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martes, 31 de marzo de 2015

Los niños perdidos de Hamelín

Otro nuevo "trascuento". El flautista ya ha pasado por Hamelín y siguen con sus aventuras, pero esta vez en compañía


LOS NIÑOS PERDIDOS DE HAMELIN

Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 
vídeo que figura al final


En Hamelín había tristeza y luto por la pérdida de los niños, pero en ningún momento se plantearon dar su brazo a torcer, abrir la bolsa y pagar al flautista lo pactado. No sólo el Alcalde se negó a pagar sino que, en una colecta entre todos los vecinos no llegaron a recaudar apenas unas veinte monedas.
 Le culpaban de todo sin considerar su propia responsabilidad por su egoísmo y avaricia.
Hamelín no era muy grande y, afortunadamente para las autoridades, había pocos niños, tan solo seis; por lo que la pérdida de seis niños no la consideraron una gran desgracia si a cambio de ello mantenían intactas sus riquezas. Ya nacerían más.
Los niños nunca regresaron a aquel pueblo de gente oronda y satisfecha con sus riquezas y seguían alegres al flautista por colinas y veredas.
Ángelo, aquel joven alto y flaco, con una pluma en el sombrero y una flauta bajo el brazo, nunca hubiera hecho daño a los niños. Siempre había procurado ayudar a quien tuviera problemas, alegrar al triste y hacer bailar con su flauta al alegre. 
Al llevarse a los niños de Hamelín, lo único que pretendía era darles una lección a sus ricos habitantes, lección de la que ellos no sacaron enseñanza alguna. Así que siguió con los niños por pueblos y villas al son de una alegre tonada en La Mayor y con lo que iba ganando con su flauta nunca les faltó qué comer, qué vestir ni qué calzar.
Llevaban muchos días de camino cuando divisaron a lo lejos unas altas, luminosas y extrañas torres que, al principio, les pareció pertenecían a un castillo fabuloso; sólo que al acercarse no se parecía a ninguno de los muchos castillos que Ángelo había visto  en sus años de aventuras.
Llegando a las enormes puertas que se abrían ante ellos vieron un enorme rótulo que ponía:
“BIENVENIDO A FANTASÍA, DONDE TUS SUEÑOS
 SE HARÁN REALIDAD”.
Ya dentro de aquella gran ciudad pudieron ver de cerca que, aquello que les habían parecido torreones y columnas; en realidad eran montañas rusas, norias y todo tipo de atracciones que los niños contemplaban boquiabiertos.
Por las calles desfilaban bufones, saltimbanquis, malabaristas, tragafuegos y una caterva de máscaras representando los personajes de los cuentos más conocidos: lobos feroces, enanos, ogros, dragones, duendes, trasgos y brujas, caperucitas, hadas, cerditos, soldaditos de plomo y príncipes… aquello era Jauja para los niños.
Ángelo temió en un primer momento que aquello fuera una encerrona, como la de Pinocho, al ver que todo era gratis y ya imaginaba a sus niños convertidos en asnos; pero todas las atracciones eran de lo más inocente y no incitaban a vicios ni a malos hábitos, así que les dejó subir a las atracciones y jugar a todos los juegos hasta cansarse.
Mientras ellos se divertían de lo lindo; él, para no aburrirse, se dedicó a animar el ambiente interpretando en su flauta alegres y sencillas melodías en Do Mayor.
Así pasaron muchos e intensos días y, como suele suceder con todo, los niños acabaron cansándose de la diversión y aburriéndose con los juegos. Cuando ya pasaban más horas sentados en corro en torno a Ángelo y escuchando su música que subidos a las atracciones o en los juegos, éste creyó llegada la hora de partir y, desgranando una tonada en Sol Mayor, se puso en camino seguido por los niños, que no vacilaron en dejar atrás aquel paraíso de diversiones.
Fantasía quedó lejos y a buen seguro, que de haberlo intentado, no hubieran sido capaces de reencontrar el camino que allí llevaba.
Anda que te andarás y toca que tocarás recorrieron sendas, bosques y valles hasta que un día llegaron a una ciudad gris y semiderruída que les recibió gélidamente. Al pasar por sus puertas todos notaron como un escalofrío y una sensación opresiva.
Ángelo tomó su flauta y comenzó a tocar un tema muy alegre en Si bemol Mayor esperando animar a la gente como solía suceder por donde iba, pero lo único que consiguió es que los pocos que pasaban por allí huyeran y se cerraran a cal y canto. Todos los que vieron pasar iban mal vestidos, sucios o harapientos; solamente uno de ellos reaccionó positivamente, esbozó una gran sonrisa y al poco regresó con una mesita, montó un tenderete y comenzó a vender tapones para los oídos.
El negocio iba viento en popa, no había vendido ni una docena de tapones cuando ya había traspasado el negocio a otro, y éste a otro, y éste a otro y otro más.
Cuando Ángelo dejó de tocar, el último comprador le suplicó.
- Siga tocando, por favor, si cesa la música antes de que pueda deshacerme del negocio será mi ruina.
- Oiga ¿qué país es éste? –preguntó Ángelo.
- Estáis en el País de Más y Más, el país más rico de todos los contornos. y esta es la capital: Fraudatia.
- Pues nadie lo diría a la vista de la ciudad y los edificios; no veo ninguna gran mansión ni ningún palacio y todo parece en ruinas, además la gente no es que vista muy elegantemente.
- Pues mire; esta casa de aquí, esa del tejado hundido, no puede usted imaginarse en cuánto la colocó el último propietario, no hay cifras lo bastante grandes para describirlo. Y la ropa que llevo – dijo señalándose el traje sucio y de tres tallas mayor que él – es de última moda, por algo me ha costado tan caro, aunque ahora seguro que podría venderlo por el doble de lo que me costó.
- ¿A qué se dedican? 
- A la EDA, es decir Economía Dinámica Especulativa.
- ¿Y eso qué es?
- Aquí cualquier cosa es susceptible de negocio; hay que comprar lo que sea y venderlo con el máximo beneficio posible en el menor tiempo, así se va añadiendo dinamismo y valor a la riqueza del país
- ¿Y cuál es esa riqueza del país?, ¿la agricultura, la ganadería, la minería, la industria, la pesca,…?
- Nada de eso, aquí todo tiene un alto precio; desde una piedra (si se sabe vender bien), hasta un título de propiedad falso (si cuela, aunque siempre suele colar), y cuantas más transacciones hay, más se revaloriza todo, hay mayores beneficios, y el país crece constantemente sin que nadie tenga que esforzarse en aportar valor a lo que vende. Lo verdaderamente importante no es el valor de las cosas sino su precio, y aquí hemos conseguido las más altas cotas de riqueza.
- Pues la música, la alegría, la felicidad, el optimismo, la solidaridad y muchas otras cosas así no deben ser aquí un buen negocio, porque veo que no andáis sobrados de todo eso.
