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sábado, 28 de febrero de 2015

La reina insomne

Tras cien años durmiendo. 
¿Pudo dormir la Bella Durmiente? 
En este trascuento se explica qué pasó.





LA REINA INSOMNE

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Érase que se era un país de los muchos en los que sus monarcas reinaban felices y, como en otros muchos países,  comían perdices y muchísimas otras viandas deliciosas, pero aquella felicidad y aquella perdicidad se veía empañada por un grave problema.
La reina, que de muy joven, al pincharse con un huso por el conjuro de una mala bruja había permanecido dormida por muchos años, hasta que la desveló el beso de su príncipe, era incapaz de dormir. 
Parecía como si todos aquellos años dormidos hubieran agotado su capacidad de sueño y estuviera condenada a permanecer en vela indefinidamente.  Se la veía pálida y ojerosa y su enfermiza salud se iba agravando a ojos vistas por falta de reposo.
No se habían escatimado ni remedios ni consultas; se había recabado el auxilio de todos los médicos y sabios del reino, así como de los reinos vecinos sin resultados satisfactorios. Se había recurrido a la hechicería, a la brujería, a la magia blanca, a la magia negra, al curanderismo,… pero todo inútil.
Los tratamientos a los que había sido sometida eran de lo más variado y disparatado, puesto que cada cual aconsejaba un remedio distinto.
Se comenzó recomendándole, como es habitual, que contara ovejitas; pero en vista de que las ovejas imaginarias no hacían efecto, se hicieron pasar por la alcoba real rebaños y más rebaños, con sus perros y pastores, para que las contara. Pero lo único que se consiguió fue apestar la alcoba, llenar el palacio de molestas cagarrutas y que la reina permaneciera con los ojos como platos.
Se intentó hacerla dormir a base de cantarle nanas y, por si no era bastante con la voz de la doncella, le llevaron la Coral de Cámara del Reino que repasó todo el repertorio de nanas, música polifónica religiosa y profana… durante horas y horas con lo que el acto acabó en un concierto de bostezos y terminaron todos rendidos y dormidos mientras que la reina permanecía indiferentemente despierta.
A otro doctor se le ocurrió que podría dar resultado hacer sahumerios de adormidera y así se hizo; se instaló un gran pebetero cargado de brasas, al que se añadió un saco de cabezuelas de la conocida papaverácea. El resultado fue que toda la corte acabó con un colocón de campeonato mientras que la reina permanecía impasible.
Otro de los más eminentes doctores recomendó que hiciera ejercicios extenuantes sistemáticamente y le planificó unos horarios intensivos de tablas y ejercicios gimnásticos, así como carreras, natación y equitación a lo largo de todo el día, en la seguridad de que por la noche el agotamiento la haría dormir. Y así pasaron los días, pero lo único que consiguió la reina fue una excelente forma física y una musculatura envidiable.
También le aconsejaron que viajara y cambiara de aires, y así lo hizo; se organizó un pequeño séquito y durante meses anduvo recorriendo todos los rincones de su reino, pero ni durante el viaje, ni a su regreso, se consiguió que el ansiado sueño reparador llegara. No obstante, aquel viaje sirvió para constatar el estado de los caminos y la seguridad de las fronteras y, al menos, sirvió para emprender obras de mejoras en vías y guarniciones.
La propuesta más llamativa y que ni por un momento se intentó poner en práctica fue la siguiente: Un presunto médico prescribió como tratamiento un buen golpe en la cabeza, con lo que aseguraba que, sin lugar a dudas, la reina dormiría profundamente. No se sabe a ciencia cierta quién fue dicho médico; como tampoco se sabe quién es el cautivo que, desde entonces, se pudre en una oscura mazmorra del castillo.
Un anciano de ojos rasgados, venido de muy lejanas tierras, al saber que de joven había quedado dormida al pincharse con un huso, y por aquello de similia similibus curantur”,  decidió aplicar una terapia basada en la medicina tradicional de su país y comenzó a pincharle con finísimas agujas en ciertos puntos de su anatomía, pero tampoco dio resultado; aquel anciano marchó por donde había llegado y nunca más se supo de él.
En fin; que se probó todo lo imaginable; incluyendo, además: tisanas, sangrías, emplastos de cannabis, masajes con grasa de oso hibernante y de marmota, convertir el lecho real en cuna con balancín para mecerla,… sin resultado alguno, y la reina seguía desmejorándose cada vez más.
Cierto día en que los arquitectos reales le estaban mostrando unos grabados sobre las obras que se iban a realizar en palacio; el médico real, que no la perdía de vista, observó que ante aquella cantidad agobiante de planos y de cambiantes grabados, la reina acabó bostezando y sus ojos se entornaron ligeramente.
El docto doctor, en vista de aquella reacción, se dispuso a hacer una última prueba.
Hizo sentar a la reina en su alcoba en un cómodo sillón, con los pies en un escabel acolchado, redujo sensiblemente la iluminación, salvo la que alumbraba un recuadro a modo de ventana en el que unos lacayos iban presentando uno por uno los muchísimos grabados que la Marquesa de Todoloalto se había traído de su último viaje a París en la pasada primavera.
Así se estuvieron horas y horas, relevándose los lacayos conforme se iban cansando. La primera que se rindió fue la Marquesa que acabó afónica perdida tras horas de irle describiendo a la reina, conforme se mostraban las imágenes,  los lugares que había visitado, todos los palacios, jardines, puentes….
Hasta que; no se sabe si por la penumbra, o por la machacona sucesión de imágenes en aquella especie de ventana, la reina bostezó y acabó cerrando los ojos, quedando profundamente dormida.
Todos en el reino celebraron la noticia ¡Por fin dormía la reina! Pero su Real Majestad se estuvo tres días ininterrumpidos durmiendo, y el buen doctor pensó que habría que reducir la dosis del tratamiento para llegar a unas horas razonables de sueño.
En la dosis siguiente y en las sucesivas, el efecto del tratamiento era cada vez más rápido y más efectivo; hasta que, al fin, ya no fue preciso usar los grabados. Había aprendido, por fin, a dormir.
Desde entonces, la reina insomne quedó curada y todos durmieron felices y comieron perdices, pero fueron las perdices las que a partir de entonces tuvieron problemas para conciliar el sueño.



