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viernes, 20 de marzo de 2015

Regreso sin retorno


Como soy algo friki, amante de la Ciencia Ficcion 

y de la Fantasía; es decir: De Asimov a Herbert 
pasando por Lem y de Tolkien a Pratchett pasando 
por Ende, no es extraño que escriba alguna cosa 
de este tipo. Esto puede ser un cuento o un relato, 
como se quiera, porque: ¿Dónde está la frontera?



REGRESO SIN RETORNO
Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 
vídeo que figura al final

Desde que se descubrió y popularizó el viaje transtemporal los viajes al pasado por parte de estudiosos y Universalidades proliferaron.
La falta de profesionalidad y responsabilidad de algunos viajeros dieron lugar a imperdonables descuidos, olvidando en épocas muy remotas muchos objetos. La mayoría de ellos el tiempo y la erosión se encargaron de hacerlos desaparecer y no quedó ni rastro, pero otros permanecieron, si no intactos, en bastante buen estado, produciendo el consiguiente revuelo al hallarse en épocas a las que no correspondían.
De estos objetos fuera de tiempo destacan entre otros muchos: El martillo de Kingroode, el planeador de Saqqara y las esferas metálicas de Klerksdorp.
Cierto es que, tras estos descuidos y otras traumáticas experiencias en las que se constataron las adversas consecuencias en el futuro de una interacción incontrolada con el pasado, se adoptaron medidas tendentes a evitar las paradojas temporales y se prohibió tajantemente el contacto.
Sin embargo mucha gente afirmó haber sido contactada, y los numerosos avistamientos en la segunda mitad del S XX y principios del XXI, dieron lugar a la aparición de muchos iluminados, así como la eclosión de miles de sociedades ufológicas que perseguían toda noticia, testimonio o imagen de lo que ellos consideraban naves extraterrestres, también llamados OVNIS, UFOS o platillos volantes.
Frente a los ufólogos; aparecieron los escépticos, que negaban la veracidad de toda prueba, testimonio o imagen de avistamientos, alegando que: dadas las distancias a cualquier otro planeta hipotéticamente habitado y, aunque dispusieran de un nivel tecnológico más avanzado, eso era estadísticamente imposible y menos en las cantidades que los ufólogos aducían.
En vista de las repercusiones y temiendo el efecto que aquello pudiera suponer sobre el futuro, se limitó el número de viajes a lo estrictamente necesario; como máximo de diez al año por década de destino, de modo que el número de avistamientos pasó a ser prácticamente nulo. No obstante los grupos enfrentados en la interpretación extraterrena o no, siguieron por más tiempo a la greña, sin saber que ambos grupos tenían parte de razón.
Los avistamientos eran reales, y la imposibilidad de su procedencia extraterrestre también, puesto que los objetos procedían de nuestro propio planeta, sólo que del futuro.
Una de las expediciones a un pasado lejano, aún más lejano que a la época que acabamos de comentar, transcurrió tal como se cuenta a continuación.