- La música no, pero si me vendiera la flauta…  
- ¿Para qué?; además de no estar en venta, aquí dudo que alguien sepa tocarla.
- Eso no importa, nadie lo va a preguntar, pero la puedo vender muy bien conjuntamente con el negocio de tapones para los oídos, ya que con una sinergia así se convierte en una industria autosuficiente que se retroalimenta.
- Pues me parece que ni mi flauta ni mi música está en venta y menos para quien no la sabe apreciar. ¡Vámonos de aquí!, este país hace honor al nombre de su capital porque es un puro fraude, se parece algo a Hamelín vuestro pueblo y no es país para niños.
Ninguno de ellos estaba por ser rico, y menos con aquella clase de riqueza tan peregrina, así que partieron, poniendo tierra por medio y dejando atrás aquella negrura y aquella sensación opresiva.
Vagando a la ventura durante días y días llegaron a un camino que se internaba en un espeso bosque. Ángelo no dudó mucho y se aventuró en la espesura seguido por los niños. La variedad de la flora y la frescura de la sombra invitaban a seguir adentrándose en la maleza sin darse cuenta de que el sendero se iba esfumando y pronto cualquier rastro de él fue imperceptible. Estaban en medio de un espeso bosque, sin ningún sendero y sin idea de hacia donde seguir, estaban perdidos.
Llevaban horas caminando sin rumbo y cansados, así que se sentaron a reposar en el pasto, a la sombra de los altos pinos.
Antes de reanudar su camino al azar, Ángelo comenzó a tocar, esperando que la música le inspirara para encontrar la salida. Tocaba un tema melancólico en Si menor que reflejaba su estado de ánimo cuando, atraídos por la melodía, comenzaron a aparecer toda clase de bestezuelas del bosque y se quedaban inmóviles escuchando. Tan pronto dejó de tocar, todos los animalillos desaparecieron del mismo modo que habían aparecido.
A lo lejos, plantado inmóvil entre los pinos, vieron a un bello ciervo de alta cuerna e imponente aspecto que les miraba fijamente; se acercaron a él y éste retrocedió unos pasos entre la espesura, volviéndose a parar para mirarlos fijamente. Cada vez que se aproximaban volvía a proceder del mismo modo, como si quisiera que le siguieran, y eso es lo que hicieron durante dos largas horas, al cabo de las que desembocaron en un amplio claro y el ciervo desapareció definitivamente.
Se encontraban en un amplio valle tapizado de verde pasto y salpicado de margaritas y manzanilla silvestres, al fondo una estrecha playa de fina arena delimitaba una pequeña cala rematada por un saliente rocoso, como un puerto, en la parte más cercana a ellos.
Los niños, que en su vida habían visto el mar, se entusiasmaron a la vista de la playa, corrieron hacia el agua y chapotearon alegremente.
- El problema – pensó Ángelo en voz alta – es que no contamos con agua ni con provisiones, así que tendremos que seguir la línea de la costa hasta encontrar alguna población, en caso contrario acabaríamos desfalleciendo de hambre y de sed.
Tan pronto los niños se cansaron de zambullirse y chapotear en el agua, los agrupó y se encaminaron al otro extremo de la cala, buscando la manera de llegar a algún lugar habitado.
Al pie de las primeras rocas que cerraban la playa descubrieron un riachuelo que, procedente del bosque, desembocaba perezosamente en el mar. Bebieron hasta saciarse y se tendieron en el pasto a descansar aquella noche. Entonces es cuando lo vieron allá en lo alto, refulgiendo a las últimas luces del ocaso. Era un grupo de casitas que flotaban al nivel de las más altas ramas y, revoloteando entre ellas, diminutas figuras aladas vestidas con ropajes multicolores iban y venían de un lugar para otro.
Aquello era extraordinario y maravilloso, y se quedaron extasiados con la mirada perdida en lo alto durante mucho rato.
Una de aquellas figuras volanderas descendía hacia ellos y acabó flotando a poca distancia de sus cabezas; curiosamente no la veían de mayor tamaño que cuando estaba en lo más alto, conservaba la apariencia visual a cualquier distancia. Hizo un gesto con la mano y los arbustos más próximos se cubrieron de bayas a las que los niños se lanzaron hambrientos. Mientras tanto Ángelo, que se había quedado mirándola, vio como ascendía hacia las casitas sin que por un momento variara de tamaño; después se acercó a los matorrales y comió con apetito. Aquellas bayas le sabían igual que su plato favorito, aquel guiso de trigo que le hacía su madre y que llevaba tantos años sin probar.
Los niños se hartaron de comer y aún sobraron bayas, y todos comentaban que les sabían a cada cual igual que su comida favorita.
Esa noche durmieron profundamente sobre el fresco pasto y a la mañana siguiente los niños volvieron a sus juegos y chapoteos en la playa mientras que Ángelo se distraía con su flauta, sin darse cuenta de que las casitas habían descendido casi hasta su altura y las hadas, ¿Qué otra cosa podrían ser?, escuchaban su música embelesadas.
Tanto las casitas como ellas, tampoco habían variado de tamaño pese a estar mucho más cerca
Así pasaron los días entre juegos y comiendo de aquellas bayas tan ricas. El hada menuda que cada día hacía fructificar los arbustos, siempre tintineaba cuando se acercaba agitando sus tenues alitas y todos los niños comenzaron a llamarla Campanilla. También descubrieron que las bayas podían tener el sabor que cada cual imaginara; a chocolate, a helado de vainilla, a jamón,….
Una mañana, al despertar, vieron anclado en aquel puerto natural que había en el otro extremo de la cala un velero que se balanceaba majestuosamente con el vaivén de las olas.
Ángelo pensó que ya era tiempo de partir y así se lo dijo a los niños, que estuvieron conformes. Se acercaron al bajel para ver si querían llevarles, pero en ese momento no había nadie allí.
Esperaron en las rocas sin perder de vista el barco. Al cabo de unas horas vieron llegar a la tripulación; por lo visto venían de enterrar algo, puesto que llevaban picos y palas, pero a Ángelo le pareció que mejor sería no meterse en lo que no le importaba. Se acercó al que parecía capitanearlos y le dijo:
- Mi nombre es Ángelo y nos hemos perdido, ¿es usted el capitán del barco?
- Si, soy el comandante y me llamo Garfield Hook, ¿Qué quiere?
- Pues quisiera que nos admitieran como pasajeros y nos llevaran a algún puerto.
- Si, pero tendrán que pagarse el pasaje.
Ángelo, que había juntado un capitalito en sus actuaciones por los pueblos, sacó una bolsa y se la entregó al comandante, que miró el contenido, contó las monedas, mordió alguna para comprobar su autenticidad y se dio por satisfecho.