Este trascuento explica lo que pasó después del cuento:

La bella durmiente




Un cuento de los hermanos Grimm que da pie a hacerse preguntas. Porque eso de "vivieron muy felices hasta el fin de sus vidas" no dice mucho. Por eso a continuación publicaré un nuevo "trascuento" que cuente algo más.






La Bella Durmiente

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Hace muchos años vivían un rey y una reina quienes cada día decían:

- ¡Ah, si al menos tuviéramos un hijo! 
Pero el hijo no llegaba. Sin embargo, una vez que la reina tomaba un baño, una rana saltó del agua a la tierra, y le dijo: 
- Tu deseo será realizado y antes de un año, tendrás una hija.
Lo que dijo la rana se hizo realidad, y la reina tuvo una niña tan preciosa que el rey no podía ocultar su gran dicha, y ordenó una fiesta. Él no solamente invitó a sus familiares, amigos y conocidos, sino también a un grupo de hadas, para que ellas fueran amables y generosas con la niña. Eran trece estas hadas en su reino, pero solamente tenía doce platos de oro para servir en la cena, así que tuvo que prescindir de una de ellas. 
La fiesta se llevó a cabo con el máximo esplendor, y cuando llegó a su fin, las hadas fueron obsequiando a la niña con los mejores y más portentosos regalos que pudieron: una le regaló la Virtud, otra la Belleza, la siguiente Riquezas, y así todas las demás, con todo lo que alguien pudiera desear en el mundo.
Cuando la decimoprimera de ellas había dado sus obsequios, entró de pronto la decimotercera. Ella quería vengarse por no haber sido invitada, y sin ningún aviso, y sin mirar a nadie, gritó con voz bien fuerte:
-  ¡La hija del rey, cuando cumpla sus quince años, se punzará con un huso de hilar, y caerá muerta inmediatamente!
 Y sin más decir, dio media vuelta y abandonó el salón. 
Todos quedaron atónitos, pero la duodécima, que aún no había anunciado su obsequio, se puso al frente, y aunque no podía evitar la malvada sentencia, sí podía disminuirla, y dijo: 
- ¡Ella no morirá, pero entrará en un profundo sueño por cien años! 
El rey trataba por todos los medios de evitar aquella desdicha para la joven. Dio órdenes para que toda máquina hilandera o huso en el reino fuera destruido. Mientras tanto, los regalos de las otras doce hadas, se cumplían plenamente en aquella joven. Así ella era hermosa, modesta, de buena naturaleza y sabia, y cuanta persona la conocía, la llegaba a querer profundamente. 
Sucedió que en el mismo día en que cumplía sus quince años, el rey y la reina no se encontraban en casa, y la doncella estaba sola en palacio. Así que ella fue recorriendo todo sitio que pudo, miraba las habitaciones y los dormitorios como ella quiso, y al final llegó a una vieja torre. Ella subió por las angostas escaleras de caracol hasta llegar a una pequeña puerta. Una vieja llave estaba en la cerradura, y cuando la giró, la puerta súbitamente se abrió. En el cuarto estaba una anciana sentada frente a un huso, muy ocupada hilando su lino. 
- Buen día, señora - dijo la hija del rey - ¿Qué haces con eso?" 
- Estoy hilando - dijo la anciana, y movió su cabeza. 
- ¿Qué es esa cosa que da vueltas sonando tan lindo? - dijo la joven. 
Y ella tomó el huso y quiso hilar también. Pero nada más había tocado el huso, cuando el mágico decreto se cumplió, y ella se punzó el dedo con él. 
En cuanto sintió el pinchazo, cayó sobre una cama que estaba allí, y entró en un profundo sueño. Y ese sueño se hizo extensivo para todo el territorio del palacio. El rey y la reina quienes estaban justo llegando a casa, y habían entrado al gran salón, quedaron dormidos, y toda la corte con ellos. Los caballos también se durmieron en el establo, los perros en el césped, las palomas en los aleros del techo, las moscas en las paredes, incluso el fuego del hogar que bien flameaba, quedó sin calor, la carne que se estaba asando paró de asarse, y el cocinero que en ese momento iba a jalarle el pelo al joven ayudante por haber olvidado algo, lo dejó y quedó dormido. El viento se detuvo, y en los árboles cercanos al castillo, ni una hoja se movía. 
