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jueves, 26 de marzo de 2015

Tim y los alienígenas

De "Dos docenas de cuentos frescos" uno de talla L



Tim y los alienígenas

Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 
vídeo que figura al final


Sobre la granja en que vivía Timoteo, al que llamaban Tim y nosotros también le llamaremos así, cada noche había un espectáculo de luces. Tim, que era un niño muy curioso, se apostaba en la terraza con un catalejo para ver a qué se debía aquel despliegue de objetos luminosos, y cada noche se iba a dormir decepcionado porque, aunque veía las luces y sus erráticos movimientos, no podía distinguir qué se ocultaba tras aquellas exhibiciones aéreas.
Cierta noche, una de aquellas luces descendió al prado que había frente a la granja, donde los caballos solían pastar. Una figura de una fosforescencia verde se acercaba, y Tim se quedó paralizado, no se podía mover y se quedó allí muy quieto viendo acercarse a aquella figura que tenía aspecto de lagartija, y escuchó:
- XRPTLÑ LXÑPTZÑY 
Tim, paralizado como estaba, no pudo más que pensar:
- ¡Dios mío!, ¿qué bicho es éste?
Aquel ser se acercó y le puso algo como dos tapones en los oídos, entonces pudo oír:
- Yo no soy ningún bicho como estás pensando, Soy Juan Gómez y vengo de un universo paralelo
- No puede ser – pensó Tim – Estoy soñando
- Pues sí puede ser y no estás soñando. Acabo de llegar desde las mismas coordenadas en mi universo, y veo que aquí sois diferentes, pero esto también debe ser España, ¿No? 
- ¿Como que somos diferentes?, ¡El que eres diferente eres tú!
- Ya veo que vosotros habéis evolucionado a partir de los primates, pero nosotros lo hemos hecho a partir de los saurios. ¿No te lo crees?, pues te invito a un viaje en mi disco y veras en donde vivo.
Lo tomó de la mano y Tim no se resistió. Lo llevó a su nave, que era como esos platillos volantes que salen en las películas y los cómics, treparon por una rampa y se encontraron en una sala brillantemente iluminada. Por allí no se veía a nadie más y Tim pensó que debía ser una nave privada de uso individual, aunque había dos butacas extrañas con un agujero en la parte de atrás del asiento. Juan le hizo sentar en una de ellas y le abrochó un cinturón. Él también se sentó en la otra butaca, acomodando su cola, y Tim comprendió la utilidad del agujero. Un panel con botones luminosos en varios colores extraños se extendió desde la pared y manipuló unos cuantos de ellos. Hubo como una sensación de vértigo y como un apagón que duró escasos segundos.
El panel de los botones se replegó y desapareció en la pared frontal, Juan se levantó, le soltó el cinturón y le invitó a seguirle. Cuando estuvieron fuera, al aire libre, Tim inspiró y todo le olía como en su granja. 
Allí era de día, bien de mañana, mientras que acababan de partir en la nave cuando era recién anochecido.
Enfrente había una casa parecida a la suya, tirando de un arado vio algo así como una especie de gorilas, aunque también vio un carro tirado por caballos.
Tim no tuvo que decir nada, sólo lo pensó, pero Juan supo lo que pensaba y le dijo:
- No te preocupes por tus antepasados, los tratamos bien y no les falta el alimento, el descanso y la diversión.
Quien conducía el carro era una especie de lagarto verde, igual que el que manejaba el arado y que Juan, aunque presentaban algunas diferencias en cuanto al tamaño y las extremidades; los dos se le quedaron mirando sorprendidos. Tim pudo oír lo que dijeron:
- ¡Vaya! ¿Qué bicho es ese que te traes?, ¡Ah! Perdona que te llamemos bicho, no te ofendas, pero es que no sabemos ni tu nombre ni lo que eres.