- Mañana con la marea levaremos anclas, así que si quieren pueden dormir a bordo esta noche.
Ángelo, que desconfiaba algo del comandante y del aspecto de la tripulación, le respondió
- No es preciso, tenemos cosas que hacer antes de partir y al punto del alba estaremos aquí. 
Y marcharon al otro extremo de la cala donde, bajo las casitas de las hadas, habían acampado durante tantos días.
Para agradecerles las provisiones de bayas y como despedida les interpretó un melancólico tema en Si menor, con todo el sentimiento de pérdida y separación, hicieron su última y deliciosa cena en los arbustos y se echaron a dormir.
Bien temprano se pusieron en marcha hacia el barco; esta vez si que sentían pena por abandonar aquel rincón de las hadas y eso que su relación con ellas había sido prácticamente nula, pero les empujaba el ansia de seguir con nuevas aventuras.
Subieron a la nao cuando ya comenzaban a levar el ancla y a izar velas, poco a poco fueron saliendo de la cala, la suave brisa matinal les empujaba mar adentro y todos ellos se quedaron mirando con tristeza hacia los altos pinos entre cuyas ramas se ocultaban las casitas flotantes.
Cuando ya enfilaban hacia alta mar y abandonaban el refugio de la cala, vieron aproximarse a Campanilla que, como siempre, mantenía su tamaño pese a irse acercando, por eso la tripulación que estaba ocupada en las maniobras no advirtió su llegada.
Todos pensaron que se acercaba para despedirse o que se había encariñado con los niños y no quería dejarles partir, pero quedaron asombrados cuando la vieron elevarse sobre el palo mayor y comenzó a dejar caer sobre la nave como una nevada de refulgentes copos.
La nave se elevaba sobre la espuma y ascendiendo hacia las nubes en pos de Campanilla, voló rauda hacia un lejano horizonte.
Los marineros vieron aterrados como, allá abajo, dejaban atrás mares y tierras y como aquel enloquecido vuelo les llevaba hacia algún lugar ignoto.
Nunca se supo el tiempo que duró la travesía, para unos fue interminable y para otros sólo duró un instante, pero finalmente la nave se posó en un mar desconocido junto a una costa extraña.
Ángelo, previa entrega de otra bolsa de monedas, consiguió una lancha y con los niños remaron hacia tierra firme.
Campanilla había desaparecido y se encontraban perdidos, sin agua ni comida, así que se alejaron de la costa en busca de algún lugar en donde hallar algo que comer y beber. ¡Y vaya si lo encontraron!
Se dieron de manos a boca con un poblado indio donde fueron capturados y atados a los postes de tormento sin darles tiempo a explicaciones.
Toda la tribu estaba reunida en torno a la hoguera cuando se acercó el Gran Jefe y dijo a los cautivos:
- Au, cara pálida ¿Qué hacer en nuestro territorio?
- No sabemos en donde estamos – respondió Ángelo – estamos perdidos y buscábamos comida y agua.
- Vosotros, perdidos, estar en territorio de mi tribu en el País de Nunca Jamás y no convencerme tus palabras de lengua partida, pero nunca podrán decir que nosotros ser salvajes, los niños perdidos podrán marchar donde querer pero hombre perdido ser sometido a tormento
Y acto seguido ordenó soltar a los niños, pero éstos no abandonaron a su suerte a Ángelo y se quedaron junto a él protegiéndolo. El mayor de ellos se encaró con el Gran Jefe y le dijo:
- Jefe, nosotros no vamos a dejar a nuestro amigo y si quiere quedarse más tranquilo, permítale que se explique; pero él como mejor lo hace es con su flauta, suéltele las manos y permítale que se defienda.
- Au, soltar las manos pero no los pies y atar por la cintura al poste.
Una vez liberado de sus ataduras tomó su flauta y comenzó a tocar una danza alegre y amistosa en La Mayor y al poco rato toda la tribu, incluido el Jefe, estaba bailando y riendo en torno a la hoguera.
El Jefe ordenó que lo soltaran, le impuso un penacho de plumas y luego fumaron todos la pipa de la paz. A los Niños Perdidos les hizo toser pero también dieron una calada en prueba de amistad.
Luego fueron obsequiados con un gran banquete a base de asado de bisonte, acompañado con un rico guiso de maíz y calabaza.
Aquella noche durmieron calentitos junto al rescoldo de la hoguera y a la mañana les dijo el Gran Jefe:
- Au, Niños Perdidos y Hombre Perdido, ahora ser amigos. En segunda luna volver a fumar calumet y ahora vosotros buscar donde ir. Donde el sol sale haber buenos terrenos de caza con agua, árboles y cuevas. Esos terrenos no ser de tribu ni de nadie y poder vivir bien los perdidos.
Le dieron las gracias y se pusieron en marcha hacia levante. Ciertamente el lugar que les había indicado el Gran Jefe era perfecto; tenía un manantial, árboles en abundancia y un escarpado rocoso con algunas cuevas que les sirvieron de refugio los primeros días hasta que lograron construir unas cabañas de ramas con techos de palma.
La comida no faltaba porque, de momento, los arbustos de la zona y algunos frutales estaban en plena producción, pero echaron de menos los sabores de aquellas bayas tan ricas de que les proveía Campanilla.
Y Campanilla, ¿qué había sido de ella? Desde el apresurado viaje aéreo no la habían vuelto a ver y pensaron que debían resignarse a vivir allí para siempre.
Los días pasaron, los niños se adaptaron muy bien a aquella nueva vida y se volvieron autosuficientes.
Aparte de una visita que hicieron a la tribu india en la segunda luna, en la que volvieron a fumar el calumet, Ángelo estaba aburrido, se veía aislado en aquel país, sin otra expectativa que vegetar. Lo único que le quedaba por hacer era tumbarse bajo un árbol y tocar su flauta, pero no le salían más que tristes y depresivas melodías en tonalidades menores y eso, en lugar de darle ánimos, le hacía hundirse en un pozo sin fondo de desesperanza.
Cuando más hundido estaba acabó apareciendo a lo lejos Campanilla y, acercándose a él, comprendió lo que le pasaba; porque las hadas adivinan más de lo que creemos sobre los sentimientos humanos.
Se puso a revolotear sobre su cabeza y le espolvoreó con aquella nevada luminosa con la que hizo volar el barco.
Los Niños Perdidos se quedaron mirando y comprendieron lo que pasaba, porque los niños entienden más de lo que creemos sobre los sentimientos humanos.
Ángelo comenzó a elevarse, los niños le dijeron adiós con la mano y se quedaron allí plantados viendo como se perdía en la distancia, tanto que él y Campanilla llegaron a verse del mismo tamaño mientras se alejaban hacia un destino desconocido.
No sabemos a donde pudo llegar Ángelo ni lo que hizo, aunque quizá algún día nos enteraremos. De lo que si sabemos es de las aventuras de los Niños Perdidos en aquel País de Nunca Jamás, pero eso ya es otro cuento.