Pero alrededor del castillo comenzó a crecer una red de espinos, que cada año se hacían más y más grandes, tanto que lo rodearon y cubrieron totalmente, de modo que nada de él se veía, ni siquiera una bandera que estaba sobre el techo. Pero la historia de la bella durmiente "Preciosa Rosa," que así la habían llamado, se corrió por toda la región, de modo que de tiempo en tiempo hijos de reyes llegaban y trataban de atravesar el muro de espinos queriendo alcanzar el castillo. Pero era imposible, pues los espinos se unían tan fuertemente como si tuvieran manos, y los jóvenes eran atrapados por ellos, y sin poderse liberar, obtenían una miserable muerte. 
Y pasados cien años, otro príncipe llegó también al lugar, y oyó a un anciano hablando sobre la cortina de espinos, y que se decía que detrás de los espinos se escondía una bellísima princesa, llamada Preciosa Rosa, quien ha estado dormida por cien años, y que también el rey, la reina y toda la corte se durmieron por igual. Y además había oído de su abuelo, que muchos hijos de reyes habían venido y tratado de atravesar el muro de espinos, pero quedaban pegados en ellos y tenían una muerte sin piedad. Entonces el joven príncipe dijo:
- No tengo miedo, iré y veré a la bella Preciosa Rosa
El buen anciano trató de disuadirlo lo más que pudo, pero el joven no hizo caso a sus advertencias. 
Pero en esa fecha los cien años ya se habían cumplido, y el día en que Preciosa Rosa debía despertar había llegado. Cuando el príncipe se acercó a donde estaba el muro de espinas, no había otra cosa más que bellísimas flores, que se apartaban unas de otras de común acuerdo, y dejaban pasar al príncipe sin herirlo, y luego se juntaban de nuevo detrás de él como formando una cerca. 
En el establo del castillo él vio a los caballos y en los céspedes a los perros de caza con pintas yaciendo dormidos, en los aleros del techo estaban las palomas con sus cabezas bajo sus alas. Y cuando entró al palacio, las moscas estaban dormidas sobre las paredes, el cocinero en la cocina aún tenía extendida su mano para regañar al ayudante, y la criada estaba sentada con la gallina negra que tenía lista para desplumar. 
Él siguió avanzando, y en el gran salón vio a toda la corte yaciendo dormida, y por el trono estaban el rey y la reina. 
Entonces avanzó aún más, y todo estaba tan silencioso que un respiro podía oírse, y por fin llegó hasta la torre y abrió la puerta del pequeño cuarto donde Preciosa Rosa estaba dormida. Ahí yacía, tan hermosa que él no podía mirar para otro lado, entonces se detuvo y la besó. Pero tan pronto la besó, Preciosa Rosa abrió sus ojos y despertó, y lo miró muy dulcemente. 
Entonces ambos bajaron juntos, y el rey y la reina despertaron, y toda la corte, y se miraban unos a otros con gran asombro. Y los caballos en el establo se levantaron y se sacudieron. Los perros cazadores saltaron y menearon sus colas, las palomas en los aleros del techo sacaron sus cabezas de debajo de las alas, miraron alrededor y volaron al cielo abierto. Las moscas de la pared revolotearon de nuevo. El fuego del hogar alzó sus llamas y cocinó la carne, y el cocinero le jaló los pelos al ayudante de tal manera que hasta gritó, y la criada desplumó la gallina dejándola lista para el cocido. 
Días después se celebró la boda del príncipe y Preciosa Rosa con todo esplendor, y vivieron muy felices hasta el fin de sus vidas.