Antes de que las leyes limitativas de los contactos fueran tan estrictas, el Profesor Roger Meredith Lindbergh, familiarmente conocido como Mer, Docto en Cronística Avanzada por la Universalidad de Noratlántico, quiso encontrar las raíces de su ilustre antecesor, el famosísimo pionero de la aviación de principios del Siglo XX, y decidió retroceder a finales de la década de los años treinta en que Charles había vivido temporalmente en la Gran Bretaña, y pensaba trasladarse después a Suecia de donde procedían sus ancestros. Para ello tenía que retroceder hasta finales del Siglo VI, siguiendo el hilo del apellido más allá de lo que ya recogían los antiguos registros.
Para retroceder al siglo VI debía extremar las precauciones y documentarse lo más posible, para lo que preparó un visócrono camuflado en una bola de cristal, como las que se suponía usaban los adivinos en aquella época. En ella se podría ver toda la información transferida de las bases de datos de su Universalidad, almacenados en su memoria de seiscientos exabites, pudiendo ver además, por medio de una nanocámara acoplada a una mosca drónica, todo aquello que sucediera a su alrededor e incluso a largas distancias.
Aparte de su estuche de supervivencia y reanimación, con el que podía hacer frente a cualquier enfermedad o herida, llevaba también un softoner camuflado en un anillo, que era capaz de fundir metales o hacer maleables las rocas más duras y paredes hasta el punto de poder atravesarlas.
Finalmente, como medida última de seguridad, acoplado a un sencillo cayado, llevaba un potente neolaser polivalente que podía actuar como una fuente de luz, un generador de efectos pirotécnicos de luces inocuas, o convertirse en el rayo más potente y mortífero que se pudiera pensar.
Había hecho copiar fielmente, de un museo de Göteborg, unas vestiduras que podrían pasar desapercibidas en aquella época tan remota, así como también un traje, gabán y bombín puesto que pensaba hacer una breve escala en el Londres de la primera mitad del S XX.
Antes de partir tomó una nanocápsula de Traslátor Cómplex que permitía, en forma bidireccional, traducir cualquier idioma de cualquier época, incluyendo los códigos no verbales de toda la Fauna posible, aunque en la época de su partida el número de especies animales supervivientes era escaso.
Ya en su laboratorio, tras vestirse apropiadamente para la primera etapa, subió a la nave; era un monoplaza discoidal de última tecnología porque, ya que el viaje era de riesgo, quería asegurarse la fiabilidad del vehículo.
Primero fijó las coordenadas de Londres y el año 1938; quería hacer ese primer salto más corto como prueba y, de paso, dar un paseo por el Londres que había conocido su antepasado, todo eso antes de saltar definitivamente a Suecia para hacer la investigación propiamente dicha.
Terminado el ciclo del salto, descendió de la nave que quedó oculta con un campo de difracción y se dispuso a dar un paseo por la ciudad que, desde el parque o pequeño bosquecillo en donde se había materializado, no estaba muy lejos, y la Torre se veía a menos de un kilómetro hacia la derecha.
Durante el breve paseo por las calles de los suburbios estuvo intranquilo, temía encontrarse con Charles o hacer algo que provocara una paradoja temporal que le influyera negativamente en el futuro, y también temía verse abordado o atacado por aquellas gentes miserables que se veían entre las chabolas, o sea que desistió de llegar hasta el centro de la ciudad, no habló con nadie y procuró rehuir cualquier encuentro.
Regresó muy pronto a su vehículo y, una vez dentro, respiró con alivio. El rastro que perseguía situaba su destino en la parte más meridional de Suecia, en algún pequeño poblado sito en un radio de cincuenta quilómetros en torno al actual municipio de Ystad, en la provincia de Escania. Fijó las coordenadas de Ystad y en el cronograma el año 570, activó el inicio y a los pocos segundos sonó la indicación de proceso finalizado.
El desplazamiento espaciotemporal parecía que había trascurrido sin incidentes, así que vistió las ropas que llevaba preparadas, tomó su cayado, cargó en un zurrón de piel de conejo la bola de cristal y el estuche de supervivencia y descendió de la nave.
El paisaje había cambiado; en lugar del bosquecillo se encontraba en el borde de un tupido bosque, junto a un camino y campos de cultivo.
Salió del bosque al camino carretero que estaba bordeado de verdes prados. Por el camino circulaba un carro y varios jinetes en ambas direcciones, y justo a la orilla, en uno de los prados, segando pasto con una enorme guadaña estaba un campesino y Mer le preguntó.
-Buenos días, ¿sería tan amable de indicarme si queda muy lejos algún poblado?
- Buenos, forastero, sólo unas pocas millas
- ¿En qué dirección?
- Siga usted a esa carreta que acaba de pasar, va hacia allá
Y Mer se puso en camino en pos de la carreta, esperando que aquellas pocas millas que le había