Este trascuento, que es continuación de:
 explica lo que pasó a los niños 
que marcharon tras el flautista, en
También explica cómo llegaron Los Niños Perdidos al País de Nunca Jamás
que se relatan en las aventuras de PETER PAN
Otros sucesos relacionados se encuentran en:
y en



lunes, 30 de marzo de 2015

El pastor y su flauta






Otro "trascuento" en el que un pastor encuentra una flauta especial. Se mezcla con otras historias (el lobo feroz, la lechera, la camisa del hombre feliz y.... ) en las que la flauta tiene un raro protagonismo.
(Una flauta que tiene algo que ver con el trascuento EL RETO)

Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 
vídeo que figura al pie

EL PASTOR Y SU FLAUTA

Érase que se era una vez un joven alto y flaco, con una pluma en el sombrero y una flauta bajo el brazo, llamado Ángelo. 
Ángelo era de profesión pastor, un trabajo duro por las inclemencias del tiempo; la lluvia, el frío y la nieve en invierno y los rigores del sol en verano, pero no demasiado cansado.
Pasaba horas recostado en el tronco de un árbol, improvisando melodías con una rústica flauta que se había construido él mismo con una caña.
- Cuando escuchan música – decía – dan mucha más leche y mejor
Un día, en que llevaba su rebaño a otros pastos, pasó por un pueblo arrasado en una de las batallas tan frecuentes en aquellos tiempos y encontró entre unos escombros una flauta de madera, despintada y cubierta de barro. Limpió la flauta y, recostado en el tronco de una encina mientras vigilaba sus ovejas, comenzó a tocar para probarla.
Para su sorpresa, las ovejas dejaron de comer y escuchaban embelesadas la dulce música de la flauta. Acudieron también todas las aves de los alrededores y, acallando sus gorjeos, se posaron en las ramas de aquella encina y lo mismo hicieron los conejos y tejones, entre otros muchos animalillos que se acercaron al pie del tronco para escuchar.
- Esto no puede ser, si sigo tocando las ovejas no comen y no habrá leche. Tengo que dejar de tocar o encontrar algo que las anime.
Y comenzó a probar nuevas melodías en nuevas tonalidades, parecía como si la flauta por si misma enhebrara en el hilo de la melodía: los sentimientos, las alegrías, las inquietudes,… Así se estuvo horas comprobando los efectos que aquella música causaba en su rebaño y en el entorno.
Finalmente, con una suave canción en Sol Mayor, las ovejas comenzaron a comer con apetito redoblado y se incrementó notablemente la producción de leche.
Allí se estaba un día, bajo una higuera, ensayando melodías y tonalidades, cuando vio llegar a lo lejos un lobo con intenciones de atacar al rebaño.
Ángelo comenzó a tocar con brío un tema espantoso en Mi bemol menor y el lobo, asustado, se pegó cuanto pudo al suelo intentando pasar desapercibido y escapar de aquella horrible música que le atormentaba. Cuando logró escapar de allí, tenía pánico a las ovejas aunque, como muchos sabemos, sustituyó su vieja afición hacia el ganado lanar por una extraña obsesión por los cerditos, que desde entonces se convirtieron en su único objetivo.
Nuestro amigo pensó
- Pues si esto funciona con un lobo, si es verdad lo que siempre se ha dicho de que la música amansa a las fieras, me gustaría saber qué efecto produce en las personas. Debería salir por esos caminos a recorrer mundo y ver lo que soy capaz de hacer con mi flauta.
Y, dejando el rebaño a cargo de otro pastor, se echó por esos mundos de Dios en busca de aventuras.
El primer pueblo al que llegó estaba en fiestas; aquel desconocido, aquel muchacho alto y flaco, con una pluma en el sombrero y una flauta bajo el brazo, se plantó en una esquina de la Plaza Mayor, dejó su sombrero boca arriba en el suelo y comenzó una alegre melodía en tono de La Mayor. 
Inmediatamente, toda la gente que andaba por allí, comprando mermelada, peladillas, miel, arrope y otras golosinas en los tenderetes de los feriantes, se pusieron a bailar, la alegría se contagió también a todos los que vivían cerca y pudieron escuchar la música, todos acudieron y se pusieron a bailar.
Cuando todo terminó, los vecinos se acercaron al sombrero y lo llenaron de monedas, de modo que al final de la jornada había juntado un buen pico, pudo cenar en la Posada y dormir a gusto en una cama mullida.
En el siguiente pueblo al que llegó no había fiesta, pero se situó en una esquina de la Plaza Mayor, colocó su sombrero en el suelo y se puso a tocar. Esta vez la melodía que tocaba era en La menor y sonaba lastimera y tierna, todos los que pasaban por allí sentían una gran congoja y una gran piedad por el pobre músico, así que iban pasando y echaban monedas en el sombrero y al marchar se sentían muy bien por haber hecho una buena obra.
Así siguió viajando hacia el Norte, tocando en cada pueblo y, según el ambiente que encontraba, tocaba una melodía u otra.
En uno de esos días, de camino de un pueblo hacia otro, se encontró a una muchacha, casi una niña, llorando al borde del camino. A sus pies había un cántaro de leche volcado y la leche que aún caía se filtraba lentamente en el suelo.
Ángelo sintió pena y se puso a tocar una de sus melodías favoritas en Fa sostenido Mayor, que hablaba a los sentidos de alivio, superación de obstáculos y triunfo sobre la adversidad. En el acto la niña dejó de llorar, una nueva paz del espíritu se comenzaba a traslucir en sus ojos. Con espíritu resuelto se cargó a la cabeza el cántaro y, dándole las gracias, se marchó decidida y dispuesta a no dejarse vencer por el desánimo. Ya no le importaba haberse caído con el cántaro y, con él, todos sus sueños e ilusiones, lo que importaba es haberse levantado. 
Ya se había alejado mucho de su tierra y, aunque dinero no le faltaba, seguía recorriendo los caminos a la búsqueda de experiencias que le permitieran conocer mejor la condición humana y de qué modo ayudarles en sus dificultades.
A lo lejos se divisaban las torres de un castillo y pensó
- Allí puede que encuentre gentes con problemas a los que ayudar, tristes a los que alegrar y alegres a los que hacer bailar.
Y así, aquel muchacho alto y flaco, con una pluma en el sombrero y una flauta bajo el brazo, se encaminó a las grandes puertas del castillo y entró.
Por el semblante de todos aquellos con los que se cruzaba, intuyó que allí debía pasar algo grave y preguntó.
- Dígame ¿Qué pasa aquí que veo a todos tan cariacontecidos?
- Es que nuestro Rey está ya en las últimas, es un Rey muy querido por todos, un buen Rey, pero enfermó de una extraña dolencia del espíritu y ningún médico ha sabido sanarlo, ni tan siquiera se le pudo traer un remedio que parecía la última esperanza.
- ¿Y qué remedio era ese?, a lo mejor yo puedo ayudar, he corrido mucho mundo y podría encontrarlo
- Se trataba de que se pusiera la camisa de un hombre feliz, pero no fue posible conseguir una
- Pues yo creo que soy feliz con lo que hago, pero nunca he usado camisa. ¿podría intentar hacer algo por él?
- Puedes intentarlo, total ya todo está perdido y un intento infructuoso más no sería una novedad.
Ángelo se encaminó a los aposentos en que el Rey, carente de ánimos ni siquiera para alimentarse, agonizaba. Preparó su flauta y se puso a tocar una solemne marcha en Re Mayor.
El Rey al escuchar aquellas notas, salió de su estado de postración; toda la pena que sentía por si mismo, toda la tristeza sin objeto, todo sentimiento de ruina le fue abandonando y se despertaron en él los ecos de las gestas históricas de su pueblo, la grandeza de sus antepasados y comenzó a valorar positivamente todo cuanto de bueno había hecho por sus súbditos(1). Con grandes muestras de agradecimiento por parte del Rey, que le quiso cubrir de riquezas y que se quedara allí, cosas que él rechazó, y entre los vítores del pueblo y de la corte, Ángelo partió en pos de nuevas aventuras.
Así siguió por los caminos, haciendo el bien, ayudando a unos y alegrando a todos con la música de su flauta, hasta que un día llegó a un cruce de caminos y dudó sobre por cuál de los dos seguir.
Al final optó por seguir el de la derecha, que tenía una señal indicando “HAMELIN  3 leguas”
Pero seguro que lo que sigue ya os lo habrá contado antes algún bocazas.



Lo que sucedió tras tomar aquel camino ya lo sabemos, por
pero lo que aconteció a continuación lo sabremos en:
 LOS NIÑOS PERDIDOS DE HAMELÍN
También podemos saber qué pasó en Hamelín y alrededores tiempo después en: 
DISTURBIOS EN HAMELÍN
(1) En fin que quedó curado de aquello que hoy en día llamaríamos depresión y con un tratamiento tan sencillo al que hoy llamaríamos musicoterapia.

domingo, 29 de marzo de 2015

El reto

Este es un "trascuento" que trata del origen de 
una flauta con poderes especiales que fue usada 
en Hamelin, así como de los principios del 
mayor luthier violero de todos los tiempos. 