Hay un trascuento que explica los problemas que 
tuvo después para poder dormir:



Y para rematar un soneto sobre el cuento que tengo recopilado en

"Cantos y cuentos para un infante culto"


LA BELLA DURMIENTE



La princesa durmió profundamente
al pincharse en un dedo con el huso
que un hada rencorosa le dispuso
por no brindarle un trato deferente.

Por fortuna hubo un hada complaciente
que anular el hechizo se propuso:
Despertarás de tu sopor confuso
cuando te bese un príncipe en la frente”.

Durmió la Bella en bosque solitario
aguardando al galán predestinado,
y ocurriera el milagro necesario.

Y al fin llegó, al azar, desorientado,
su beso quebró el sueño centenario
pues de la Bella se quedó prendado.




jueves, 26 de febrero de 2015

El Hombre y la Piedra

Y acabamos, por hoy, con un cuento de talla XL de "Dos docenas de cuentos frescos"

 El Hombre y la Piedra



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Cierto día en que no teníamos otra cosa que hacer que ver cómo cambiaban de nariz las nubes, Pétrix Lapiaces de la Cantera me contaba esta historia:


 “En una ocasión se convocó en Petra, capital de Mineralia situada en la actual Jordania, el Primer Cónclave Litológico para dilucidar la importancia de la piedra en la historia y la vida del ser humano. Allí se reunió una enorme variedad de piedras, desde las magmáticas a las metamórficas pasando por las sedimentarias .
No bien hubo dado comienzo el debate y sin dar tiempo a nadie para intervenir, tomó la palabra Diamante como portavoz de las gemas.
-   Permitidme que hable yo primero y en representación de todas las piedras preciosas, creo que es de justicia por cuanto somos las piedras más valiosas y, para el hombre, más apreciadas.
-   ¡Alto ahí! –saltó el sílex – podréis presumir de precio, pero no de valor. No hay que olvidar que yo fui la que inició al hombre en la construcción de herramientas y, de no ser por mí, hoy no estarías aquí hablando tan bien tallado como lo estás. Por otra parte vosotras habéis sido algo negativo para el hombre, porque despertáis sus más bajas pasiones, especialmente la ambición, y conseguís que hasta roben o maten por vosotras.
-   ¡Claro! – respondió Diamante - y desde los albores de la humanidad se vienen matando los unos a los otros gracias a vosotros y al subsiguiente progreso armamentístico.
-   ¡Dejad la discusión – terció Mármol – porque, gracias a vosotros dos, tengo que acompañarlos prematuramente, en forma de lápida, en su última morada. Yo sólo he servido al hombre para transmitirles la belleza y el arte gracias a los escultores.
-   Sí, claro, y también tendrán que darte las gracias todos los esclavos y oprimidos que perecieron embelleciendo con vosotras sus palacios y templos – dijeron al unísono las piedras de Sillares y Mampostería – ocultando con pomposos decorados lo básico que nosotros representamos y que es: la vivienda que les ha dado cobijo, los puentes, los acueductos, las fortalezas, los palacios, las catedrales,... que les han dado servicios, hasta la llegada de esos advenedizos que son los ladrillos y el hormigón. Vosotros sois sólo la apariencia, lo suntuario y nosotros lo útil.
-   Pero todo se inició gracias a nosotros – intervino un Mehir – de no ser por las Piedras Megalíticas que le procuraron al hombre la vivienda, el culto a sus deidades y la tumba, a buen seguro que hoy seguirían en sus viviendas troglodíticas.
-   Y sin mí, ninguna de vuestras construcciones de mampostería se sostendrían – dijo la Piedra Angular
-   Todo eso son historias muy lejanas que creo no vienen al caso – dijo el Guijarro – de lo que se trata es de dilucidar quién le ha aportado al hombre más felicidad y placer; y yo, la más humilde de las piedras, he hecho más por el hombre y su felicidad que todos vosotros. Inspirado en mi nació un nuevo estilo de música y baile que, por algo, llamaron “Rock and Roll” así como el nombre del más importante de los grupos musicales del Siglo XX.
Un escarabajo que pasaba por allí sentenció
-    Ya será menos, el mejor Grupo fue inspiración mía
Y se marchó pasito a pasito dejando atrás al Concilio que, como es natural, permaneció allí inmóvil. El guijarro no tuvo más remedio que callarse
-   Pues fijaos si seré importante yo para el hombre que soy la única en la que puede llegar a tropezar hasta tres veces – argumentó una vulgar piedra sin pedigrí.
-   Lo que han dicho Sílex y Mármol sobre la transmisión de cultura, arte  y conocimientos, se debe mucho a mi existencia y, sin mí, se habrían perdido grandes saberes – intervino la Piedra de Rosetta.
-   Pues de todas yo soy la que más íntimamente está en contacto con el hombre, yo soy la Piedra Renal y, aunque le hago sufrir porque no vengo como pedrada en ojo de boticario, también le reporto cariño, cuidados y atención médica además de un gran alivio cuando logra librarse de mí.
Esas palabras dieron lugar a un gran barullo. A las voces indignadas de todas las piedras que antes habían hablado, se sumaron las voces de: las Piedras de Molino, de Afilar, Filosofal, de Toque, Pómez, Imán y otras muchas más, incluso las de Mechero, recriminando a la Piedra Renal su falta de seriedad en algo tan importante. Fue tal el alboroto que se organizó y tal la mala experiencia que había resultado aquel encuentro que, desde entonces, las piedras no han vuelto a decir esta boca es mía y dudo que vuelvan a convocar otro Cónclave”

Esta es la historia que Pétrix Lapiaces de la Cantera me contó, y yo os la transcribo tal cual.
Si esta historia os ha parecido un peñazo y os han entrado ganas de lapidarme, os ruego me perdonéis, os lo suplico por la Piedra del Santo Sepulcro.






