Un trascuento sobre Cenicienta que habla de esas cosas extrañas de hadas y magos y de cómo unas zapatillas de cristal no se desencantaron como todo lo demás.
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LAS
ZAPATILLAS DE CRISTAL
Hada
Madrina vivía feliz en su casa junto a la Fuente Cantarina, en el
centro del Bosque Blanco. (1)
Desde
su ultimo “encargo”, habían transcurrido muchos años entre la
infancia y la adolescencia de su actual pupila, pero ya intuía que
pronto llegaría el momento crítico en que podría acabar su misión
con ella y recibir una nueva ahijada.
Recordaba
su pupila anterior y como, aunque le resultó bastante complicado,
acabó montando la puesta en escena y la tramoya de su encuentro de
manos a boca con el príncipe; y de lo que le costó librarla de las
asechanzas y de las añagazas del terrible Brujo de la Caverna que
pretendía hacerla su sirvienta, pero aquella ya estaba felizmente
casada y tenía quien se cuidara de ella, ahora le tocaba proteger a
Cenicienta.
Como hada titulada conocía todos los recursos mágicos de su profesión
y, por su edad, todas las triquiñuelas y trucos imaginables; además
se había preparado concienzudamente en la Escuela de Apadrinamiento
en las técnicas precisas para conseguir emparejar bellas damiselas o
princesas con apuestos príncipes o valientes caballeros.
Mientras
esperaba el momento de intervenir decisivamente a favor de su nueva
pupila, estaba muy ocupada en sus prácticas mágicas, y muy
ilusionada en espera del próximo Encuentro Mágico que, como de
costumbre, tenía lugar el octavo día del octavo mes de cada ocho
años, es decir cada segundo año bisiesto.
En
estos encuentros se intercambiaban experiencias, se reencontraban
viejas amistades, se hacían nuevas y, sobre todo, se contaban
historias, se compartían hechizos y también se comentaban los
últimos chismorreos sobre los diferentes reyes, príncipes,
princesas y sus respectivas cortes.
En
el último había conocido a un joven mago recién salido de la
Universidad Invisible de Ankh
y,
aunque ella le llevaba más de cuatrocientos años, ardía en deseos
de volverlo a ver y saber de sus últimas aventuras.
Le
había contado cosas increíbles sobre la Universidad Invisible y su
Bibliotecario, de la Ciudad de Ankh-Morpork y del Mundo plano del que
procedía, y eso la había llenado de curiosidad y unos enormes
deseos de conocer más cosas sobre aquel extraño mundo. Es por eso
que esperaba con impaciencia la hora de partir al Encuentro, que
tendría lugar aquella misma noche a las doce horas, doce minutos y
doce segundos en punto.
Tenía
hechos todos sus preparativos; no en vano habían pasado ya ocho años
desde el anterior Encuentro y, como quiera que a los magos y hadas
les está prohibido el uso de la magia en beneficio propio, se había
hecho tejer con tiempo más que suficiente las sedas más finas en
los Telares de Cipán (2) y había encargado a un famoso sastre que le
confeccionara un bello vestido para la ocasión. Este sastre tenía
una aguja mágica y en cierta ocasión, cuando aún bebía, estando
ebrio se había buscado graves problemas con un presumido emperador,
pero ya se había rehabilitado y hacía maravillas con la aguja. (3) Había complementado su atuendo con unas finas zapatillas de cristal
traídas de Murano.
Mientras
llegaba tan esperado momento, Hada pasaba las pocas horas que
quedaban, muy feliz en su casa; cuidando de sus flores, de las
avecillas y otros animalillos del bosque y, también, reposando junto
a la Fuente Cantarina, solazándose con sus bellas melodías.
En
éstas estaba cuando le llegó el llanto de su pupila, a la que sus
hermanastras despectivamente llamaban Cenicienta. Desde que nació
era su madrina, pero nunca había tenido que acudir en su ayuda, pese
a que su madrastra y hermanastras la maltrataban y le obligaban a
hacer los más duros trabajos; ella todo lo soportaba con resignación
y una sonrisa, pero esta vez parece que su ánimo había llegado al
límite y se había derrumbado.