EL RETO

Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 
vídeo que figura al final


Corría el año 1600 y Tonino Stradivari era el mejor maestro flautero del mundo. A lo largo de su vida como constructor de flautas había usado todo tipo de materiales; desde la humilde caña vulgar, pasando por la de bambú, madera de boj y muchas otras maderas, cuernos, cerámica, metales varios, los huesos largos de extremidades animales; y se decía que, incluso, los humanos.
Había alcanzado ya la perfección en su trabajo y su maestría era insuperable, incluso para él mismo. Había tocado techo y se sentía, por ello, desmotivado y triste
-Ahora ¿A qué me podré dedicar? Necesito algo que sea un reto e inalcanzable para cualquier mortal.
Su última flauta era algo excepcional; producía un sonido que hasta las aves quedaban embelesadas escuchándolo, parecía como si el mundo contuviera el aliento y los árboles no se atrevieran a mover una sola hoja.
Después de aquella flauta, renunció a seguir construyendo otras.
-Para hacer otra peor o igual a ésta, prefiero no hacer nada.
En estas reflexiones andaba cuando una profunda oscuridad se hizo a su alrededor.
-¡Dios mío, me he quedado ciego!
Pero al fondo del taller una intensa y creciente claridad desveló una figura, un ser de luz indescriptible por lo bello, una belleza de otro mundo, de un mundo perfecto.
-No te asustes – le dijo – soy el Hada del Optimismo, y no es porque vea las cosas de color de rosa, sino que mi misión es buscar lo mejor de lo mejor, perseguir la excelencia, lo óptimo. Sé que has llegado a un nivel al que los humanos les es muy difícil llegar; pero has superado los límites de la perfección y ahora te sientes vacío. Los espíritus inquietos como el tuyo no pueden ser desaprovechados en la búsqueda de lo óptimo, y aquí entro yo para facilitarte otra meta en la vida
Tonino se quedó boquiabierto, sin poder articular palabra. El Hada siguió:
-Habrás observado que en mí todo es perfecto, pero debes saber que aún hay algo perfectible; por eso te voy a encargar una varita mágica insuperable, algo así como tu última flauta. Si lo consigues podrás ascender de la condición actual a un estadio superior. Tienes para ello tantos años como los que has dedicado a conseguir la flauta perfecta, aunque confío en que no tardarás tanto. Si necesitas más información puedes consultar el libro llamado “Misteri delle Fate”.
Y, tal como había aparecido, se esfumó
Tonino se quedó pensando
-¿Habrá sido un sueño?
Pero le había parecido muy real. Buscaría aquel libro aunque tuviera que ir por él a Piacenza, a Milano o a la mismísima Roma. Necesitaba algo de asesoramiento, puesto que sus conocimientos sobre magia o sobre varitas eran nulos; lo único que conocía era una amplia variedad de maderas pero, aunque tenía ciertas predilecciones por algún tipo en concreto, ninguna madera le había parecido tener poderes fuera de lo normal. Sólo sabía que había tipos de madera  idóneos para determinados usos y otras para otros, pero para varitas mágicas ignoraba cuál era el tipo de madera adecuado. 
No tuvo que ir muy lejos; en la librería de Cremona acababan de recibir un lote de libros de un noble venido a menos y que tuvo que desprenderse de su biblioteca después de haber liquidado todas las obras de arte de su palazzo; entre estos libros, afortunadamente, se encontraba “Misteri delle Fate”. 
En su taller se acomodó, dispuesto a sacarle a aquel viejo manuscrito sus profundos secretos, pero el libro no estaba dedicado exclusivamente a las varitas mágicas, sino a encantamientos, adivinación, pócimas y filtros,… y las escasas referencias que atrajeron su interés fueron las siguientes: 
“La fuerza de la magia no debe emanar del operador ni de la mano que sujeta la varita, la magia debe fluir únicamente de ella y el que la usa debe actuar exclusivamente como manipulador pasivo, concretando la acción a realizar y el destino de la misma. Esto es así para las auténticas varitas mágicas, hoy en día casi desaparecidas, puesto que en la actualidad es el mago el que formula el conjuro y la varita, a lo sumo, sirve como amplificador del mismo” 
Y otra
“Una varita mágica auténtica, solo podrá proceder del árbol mágico por excelencia y se usará únicamente la parte más dura aunque flexible, más antigua aunque en crecimiento, más limpia aunque sucia”
Eso fue todo lo que pudo sacar en claro, o sea que debía investigar y experimentar por su cuenta si quería cumplir el encargo del Hada.