El simio que quiso ver

De "Dos docenas de cuentos frescos"
Otro de la talla M 


El simio que quiso ver

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Tanto en la sabana como en la selva, la supervivencia depende de ver a tiempo los peligros para poder evitarlos, por eso los monos trepan a los árboles para tener un mayor campo de visión, otros tienen que levantar sus cabezas y estirar el cuello aunque la jirafa no tiene ese problema.
Pues bien, había una vez un simio que era muy miedoso y se andaba siempre por las ramas vigilando no se acercara alguna fiera. Lloviera o hiciera sol, él no se bajaba de su árbol para nada, tan grande era el miedo que tenía.
Esa actitud despertaba las burlas de los otros monos y también las de otros animales, los elefantes le trompeteaban en las orejas y las jirafas se le quedaban mirando descaradamente desde su alto cuello.
Todo aquello, además, le producía graves problemas de alimentación porque, cuando se acababa la fruta en su árbol, las hojas o los insectos, no se atrevía a desplazarse a otros árboles si para hacerlo tenía que bajar a tierra. Tampoco podía comerse los parásitos de otros monos porque le evitaban como un bicho raro y se espulgaban sólo entre ellos.
Así que, a veces, se veía obligado a cambiar de árbol bajando a tierra, no sin antes haber recorrido con la vista todos los alrededores desde la copa y haber comprobado que hacerlo era bastante seguro.
Eso no podía continuar así; era miedoso pero también era capaz de pensar y mirar a su alrededor y ver las actitudes de otros animales, por lo que observaba a las gacelas y a los órix, los ñus y las cebras con sus vigilantes que estiraban el cuello mirando a todo alrededor, y si había peligro avisaban a los demás. Pero él estaba solo; y además, de poco le iba a servir estirar el cuello estando a cuatro patas con lo bajito que era. Su única oportunidad de defensa eran las alturas de los árboles.
Un día en que se encontraba, como siempre, vigilando a lo lejos notó la llegada de unos personajes curiosos, si no cómicos, que se quedaron a vivir cerca de su árbol. Se trataba de una familia de suricatos que, puestos en pie, vigilaban los alrededores. Le pareció muy interesante su comportamiento y pudo comprobar que, pese a su pequeñez, eran capaces de ver cualquier peligro gracias a estar en pie.
Todo esto le hizo pensar durante varios días y probó, sin bajar al suelo, de ponerse en pie tal como hacían los suricatos. Su técnica era sencilla, se colgaba con las manos de una rama y apoyaba los pies sobre otra rama más baja y así, haciendo flexiones y aflojando ligeramente las manos consiguió fortalecer y enderezar sus patas traseras hasta el punto en que pudo mantenerse en pie sobre la rama sin sujetarse con las manos.
En ese momento, venciendo sus miedos, decidió bajar del árbol y, a partir de entonces, pudo permanecer horas en pie tal como había visto en los suricatos.
Y por eso, por un mono miedoso e insociable, pero con capacidad de aprender...

¡Estamos aquí!