Hada
Madrina acudió con presteza en su auxilio y todos ya sabéis lo que
sucedió; aunque ahora os vamos a contar un detalle que no ha quedado
bastante claro en el relato de aquella historia, y que clarifica unos
puntos oscuros e inexplicables.
Tan
pronto como Hada Madrina hubo reunido un caballo, un perro, una
calabaza y unos ratones y hubo dispuesto con ellos: carroza,
caballos, cochero y lacayo, le tocó el turno al vestido de
Cenicienta; así que, con un movimiento de varita, ésta quedó
adornada con unos ropajes deslumbrantes y vaporosos que iban a
causar, a buen seguro, la admiración en el baile de palacio.
Ya
se hacía la hora de salir para dicho baile cuando, al subir a la
carroza, se dieron cuenta de que Cenicienta iba descalza.
-
¿Qué puede haber pasado? – se dijo Hada
Lo
intentó en repetidas ocasiones, agitó la varita ora hacia un lado,
ora hacia el otro, ora hacia arriba, ora hacia abajo pero sin
resultado.
-
Esta varita hace tiempo que me está dando problemas, tendré que llevarla a revisión. ¿Cómo podré resolverlo?
De
pronto recordó que en su casa del Bosque Blanco tenía unas
zapatillas de cristal y, en un tris, marchó y regresó
inmediatamente con ellas. Cuando se las puso a Cenicienta comprobó
que le quedaban como un guante, como si se hubieran hecho
expresamente para ella.
-
No contaba con ponerle limitaciones temporales al hechizo, pero esto cambia algo las cosas – dijo Hada – Precisamente esta noche necesito estas zapatillas y como las necesito para las doce horas, doce minutos y doce segundos en punto, es preciso que antes de las doce, sin falta, regreses del baile ya que el hechizo no va a durar más allá de la última campanada y así podré recuperar mis zapatillas a tiempo.
Todos
sabemos muy bien, porque nos lo han contado muchas veces, lo que pasó
luego; y ahora sabemos también el por qué de la exigencia de
regresar a las doce en punto, y también cuál es la causa de que al
deshacerse el hechizo de carroza, caballos, cochero, lacayo y
vestidos, las zapatillas de cristal no cambiaron y siguieron siendo
zapatillas de cristal.
Se
sabe que el Hada, para acudir al Encuentro, al no disponer a tiempo
de sus zapatillas de cristal, y al no casar los vestidos que pensaba
llevar en aquella ocasión especial con el calzado de que disponía;
tuvo que vestir de un modo menos elegante y más sencillo, acorde con
unos finos zapatos de tafilete azul que aún tenía por estrenar,
pero aún pudo llegar a tiempo al Encuentro, aunque el tiempo en el
mundo de la magia es más que relativo.
También
se sabe que se reencontró con el joven mago, que ya era ocho años
menos joven aunque por las cosas de los efectos temporales del Thaum
aparentaba ser un anciano; y éste le contó unas peripecias
extraordinarias en la Ciudad Esmeralda de un país fantástico al que
había llegado por haber roto accidentalmente las barreras del
espacio tiempo, de la misma manera accidental que llegó también una
niña llamada Dorothy. Le contó la diferencia entre las brujas de
aquel mundo y las de su mundo de origen y también le habló de las
aventuras de un espantapájaros, un león cobarde y un extraño
hombre de hojalata, (4) aunque esto puede que algún día sea motivo de
otro relato.
(1) Ver el trascuento "LO QUE DIJO LA CALABAZA"
(2) Ver RELATOS DE HÉNDER, Libro 1 (Las piedras de Hénder) parte 2(3) Ver el trascuento EL SASTRE Y EL EMPERADOR
(4) Ver el trascuento EL LEÓN COBARDE
Este trascuento explica algunas cosas del cuento
y también habla algo relacionado con los relatos de
Mundodisco de Terry Pratchett
así como algo de El Mago de Oz
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