Sus amplios conocimientos de las maderas en general le permitieron eliminar una serie de árboles que, en modo alguno, se ajustaban a lo que “Misteri delle Fate” definía. Aún así quedaba un número suficiente de maderas para comprobar que podría llevarle meses, si no años.
Comenzó a experimentar con tallos de boj, árbol que en ciertas culturas se consideraba mágico y de una madera especialmente dura.
-¿Y si me he equivocado eliminando los que tienen la madera no tan dura?
Así que comenzó a probar los tallos de otros árboles  o arbustos que, en otras culturas se consideraban mágicos o sagrados. Y así fue descartando:
El serbal,
El fresno,
El aliso,
El sauce,
El majuelo,
El acebo,
El avellano,
El abedul,
El manzano,…
Y así pasaron meses de trabajo sin resultados apreciables
Luego probó con el roble, también considerado mágico en muchas culturas, madera que Tonino conocía muy bien y que para él no tenía ningún misterio, por eso la había relegado, como cosa corriente y habitual.
Probó, como había hecho con todos los casos anteriores, con tallos más delgados, tallos más gruesos, tallos lisos y tallos con nudos. Pelaba las cortezas, los secaba al horno, limaba los extremos para redondearlos, eliminando los bordes vivos, los barnizaba con el mismo barniz artesano que había usado en sus flautas y blandiendo la vara ya acabada, intentaba obtener alguna reacción de la misma formulando un deseo, pero todo era inútil.
Pasaban los años, aunque la falta de resultados no le hacía desistir en su empresa y seguía obsesionado en superar el reto.
Fue la suerte, o tal vez una ayudita del Hada, lo que tras años de fracasos vino a cambiar el curso de nuestra historia.
Un temporal de lluvias persistentes y un viento huracanado se abatió sobre Cremona y la comarca durante varios días. Los daños fueron muchos, especialmente en bosques y jardines en los que se abatieron muchos árboles desarraigados por el viento en un terreno reblandecido por las lluvias.
Tan pronto cesaron las inclemencias del tiempo, todos los habitantes de Cremona, incluido Tonino, salieron de sus casas para ver los daños.
Un viejo roble desarraigado descansaba al pie de un talud, todas sus raíces estaban al descubierto y Tonino tuvo una inspiración, regresó a su casa y volvió con una sierra, cortó la parte apical de la raíz central y regresó presuroso a su taller.
Tonino recordó que los tocones y las raíces que quedaban tras la corta de cualquier árbol eran de lo más duro, sin embargo aquella raíz era de lo más flexible.
También recordó que la raíz central de cualquier árbol nacía desde el primer momento y seguía creciendo con él. 
Aquella raíz que, como todas, estaba enterrada en lo más profundo estaba llena de barro adherido que limpió cuidadosamente, hizo un corte longitudinal y separó la corteza, la parte interior era como un tallo fresco y limpio, sin señal alguna que alterara su pulida superficie. Parecía frágil pero era flexible y Tonino pensó que, como tantas veces había hecho, debía proceder al secado, para lo que fijó la raíz mediante unas tablillas para mantenerla recta y la puso en el horno a baja temperatura durante una semana.
Cuando la hubo desenvuelto estaba totalmente seca y derecha, limó como siempre los bordes, le dio una capa de barniz y esperó a que se secara.
La varita estaba terminada y ahora sólo faltaba probarla. Apuntó con ella a una maceta que tenía en un rincón olvidada y medio seca, y deseó verla florecer e, inmediatamente, la planta reverdeció y se cubrió de flores. 
A continuación la varita pareció tomar la iniciativa, lanzó un rayo de luz hacia un rincón oscuro del taller y allí apareció radiante y luminosa el Hada del Optimismo.
- Lo conseguiste, Tonino, aunque parece que el libro que te recomendé no te sirvió de mucho. Quizá te obsesionaste y te fuiste por las ramas en lugar de ir a la raíz de las cosas, y es que la raíz que sostiene en pie y alimenta al árbol se mantiene siempre en íntimo contacto con la tierra, penetra en ella y absorbe la savia, pero también acumula toda la energía mágica que vaga dispersa por las profundidades. Como decía “Misteri delle Fate”, has conseguido una auténtica varita mágica, has visto como actuaba por su cuenta sin necesidad de un Mago o un Hada. Creemos que tus cualidades no deben perderse, la Humanidad necesita y necesitará siempre a gentes como tú; pero dejaremos que sea la propia varita la que decida qué destino te espera.
Tomó la varita, apuntó a Tonino y se hizo la oscuridad absoluta durante breves momentos. 
Cuando, finalmente, se hizo la luz encontramos a un joven, casi en la adolescencia, como aprendiz en el taller de Niccolo Amati, encolando a un violín la tabla armónica.