La cabra que tiraba al llano

Un cuentecico de calibre L

La cabra que tiraba al llano


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Se dice que “la cabra tira al monte”, pero Chivi era todo lo contrario. Aborrecía trepar las montañas y subir a los roquedos o a los árboles. Cuando sus hermanas lo hacían como si tal cosa, subiendo a cualquier elevación, a ella se le iba la cabeza y se mareaba.
Lo pasaba tan mal que decidió no volver a acercarse a la montaña y buscar un llano, un lugar en donde no hubiera nada que alzase dos palmos del suelo.
Confiando en su sentido de la orientación, se dirigió al Sur, pero acabó encontrando al frente otra montaña que le cortaba el paso y que no estaba dispuesta a escalar para seguir su camino, así que se tuvo que desviar hacia el Este durante mucho tiempo para dar un rodeo.
El estrecho valle por el que caminaba, cada vez lo era más, y las montañas de ambos lados estaban cada día más cerca.
- Ten cuidado – le dijo un ciervo que pasaba por allí – si sigues recto te vas a encontrar con una tribu salvaje, los chupacabras. Yo procuro no acercarme por allí, no sea cosa que me confundan.
Chivi sólo podía regresar por donde había llegado o escalar la montaña del Sur. Eligió el sitio menos elevado que pudo y, con todo el miedo y el vértigo del mundo, consiguió llegar  a la cima. Desde allí se podía ver el campamento de la tribu en el que calentaban al fuego un gran caldero en donde esperaban hacerse con ella una rica sopa de cabra. Muy cerca, en el desfiladero, se les podía ver apostados para tenderle una emboscada. ¡De buena se había librado!.
Apartó la vista porque ya comenzaba a marearse y se dispuso a descender por el otro lado de la montaña. La bajada suele ser lo más difícil, pero llegó ilesa.
Llegó a un valle de verde y jugoso pasto pero, como a todas las cabras, le gustaba más las hojas de los álamos, los frutales y todos los árboles que había por allí y se dio un buen atracón. ¡Se lo había ganado! Y se lo merecía por el esfuerzo, casi heroico en ella, que había tenido que hacer.
Siguió caminando hacia el Sur y se iba parando a menudo a saborear los tiernos rebrotes de vides silvestres.
No llevaba ni dos días de camino cuando se encontró con un río que le cortaba el paso. Como no sabía nadar, no había más medio para atravesarlo que saltar a la otra orilla desde un alto saliente rocoso que se encontraba pocos metros río abajo. Se estaba pensando si seguir río arriba o río abajo para encontrar un vado que le permitiera atravesarlo, cuando vio que un enorme y gris lobo se le iba acercando y no parecía con buenas intenciones, porque iba con las fauces abiertas y babeantes.
No se lo tuvo que pensar dos veces, el instinto de supervivencia superó cualquier miedo y, ágil como un muelle, se encaramó en aquella alta roca y, de allí, saltó a la otra orilla, sana y salva y libre de la amenaza del lobo.
Cuando ya, más tranquila, pensaba en lo que acababa de hacer, no se explicaba que hubiera sido capaz de actuar así con el miedo que tenía a las alturas.
Siguió su camino y llegó a unos campos cultivados en donde se atiborró de espinacas, acelgas y toda clase de verduras que había sembradas allí. El granjero que la vio le azuzó los perros y tuvo que salir pies en polvorosa. Casi la estaban alcanzando, no había escapatoria y además se tropezó con un cobertizo que le cortaba el paso. No se lo pensó ni un segundo. De un salto se encaramó en el tejado, a salvo de sus perseguidores.
