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domingo, 19 de abril de 2015

El ave Rdad



Un nuevo cuento en que se comprueba que, 
lo mismo que el poder absoluto corrompe absolutamente, cualquier virtud absoluta 
puede ser absolutamente nefasta


EL AVE RDAD

Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 
vídeo que figura al final


En uno de esos momentos de duermevela, en esos en que estás despierto pero intentas volver a conciliar el sueño, vislumbré una escena sorprendente.
Seguro que vais a decir que miento, pero nada más lejos de mi ánimo, a lo sumo se podría decir que fabulo o imagino.
Pude ver un polígrafo con su aguja dibujando zig zags sobre una larga tira de papel; pero, sorprendentemente, la aguja comenzó a transfigurarse en un largo pico y, tras él, un pájaro blanco, largo y brillante, que emprendió el vuelo para sobrevolar la ciudad. Aquella era una ciudad como todas, en donde se mentía lo normal: mentiras piadosas, por compromiso, por no herir, y también desde mentirijillas hasta mentiruscos o mentiras cochinas.
El ave, que como creí entender se llamaba Rdad, era blanco porque no admitía medias tintas ni matices - o blanco o negro - y resplandecía como se cree que debe resplandecer la verdad. Cada vez que alguien decía una mentira le picoteaba en la cabeza y estuvo muy ocupada picoteando cráneos a diestro y siniestro. No descansaba ni de día ni de noche.
De nada servía mentir de puertas adentro, porque era capaz de filtrarse por los muros y atacar hasta aquellos que mentían o se tiraban pegotes.
Durante días estuvo muy ocupada pero, poco a poco, hubo muchos adictos que se iban desintoxicando y se pasaban a los conversos, al lado del ave Rdad. Muchos de ellos, incluso, se convirtieron en activistas en la campaña “antimentira” y realizaban pintadas por las paredes que decían “LA MENTIRA MATA”, además colaboraban con el ave, porque en cuanto escuchaban una mentira, juntaban los dedos en forma de pico y golpeaban en la cabeza al adicto o mentiradependiente, hasta que le hacían dejar de faltar a la verdad o poner pies en polvorosa.
Con el tiempo comenzaron a escasear los falsarios, embusteros y fantasmas, al menos declarados abiertamente.
El ave Rdad, a base de picotazos había crecido desmesuradamente, lo que no le impedía entrar en los lugares más proclives al falseamiento: sedes de partidos, patronales, sindicatos, parlamentos, templos, sinagogas y mezquitas, y cuanto más picaba se hacía mayor y más brillante.
Acabaron poniendo en las carreteras de acceso, grandes carteles con el aviso “ESPACIO LIBRE DE MENTIRA” y en las afueras dispusieron espacios reservados exclusivamente para que los dependientes se pudieran explayar a gusto. Pero, poco a poco, iban siendo menos porque mentir en solitario era muy aburrido. La mentira es un hábito social que sólo se concibe en comunidad. Poco a poco,  aquellos espacios los usaban preferentemente los forasteros que acudía a la ciudad y tenían que dejarse allí todo lo prohibido antes de entrar, y si alguien pasaba alguna mentira de contrabando se arriesgaba a un picoteo colectivo y una fuerte multa.
Así aquella ciudad quedó impoluta de toda falsedad y acabaron cambiando en su escudo el lema que siempre la había definido, por este otro:

IN TRUTH WE TRUST

El ave Rdad había engordado tanto que acabó estallando y toda la ciudad quedó bañada de certidumbre, veracidad, certeza, franqueza, autenticidad… y esa lluvia reafirmó las convicciones de los ya conversos. Tras la desaparición del ave Rdad, se descubrió en un rincón polvoriento y cubierto de telarañas un viejo polígrafo inerte.
 A partir de aquí, comenzaron a producirse altercados debido al exceso de sinceridad; y, poco a poco, un silencio espeso comenzó a adueñarse de la población. Y es que esa sinceridad exacerbada había dado lugar a conflictos conyugales y de todo tipo:

“sí, ese vestido te hace gorda”
“¡pues claro que roncas! ¡como una locomotora!”
“te veo más viejo”
“esto no hay quien se lo coma”
"lo prometido en campaña lo cumples"
“este informe es una chapuza”
“a ver si aprendes a conducir ¡burro!”
“tu madre ya se podía ir con viento fresco”
“pues sí, me he liado con mi secretaria”
“pues sí, me he liado con el jardinero”
“ese pescado que vendes, apesta”, ...

y así hasta el infinito.

De modo que llegó el momento en que la gente no se atrevía ni tan siquiera a decir “esta boca es mía”, aunque eso sí que era absolutamente cierto, para evitarse problemas.
Ese silencio llegó a tal extremo que parecía  que hubieran perdido el habla e, incluso, la movilidad de las manos y la expresividad de la cara, ya que también podían transmitir mensajes de aversión o rechazo, aunque también de aprecio y admiración, pero esto último era más raro. Una gran apatía, un excesivo individualismo o sea una aversión a la compañía, se apoderó de la población.
Los forasteros ya no se paraban, antes de entrar, a dejar sus mentiras en los desahogaderos. Habían comprobado que ya nadie les molestaba al mentir, que cada cual iba a la suya, y los ciudadanos eran presa fácil para el engaño, el bulo, el timo y la estafa.
Pasado un tiempo, la mentira traída por los forasteros comenzó a contagiarse y arraigar, a circular y florecer. La población comenzó a recuperar las viejas costumbres y, con la mentira, regresó la adulación, la coba y la hipocresía, lo que hizo la convivencia,  más fácil, menos crispada y retornó el uso de la palabra.
En fin, que algo considerado una virtud, un bien absoluto, como la verdad desnuda, se reveló como más pernicioso que el vicio que combatía.

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