El flautista de Hamelín

Un cuento clásico que da origen a tres "trascuentos"
 (de momento, porque yo no he tirado la toalla): Uno 
como precuela o previo a lo que todos sabemos, 
otro simultáneo al cuento conocido y otro como 
secuelas o hechos posteriores al mismo. Y ya 
veréis que no hay que tener pena por 
los niños que se llevó el flautista.




EL FLAUTISTA DE HAMELÍN

Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 
vídeo que figura al final

Hace mucho, muchísimo tiempo, en la próspera ciudad de Hamelín, sucedió algo muy extraño: una mañana, cuando sus gordos y satisfechos habitantes salieron de sus casas, encontraron las calles invadidas por miles de ratones que merodeaban por todas partes, devorando, insaciables, el grano de sus repletos graneros y la comida de sus bien provistas despensas. Nadie acertaba a comprender la causa de tal invasión, y lo que era aún peor, nadie sabía qué hacer para acabar con tan inquietante plaga.
Por más que pretendían exterminarlos o, al menos, ahuyentarlos, tal parecía que cada vez acudían más y más ratones a la ciudad. Tal era la cantidad de ratones que, día tras día, se enseñoreaban de las calles y de las casas, que hasta los mismos gatos huían asustados.
Ante la gravedad de la situación, los prohombres de la ciudad, que veían peligrar sus riquezas por la voracidad de los ratones, convocaron al Consejo y dijeron:
- "Daremos cien monedas de oro a quien nos libre de los ratones".
Al poco se presentó ante ellos un flautista taciturno, alto y desgarbado, a quien nadie había visto antes, y les dijo: 
- "La recompensa será mía. Esta noche no quedará ni un sólo ratón en Hamelín".
Dicho esto, comenzó a pasear por las calles y, mientras paseaba, tocaba con su flauta una maravillosa melodía que encantaba a los ratones, quienes saliendo de sus escondrijos seguían embelesados los pasos del flautista que tocaba incansable su flauta.
Y así, caminando y tocando, los llevó a un lugar muy lejano, tanto que desde allí ni siquiera se veían las murallas de la ciudad. Por aquel lugar pasaba un caudaloso río donde, al intentar cruzarlo para seguir al flautista, todos los ratones perecieron ahogados.
Los hamelineses, al verse al fin libres de las voraces tropas de ratones, respiraron aliviados. Ya tranquilos y satisfechos, volvieron a sus prósperos negocios, y tan contentos estaban que organizaron una gran fiesta para celebrar el feliz desenlace, comiendo excelentes viandas y bailando hasta muy entrada la noche. A la mañana siguiente, el flautista se presentó ante el Consejo y reclamó a los prohombres de la ciudad las cien monedas de oro prometidas como recompensa. Pero éstos, liberados ya de su problema y cegados por su avaricia, le contestaron: 
- "¡Vete de nuestra ciudad!, ¿O acaso crees que te pagaremos tanto oro por tan poca cosa como tocar la flauta?".
Y dicho esto, los orondos prohombres del Consejo de Hamelín le volvieron la espalda profiriendo grandes carcajadas.
Furioso por la avaricia y la ingratitud de los hamelineses, el flautista, al igual que hiciera el día anterior, tocó una dulcísima melodía una y otra vez, insistentemente.
Pero esta vez no eran los ratones quienes le seguían, sino los niños de la ciudad quienes, arrebatados por aquel sonido maravilloso, iban tras los pasos del extraño músico.
Cogidos de la mano y sonrientes, formaban una gran hilera, sorda a los ruegos y gritos de sus padres que en vano, entre sollozos de desesperación, intentaban impedir que siguieran al flautista.
Nada lograron y el flautista se los llevó lejos, muy lejos, tan lejos que nadie supo adónde, y los niños, al igual que los ratones, nunca jamás volvieron. En la ciudad sólo quedaron sus opulentos habitantes y sus bien repletos graneros y bien provistas despensas, protegidas por sus sólidas murallas y un inmenso manto de silencio y tristeza.
Y esto fue lo que sucedió hace muchos, muchos años, en esta desierta y vacía ciudad de Hamelín, donde, por más que busquéis, nunca encontraréis ni un ratón ni un niño. 


Sobre este cuento tenemos aquí otros trascuentos 
que explican cosas no conocidas.


viernes, 27 de marzo de 2015

El bosque prohibido

Un nuevo cuento de la última cosecha, o también podría ser un trascuento múltiple en bucle entre universos paralelos.









