando caer su carga. Alguien gritó:
- ¡Están lloviendo ratones!
Y, en efecto, de las nubes caían miles y miles de ratones que, curiosamente, no sufrían daño alguno; como mucho, rodaban por el suelo, pero se levantaban y salían corriendo alocadamente.
Se sabe que, en ocasiones, hubo lluvias de ranas; pero no se tenían noticias de que, en ocasión alguna, llovieran roedores.
Por fin dejó de llover y todo parecía invadido por una plaga de langosta, pero no eran langostas sino ratones; más grandes y más pequeños, algunos tan pequeños que podían esconderse debajo de un botón. Comenzaron a colarse por todas partes: en las tiendas y en las alacenas, roían todo lo comestible, incluso agujereaban los odres, y el vino o el aceite corría a raudales por el suelo, aunque se salvaron los toneles y las tinajas de barro.
Se las tuvieron que ingeniar para guardarlo todo en recipientes metálicos o de barro, que no pudieran roer, pero entonces se cebaron en los graneros, no dejando grano ni siquiera para simiente.
Los gatos de Ahmelón, que así se llamaba el pueblo aquél, estaban de enhorabuena con tanta caza, pero no eran suficientes para controlar la invasión y, además, acabaron con indigestión y ahítos de tanto comer.
Se convocó una reunión de emergencia en el Ayuntamiento y dijo el Alcalde:
- Tendremos que hacer algo, porque; ni los cepos, ni nuestros gatos, son suficientes para controlar esta plaga. Además, se reproducen más rápido de lo que somos capaces de cazar.
- Tendríamos que pedir ayuda a Hamelín, porque ellos tienen experiencia con los ratones – dijo un concejal.
- Pues te encargo de que te acerques al pueblo de al lado a pedir consejo y auxilio.
Y así sucedió. En pocas horas hizo el trayecto de Ahmelón a Hamelín y pidió audiencia con el Alcalde de aquella villa. Una vez expuesta la situación, el Alcalde le respondió:
- No os recomiendo el flautista, porque es muy caro y a nosotros nos salió aún más caro. Porque, como ya sabéis, se llevó a nuestros niños. Desde entonces, no se le ha visto por la comarca y dudo que se acerque. Ya sabe lo que le espera si aparece por aquí. Lo que sí podemos facilitaros es gatos; tenemos muchos, demasiados. Los trajimos antes de que llegara el flautista, y ahora están sin caza, están hambrientos y creo que darán buena cuenta de vuestros ratones.
Mientras tanto en Ahmelón el Alcalde había llegado a un acuerdo con el Sindigato para que hicieran horas extraordinarias en la caza del ratón y, a cambio de no comérselos, recibirían una sardina por cada hora que pasara del horario laboral gatuno, pero aún así la situación no mejoraba.
En Hamelín le prestaron un enorme carretón cerrado, lo llenaron de cientos y cientos de gatos y se puso en camino. El Alcalde de Hamelín respiró aliviado por haberse librado de aquella legión de molestos felinos hambrientos, sin costo alguno.
Cuando llegaron a Ahmelón y los soltó, se reunieron con el jefe del Sindigato y acordaron cazar sin comer y hacer extensivo el pago de horas extras a los recién llegados, que se pusieron enseguida a la faena.
Entre toda aquella legión de gatos, algún que otro perro ratonero y algunas rapaces nocturnas, consiguieron controlar la población roedora, dejándola reducida a los pocos ejemplares que se refugiaban en los agujeros más recónditos. Y, con los ratones, se acabaron las horas extra y las sardinas y comenzaron a pasar hambre.
Todos respiraron aliviados; a partir de aquel momento la calma había vuelto a Ahmelón. ¿La calma?.  Muchos echaron de menos el tiempo de los ratones, porque podían dormir a pierna suelta, salvo que alguno de los más pequeños se les colara por la nariz. Pero ahora no podían pegar ojo; porque una legión de gatos se pasaba la noche maullando por los tejados, buscando novia, o por hambre, ya que eran demasiados gatos para tan poca caza. 






Este trascuento relata lo sucedido mucho después de 

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