Cuando los canes se aburrieron de la vigilancia y de no poder alcanzarla, marcharon a enroscarse a dormir a la sombra de unos frutales. Chivi pasó un mal trago, no se atrevía a bajar del tejado, el miedo la volvía a atenazar, pero pensó que si había sido capaz de subir, debía ser también capaz de bajar. Así que, venciendo su temor, descendió de un salto, no sin romper algunas tejas, y se alejó de allí.
Cuando ya estaba muy lejos, lo suficiente de los cultivos y de los perros, se detuvo para comer algo y pensar en lo que había sucedido. No podía concebir que hubiera sido capaz de subirse al tejado. El instinto de supervivencia había logrado lo que años de lecciones, reprimendas y burlas no habían logrado. De todos modos, las alturas aún le seguían produciendo mucho miedo y vértigo, pero ese miedo lo había logrado superar gracias a un miedo aún mayor.
Siguiendo con su viaje, un día se encontró con un carromato de toldo multicolor y, curiosa como todas las cabras, se acercó a ver qué era aquello. Cuando pudo darse cuenta tenía una lazada atada al cuello y no podía escapar. Un hombre, vestido de forma estrafalaria, se le acercó, le ató una cuerda a la mano derecha y le soltó el lazo que le aprisionaba el cuello.
Los días siguientes, aquel hombre intentó hacerla subirse a una tabla puesta sobre un rodillo y a una alta torre de cubos de madera, ancha por abajo y muy estrecha por arriba. Tras muchos intentos infructuosos, el hombre pensó que si no servía como artista, por lo menos podría servir de alimento y su piel de alfombrilla, y se acercó a ella, cuchillo en mano y con cara de pocos amigos.
Chivi, cuando lo vio acercarse tan amenazante, comenzó a dar saltos, esquivando al hombre y a su cuchillo. Tanto y tanto saltó que acabó balanceándose en la tabla sobre el rodillo, en lo alto de la torre de madera y en lo más alto de la lona del carro.
El hombre, soltando el cuchillo, dijo:
-          ¿Ves como sí puedes?
y se le acercó para acariciarla.
Chivi estaba sorprendida, a la vez que orgullosa de lo que acababa de hacer. Si lo había logrado es porque era capaz de ello y, además, no le había pasado nada malo.
-          ¿Quién dijo miedo? – pensó
Desde entonces; aquella cabra que tiraba al llano, aquella cabra que tenía miedo a las alturas, acabó haciendo los equilibrios más arriesgados, incluso llegó a caminar sobre una cuerda a dos metros de altura, y fue muy feliz y la sensación en todos los lugares por los que pasaba aquel pequeño circo.

El ratón que no comía queso


De "dos docenas de cuentos frescos" otro de tamaño S






El ratón que no comía queso




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Érase una vez un ratoncito chiquito, chiquito llamado Bigotillos al que no le gustaba comer queso. Se tenía que buscar trozos de pan duro, verduras, restos de tocino, almendras, trigo y cualquier otra cosa comestible, pero era incapaz de acercarse a la despensa en donde se guardaba el queso, ni tan siquiera a las ratoneras en las que los humanos ponían grandes trozos de queso para hacerles caer en la trampa.
Los demás ratoncitos se reían de él por que no le gustaba el queso, que era el alimento preferido de todos ellos, pero él seguía sin acercarse a las trampas y así, además, evitaba el peligro.
Otro ratoncillo muy decidido, que se llamaba Colalarga, intentó enseñarle la manera de hacer saltar el muelle de las ratoneras utilizando un palito, para después poder comerse el queso sin peligro, pero Bigotillos ni siquiera intentó acercarse a ninguna de ellas.