EL BOSQUE PROHIBIDO


Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 

vídeo que figura al pieÍ

Cierta mañana en que me encaminaba a la ciudad para hacer unas compras, pensé que el camino daba un gran rodeo y que me podría ahorrar una hora de marcha si atravesaba el Bosque Prohibido. Por las prisas y por la atracción de lo vedado me interné por un claro   que penetraba en ese terreno que nadie había pisado nunca desde que se tiene memoria.
Cuando llevaba un rato caminando, esquivando árboles y matorrales, pude ver a dos conejos que, con muchas prisas, marchaban por una especie de senda. 
Yo había leído de una niña que seguía a un conejo blanco que corría mirando su reloj y decidí hacer lo mismo, pero iban demasiado rápido para mí. Antes de que se perdieran en la distancia les oí decir:
- Dos pícaros galgos
nos vienen siguiendo.
- Pero no son galgos.
- ¿Pues qué son?
-Podencos.
-¿Que podencos dices?
¡Sí, como mi abuelo!
Galgos y muy galgos,
muy vistos los tengo.
Al poco aparecieron por allí, en su persecución pero sin muchas prisas, dos galgos algo cansados, a los que pude oír decir:
- He visto dos liebres
correr como el viento.
- ¿Unas liebres dices?
Por mí son conejos.
- ¿Con esas orejas?
Debes estar ciego.
También se perdieron de vista y continué mi camino.
A lo lejos pude ver una casita. Hacia ella, tratando de esconderse entre los troncos y los matorrales, caminaba una vieja muy sospechosa, con una cesta en el brazo y una roja y brillante manzana en la mano. Al poco la vi tropezar y caer y se perdió de vista.
Con muchas precauciones me acerqué y pude ver un pozo. Era profundo y debió caerse allí. A la orilla estaba la manzana aquella tan apetitosa y estuve tentado de hincarle el diente, pero me contuve y la arrojé al fondo del pozo, para ver cuan hondo era. El ¡Chooof" tardó en oírse, lo que indicaba que era muy profundo y, aunque lo hubiera intentado y tuviera una larga cuerda, habría sido imposible sacar a la vieja. Descanse en paz.
Cuando ya me alejaba se oía cantar. Eran siete pequeñas figuras que se encaminaban a la casa cantando ¡Aibó! ¡Aibo! No supe si eran enanos o si se veían así por la distancia y no me preocupaba demasiado, lo importante era seguir caminando porque ya había perdido mucho tiempo.
Encontré, en la dirección que me interesaba, una especie de senda que debía ser la trocha de paso de la fauna local y continué mi viaje.
A la derecha, entre las copas de los pinos, asomaba una alta torre y, al acercarme , pude ver que se trataba de un imponente castillo. Por la puerta salía en ese momento una bella joven enfundada en un horrible jersey de punto. Yo me escondí entre unas matas para que no me vieran y la escuche decir a su acompañante, que supuse sería su doncella:
- He encontrado en lo más alto de la torre una rueca y, a base de pinchazos, he logrado aprender a hilar la lana. ¡Mira qué jersey más bonito me he tejido!
Doblaron la esquina, se perdieron de vista y yo me alejé del castillo, reencontré la senda y continué caminando.
La verdad es que el viaje estaba resultando muy entretenido y no sé por qué le llamaban el Bosque Prohibido, yo no veía peligro alguno.
En un recodo me tropecé con una casita multicolor; parecía hecha de chocolate, caramelo y pasteles, la puerta parecía muy sólida, como hecha de turrón de Alicante. 
Dos niños se alejaban de allí comiéndose grandes ladrillos marrones que imagino serían de chocolate. En una esquina de la casita se veía que faltaba un gran trozo de muro cerca de los cimientos. No me atreví a acercarme por si había alguien dentro y me culpaba del daño.
Cuando ya me estaba pensando acercarme; no tardó en aparecer, montada en una escoba una fea bruja, aterrizó, abrió la puerta, penetró en la casita dando un fuerte portazo que hizo retemblar el suelo. Del portazo, como faltaba un buen trozo de muro, se acabó derrumbando toda la casa sobre la bruja. Esperé un rato por si era capaz de salir de aquellos dulces escombros, pero no lo hizo. Aproveché para coger una teja que me fui comiendo según me alejaba.
Me alcanzó una niña que llevaba un cántaro en la cabeza y le pregunté:
- Hola ¿a dónde vas?
- Voy a la ciudad a vender este cántaro de leche y comprar una canasta de huevos para sacar pollitos, y luego pienso hacer muchos más negocios hasta hacerme rica, porque soy pobre de solemnidad.
- Pues te deseo suerte, me parece que la vas a necesitar. Y mucho ánimo, y mucho trabajo y sacrificios si quieres lograrlo.
En éstas que; caminando, caminando, la niña tropezó en una piedra del camino y que, sumida en sus pensamientos, no había visto y se le cayó el cántaro. Suerte que yo estaba cerca y logré cazarlo al vuelo sin que se derramaran más que unas pocas gotas.
Le aconsejé que, a partir de entonces, tuviera mucho cuidado en dónde echaba el pie y espero que así lo hiciera porque iba con mucho más cuidado, lo que le hacía ir más lenta, así que me adelanté.
Ya faltaba poco para la ciudad cuando.....

Me pareció que me despertaba de un largo y profundo sueño; estaba en la cama y amanecía. Me aseé, me vestí, desayuné un poco y me puse en camino  a la ciudad para hacer unas compras, pensé que el camino daba un gran rodeo y que me podría ahorrar una hora de marcha si atravesaba el Bosque Prohibido. Por las prisas y por la atracción de lo vedado me interné por un claro   que penetraba en ese terreno que nadie había pisado nunca desde que se tiene memoria.
Cuando llevaba un rato caminando, esquivando árboles y matorrales, pude ver a un conejo parado frente a una madriguera y hablaba tranquilamente con otro que estaba sentado a la sombra del porche; mientras, se podían escuchar ladridos acercándose. Escondido detrás de un tronco les oí decir:
- Dos pícaros galgos
me vienen siguiendo.
- Pero no son galgos.
- ¿Pues qué son?
-Podencos...