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viernes, 13 de marzo de 2015

A mi burro, a mi burro (un nuevo cantocuento)


Como hoy tocaría un relato y se me han acabado (a ver si alguien colabora), pongo ahora eso que llamo un cantocuento; que viene a ser una de aquellas viejas canciones infantiles transformada en cuento y, para rematar, al final en forma de soneto. Estas cosas las he ido escribiendo y archivando en algo que he bautizado como "Cantos y cuentos para un infante culto" y que iré presentando aquí.




A MI BURRO

Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 
vídeo que figura al pie

Pepito era un joven campesino, muy buena persona y muy trabajador. Tenía un burro que era muy quejica, enfermizo o, probablemente, un hipocondríaco de tomo y lomo; siempre salía con una enfermedad, o un dolor, en las partes más insospechadas..
- Vamos que hay que llevar un saco de trigo al molino – le dijo Pepito
Y entonces al burro le entró un terrible dolor de cabeza.
Lo llevó al veterinario y le dijo así
- A mi burro a mi burro le duele la cabeza
Y entonces el médico, después de tomarle la tensión, le mandó una gorrita negra
- Y bueno se pondrá – le dijo el doctor
El burro, con su gorrita negra iba tan contento porque en aquella ocasión se había librado de llevar la carga.
Al cabo de unos días le dijo Pepito
- Ahora te voy a colocar el arnés, la cabezada, la cincha y la albarda porque me tienes que llevar al huerto, que hoy tengo que regar las judías.
Al momento al burro le entraron todos los males y comenzó a sacudir las orejas como si se quejara de que le dolían.
 Lo llevó otra vez al veterinario y le dijo:
- A mi burro a mi burro le duelen las orejas
Y entonces el médico, tras mirarle los oídos con una linternita, le mandó que las pusiera muy tiesas
- Y bueno se pondrá – le dijo el doctor
El burro, con las orejas tiesas y su gorrita negra iba tan contento porque se había librado de trabajar, pero las judías se habían quedado sin regar aquel día.
Pasó el tiempo y Pepito le dijo al burro
- Tenemos ya el trigo en la era y vas a tener que tirar de la trilla, así que vete preparando para que te ponga los arreos.
El burro comenzó a cerrar los ojos y bizquear, quejándose de que le dolían los ojos y casi no podía ver, así que Pepito lo tuvo que volver a llevar a la consulta del veterinario y le dijo:
- A mi burro a mi burro le duelen los ojitos
Y entonces el médico, tras ponerle un cuadro con zanahorias, cereales, alfalfa, y otras verduras y ver sus reacciones,  le mandó un par de anteojitos
- Y bueno se pondrá – le dijo el doctor
El burro, con los anteojitos, las orejas tiesas y su gorrita negra iba tan feliz, ya que la trilla la había tenido que arrastrar la mula del vecino puesto él estaba convaleciente.
Pasado el tiempo y pensando que ya se habría recuperado le dijo Pepito.
- ¡Hala! Vamos a colocarte las aguaderas porque tenemos que ir a llenar los cántaros a la fuente. 
El burro comenzó a toser y carraspear sonoramente dando a entender que le dolía la garganta y que el agua fría de la fuente le podía agravar su dolencia.
Y así tenemos a Pepito llevando otra vez a su burro a la consulta del veterinario y al entrar dijo:
- A mi burro a mi burro le duele la garganta
Y el médico, tras ponerle una pala de horno en la lengua y mirar al fondo de la garganta,  le mandó una bufanda blanca
- Y bueno se pondrá – le dijo el doctor
El burro, con la bufanda blanca, los anteojitos, las orejas tiesas y su gorrita negra se había librado por esta vez de acarrear los cántaros de agua. No es que le importase llevarlos a la fuente vacíos, pero luego había que volver con ellos llenos, y eso si que pesaba demasiado para sus pobres vértebras.
No habían pasado muchos días cuando Pepito le habló así:
- Mira, ahora voy a aparejarte y ponerte el serón porque hay que llevar la paja al pajar y luego los sacos de grano al granero.
Esta vez el burro no se quejó de nada y llevó sin problemas varias cargas de paja, pero cuando Pepito comenzó a cargarle los sacos de grano, y esos si que pesaban…, empezó a respirar fatigosamente, a poner los ojos en blanco y se dejó caer redondo al suelo como desmayado por el esfuerzo anterior, dando a entender que le había dado un infarto y le dolía el corazón.
Pepito lo cargó como pudo en un carro y, arrastrado por la mula del vecino, lo llevó al veterinario y le dijo:
- A mi burro a mi burro le duele el corazón
Y el médico, tras hacerle un electrocardiograma, le mandó jarabe de limón
- Y bueno se pondrá – le dijo el doctor
El burro, con su frasco de jarabe de limón, la bufanda blanca, los anteojitos, las orejas tiesas y su gorrita negra llegó andando por su propio pie a casa y se le veía bastante mejorado.
Hasta que llegó un día en que Pepito tenía que llevar las patatas de la cosecha a venderlas al mercado del pueblo. Comenzó diciéndole:
- Deja ya de comer alfalfa y prepárate que vamos a llevar las patatas al mercado  
El burro dando un respingo se quedó como paralizado, rígido como una estatua y Pepito no era capaz de moverlo ni hacerlo reaccionar, pero esta vez ya no lo llevó al veterinario; comprendió que su burro de lo que padecía era de vagancia crónica, vamos que era un gandul de siete suelas, porque los dolores siempre le sobrevenían cuando se veía venir algún trabajo o alguna carga.
- Esta vez no te voy a llevar al veterinario. Sé perfectamente qué medicinas son las que te hacen falta, realmente debería comenzar administrándote una dosis tópica de fusta o látigo; pero como lo tuyo puede que sea un empacho, hasta que superes todos tus achaques y trabajes como un burro que eres, te voy a poner a régimen de paja y agua. Así que ve despidiéndote del trébol fresco, de la alfalfa, de la cebada, del maíz y otras cosas, y si veo que ni aún así mejoras tendré que suprimirte la paja hasta que reacciones.
Aquella dieta fue tan efectiva que se puso bueno tan rápidamente que pudo dejar de tomar el jarabe de limón, pudo doblar las orejas y desprenderse de la gorrita negra, la bufanda blanca y los anteojitos, y comenzó a llevar las cargas más pesadas que nunca antes había llevado, sin quejarse de ninguna dolencia ni achaque alguno; por lo que en su pesebre volvió a verse con frecuencia el heno, el tierno trébol, la jugosa alfalfa y unos buenos calderos de grano que hicieron las delicias de nuestro convaleciente amiguito que, a partir de aquel momento, fue el burro más trabajador y más saludable que se había visto en toda la comarca.







No hay nada que a mi burro no le duela: 
la cabeza, los ojos, las orejas…
y me tiene bien harto con sus quejas,
ayer ya se quejaba de una muela.

No vale la botica de la abuela
ni curas cataplásmicas de viejas.
Sólo me da para comer lentejas
tanto veterinario y tanta tela.

Bufandas caras y multicolores,
jarabe de limón pasteurizado…
y aunque a mi burro cure los dolores

me tiene ya aburrido y arruinado.
¡si comiera, como Platero, flores!
pero se atraca de grano y de salvado.

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