Colalarga se reía también de él, hasta un día en que, por un descuido, la trampa le pilló la cola y le cortó un buen trozo, por lo que desde entonces le llamaron Mediacola; y, desde ese día, dejó también de comer queso, dejó de reírse de Bigotillos y se hizo muy amigo de él.




miércoles, 25 de febrero de 2015

El caracol compulsivo


Estamos inmersos en la sociedad de consumo; 
a la que, incluido algún que otro caracol, 
nadie puede escapar


EL CARACOL COMPULSIVO

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- ¡HABLE CON SUS AMIGOS DESDE CASA!, ¡TELERINGG, SU LÍNEA TELEFÓNICA DE CONFIANZA!
-        ¡Qué buena idea! – dijo el caracol al ver el anuncio en un muroAsí podré hablar con los míos desde casa sin tener que pegarme agotadoras caminatas. Voy a pedirlo de inmediato.
Al solicitar el alta de la línea telefónica y dar su dirección: “C/ Cualquier sitio pero cerquita”, le aconsejaron que contratara un teléfono celular ya que su vivienda era móvil y al desplazarse se romperían los hilos de la línea.
Tenía ya su flamante smartphone, con cámara fotográfica, GPS y no se sabe cuantas cosas  más, pero cuando intentó cargarlo según le habían indicado, se dio cuenta de que no tenía donde enchufarlo, por lo que tuvo que darse de alta de la luz, con el mismo problema de los cables que con el teléfono, pero pudo montar una instalación solar que le permitía la movilidad.
Una vez cargada la batería intentó llamar a sus amigos pero, o desconocía sus números, o no tenían teléfono; así que le resultó inútil, no obstante se entretuvo haciendo fotos a cada rincón de su vivienda y escuchando su música preferida en los tonos que se bajaba. Pero lo más importante para él es que se le abrió un nuevo e inmenso mundo en Internet por el que comenzó a navegar hasta que vio el siguiente anuncio:
- ¡NO SEA CATETO, PÁSMESE CON NUESTRO PLASMA!
Y ni corto ni perezoso se compró el televisor más grande que podía hacer pasar por la entrada de su casa y además tuvo que instalar una antena en lo más alto y tirar tabiques en unas cuantas espiras de la concha.
Y pasmado ante la pantalla se tragaba toda la publicidad y zapeaba cada vez que amenazaban con poner un programa entre los anuncios.
Así, poco a poco, fue llenando su casa con: un hidromasaje, microondas, horno, lavadora, secadora,… tantas y tantas cosas que ya no cabían en su cáscara y tenía que dormir en malas posturas, por lo que padecía de fuertes dolores de espalda hasta que vio el siguiente anuncio:
- DUERMA COMO UN LEÑO CON LÁTEX LO ANDORRANO
 Y se encargó un colchón con sus correspondientes somier y canapé. Para poderlo entrar tuvieron que hacer una abertura en un lateral, que luego cerraron con una ventana, con lo que quedó una casita de lo más aparente.
Otro día vio el siguiente anuncio:
PUERTAS FUERTES TE MANTIENEN INDEMNE
Y encargó que le instalaran una puerta de seguridad para mantener lejos de sus preciadas pertenencias a los amigos de lo ajeno.
La puerta sólo respondía a una clave secreta, algo así como un “ÁBRETE SÉSAMO”, y una vez instalada era imposible abrirla sin la consabida frase.
Allí estaba parado delante de su casita, admirando la belleza de su nueva puerta, pero cuando pretendió entrar, la puerta no respondía a sus palabras ni a sus ruegos.
O bien se había equivocado de clave o la puerta tenía un fallo, así que se quedó fuera maldiciendo a la técnica y a la sociedad de consumo.
Tampoco pudo llamara a Puertas Fuertes para que llegaran a resolver el problema puesto que el teléfono se había quedado dentro.
Así que tuvo que resignarse, comenzar a construir una nueva casita y se prometió no volver a mirar un anuncio en lo que le quedara de vida.
Si algún día yendo por el campo te encuentras una concha con una antena en lo más alto, una ventanita y una puerta no dudes de que es la casita del amigo caracol, pero no te molestes en intentar abrirla si no te sabes la contraseña.