 dicho, fueran efectivamente pocas.
Más adelante llegó a una bifurcación del camino y no supo en qué dirección seguir.
A un jinete que pasaba por allí le preguntó
- Por favor, caballero, ¿Sería tan amable de decirme a dónde conducen estos caminos?
- Con mucho gusto, señor; por el de la izquierda llegará a la colina sagrada de Tor y el de la derecha conduce a Camelot.
Aquellas palabras fueron como un mazazo para Mer.
- ¡He fallado la traslación espacial! Sí que he saltado de Londres pero a muy corta distancia, ¡Pero si las coordenadas las había fijado correctamente, debía de estar en Ystad! Y ahora me encuentro en la tierra de las Leyendas Artúricas y justo en el origen de las mismas.
No había podido detectar el error por el idioma del campesino, puesto que para él cualquier lenguaje, gracias al efecto del Traslátor, resultaba transparente en ambos sentidos; él lo percibía todo en Universal, del mismo modo que todo lo que él hablaba en Universal al oyente le sonaba en su propia lengua.
O el campesino le había engañado o se había producido un malentendido porque, al regreso, pudo divisar a lo lejos una ciudad bastante grande junto al río, pero en sentido contrario al que había ido tras la carreta. Cayó en la cuenta de que había preguntado por un poblado y no por una ciudad. Con aquellos britanos antiguos había que hilar muy fino al hablar.
Regresó apresuradamente a la nave para reintentar el desplazamiento a Suecia; sólo se requería el salto espacial ya que la época sí era correcta y si eso no era posible tendría que regresar a su laboratorio para mandar reparar el vehículo.
Introdujo nuevamente las coordenadas en el sistema, inició el proceso y cuando recibió la señal de ciclo terminado se asomó al exterior, pero se encontraba en el mismo bosque, con el mismo camino y el mismo campesino segando pasto, el salto espacial estaba definitivamente averiado y sólo quedaba regresar a su época y, si no era posible a su laboratorio, siempre podría hacerse llevar el vehículo desde Londres.
Puso en reinicio los sensores de tiempo, y arrancó la secuencia regresiva que le devolvería, por lo menos, al momento del inicio de su viaje, esperó la señal y se asomó, confiando encontrarse, si no en su laboratorio de la Universalidad, por lo menos en el día mismo de su partida, pero volvió a ver los mismos árboles, los mismos campos y un campesino segando. Con la esperanza de que no fuera el mismo campesino aguardó un rato a ver si pasaba por la carretera algún vehículo o, surcando las nubes, una aeronave, pero sólo vio una carreta, y otra, y dos jinetes, y otra carreta...
No tenía solución, era un náufrago en la marea del tiempo, sin esperanzas de rescate y debía sobrevivir en aquel mundo primitivo.
Resignado a su destino, puso en marcha el visócrono y se pasó días asimilando todos los conocimientos de la época, tanto datos históricos contrastados, como las leyendas Artúricas por más descabelladas que fueran.
Sabía perfectamente que su paso por aquella época ya había sido fijado por la historia y que él debía pasar a ser algún personaje totalmente anodino en el devenir de los acontecimientos, o bien un personaje cualquiera de la leyenda; lo que de ningún modo podía hacer era asumir la personalidad de alguien preexistente, debía encontrar su lugar en aquella sociedad, un personaje que formara parte de la historia o la leyenda pero del que no se tuvieran antecedentes antes de su llegada, un personaje que hubiera aparecido de la nada, sin referencia alguna a su infancia, juventud, familia, amigos, ... Debía reunir ciertos requisitos que ya estaban escritos y habían dejado su señal a través de los siglos.
Se enfrascó en un análisis exhaustivo de todos los personajes, tanto históricos como de ficción y, finalmente, encontró uno que daba el perfil, que cumplía los requisitos y si no asumía él el papel todo aquello que se había dicho de ese personaje dejaría de cumplirse y daría lugar a una paradoja, puesto que su historia ya estaba escrita antes aún de decidir asumirla.
¿Quién si no podría ser aquel personaje misterioso, sin historia, que hacía cosas consideradas en aquel tiempo de prodigios, que posibilitó la extracción de una espada clavada en una roca, que hablaba con los animales y que, curiosamente, era conocido por un nombre que derivaba de sus propios apellidos?
Tomó su cayado y su zurrón y, tras licuar su vehículo con el softoner y hacer que se hundiera en las profundidades de la tierra para no dejar rastro, emprendió pesadamente el camino hasta llegar a la bifurcación, en donde siguió por el de la derecha y se perdió a lo lejos.

No se sabe más que lo que cuentan las leyendas, pero, si algún día Roger Meredith Lindbergh lograse regresar a su laboratorio de la Universalidad, seguro que nos podría contar muchas cosas de aquella época oscura y romántica.

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