 Juan les aclaró todo y se lo llevó a casa. Todo parecía igual que en la suya, salvo pequeños detalles; como las sillas, que eran parecidas a las de la nave y también los sillones y camas. La televisión la veía borrosa y de unos colores que le dañaban la vista, hasta que Juan le puso unas gafas especiales y pudo ver un programa en que unos lagartos debatían sobre si los circos deberían llevar monos o no, y si se permitían las corridas de rinocerontes.
Se acercaba la hora de comer y, puesta la mesa, Juan sacó de la cocina unos cuencos con una sopa de verduras que estaba muy buena. Lo que Tim no quiso ni probar, aunque le dijo que eran muy frescas y crujientes  fueron unos rollitos de pasta rellenos de verduras y empanados con caviar de hormiga enana.
Después de comer fueron a los corrales y ensillaron un Pterix que estaba comiendo en un pesebre, Juan dijo:
- No te debes preocupar, es un transporte muy seguro y el único que se usa para los desplazamientos a la ciudad. Y tengo que aclararte algo que veo que pica tu curiosidad. Las naves de disco sólo se usan en viajes espaciales o en desplazamientos a los planos paralelos a través de las puertas dimensionales.
Se subieron a la silla y el Pterix emprendió el vuelo agitando sus enormes alas membranosas y, tras sobrevolar campos de cultivo y algún bosquecillo, llegaron a una gran ciudad de altas torres rematadas con algo parecido a cebollas multicolores. Sobre la ciudad aleteaban muchos Pterix que iban ocupados con sus pasajeros y demostraban una gran habilidad para no chocar en vuelo.
Dijo Juan
- No podemos bajar porque, aunque no está tajantemente prohibido, no se ve bien traer nada de las otras dimensiones, salvo muestras para analizar, pero quería enseñarte mi ciudad y, como ésta, hay muchas más y mucho mayores. Ahora será mejor que regresemos a casa, porque muy pronto va a anochecer.
- Entonces me tendrás que llevar a casa, porque me estarán echando de menos - dijo Tim
- No es posible, la puerta dimensional sólo se abre por una interferencia espacio-temporal, que únicamente se produce cuando en tu casa es de noche y aquí de día, así que te tendrás que quedar a dormir y en cuanto amanezca te llamo y nos vamos. 
Llegaron a casa y Tim no quiso cenar una hamburguesa de carne a la plancha, porque no sabía de qué podía ser y sólo tomó un poco de pan con tomate, que eso si era identificable. Pensó en lo bien que le iría para dormir una buena taza de leche calentita, pero se quedaría con las ganas
Al poco entró Juan con una jarra de leche recién ordeñada.
- Disculpa que no haya pensado en eso; nosotros, como no somos mamíferos, no la gastamos. Pero como tenemos vacas amamantando a sus terneros te he podido traer esta jarra, aunque me ha costado mucho sacarla y es que yo no sé cómo hacerlo.
Tim le dio las gracias, se tomó un buen vaso y se fue a dormir. La cama era cómoda, pero se le colaba un pie por el agujero que tenía en el centro, aun así se quedó como un leño.
A la mañana siguiente se despertó sobresaltado, los gallos cantaban en el corral y se dijo que ya era hora de que Juan le llevara de vuelta, pero no aparecía por allí aunque esperó un buen rato. En su casa ya debía estar anocheciendo, pensó, y sería mejor no perder tiempo.
No reparó en que la cama no tenía ningún agujero, al igual que la silla que tenía a su lado. Se vistió a toda prisa y salió al exterior. Allí vio a su padre dando de comer a las gallinas, y se quedó muy sorprendido.
- ¿Cuándo he regresado? - pensó
- ¿Ha sido todo un sueño?
- ¿Sólo ha pasado esta noche?
Se quedó con la duda, pero siempre recordará aquel fantástico viaje, especialmente cuando se para en el porche con su catalejo mirando las evoluciones de los objetos luminosos que cada noche aparecen por allí.
Una cosa que cambió en su comportamiento es que, cuando ve una lagartija, ya no intenta cazarla como hacía siempre, para ver cómo se desprende de su cola, cómo ésta se mueve convulsivamente y cómo le vuelve a crecer como si tal cosa.

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